
Roberto y Francisco no se conocen, pero tienen algo en común: ambos son los protagonistas de hazañas médicas que a uno le permite continuar viviendo y, al otro, seguir disfrutando de su mano. Sin embargo lo más sobresaliente de estas historias es que ninguno de los dos pagó un centavo por sus operaciones, pues fueron realizadas en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Diariamente, miles de derechohabientes del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) tienen que esperar durante horas en una clínica para que un doctor pueda atenderlos y -si bien les va-, recetarles un par de pastillas genéricas para aliviar sus males.
En la mayoría de las clínicas y hospitales del instituto, existen historias de maltrato en perjuicio de mujeres embarazadas, personas que buscan atención de emergencia o, simplemente, acudieron a checarse la presión.
Sin embargo más allá de estos negros testimonios, también hay verdaderas proezas practicadas por médicos y enfermeras del IMSS, quienes han logrado cambiarles la vida a muchas personas.
Y es que al contrario del servicio de medicina familiar, donde el exceso de pacientes provoca fallas en la calidad de la atención; en el rubro de especialidades el IMSS está al nivel de las mejores instituciones del país y, en algunos casos, hasta las supera.
Roberto y Francisco son pruebas vivientes de este hecho, pues ambos se beneficiaron con verdaderos milagros médicos que les cambiaron su vida y no tuvieron que pagar ni un centavo.
Para este obrero de maquiladora y vendedor de chicles callejero, el Seguro Social es mucho más que largas filas y desabasto de medicamentos, es la oportunidad de seguir llevando una vida normal.
CON UNA BALA
EN LA CABEZA
Aunque su futuro todavía es incierto, para un joven originario del municipio de Tecamachalco, Puebla, y avecindado en Reynosa desde hace varios años, unos gramos de metal le han dado la oportunidad de valorar todo lo que tiene a su alcance.
Heredero de un suceso fortuito, Roberto sufre lo que pocos sufren y sobrevive a lo que muy pocos sobreviven, pues lleva en su cabeza una bala perdida.
Su pesadilla inició el pasado 20 de octubre de 2010, cuando había salido a tomar el autobús de camino a casa después de realizar un trámite bancario. Un fuerte golpe “parecido al de una pedrada” lo derribó herido de muerte, mas una causa mayor le permitió seguir existiendo.
Roberto es el nombre que a condición de anonimato eligió para poder contar esta historia, real y cruda, pero a la vez impresionante y poco común.
Era miércoles, un día normal como cualquiera, con la diferencia de que horas antes este joven padre de familia había extraviado su tarjeta de nómina en la que le depositaban su salario como obrero de producción de una fábrica maquiladora.
Relata: “Fui a reportar mi tarjeta a Bancomer para que no me fueran a gastar mi dinero, porque se me había perdido. Ese día me levanté, almorcé y agarré el camión Granjas 1 y 2. Iba solo”.
Lucía, su esposa, lo acompañó hasta la parada del camión. Ni ella ni Roberto, de 21 años de edad, imaginaron que en su diligencia se enfrentaría a una situación tan inesperada y adversa.
Al salir de la institución bancaria, el joven caminaba por el estacionamiento del complejo comercial Sendero -situado al poniente de la ciudad-, cuando repentinamente un proyectil proveniente de un sitio hasta ahora desconocido, lo impactó en el cráneo, ante la incrédula mirada de los transeúntes y automovilistas que pasaban por el rumbo. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo.
“Fue como al mediodía. Acudí al banco ‘de volada’, ni siquiera me tardé. Al ir de regreso sentí como una pedrada en la cabeza, caí al suelo, intenté levantarme, pero al instante quedé inmóvil. Quise incorporarme, más no pude.
“Cuando desperté ya estaba en el hospital… Si hubiera sabido lo que me sucedería ni siquiera habría salido ese día”, cuenta con esfuerzo para hablar.
