La compañía paraestatal es blanco de las críticas por un polémico boletín (posteriormente borrado) en el que aseguró que el Complejo Procesador del kilómetro 19 –de la carretera Reynosa/Monterrey– cumplía 17 años operando “sin accidentes”, dejando de lado la muerte de 31 trabajadores y 41 heridos, quienes la mañana del 18 de septiembre de 2012 fueron víctimas de uno de los siniestros petroleros más devastadores de la historia.
Son 31 muertos y 31 familias que han sido relegadas al olvido. Personas con nombres y apellidos que dieron sus vidas al servicio de la nación, pero que por cuestiones “administrativas”, o como quiera llamársele, es como si nunca hubieran existido, pues ni siquiera reciben el respeto y el reconocimiento que merecen.
La prueba está en que los deudos, inexplicablemente, no fueron indemnizados por una compañía multinacional que factura en promedio 805 mil millones de pesos al año.
La señora Leticia Aguilar es uno de los desventurados ejemplos, pues se cansó de buscar justicia por su hijo Ignacio Cedillo, fallecido aquel fatídico martes abordo de una pipa en el Centro Procesador de Gas del kilómetro 19 en Reynosa, Tamaulipas, y transcurridos ocho años ella también murió en el intento.
Para el resto de los familiares las heridas, provocadas por una negligencia técnica (a raíz del desgaste en un codo metálico que no soportó la presión) y por la indiferencia de los altos mandos que han desfilado por Petróleos Mexicanos, así como por autoridades que decidieron clasificar hasta 2025 el dictamen oficial con las investigaciones de la explosión, siguen calando hondo.
Y no esconde su incomodidad la empresa al querer encubrir con comunicados un acontecimiento trágico, que quedó marcado en la historia de esta ciudad fronteriza, cuya resonancia fue nacional.
El más reciente de estos capítulos se produjo en las oficinas generales de la paraestatal el pasado 15 de marzo, cuando Pemex festejó el decimoséptimo aniversario del Complejo Procesador de Gas de Burgos (CPGB), a donde pertenecen las instalaciones petroleras de Reynosa.
Y lo hizo con una grave falta de omisión, pues no solamente mintió, sino que Pemex también olvidó un incidente que se mantiene muy fresco en la memoria de la opinión pública, el cual enlutó a padres, madres, hermanos, esposas, hijos, amigos y causó estupor en toda la comunidad.
La compañía energética aseguró que “opera con éxito 17 años ininterrumpidos en la región norte de Tamaulipas” y que trabaja “bajo estrictos protocolos de seguridad, eficiencia y calidad”, algo que no es completamente cierto, porque en el accidente hubo nada menos que 31 personas muertas y la infraestructura –compuesta por válvulas, tuberías, ductos y depósitos– tuvo que ser reconstruida.
En la versión oficial divulgada añade que “derivado de su operación eficiente y el trabajo en equipo de directivos, administrativos y operativos, el CPGB (inaugurado el 16 de marzo del 2004 sobre la carretera Reynosa-Monterrey) se distingue además por lograr un total de 6 mil 208 días sin accidentes incapacitantes, lo que se traduce en un beneficio a la seguridad y bienestar del personal”.
Esto es a todas luces un engaño, pues además de las víctimas mortales hubo decenas de empleados heridos, algunos incluso, quedaron lisiados de por vida.
UN AGRAVIO
Con respecto a esta controversia, Bruno Cedillo se dice consternado, y al mismo tiempo frustrado porque su madre, Leticia, no pudo ver en vida un avance del caso de su hermano Ignacio, aunque expresó que lo mismo están pasando las familias de los demás trabajadores que perecieron aquel 18 de septiembre.
“Que lo quieran borrar no se vale. No pueden decir que no pasó, porque somos muchos los que hasta el día de hoy estamos pasando esta terrible situación de haber perdido un ser amado”, expresó.
Entrevistado por medio del WhatsApp el único miembro vivo de los Cedillo Aguilar detalló su posición sobre un tema en el que nunca se responsabilizó a nadie por la trágica muerte de 31 personas.
“Con relación a la demanda que habían metido mi mamá y las
demás señoras de Pemex, que fue en Estados Unidos, les mandaron una carta para avisarles que ya no iba a proceder, porque el accidente había ocurrido en México y no tenían competencia jurisdiccional.
“El bufete de abogados que llevaba el caso anunció que se iba a retirar, pero que si querían continuarlo necesitaban buscar otra firma, ya que el proceso es muy largo”, mencionó.
El familiar de Ignacio dijo que las viudas de quienes trabajaban en Pemex (algunas todavía con hijos menores de edad) han tenido que resignarse, al no ver “nunca” un apoyo para poder solventar la pérdida de quienes eran las cabezas del hogar y el sustento de sus hijos.
