
Son madres de familia y andan en los treinta, pero nada las detuvo para lograr la meta de culminar sus estudios universitarios.
Estas mujeres demuestran que no hay imposibles cuando algo se desea y al encontrarse en la tercera década de su vida, regresaron a las aulas para alcanzar su sueño de cursar una carrera profesional y lo lograron.
Las tres son madres de familia, con las ocupaciones propias de llevar una casa, y una de ellas, mujer trabajadora que día a día lucha para sacar adelante a sus dos hijos.
Pero a pesar de ser conscientes del gran esfuerzo que les demandaría, siempre tuvieron en mente que deseaban tener una profesión, esa gran pasión que no habían podido alcanzar.
PSICÓLOGA DE CORAZÓN
Cuando Laura Grimaldo Espinoza cursaba la escuela preparatoria “General Francisco J. Múgica” le encantaba la materia de Orientación Vocacional. Era su favorita y, además, le agradaba mucho la maestra que la impartía.
“Cuando ella llegaba recuerdo que yo estaba así de ‘¡sí!’, me encantaba como daba la clase y me caía muy bien; tal vez aportó mucho en mi gusto por la psicología y a raíz de eso quise ser psicóloga, yo decía: ‘quiero ser como ella’”, platicó.
Terminó su formación a los 17 años y entonces se enfrentaba ante la difícil decisión de elegir la carrera que estudiaría y por ende, la que sería la profesión de su vida.
En aquel entonces, dijo, la profesión no era tan bien considerada y se creía que quienes la estudiaban no tendrían un buen campo laboral para ejercer y desarrollarse.
“En ese tiempo empezaba el auge del sector industrial y de las maquiladoras en la ciudad. Yo era muy chica y me dejé influenciar, así que entré a la UTT (Universidad Tecnológica de Tamaulipas Norte) y estudié Técnico Superior Universitario en Procesos de Producción”, explicó.
Al egresar trabajó en dicho sector pero no le gustaba. Ahí conoció a su esposo, se casó y posteriormente se desempeñó en una empresa de autotransportes. Se convirtió en madre y tiempo después se dedicó al cuidado de sus hijos y al hogar.
“Siento que me fui como a ‘pique’. No vi un ascenso, no me gustaba y ya no trabajé nunca más”, comentó Grimaldo Espinoza.
Con el paso de los años, navegando en Internet notó que la idea que se tenía sobre la psicología había cambiado y que incluso, había muchas vacantes laborales relacionadas con ella.
Uno de sus hijos fue enviado por su escuela con un psicólogo por déficit de atención y fue ahí que se sintió atraída nuevamente por dicha profesión.
“Tuve otra vez las ganas de querer aprender y estudiar, pero lo dudaba mucho porque mis hijos tenían cuatro y ocho años, así que lo pensé un buen tiempo hasta que en el 2016 mi esposo me alentó a que lo hiciera y pensé que mis hijos estaban creciendo pero, y después ¿qué iba a hacer yo? me vi haciendo nada el resto de mi vida”, detalló.
LIBRANDO OBSTÁCULOS
A pesar de que en ese momento su familia tenía problemas económicos, su pareja vendió una camioneta para pagar su escuela. Fueron supliendo algunas necesidades y así cursó la licenciatura en Psicología, en modalidad sabatina en la Universidad México Americana del Norte (UMAN).
A sus 34 años nuevamente estaba sentada en un banco, junto a otros compañeros dentro de un aula, sus clases eran de 8:00 a 15:00 horas y su madre le ayudaba a cuidar a sus hijos.
Expresó que al principio le causaba un poco de conflicto su edad, el pensar en ser la más grande del salón; pero cuando abrió la puerta se dio cuenta de que había mujeres mayores que ella y se sintió “como una colegiala”, según relató.
Recordó que ese día que volvió a casa después de la escuela en seguida se puso a hacer la tarea y dijo estar “obsesionada con la psicología”. Además llegaron su mamá y su hermana a verla para preguntar cómo le había ido y se dirigían a ella como “la psicóloga”.