AL FILO DE LA MUERTE
Tendido en el suelo y en medio de una mancha de sangre, el joven fue rodeado de personas quienes pidieron socorro por sus teléfonos celulares.
Como Roberto trabajó de cajero en la tienda Soriana, un amigo logró identificarlo y dio aviso a su familia.
En ese momento doña Ernestina, su madre, estaba haciendo el quehacer y Lucía se encontraba recostada en la recámara porque había tenido vómitos por su embarazo. El teléfono sonó y ambas intuyeron que algo andaba mal.
“Al enterarnos salimos corriendo, nos fuimos en un taxi de urgencia. Hasta la puerta dejamos abierta de desesperación de que me dijeron que mi hijo había tenido un accidente, pero nunca pensé que había recibido una bala en su cabeza”, describe su progenitora aún con susto.
Para ese entonces ya había llegado el servicio médico, que trasladó a Roberto gravemente herido a la sala de operaciones del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Las primeras horas eran tan cruciales como lo son las últimas.
Aún sin reponerse del susto, Lucía relata: “Cuando me avisaron yo llegué a pensar lo peor. Fue un sentimiento terrible y más embarazada no sabía cómo manejarlo. Me preocupaba por mi suegra y por mi hija. Le trataba de dar ánimos.
“Luego, cuando me comunicaron que estaba vivo, no pensé que la persona herida se tratara de mi esposo, sino que se equivocaron, que se confundieron; sin embargo, cuando me entregaron su ropa -yo lo había acompañado en la mañana a tomar la pesera-. Dije, sí es él”.
Veintitrés días después -en contra de los pronósticos- el joven de trigueña piel despertó. Durante todo ese tiempo permaneció medicado y en terapia intensiva.
“No sabía qué me había pasado ni por que estaba ahí. De no ser por mis padres y mi esposa, quienes me decían que tuviera calma, esto hubiera sido peor. Fue como despertar a una pesadilla.
“Ya poco a poco me fueron diciendo que ocurría y lentamente fui recordando. Mi reacción fue entrar a un estado de shock”, recuerda, visiblemente afectado y con las enormes costuras de las dos intervenciones quirúrgicas que le han practicado.
A decir de Roberto, los primeros diagnósticos arrojaban que no iba a poder caminar, hablar, ver o reconocer a sus familiares. Todo lo llevaba a cuestionarse por qué le había pasado eso.
“Eran muchas cosas que le decían a mi mamá, pero gracias a Dios aquí estoy, hablando.
“Por más que busque la respuesta a mi accidente ésta no es difícil de encontrar”, refiere.
Pocas semanas antes de dar a luz, su mujer hizo lo posible por verle, aunque fueran unos segundos.
“Lo vi después de tres días (de ocurridos los hechos), porque me metí a escondidas. Fue muy impactante pues estaba lleno de tubos, pero más porque él estaba sufriendo.
“Cuando empezó a mostrar mejoría cada día le daba las gracias a Dios, nunca perdí la fe en que él se iba a levantar de esto, a pesar de todo lo que nos decían los doctores, porque cada vez que subíamos a verlo eran malas noticias, pero él siempre nos habló con su mano. Nos decía sí o no con su dedo y cada vez que sentía que nos escuchaba y entendía me sentía feliz.
“Luego lo pasaron a un cuarto y él empezó a gritar y a intentar comunicarse y a decir mi nombre. Cada día era una felicidad, porque a pesar de las pocas esperanzas, él le echaba más ganas. Algunas veces sentí que lo iba a perder y gracias a Dios ahora está conmigo y su hija; no pedimos otra cosa más que estar juntos en familia”, expresa su esposa.
GIRO RADICAL
El 5 de noviembre pasado, Roberto fue dado de alta y programado para una segunda visita al quirófano, pues le habían dejado el cráneo destapado, con la piel como única protección.