“En aquel entonces el ingeniero que era jefe del kilómetro 19 jamás fue sancionado, sino que simplemente lo cambiaron de área. Era todavía secretario nacional del Sindicato Petrolero Carlos Romero Deschamps y tampoco dijo nada ni brindó apoyo legal. No ayudó a las personas que quedaron afectadas por la explosión. Para ellos no hubo ningún responsable”, lamentó.
‘¡ME SALVÉ POR SEGUNDOS!’
Sin embargo, en la Central de Medición del kilómetro 19 todavía quedan algunos trabajadores que sobrevivieron al fatal accidente, del que aún es posible encontrar imágenes con tan sólo hacer una búsqueda en algunas páginas de Internet.
Portando un casco, un paliacate sobre su cuello y vestido con pantalón y camisa gruesa de algodón en color caqui, el señor Alfredo (el nombre que eligió a condición de anonimato), se animó a platicar al reportero de Hora Cero cómo recuerda aquel 18/9.
“Ese día me tocaba trabajar con unas válvulas dentro de las instalaciones de la Central Procesadora y posteriormente necesitaba dirigirme a un ejido cercano donde tenía tareas asignadas. Siendo honesto yo preferí ir primero afuera del complejo y después regresar para continuar mi trabajo aquí.
“Un compañero me sugirió que me quedara, pero decidí salir mejor en mi vehículo para la labor del día y justamente cuando iba atravesando el portón se produjeron tres explosiones grandes”, describió.
Con un sonido ensordecedor y varias llamaradas gigantescas que fueron arrasando todo a su paso, Alfredo no pudo evitar pisar el acelerador de su unidad intentando ponerse a salvo, al igual que el resto de los compañeros que pudieron correr, algunos de los cuales terminaron con quemaduras de primero, segundo y tercer grado.
En medio del caos (a nueve años de ser inauguradas y a menos de cuatro años de que el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, estrenara las enormes criogénicas de junto), estas instalaciones petroleras y sus trabajadores sufrían el momento más crítico desde que entraron en operaciones.
La columna de humo podía divisarse desde cualquier punto lejano de la ciudad, e incluso, más allá en la frontera de los Estados Unidos. Inmediatamente después se activaron en su totalidad los protocolos de emergencia.
Todas las unidades de rescate y los cuerpos de bomberos respondieron a lo que hasta ahora sigue siendo el mayor accidente petrolero de la región y al llegar se encontraron con un desastre y escenas muy desoladoras.
“Hubo una zona donde se encontraron 17 cuerpos…, pero los más cercanos al sitio de la explosión literalmente desaparecieron por la ola abrasadora. Había obreros que iban por primera vez, que ni siquiera eran de planta, o que, incluso, pertenecían a otras compañías y también murieron. Llegaron a trabajar apenas y tuvieron la mala suerte de perder la vida”, recordó.
Puede sonar irónico pero dichas instalaciones del Activo Integral Burgos habían tenido previamente un simulacro contra incendios. De poco o nada sirvió, porque los trabajadores estaban dentro de una bomba de tiempo.
¿QUÉ ORIGINÓ
LA EXPLOSIÓN?
Aunque todavía resulta inexplicable por qué la paraestatal decidió cerrar el caso al público hasta el año de 2025, evitando exponer las verdaderas causas del accidente con un carácter confidencial, los empleados que diariamente conviven en medio de las instalaciones petroleras aseguran saber qué es lo que realmente produjo una tragedia de tal magnitud.
“Fue un codo desgastado que no tenía el grosor requerido, el que la provocó. Precisamente hubo una cuadrilla de trabajadores que había llegado ese día para ‘sandblastear’ las tuberías que se encontraban en la zona y fue cuando se presentó la explosión.
“Por lo general ese tipo de tubería lleva una forma de candado de protección en forma de zigzag, pero ignoro por qué justamente ahí no había. Estaba directa en manera lineal y no permitió que las personas se salvaran”, expuso mientras apuntaba con su dedo el lugar donde comenzó la catástrofe.
Este empleado de Pemex contó que diariamente se encomienda mucho a Dios y le agradece el haber salvado la vida, pero al mismo tiempo lamenta la muerte de compañeros y conocidos.
Él perdió amigos ahí y confesó que todavía hay alrededor de diez personas sobrevivientes trabajando en el CPGB. Absolutamente todos, señaló, guardan con profundo dolor y respeto este terrible suceso.
Ese día todas las clínicas estuvieron recibiendo a los heridos; unos fueron trasladados vía aérea a otros nosocomios para que pudieran recibir la atención.
Por ello, que Petróleos Mexicanos omita un hecho tan doloroso para la ciudad de Reynosa (del que existen videos documentados con cientos de miles de visualizaciones, así como noticias consignadas en los medios de comunicación, además de un memorial enfrente de las oficinas administrativas del boulevard Lázaro Cárdenas con los nombres de las víctimas), es considerado una gran ofensa.