Transcurrió el tiempo y ella continúo estudiando, pero en ocasiones sí se le hizo pesado realizar tareas e investigaciones las cuales hacía cuando sus hijos se iban a la escuela, pero sobre todo el hecho de tener clases un solo día a la semana, pues la jornada era agotadora.
En el salón de clases donde nada más había un hombre y el resto eran mujeres, algunos estudiantes desertaron pero, a pesar de querer abandonar la escuela por problemas familiares, sus ganas de alcanzar su objetivo la mantuvieron firme.
“Pensaba en no volver a fracasar. Tenía en mente lo que siempre quise ser. No iba a jugar, era mi segunda oportunidad y no la iba a desaprovechar. Volteaba a ver a mis compañeros cuando no querían ir, faltaban o llegaban tarde y pensaba en ‘¡eit despierta!’, pero entendía que era su inmadurez”, apuntó.
Precisamente por eso, tanto ella como las estudiantes mayores apoyaron mucho a los jóvenes cuando necesitaban algún consejo o estaban en una situación difícil y recordó que una de ellas se embarazó y les dijo que abandonaría la carrera por lo que se ofrecieron a ayudarle con el cuidado de su bebé.
Cuando llegó el día de la graduación se encontraba feliz por haber culminado sus estudios, pero además, por lograr su sueño de concluir la carrera que siempre quiso cursar.
“Yo veía vacantes y decía: ‘pero yo no soy psicóloga, ¡si hubiera estudiado!’ y ahora ya lo había hecho. Para mí fue un momento muy emotivo y ahora estoy muy feliz”, agregó.
Sus hijos, que actualmente tienen ocho y doce años de edad, fueron partícipes de su logro y ella afirmó que continuará preparándose, por lo que planea en un futuro estudiar algunos diplomados y una maestría en sicología Clínica, además, inaugurar su propio consultorio.
“No lo piensen, sabemos que las condiciones de todas las personas son distintas, pero si es su deseo háganlo, porque sería muy triste llegar a una edad en la que en verdad sea mucho mas difícil empezar y no haberlo hecho o peor, irte de este mundo”, recomendó a quienes no se animan a trabajar por sus metas.
LA MEJOR DE SU CARRERA
Eréndira Careaga Cisneros acudió a la firma de un libro de Andrés Manuel López Obrador hace algunos años y en esa ocasión pidió la palabra para dar una opinión frente al público y recordó que, después lo hizo un joven que se presentó como estudiante de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, mientras que ella no ostentó el pertenecer a ninguna institución educativa ni un título o profesión.
“En el mundo hay muchos prejuicios y esa vez me impresioné porque mi opinión, así fuera muy buena podría quedar invalidada por cualquier persona al decir ‘¿tu quien eres o que estudiaste para poder opinar?’. Eso me llevó a querer estudiar, además, soy una persona que se involucra mucho en el acontecer social y político”, expresó.
Tras eso, le externó a su papá sus deseos y él, quien en ese momento trabajaba en la UMAN, le ayudó a conseguir una beca y le sugirió que estudiara Ciencias de la Comunicación.
El nombre de la carrera no le dijo mucho, pero al leer un folleto informativo le gustaron las materias y además, se dio cuenta que era lo que buscaba.
“Mi papá me dijo: ‘tus hijos ya están creciendo, va a llegar el momento en el que no te van a necesitar tanto y ¿qué vas a hacer tú?’”, platicó.
Cuando le contó a su esposo sobre sus deseos de estudiar dijo que no creyó en ella, pues se autocalificó como una persona que acostumbra a dejar “ciclos abiertos”.
“Recuerdo que le dije que iría sin su apoyo. Sólo con el de mi papá, porque no creía en mí, pero en todo momento yo pensaba que quería que antes de que mis hijos salieran de la secundaria tuvieran a una mamá profesionista”, recordó Eréndira.
Hace algunos años dejó inconclusa su carrera de Médico Cirujano Dentista al abandonarla en el quinto semestre y ahora con 38, nuevamente estaba dentro de un aula pero ahora para estudiar Comunicación.
A diferencia de Laura, Eréndira no estudiaba en turno sabatino, sino en horario regular de lunes a viernes y recordó que, cuando entró al salón todos se callaron y se le quedaron viendo, pues pensaron que era la maestra y así la saludaron.