Como un leve golpe le podía afectar su cerebro, había que colocarle una placa de platino. La siguiente operación fue el 16 de febrero, curiosamente al mismo tiempo que nacía su hija. Tanto Roberto, como su esposa y su bebé estuvieron en la plancha de operaciones de manera simultánea.
Sentado en un viejo sillón, este paciente ahora comenta que aunque resulta demasiado obvio, su vida ha cambiado contundentemente. Dice que antes era una persona independiente, pero ahora requiere de los demás para cubrir sus necesidades más elementales.
“Extraño jugar futbol, ir al cine, salir con mi esposa y trabajar más que nada, pero ahora eso ya todo se quedó atrás”, detalla.
Para variar, le hace frente a su situación sin dinero en el bolsillo y con una hija de apenas 13 días de edad, manteniéndose bajo condiciones paupérrimas, pues la ayuda que recibe del lugar donde trabajaba es insuficiente y en su casa racionan hasta los alimentos.
“Sí estamos batallando bastante, porque mi mamá y mi papá me están cuidando y no tienen empleo y mi esposa se acaba de aliviar.
“Estoy incapacitado pero no al cien por ciento, porque no me tomaron esto como riesgo laboral. En mi trabajo me están ayudando al 60 por ciento y mi salario real era de 900 pesos a la semana. De eso me están dando muy poco (540 pesos)”, revela.
Pero más allá de su pobreza, Roberto describe que su mayor temor es morir por el metal que porta en la cabeza y su zozobra a que éste se mueva en cualquier momento. Las malas predicciones están a la orden del día, pero no se rinde.
“Yo sabía que mi esposa estaba embarazada y ese fue un miedo muy grande, que iba a dejar a la niña solita y a mi esposa también; sin embargo, he tenido mejoras. Antes ni siquiera podía caminar con ayuda, pero ahorita gracias a Dios ya puedo. Antes ni siquiera podía ir al baño, usaba pañales.
“De hecho todavía no puedo mover este brazo (el izquierdo), está dormido y dice el doctor que la parte que lo controlaba sufrió mucho daño, que el cerebro se va a regenerar, pero que va a pasar mucho tiempo; ya poco a poco se va a ir moviendo y la pierna también”, explica.
“TENGO UN SUEÑO”
Convaleciente aún, este joven no esconde su deseo de volver a ser como antes. Admite que sus oraciones van encausadas a rehabilitarse, en caminar nuevamente y en que Dios le permita llegar hasta la noche y el día siguiente sin sobresaltos.
“Lamentablemente he estado teniendo ataques epilépticos, por eso suplico que aunque no quede al 100 por ciento, al menos me pueda valer por mí mismo.
“Gracias a Dios no me ha dolido la cabeza, porque me han dado mucho medicamento. Los especialistas me dicen que la bala ahí se va a quedar y que el daño ya lo hizo. Me explican que más adelante si genera algún problema intentarán sacarla, porque ahorita podría causarme trastornos más severos. Ahí se va a quedar por el momento”, indica.
Roberto aún desconoce de qué tamaño es la munición alojada en su cerebro o de donde provenía. Sólo dijo que lo impactó por la parte posterior de la oreja derecha. En la radiografía apenas puede percibirse un objeto extraño en el cerebro, por ello considera que estar vivo también es un milagro del cielo.
“Así lo creo yo, porque no muchos resisten a una bala en la cabeza y gracias a Dios aquí estoy contándolo”, manifiesta.
Asimismo Roberto reconoce que tras el accidente ha tenido un cambio espiritual.
“Antes era un poco más renuente, pero ahora ya no, me ha hecho cambiar mucho esto lo que pasó. Y sí, ya nada más que me componga de la operación primeramente voy a ir a la iglesia a darle gracias a Dios”, insiste.
MAR DE ANGUSTIAS
Por su lado, doña Ernestina no deja de llorar lo que a su único hijo le sucede. Aduce que cada día es para ella una gigante prueba y al llegar la noche no duerme por el miedo a que la salud de Roberto se desmejore súbitamente.
