Sentía su vida hecha de retazos.
No conciliaba un extremo con otro, se llenaba de angustia porque no encontraba continuidad, como en esas cobijas que tejen en los ranchos con sobras de diferentes telas y distintos colores, donde un cuadro no encaja con otro.
Así eran sus días: uno no congeniaba con el siguiente y en toda esa entropía de sentimientos no hallaba a cuál ovillo asirse, a qué emoción aferrarse.
Si despertaba de buen humor su pareja parecía un dóberman encadenado dispuesto a lanzar una tarascada al primer movimiento que hiciera.
“A veces molestas a alguien simplemente por estar ahí a un lado, por existir…”, pensaba con resignación.
Si llegaba de malas a la oficina y todo el personal estaba feliz, como si fuera día de quincena, le reprochaban en silencio su actitud mezquina.
“El malhumor es mi válvula de escape y si ellos fingen alegría es porque son unos lambiscones ¿o a poco el único autorizado a escupir bilis es el jefe?”, se decía para justificarse.
Una vez obtuvo el simbólico reconocimiento como empleado del mes y cuando llegó a su casa le informaron del fallecimiento de su tía abuela.
No le quedó otra que guardar el diploma en un cajón del buró, junto al manual del televisor y la garantía de una plancha… ahí se puso amarillo de olvido sin que nadie más lo viera.
Después se vino el reajuste anual en la empresa y aunque nunca había encabezado una lista, esa vez todos se enteraron que fue el primero en ser despedido.
Con el alma atorada en la garganta, los ojos ardiéndole de orgullo maltratado y ya desempleado, se encaminó a su hogar para reconfortarse en la cálida presencia de su tribu.
Lo recibió un estrepitoso silencio y una fría e irónica nota que hasta parecía burlarse de él:
“El tío Pancho vino para llevarnos a su finca campestre, te marcamos a la oficina pero dijeron que no estabas. Volvemos mañana o el domingo, hay sopa en el refri”.
Hasta sus perros, que siempre le hacían fiesta a su llegada, se habían ido al rancho del tío Pancho a pasar el fin de semana.
Tratando de restarle importancia al asunto se dispuso a calentar la sopa, pero antes de terminar de vaciar el plato sintió que el alma se le deshilachaba y esos cuadros mal cosidos de su vida se separaban sin poder él evitarlo.
El diagnóstico fue muerte por paro cardíaco.
Se lo llevaron a la funeraria envuelto en lo primero que hubo a la mano: una sábana multicolor de cuadros remendados que recién habían traído del rancho.