Me lo dijo Louis Van Gaal, una vez que fui a visitarlo a La Haya: “Un vestidor roto es la muerte para el entrenador. Significa que hay un distanciamiento en el grupo, ya sea entre ellos o de ellos con su director técnico, que es su jefe directo y quien es el que debe impartir las ordenes”.
Continuó el holandés: “Un equipo trabaja bien en la medida en que todos sigan la visión del entrenador. Puede parecer difícil entender eso, pero es lo único que puede hacer que el equipo funcione. Con esto no le digo a usted que va a ser campeón, solo que habrá un trabajo coordinado, armónico, indispensable para el funcionamiento del club”.
Hace algunos años me lo dijo esto el sabio entrenador. Me confesó que a lo largo de su carrera había sentido ese tipo de presión de parte de los jugadores. Cuando era entrenador del Ajax, equipo de sus amores, experimentó la inestabilidad del grupo, principalmente, acepta, por su inexperiencia. Era muy rígido en sus decisiones y en ocasiones intolerante ante los reclamos. Fue frecuente que en un tiempo mandara a las duchas a algunos de sus pupilos tan sólo por cuestionar una de sus órdenes.
“Es parte de madurar”, me dijo con una media sonrisa de pena.
El también, como jugador, había hecho pasar malos momentos a sus propios directores técnicos. Me comentó, en esa charla que tuvimos, que es muy sencillo emprender un motín al interior del equipo. Sólo basta con que un sólo jugador esté dispuesto a liderar la revuelta. Él nunca fue uno de esos rijosos, pero admiró algunos que luego, cuando comprendieron su error, se hicieron cracks. No me dio nombres.
A los técnicos les revienta ver malas
caras, me contó. Si entre todos deciden mostrar fastidio a sus órdenes, el entrenador, que por lo general es un tipo inteligente y perceptivo, sabrá que algo está mal. Y está sentenciado: o concilia con los jugadores, o terminarán provocando un desbarajuste interno, que culminará con su despido.
Por ello, es un deber de los DT mantener unido al grupo. Van Gaal me dijo que había tenido que amenazar a un par de sus jugadores para que acataran sus órdenes. En una ocasión estuvo a punto de reñir con alguno y en otra, llegó a las manos, delante de los muchachos.
“El técnico debe mostrar carácter. Hay que ser muy profesional y a veces duro para controlar a un montón de atletas con la adrenalina a tope antes y después de un partido o durante los entrenamientos.
Mario Zagalo (entrenador de Brasil) siempre fue querido por sus chicos, pero yo pienso que muchos de ellos le temían, porque era muy explosivo”, me confió.
Ahora que veo algunos equipos que juegan muy mal en la liga mexicana, percibo que sus camerinos apestan a rencor. Muchos de ellos pueden estar resentidos con los entrenadores.
Y lo paradójico es que muchos de esos técnicos que actualmente penden de un hilo, alguna vez fueron jugadores y a su vez reventaron a quienes eran sus mentores. La lección se repite al infinito.
Por ello, hay que darle mucho mérito a tipos que fueron indomables como jugadores y ahora seditas como técnicos, porque saben que tienen que mantener cohesionado el pelotón. Es lo menos que se pide para comenzar los cimientos de un equipo que aspire a pelear los lugares de honor.
La regla dice que en un equipo exitoso hay un vestidor pacificado. v