Después de acompañarlo al sanitario, esta mujer respira y se queda pensando en el día en el que recibió la desagradable noticia.
“Me espanté mucho, pensé que era un accidente, pero nunca de esa naturaleza. Todavía no se me quita el susto. Me siento a veces muy débil de tanta preocupación”, comenta.
Muy lejos de su tranquilo poblado en Puebla, para Ernestina la frontera pasó a ser una zona de sufrimiento, lejos de un lugar de oportunidades.
“Nos decían que uno ganaba bien aquí y por superarnos, para darle estudios a mi hijo, nos venimos sin imaginar que en esta ciudad nos enfrentaríamos a esta dura prueba.
“A veces me entra la desesperación de irme, porque me siento muy triste por lo que nos sucedió”, expresa la afligida madre.
Por su lado, el papá de Roberto perdió su trabajo en Monterrey a causa de este incidente. En su mesa no hay alimento que sea suficiente para aplacar el hambre de cuatro adultos y una bebé ni para atender como es debido el padecimiento de su hijo.
“Nosotros en la familia somos muy trabajadores y no buscamos culpables ante esta desgracia, sino que nuestro muchacho se recupere. Ya quiero verlo que camine, que mueva su brazo y que cargue a su niña. Debo echarle ganas, porque entonces a mi hijo quién lo va a cuidar”, exclama.
Mientras tanto Ernestina dice que sus noches son “puro desvelo”, porque: “a pesar de que él está durmiendo todos estamos al pendiente, tanto mi esposo, mi nuera y yo. Nos turnamos y nos desvelamos, no dormimos, estamos a pausas, porque tenemos que atenderlo”, añade.
Pero apenas el pasado 19 de febrero Roberto recayó, por lo que tuvieron que presentarse a su domicilio elementos del Departamento de Protección Civil para brindarle auxilio.
“Se nos puso bien malo, andábamos muy asustados. No sabíamos si era un ataque o un infarto. El no conocía a su hija y el mismo viernes que lo dieron de alta la conoció, pero al siguiente día estando él sentado se fue de repente de lado”, señala la cónyuge del joven.
Lucía dice que formaron un hogar como toda pareja con las mejores ilusiones de salir adelante.
“De hecho para que disfrutara mi embarazo él me dijo que me saliera de mi trabajo, que él le echaba ganas y él se quedaba en la maquila tiempo extra. A veces ni dormía y llegaba bien desvelado, porque quería darnos algo bueno a mí y a su bebé que venía en camino y ahora nos sucede esto…”, argumenta.
“A IMAGEN Y SEMEJANZA” DE CABAÑAS
Aunque no se declaró americanista, sino cruzazulino, Roberto menciona que está muy sorprendido en compartir una historia tan parecida a la del ex jugador paraguayo Salvador Cabañas, quien el 25 de enero de 2010 (ocho meses antes) recibió un balazo en la cabeza que lo puso al borde de la muerte.
Considera que el caso del futbolista representa una motivación adicional para salir de esta pesadilla.
“Es lo que muchos me comentan y yo he visto que ya anda jugando y puede caminar solo. Esto me anima a echarle ganas para no quedar así para siempre”, define.
Al igual que Cabañas, Roberto fue futbolista, aunque en las divisiones amateur. Su anhelo, comenta, es al algún día charlar y conocer a sus ídolos de la Máquina del Cruz Azul: Gerardo Torrado, Javier el “Chuletita” Orozco y Jesús Corona.
Por ahora recibe de vez en cuando la visita de uno de sus amigos, quien “ha estado al pie del cañón” desde que sufrió su accidente.
Esto obrero de producción, que ahora está sin empleo y sin la seguridad de aliviarse completamente, agradece a las personas que se fijen en él y le puedan brindar ayuda económica.
“De todo corazón se los agradecería, muchísimo, porque ahora mismo estoy imposibilitado para conseguir los pañales y la leche de mi hija que acaba de nacer”, declara.