“Desafortunadamente no se me ‘prendió el foco’ para hacerles una broma; todos estaban chicos había algunos que entraron de 17 años. Eran unos bebés, yo tenía la edad de la mamá de uno de mis compañeros”, apuntó.
A pesar de eso dijo que nunca se sintió fuera de lugar, rechazada o discriminada; al contrario, adoptó un papel protector en el que fungió casi como tutora o madre de sus compañeros.
POR EL GUSTO DE ESTUDIAR
Las materias, tareas y trabajos no le resultaron difícil pues dijo que, al ser su pasión y lo que le gustaba, no fue complicado cumplir con cada actividad y estar en clase día a día.
Tampoco lo fue el conjugar su nueva faceta de estudiante con el de esposa y ama de casa, pero si con el de mamá, pues en ocasiones tuvo que sacrificar la asistencia a juntas de padres de familia o eventos académicos de sus hijos y empezó a sentirse culpable.
“Siempre fui una mamá muy cercana y yo le decía a mi hijo ‘pero mandé a mi amiga y ahí estuvo’ y el me decía ‘¡si, pero yo no quiero a tu amiga, te quiero a ti!’, eso se me hizo muy difícil”, mencionó.
Para continuar estudiando contó con el apoyo de su esposo, quien al ver el promedio de 100 que obtuvo Careaga Cisneros en el primer tetramestre se dio cuenta que su compromiso era real; el de su padre y también de algunos amigos que la apoyaban con sus tareas.
Un problema de salud la hizo flaquear y pensar en abandonar la escuela, pero afortunadamente se repuso y continuó adelante, hasta que finalmente llegó el día de la graduación y estaba lista para pasar al frente y recibir su constancia de estudios.
Además, sería la encargada de leer el mensaje de despedida a sus compañeros de generación de las diferentes carreras de la universidad, lo que hizo ese momento más especial aún.
Y por si fuera poco, le entregaron un reconocimiento por haber obtenido el promedio más alto de su generación en la carrera de Ciencias de la Comunicación.
“Yo deseaba mucho el primer lugar y le puse empeño para lograrlo, pero sabía que había otras personas que también lo hacían. Cuando escuché mi nombre lloré, se me salieron mis lagrimotas y se me escurrieron en la toga y dije ‘híjole Eréndira, ¡te volaste la barda!”, relató.
Envío un contundente mensaje a los lectores, para que, si existe algo que los apasione o algo que quieran realizar, no abandonen la idea de lograrlo, sin importar la edad que tengan.
“Si se quedaron con la espinita y lo ven como un anhelo que no pudieron alcanzar entonces lo pueden tener porque está en su corazón. Yo los animo a que lo hagan, ahora que uno es grande lo ve con otra perspectiva, con madurez, luchen por lo que quieren”, señaló.
MADRE SOLTERA HACIA ADELANTE
Anna Laura Aparicio Lucero trabajaba como empleada en una empresa dedicada a la venta de artículos y mobiliario escolar, además de diferentes tipos de impresiones.
Recordó que, un día, llegó una señora que se veía “algo mayor, con sus canas y sin maquillaje”, luciendo una playera de la Universidad del Atlántico, le preguntó si era maestra y ella respondió que no, que era alumna y eso la marcó.
Tiempo atrás le regalaron un celular y al instalar WhatsApp y Facebook se reencontró con algunas ex compañeras de la secundaria y pudo ver que varias habían estudiado una carrera profesional y eso la motivó para hacer lo mismo.
Aparicio Lucero cursó Técnico en Informática, en el Colegio de Bachilleres del Estado de Tamaulipas número 7, (Cobat), dejó pasar un año y posteriormente estudió un tetramestre de la licenciatura en Derecho en la Universidad Interamericana del Norte, porque no le gustó la carrera.
Pero siempre tuvo el deseo de continuar su formación universitaria y aunque, afirma, sus hijos no fueron un obstáculo, sus prioridades si cambiaron y entonces, estuvo dedicada a ellos por completo.
“Mi sueldo era sólo para leche y pañales. Después para ropa y zapatos y ahora para colegiaturas y escuelas”, detalló.
