Son las once de la mañana del viernes 5 de enero. En una vieja radio se escucha “Bailen como Juana ‘la cubana’, el ritmo que siente sabroso como jugo de manzana…”.
El suelo sudado enseña la resaca del frío con el que a casi a diario amanece la frontera tamaulipeca.
Las carcajadas jocosas de un grupo de indigentes resaltan sobre la pegajosa melodía. Salen a que les dé el sol, se frotan las manos y se ponen a orear su ropa.
René Argüeyar, Octavio González, Santiago Castillo, Alicia González, Pedro Reyes Ambrosio y José Manuel Moreno son varios “hermanos de sufrimiento” que se conocieron por tres principales condicionantes: están sumamente pobres, fueron deportados y no
tienen un techo propio para dormir.
Se encuentran desempleados, algunos enfermos y dan a conocer su modus vivendi, o en otras palabras: la manera en la que subsisten en los pasillos y oficinas de un extinto supermercado que hace años quedó abandonado.
En las improvisadas brasas rechina el sonido de unos chicharrones de res que les regalaron en la carnicería La Sultana.
El penetrante aroma aprieta el estómago, pero sólo basta para antojarse y llenarse la boca de saliva, pues no alcanza sino para prepararse apenas un solo taco por cabeza.
Para tratar de completar una ración buscan comida en la basura, lavan autos o les ayudan como franeleros a los usuarios del Banco Santander en la colonia Del Valle, que está sobre el bulevar Hidalgo.
Les echan “aguas” y reciben dos o tres pesos de vez en cuando. Algunos conductores ni siquiera voltean a verlos y estos pobres son quizás el eslabón más débil de la comunidad.
No obstante, en Reynosa “la polvorosa”, como ellos mismos la denominan, han encontrado una nueva familia. Son de aquí y de allá… de Tamaulipas y también de fuera, de San Luis Potosí y de Veracruz.
No hace mucho eran unos completos desconocidos y hoy comparten un refugio para intentar resguardarse del crudo invierno.
De noche y de mañana el filoso viento se cuela por un enorme respiradero que queda de frente al estacionamiento del espacio donde se alojan. No tienen otra opción que apilarse unos con otros, por abajo de los harapos que acumularon en un piso del desaparecido centro comercial Orbe, junto a la institución bancaria.
LA DEPORTARON Y CAYÓ EN DEPRESIÓN
Alicia González Meneses de Ascensión Rangel Martínez, el nombre completo que esta mujer asegura tener de pila, vive prácticamente en la calle desde hace cuatro años cuando fue forzada a dejar su hogar en la ciudad de Wichita, Kansas.
Ahí se dedicaba a la venta de hortalizas junto con su padre y hermanos. Su progenitor murió y tiempo después fue deportada por Reynosa, su ciudad natal.
Como toda su familia emigró al extranjero desde que era adolescente no tuvo un lugar donde resguardarse ya estando en México y comenzó a quedarse en las bancas de los parques y después en este supermercado abandonado.
A partir de entonces su vida dio un giro estrepitoso: deprimida por la impotencia de no poder regresar a la Unión Americana y sin recursos económicos para comenzar de nuevo se refugió con otros migrantes mexicanos que también atravesaron el drama de la deportación.
Cayó en alcoholismo y su salud desmejoró notablemente. Su rostro luce demacrado, muy diferente a cuando disfrutaba de las comodidades que tenía en Kansas, pues aquí mal come, se baña en las penumbras y duerme donde le dé la noche.
Sus compañeros manifiestaron respetarla por ser la única dama de este círculo de indigentes y quien les ayuda a preparar la comida. Paupérrima a más no poder, Alicia no sabe a quién recurrir. Ni siquiera ha encontrado el modo de ponerse en contacto con sus hermanos en Estados Unidos.
Está famélica por el vicio, que también pinta amarillenta la zona blanca de sus ojos. No tiene más remedio que cobijarse a la sombra de sus amigos. Aquí la pobreza es dominante y no es necesaria buscarla hasta los suburbios de Reynosa, pues está a la vuelta de la esquina, a unos pasos del país más desarrollado del mundo.
Enfundada en una elástica del Teletón, la mujer junta botes de aluminio para poder cambiarlos por unas monedas. También cuida los vehículos de las personas que acuden al banco y reúne dinero con el que coopera para la comida.
Aseguró que las autoridades al menos no la molestan, pero tampoco la ayudan, pues no recibe ninguna clase de apoyo económico, social ni jurídico para reconstruir su vida.
OTROS CASOS SIMILARES
El estridente sonido de las unidades de transporte distraen la mirada de Octavio González, quien no acierta a mirar fijamente a los ojos. En su peculiar lenguaje cotidiano aceptó que estar pasado de copas es tan común como no traer dinero en la bolsa.
Este escuchimizado albañil originario de Ébano, San Luis Potosí, interrumpe a menudo a sus compañeros mientras platican con el reportero. También tiene cosas que decir, aunque no esté en sus cinco sentidos. Recita algunas frases sabias y otras sin sentido, salpicadas por su simpática embriaguez.
Será de todo, aclaró, pero menos ladrón. Trabaja lavando autos o recogiendo chatarra, porque no ha logrado emplearse en la obras de construcción, las cuales están escasas por la ciudad.
Su alcoholdependencia lo tiene sujeto a este estilo de vida, que no parece para cuando cambiar, menos si nadie le ayuda.
Al día de hoy no tiene hogar ni familia. Sus amigos de juerga son los únicos que le hacen compañía.
Del mismo modo está Pedro Reyes Ambrosio, quien es oriundo de Martínez de la Torre, Veracruz. Este hombre con 13 hijos vive alejado de su familia. Fue deportado desde Michigan y no tiene a nadie a quien acudir.