Y aunque como él mismo lo reconoce, sólo Dios sabe cuánto más durará este suplicio, Roberto aseguró que aprovechará cada minuto de su existencia para disfrutar a sus seres amados.
Lo cierto es que este joven de amplia sonrisa siempre ha sido especial; la diferencia estriba en que ahora lleva una bala en la cabeza.
NO ES TAN EXTRAÑO
Roberto Díaz Estrada, el cirujano plástico del Hospital General de Zona del IMSS que intervino a Roberto en su segunda operación, explicó que le colocaron un cemento especial para proteger la parte dañada de su cerebro y cubrir el defecto craneal dejado por la bala.
“Se llama metil metacrilato, pero el nombre comercial es craneoplastic, es lo que se usa. Funciona muy bien y eso se ha empleado desde hace muchos años con gran efectividad. Le protege porque es tan duro como el hueso”, precisó.
En sus 30 años de experiencia, este especialista consideró que la historia de este joven es impresionante dependiendo el tipo de vista con que se quiera medir, pues para él y sus colegas “no es tan raro ver pacientes baleados y que en algún momento dado, como todo, algunos mueran y otros sobrevivan con sus secuelas, pues el cerebro no deja de pasar inadvertido”.
Mencionó que contrario a lo que piensa, no son pocas las personas que viven con una bala en la cabeza.
“Hay muchas, lo que pasa es que cuando no se está en el medio sí se le hace a uno extraordinario o raro, pero en realidad hay bastante gente que recibe heridas de estas características y que tiene los proyectiles o parte de las esquirlas en el cráneo.
“No es de que a fuerzas haya que ir a sacar la bala, como la gente normalmente cree”, indicó.
En el caso de Roberto, el metal entró a nivel parietal del lado derecho y lo tiene alojado del lado izquierdo, en lo que es la base del cráneo.
“Para fines prácticos no se va a mover y ya no va a causar más daño del que ya hizo”, aseguró.
Sin embargo, este neurocirujano egresado de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT) y con la especialidad de neurocirugía en la Clínica Número 25 del Seguro Social en Monterrey, los efectos causados en el organismo de Roberto serán una marca que lleve toda la vida.
“La bala no sé si sea de hierro o acero, lo ignoro; lo que sí te puedo decir es que efectivamente tocó su cerebro, por eso causó el daño que tiene; él padece una parálisis y enfrenta problemas para platicar inclusive. A eso se le llama una disfasia. Esa parálisis es más de predominio torácico, porque ya empieza a ponerse de pie y empieza con ayuda a caminar, pero va a quedar con una secuela”, detalló.
Díaz Estrada insistió: “El cerebro es el único órgano que no se regenera. El daño que causó la bala y el calor mismo de la onda expansiva, ese no se modifica. Lo que pasa es que el área que se inflama alrededor de la lesión, esa sí en un momento dado se recupera.
“El ser humano tiene varias partes del movimiento aunque una es la más importante, pero dependiendo por donde pase el proyectil, puede ser capaz de compensarse, por así decirlo por las otras áreas para que pueda tener cierto movimiento, pero no una recuperación al 100 por ciento”.
ENFRENTAR LA REALIDAD
Por desgracia, comentó que Roberto “muy difícilmente va a poder volver a trabajar por la parálisis de su brazo, dependiendo de que tanto pueda mejorar con la rehabilitación que está teniendo”.
Comparado con el accidente del futbolista Salvador Cabañas, sopesó que la diferencia radica en el calibre de la bala y el sitio donde entró el balazo.
“Te digo que aquí hay una parálisis y en Cabañas no, el futbolista tiene una alteración netamente intelectual”, comentó. Refirió que lo extraordinario desde el punto de vista clínico sería que Roberto no presentara secuelas.
“Yo tuve dos casos en el Hospital General, de personas que tienen esquirlas de las balas y los pacientes están íntegros, inclusive mejor que Cabañas”, apuntaló.
