
Ví el juego el miércoles 25 de septiembre entre el equipo de Dorados de Sinaloa y Reales de San Luis, del torneo de Copa de la Liga MX, como le han llamado ahora a la organización de futbol profesional mexicana, aparentemente en reconstrucción.
La justa en sí es desabrida. Los federativos decidieron revivir una idea que hace tres décadas funcionó y bien. Ahora, con esta competencia alternativa, los dueños de los equipos quieren regresar a una moda pasada. El experimento parece como el regreso de la terlenca, cuando los sastres de Paris ya la erradicaron de la moda. Todo sea por ganar algunos pesos.
En ese partido nocturno Dorados –de la división de ascenso o de segunda, como quiera llamarle– venció 3-2 y avanzó a semifinales.
Me llamó la atención ver en el terreno de juego a Cuauhtémoc Blanco, un futbolista que había desaparecido del mapa y que, por lo visto, se niega a dejar la vida deportiva. Ya está próximo a los 40, el carismático chilango. Odiado por muchos y venerado por más el Temo luce obeso, lento y rápido para definir en el metro cuadrado en el que se mueve. Se la pasa caminando la mayor parte del tiempo y hace escasos sprints. Le pegan mucho los rivales y también finge muchas faltas.
Pero los aficionados no lo olvidan.
El mes pasado fue a Reynosa a jugar contra el equipo local, en el norte de Tamaulipas y el estadio se llenó. No recuerdo el marcador, pero los comentarios de los aficionados caleros al final no eran sobre el cotejo sino sobre el comportamiento del jugador. Que si los había desdeñado pese a que lo aplaudieron, que si se negó a firmar autógrafos, que si fue despectivo.
Rodean al Cuau un circo de nimiedades que le dan cuerpo al atractivo innegable que tiene para la taquilla. De repente parece que es el enano o la mujer barbuda del espectáculo. Ya no trae futbol. Me lo dijo una vez Tomás Boy: “Se acaba la condición física, pero el toque no se pierde nunca”. El jorobado no ha perdido esa precisión, que habla de una clase antigua, pero lo suyo es únicamente presencia para llevar aficionados a los estadios a ver sus glorias viejas.
Desde hace unos cinco años dejó de tomarse la carrera en serio. Anduvo por algunos equipos de segunda división, con el mismo propósito de enganchar aficionados propios y rivales. Y a dónde van le permiten hacer lo que quiere. En el circuito de ascenso, manda sobre sus compañeros, los contrarios, los árbitros y hasta los entrenadores de los dos equipos.
Grita y hace aspavientos y nadie se lo reprocha.
Pero ya no hay exigencia para él. Ha dado muy buenos dividendos al futbol mexicano. Es tan reconocido y temido, quizás respetado, que se le permite ir y venir de Sinaloa a la Ciudad de México, cuando quiere, a la Ciudad de México a hacer sketches, comerciales y tener participaciones especiales en programas, telenovelas y comedias de Televisa, empresa para la que busca hacer carrera como actor después de colgar los botines, que debe ser el próximo año.
Y asegure que cuando anuncie su determinación, hará numerosas giras por el país para obtener una última serie de carretadas de pesos para obtener una pensión decorosa que le permita pasar el resto de su vida viviendo de su fama.