De los trabajadores muertos todavía es posible encontrar perfiles públicos en Facebook, como el de Héctor Javier Ramírez Rojas, quien se desempeñaba como externo con la compañía Iansa.
Solía escribir frases alegres e, incluso, eventualmente mostraba su felicidad por compartir momentos con su familia. De igual modo empleados como José Luis Ávila Cabriales, de la subcontratista Invensys Process Systems, tenía una vida que fue cortada de tajo al interior de una estación repleta de hidrocarburos.
LA PERMANENCIA
EN EL KM. 19
Más de ocho años han transcurrido desde la tragedia del Complejo Procesador de Gas de Burgos, pero no mucho ha cambiado la atmósfera que envuelve a este lugar.
El zumbido de los vehículos y de un respiradero de la red de ductos interrumpe de vez en cuando el dominante silencio que se percibe al exterior. En los estacionamientos no se observan muchas unidades, pero dentro hay un grupo numeroso de personas trabajando.
La amurallada construcción se encuentra celosamente vigilada por elementos del Ejército Mexicano y el acceso está restringido a la gente que es ajena, aunque desde afuera se puede observar cuando los empleados petroleros terminan sus turnos.
Es evidente que nuevos trabajadores han llegado. Los más jóvenes eran prácticamente niños o adolescentes cuando la explosión sucedió y se dejan ver con la alegría que los caracteriza:
A la hora de la salida bromean entre los compañeros que, en dos filas, abandonan la planta para marcharse a sus casas, pero también resalta uno que otro ingeniero o técnico de mayor edad (como el señor Alfredo) para quienes no pasa desapercibido que por los mismos rincones donde diariamente desempeñan sus labores hubo personas que murieron, y desaparecieron casi en un suspiro.
Pasando por enfrente, desde la carretera Reynosa–Monterrey, es posible alcanzar a ver las imponentes instalaciones petroleras, con tuberías gigantes y a un lado izquierdo de la Central de Medición unas enormes boyas construidas con tecnología criogénica.
De ahí en fuera los únicos vecinos que Petróleos Mexicanos tiene en esa zona son los Matamoros, situados hacia su lado derecho en el rancho Vista del Carmen. Ellos son los propietarios de la taquería Jerry, la misma que el día de la explosión quedó completamente abandonada, con las puertas de par en par abiertas porque todos corrieron para salvar sus vidas.
Justo a un lado tienen una vulcanizadora y en la parte trasera una vivienda de dos plantas con techo de lámina. Los divide de la Central de Medición un camino de siete metros de ancho, por donde aquella vez entraron y salieron las unidades de emergencia buscando personas desaparecidas.
La ola expansiva también aventó por el aire varios cuerpos a 50 metros de distancia. Es por eso que algunos de estos vecinos aseguran que en los días posteriores al accidente fue difícil reanudar las actividades cotidianas, porque en sus tierras solían encontrar restos humanos. Pensar en el sufrimiento que pudieron pasar los trabajadores, confiesan, todavía les afecta, pero es algo con lo que han tenido que aprender a vivir.
Una imagen de la virgen de Guadalupe se erige en la parte baja de su vivienda y desde lo alto el señor Sergio Matamoros contesta las preguntas del reportero, de lo que para él, su cónyuge y su padre significa vivir en el kilómetro 19.
“A la muerte no le tenemos miedo, convivimos con ella diariamente”, mencionó el lugareño con marcado acento norteño.
Su mujer, quien pide no ser fotografiada, sale brevemente de la casa para decir que intentan permanecer ahí de manera normal como en cualquier otro lugar, sin pensar mucho en el peligro (de tener a un lado una infraestructura que procesa cada día mil 200 millones de pies cúbicos de gas húmedo dulce y 18 mil barriles de condensados).
“Antes teníamos el puesto, pero ya lo cerramos, porque a raíz de la pandemia dejó de venir clientela. Dentro de lo que cabe se va acostumbrando uno a estar aquí y obviamente que se cuentan muchas historias.
“Esa vez de la explosión yo no estaba, pero sí supimos de personas que al intentar escapar se atravesaron la carretera y una fue atropellada. Es una cosa sorprendente, a ese muchacho no lo mataron en sí las flamas, pero de todos modos no deja de ser lamentable”, comentó la dueña de la taquería a la que es muy probable que alguno de los trabajadores fallecidos de Pemex ingresó para comer.
Se trata de seres humanos, empleados que no sólo daban mantenimiento, sino que también se encargaban de mejorar las instalaciones petroleras, los mismos que hoy para la empresa paraestatal han sido prácticamente destinados a permanecer en el olvido.