En cuanto al tamaño del proyectil que afectó la salud de este joven padre de familia, Díaz Estrada dijo no conocerlo con exactitud, pero evaluó que es considerable.
“Debe ser un calibre grande, porque se ve en las radiografías. Yo lo vi al mes (a Roberto) de que lo habían operado y lo que hice fue mandarlo a rehabilitación y seguir un periodo de internamiento más prolongado.
Acerca de lo que detuvo al joven de rebasar esa línea entre la vida y la muerte el especialista lo atribuye a varios factores.
“Ahí Dios… porque definitivamente con balazos como el de él hay quien se muere. Normalmente cuando un proyectil entra a la cabeza y uno se muere es porque se lesionan vasos sanguíneos importantes, entonces se muere por la hemorragia interna que hay.
“La hemorragia comprime otras partes del cerebro y te mata o bien porque la misma bala entra en áreas vitales, como es algo que se llama tallo cerebral, que es donde tenemos el centro de la respiración, del corazón, de la presión arterial. Se le conoce en el vulgo como el ‘árbol de la vida’. Si se lesiona esa área se muere, aunque no haya lastimado vasos sanguíneos importantes”, manifestó.
No obstante, pese a que desde la óptica médica el de Roberto no sea un caso excepcional, el paciente siente que gracias a la ayuda de los doctores le salvaron la vida.
“Ah no sí (sic), él primero debe darle gracias a Dios y en un momento dado tú haces lo que humanamente posible puedes hacer y sabes hacer, pero definitivamente cuando a uno no le toca, como dicen, no le toca”, evaluó.
Aunque no dijo que precisamente sea el caso de Roberto, en términos generales Díaz Estrada lamentó que las personas quienes reciben atención médica no son agradecidas.
“Estar agradecidos es algo que ya no existe. No sé quien sacó una cosa que dice que -el agradecimiento es la memoria del alma- y el paciente es muy desagradecido. Yo trabajo en el Seguro Social, en el Hospital General y trabajé en Pemex con personas de diferentes esferas sociales, económicas y culturales y el paciente generalmente no es agradecido.
“Yo creo que la sociedad perdió los valores que a nosotros nos enseñaron cuando éramos chicos: el respeto, la honestidad, el agradecimiento, la gratitud y empezaron a haber ideas hasta cierto punto socialoides de que es por obligación, que porque tú pagas el Seguro y la obligación es que te atiendan.
“Claro que éste es un trabajo, pero creo que es una de las profesiones donde todavía existe una doctrina del servicio al prójimo; no obstante, la gente no te da ni las gracias, el paciente se da de alta y ni adiós te dice.
“Hace unos años veía uno que te llevaban un taco, una gordita o una pluma, no necesariamente alguna cosa costosa y ya no e insisto, he trabajado con gente de muy diferentes niveles económicos, sociales y culturales”, relató.
Empero este médico se dijo satisfecho de cumplir con su deber y ser un instrumento para que personas como Roberto puedan tener expectativas más amplias de vida.
LE PEGARON LA MANO
El 30 de junio de 2005, es un día que Francisco Ibarra Hernández nunca va a olvidar, pues en esa fecha un “amigo” drogado lo atacó con un machete y le hirió en tres ocasiones.
El primer machetazo golpeó a Francisco en pleno rostro, desprendiéndole parte de la nariz y el pómulo derecho los que quedaron colgando de su cara por un pedazo de piel. Al momento del segundo golpe -también con dirección a la cabeza- un instinto de protección hizo que Ibarra Hernández se cubriera el rostro con su brazo izquierdo por lo que el arma se impacto en su muñeca, desprendiéndole de tajo la mano; el tercer golpe lo alcanzó entre la nuca y la espalda.
