Cuenta el antropólogo e historiador mexicano, Martín Salinas Rivera, que uno de los personajes más populares de Tamaulipas fue “Pepito El Terrestre”, un hombre con la altura de un gigante que llegó a medir 2 metros con 35 centímetros.
Aún después de muerto la fama de José Calderón Torres sigue trascendiendo en las épocas, pues de él se han escrito numerosos artículos, libros y hasta tiene su propio monumento, en la Plaza de Armas del municipio de Tampico.
Aunque nació en la colonia Arenal en la época de la Revolución Mexicana, “Pepito El Terrestre” se crió en la zona de El Cascajal, un sitio muy insigne, por ser donde residían las clases trabajadoras del puerto tamaulipeco.
Algunas crónicas aseguran que disfrutaba ser el centro de las miradas y desde chico se destacó como un buen alumno.
Cursó la escuela primaria en la Gabino Barrera, pero tiempo después tuvo que abandonar los estudios debido a un trastorno del crecimiento, originado por la glándula pituitaria.
Con su padre fallecido y el hambre que le daba por ser una persona muy alta “Pepito El Terrestre” tuvo que conseguirse un empleo. Su mamá no podía sola con los gastos de la casa.
Y desde joven sacó provecho a su imponente figura, desempeñándose como estibador en los desembarcaderos y mercados de aquella localidad.
Algunas historias urbanas que siguen vigentes lo recuerdan como un hombre tan fuerte que una ocasión, en una demostración de sus capacidades, logró levantar el peso de un automóvil, ante el asombro de toda la gente.
Más allá de ver su estatura como un impedimento a José todo eso le divertía y a menudo bromeaba con las personas que se le acercaban de manera curiosa, haciendo movimientos repentinos para sacarles un susto y enseguida soltar las carcajadas.
Era tanta la fascinación que “Pepito El Terrestre” llegó a tomar parte de su tiempo firmando autógrafos y contando su historia a desconocidos.
Aunque recibió ofrecimientos para convertirse en artista de circo él los rechazó. También le sugirieron incursionar como basquetbolista profesional, pero sus pies planos se lo impidieron.
No obstante, para él la felicidad estaba en las calles y manteniéndose al cuidado de su madre, a la que dejó durante un tiempo para probar suerte en Reynosa.
UN HOMBRE ADMIRABLE
El antropólogo por la Universidad de Texas fue un testigo de la imponente figura que tenía Calderón Torres, a quien conoció cuando era adolescente.
El actual cronista municipal del ayuntamiento de Reynosa asegura que el tamaño del ‘grandote’ tamaulipeco era tan impactante que su cabeza rozaba con el techo de un autobús y para entrar a un lugar tenía que hacerlo agachado.
“Estábamos chicos y nos llamaba mucho la atención. En los años sesenta vivía aquí en Reynosa. Yo iba a la secundaria y recuerdo haberlo visto sobre la calle Hidalgo porque ahí pasaban los camiones.
“Corrían en doble sentido y se paraban por la Guerrero para subir a los chamacos que iban para las colonias. Por ahí caminaba él y era un fenómeno porque los niños lo seguían”, evoca.
Salinas Rivera relata que cuando visitó Tampico y conoció la estatua de “Pepito El Terrestre” ésta se quedó corta comparada con su tamaño real.
“Yo me acuerdo de eso, porque lo vi y era muy impactante. La escultura no está tan grande como él. Nos pasaba la cara por el vidrio del camión y veíamos cuando iba caminando.
“La chamacada de aquel entonces sí que lo recuerda, porque nosotros lo vimos”, expresa.
Pero “Pepito El Terrestre” nunca pudo adaptarse a vivir lejos de su familia y decidió retornar al sur de Tamaulipas, mientras la fama de su grandeza se extendía por toda la región.
Sin embargo, aunque su estancia haya sido breve, hay quienes aún le recuerdan dando largos pasos por las calles de la frontera.