Un día tomó la pesera, se bajó afuera de la universidad de aquella clienta y aunque fue abordada por varias personas para ofrecerle un plan de estudios no aceptó ninguno.
Mientras navegaba en redes sociales buscando una nueva opción de trabajo, Anna Laura se percató de que la carrera de Administración de Empresas tenía suficiente demanda y un buen campo laboral, así que pensó que, si volviera a tomar clases elegiría eso.
A los pocos días, como si fuera algo “mágico”, dijo Aparicio Lucero entre risas, llegó un joven a tocar a su puerta buscando el domicilio de otra persona y además, estaba realizando inscripciones para la universidad que ella había visitado.
Luego de escuchar la propuesta del joven, no quedó muy convencida, pero tomó algunos folletos; lo platicó con su mamá quien la animó a que lo hiciera y días después se comunicó con él para iniciar su trámite de ingreso.
Algunas cosas pasaron después, como que el grupo con el que ella entraría no se completara y tuvieran que posponer el inicio de clases por unos meses y el ingreso de su niña a primaria, lo que la desanimó un poco, pero al final continuó con sus planes y así ingresó a la carrera de Administración de Empresas, en un horario sabatino de 8:00 a 15:00 horas.
Su mamá sería quien le ayudaría con el cuidado de sus hijos, que actualmente tienen 11 y 7 años de edad, pues su trabajo tenía horario rotativo y podría ser nocturno o vespertino, de 17:00 a 1:00 horas o de 15:00 a 23:00 horas.
“Ella me cuidaría a los niños durante la mañana y algo de la tarde, porque saliendo de la escuela tendría que irme directo a mi trabajo; mi mamá es mi porra, es la que me empuja y me anima”, comentó.
La madre de familia de 34 años llegó el 7 de septiembre del 2016 a su salón muy temprano, recordó que había unos cuantos alumnos, todos más jóvenes, pero que cuando llegó la maestra ella si aparentaba una edad similar.
“Empezó la presentación de cada uno y casi todos tenían de 20 a 22 años. El mayor de aproximadamente 26 y me pregunté qué estaba haciendo ahí. Me presenté como mamá, dije en donde trabajaba pero no mi edad, no me dio pena pero si un poquito de cosa”, platicó.
Hubo ocasiones en los que tuvo algunas dificultades económicas para cumplir con sus pagos, por lo que tuvo que recurrir a la venta de alimentos.
“En mi trabajo me ofrecí a llevarles lonche a mis compañeros y no me da pena, pero me da un poquito de cosa recordar. En mi salón empecé a vender frituras, dulces, chicles, algunos maestros me apoyaban y otros me pedían que lo hiciera con discreción porque me podían sancionar. Mi niña ya estaba grandecita y no usaba pañales, pero tomaba leche de botecito, así que se la fuimos cambiando poco a poco para que fuera menos el gasto”, expresó.
La aguerrida mujer sorteó todas las adversidades y finalmente, luego de tres años y cuatro meses finalizó su carrera y cuando escuchó el último pase de lista y subió a recibir su reconocimiento mientras era felicitada por los directivos, las lágrimas aparecieron.
“¡¿Qué te digo?! Estoy muy contenta, me siento realizada,. Mi mamá me veía haciendo tarea a la 1:00 de la mañana y me decía ‘¿todavía estás aquí?, ¡acuéstate!’, más adelante me gustaría realizar una maestría en Finanzas”, añadió.
En unos meses su hijo se graduará de primaria para entrar a la secundaria por lo que se dedicará a buscar y elegir una escuela para él y mientras tanto, disfrutará de pasar un poco más de tiempo a su lado.
“Yo no entiendo por qué se acomplejan por la edad. Hay una película de ‘Cantinflas’ que se llama ‘El Analfabeta’ en la que el entró a la primaria siendo un adulto porque no quería que nadie le leyera sus cartas o viera sus asuntos.
“En esta época ¿en qué te limita la edad?, ¡eso no es una limitación!, mientras tengas salud y ganas de hacerlo se puede”, aseguró.
Así que como para muestra basta un botón, queda demostrado que estudiar se puede y a pesar de las adversidades sigue habiendo mujeres luchonas.