Tras el ataque, Francisco fue trasladado al Hospital Regional de Zona Número 15 “José Zertuche Ibarra”, donde tras seis horas de trabajo, un grupo de médicos lograron juntar diez tendones, dos arterias principales, tres nervios principales, un nervio radial, un nervio cubital, un nervio mediano, cuatro venas, los huesos del brazo y muñeca, además de la piel de la mano izquierda de Francisco. Además, pudieron reconstruirle la cara.
Para esta operación se montó un equipo de especialistas conformado por el traumatólogo Enrique Saldaña, los cirujanos Alejandro Ramos Quiroga y Rosalba Acosta Bustillo; la anestesióloga Griselda Bautista y la enfermera instrumentista, Herminia Ramírez. Todos ellos eran encabezados por el cirujano reconstructivo, Carlos Castrellón Pérez.
Durante ocho horas este equipo médico trabajó en la cara y mano de Francisco; reconstruyéndolos, colocándolos de nueva cuenta en su lugar -y lo que fue lo más importante- regresándoles su sensibilidad y movimiento.
Carlos Castrellón, quien estuvo al frente de este procedimiento quirúrgico -el primero que consigue desarrollar con éxito en la historia de Reynosa- explicó que una operación de este tipo es considerada como una de las más difíciles de la cirugía reconstructiva por la serie de factores que se deben de tomar en cuenta para no sólo pegar la mano al brazo, sino regresarle la mayor parte de sus funciones.
“Con microcirugía hay que reparar arterias, venas, nervios, tendones, músculos y finalmente piel. Es un trabajo muy difícil, artesanal”, dijo.
Castrellón Pérez explicó que el procedimiento necesitó del uso de materiales especiales como microscopios, pinzas e hilo quirúrgico del grueso de un cabello, se inició con el trabajo de reimplante de la mano.
“Lo primero es unir las arterias del brazo y la mano para que la extremidad vuelva a tener circulación de sangre; para ello hay que hacer un sutura especial con hilos de un diámetro de punto 9 ceros, tan delgados como un cabello. Una vez conseguido ésto lo que sigue es unir los nervios para regresarle la sensibilidad a la mano; entonces se trabaja en los músculos para que pueda tener movimiento en los dedos y por último viene la fijación ósea, de los huesos, que se hace con unos tornillos especiales, ya que en este caso el yeso no funciona.
“Es un trabajo muy complicado, si fallas en una arteria, en una vena, la mano ya no tiene circulación y se pierde, además, hay que estar trabajando en un espacio muy reducido, pero primero tenemos que encontrar todo, o sea, los tendones y los músculos no están visibles, se contraen al momento de la amputación y por eso hay que hacer cortes en el brazo para estirarlos, sacarlos y volverlos a juntar”, señaló.
Increíblemente, después de tres meses del procedimiento Francisco fue dado de alta y recuperó tanto el movimiento como la sensibilidad de la mano que por unas horas estuvo separada de su cuerpo.
“Tengo que salir adelante, eso ya quedó atrás, al bato ése que me macheteó ni lo he visto, me dicen que está guardado en el Penal pero la verdad es que no quiero saber nada de él, no me interesa y Dios que lo bendiga. Nada me cuesta mandarle poner una chinga en el Penal pero con eso no gano nada. Lo único que quiero hacer es salir adelante con mi mano, seguir aquí cotorreándola, lo importante es que ando libre y trabajando”, aseguró.
Incluso aún existen personas que no le creen que haya sido el protagonista de una proeza médica de este tipo.
“A veces la raza me ‘cabulea’ y me dicen: ‘no es cierto a ti no te cortaron la mano’. Pero entonces les enseño el periódico y ya cuando ven mi foto ahí en el hospital ya me creen”, indicó.
Para estos dos humildes residentes de Reynosa, lo que pudo haber sido el final de la vida como la conocen, se convirtió en una segunda oportunidad, gracias a un grupo de médicos del IMSS quienes desafiando los prejuicios que existen sobre el instituto, decidieron realizar su trabajo, sin esperar nada a cambio.