Visiblemente afectado por el ‘shock’ de la repatriación, recolecta cartón en un carro de mandado para poder comer e igualmente se resguarda del frío prendiendo fogatas a la usanza de sus compañeros.
Amparado al abrigo de su suéter de color verde y cruzado de brazos para mantener un poco de calor, confesó que hay días en los que no tiene siquiera un bocado para cenar y a sus casi 60 años, cuando muchas personas ya disponen de una humilde pensión, él sufre de un inconmensurable apetito y un futuro incierto.
Teme correr con la misma suerte de su amigo don Emilio Altamirano Quintero, quien no hace mucho murió en el pasillo de este mismo lugar. El poco dinero que consigue, manifestó, no le alcanza ni para comprarse una comida digna.
Mucho menos tiene los medios para conseguir una estufa y pagar el costo del gas natural, que en días recientes sufrió un nuevo incremento. Su única ropa está penetrada con olor a leña quemada y no dispone de las condiciones para asearse completamente.
José Manuel Moreno es otro ciudadano sin casa y sin empleo que comparte penas con este grupo de personas. Es nativo de Cerro Azul, Veracruz, municipio del que llegó para encontrar una mejor calidad de vida; sin embargo, no ha corrido con suerte.
Junto con sus cinco amigos se organiza para poder subsistir en un ambiente lleno sí, pero de incomodidades. No tiene cosas propias y sus únicas pertenencias son algunas mudas de ropa y un balón con el que invita a sus amigos a jugar futbol.
En Año Nuevo no tuvo nada que celebrar. Lo pasó envuelto en una cobija que le regalaron, al calor de la lumbre, sin sus seres queridos.
“Hace años que no voy para mi tierra. Apenas saco para subsistir, para la comida”, lamentó.
DESMORALIZADOS
Otra de las personas sin casa que pidió la palabra es el señor René Argüeyar. El que demostró tener más conocimiento de causa calificó a los políticos de Tamaulipas como los más corruptos de México: “Ni Guatemala los tiene”, aseguró, pues gobiernan y se van a vivir a Estados Unidos
Reprochó que el ex alcalde José Elías Leal les prometió ayudarlos a generar empleos y después los ignoró.
“Y ¿qué nos dio? la espalda. Muchos traemos credencial y votamos, pero se olvidaron de uno”, dijo este albañil de Minanitlán, Veracruz, quien tiene 10 años radicando en el noreste de México.
“Vivir en Reynosa es muy hermoso. Reynosa es Reynosa, la primorosa, lo más hermoso que puede haber, pero cuando llegan las ayudas del gobierno federal para los inmigrantes, a nosotros no nos toca nada. Ni cobijas nos dan, pues entonces ¿en qué país voy a vivir?
“No nos engañemos, vivimos en un lugar muy corrupto, muy corrompido, muy desordenado. Las autoridades tienen que voltear a vernos a nosotros, pensar en alivianar a nuestra gente, porque sí pueden darnos empleo. Ayúdalos, levántalos, págales el pasaje, mándalos con su familia y que Dios los bendiga. Aquí nada más llegan al poder y adiós…”, fustigó.
Acusó el mal manejo de las despensas que se quedan con las lideresas de las colonias y que los comedores comunitarios le cobren la comida.
“Los que necesitan ayuda psicológica son los gobernantes, para que se ubiquen de donde han puesto los pies. Ahorita es un sueño llenar el tanque de gas. ¿Sabes cuánto nos pagan?, 200 pesos, ¿con qué vamos a sobrevivir?
“El gobierno puede darnos un trabajo temporal a nosotros. Vea a estos muchachos, de que estemos ocupando nuestra mente y nuestro físico en esto mejor que nos manden a limpiar calles. Si tú quieres sacar estas gentes adelante, ocúpalas en algo, porque si no los ocupas vas a tener el nido de ratas.
“La gente de Reynosa es muy humanitaria. El dueño de la carnicería La Sultana es muy amable, es un señor muy buena gente con nosotros. El siempre nos da una bolsa con chicharrones y tortillas. Gente de Monterrey y de Reynosa que de hambre no nos han dejado morir. Hay veces que hemos estado en situaciones críticas, que nos enfermamos y la gente de aquí es buena. El problema es el desorden de las autoridades, porque venimos
deportados y no les importa apoyarnos”, expresó el señor René.
BUSCAN EN LOS DESPERDICIOS
Sus manos maltratadas por la recolección de basura por las calles de Reynosa evidencian la vida que llevan personas como Santiago Castillo. Llegó a Reynosa en el año 2003 y desde entonces ha trabajado como albañil, llantero, lavacarros, franelero y cuando no tiene empleo es pepenador.
Mientras arrojaba unas migajas de pan a las palomas señalaba el lugar donde come y duerme. Deprimido en la pobreza imploró que alguien lo ayude a él y sus compañeros.
“Somos pobres, no somos de aquí, estamos comiendo de las calles, de la basura y así como ellos (los políticos) quieren que les demos el apoyo del voto, que nos ayuden y no nos dejen morir solos.
“Cuando a la gente le pido que me regale un taco algunos me dicen –ponte a trabajar– pero no hay, andamos batallando para contratarnos. Soy llantero, sé trabajar de albañil y de todo. “Estamos pobres, mire, comiendo de la basura. Tenemos frío, ¿por qué no nos dicen: ahí te va una cobija para pasar el frío? no ha venido nadie. Yo quisiera que no nos dejen. Queremos dejar esta pobreza, pero necesitamos un impulso”, dijo Santiago.
El ambiente que comparte con René, Octavio, José Manuel, Pedro y Alicia no parece favorecer a ninguno.
Para ellos es indiferente un año 2018 que comienza y su pobreza, lejos de abatirse, se profundiza.