Va una aclaración de arranque: esta no es una defensa ni a López Obrador, López-Gattel, o algunos de los integrantes del gabinete federal.
Es más, me queda claro que el gobierno ha hecho muchas cosas mal que probablemente merezcan un análisis futuro.
Sin embargo, también entiendo que el ejercicio de gobierno no es sencillo y la gente nunca va a estar contenta con las decisiones que se toman.
Es una ley: apenas alguien llega a un cargo de elección popular, pierde toda la simpatía y apoyo pues, sencillamente, no se le puede dar gusto a todos.
Y cuando tienes a un gobierno que llegó con las expectativas por las nubes, gracias a su discurso de que iba a hacer las cosas diferente, entonces el ramalazo del cielo al suelo siempre es mucho más duro.
Hoy la administración de López Obrador atraviesa uno de los momentos más bajos en su popularidad por las medidas que ha implementado en su intento por detener el avance del Covid-19, con unas tasas de contagio que ya superan las que había en lo que pensábamos eran los peores momentos de la pandemia.
Los reclamos sobran en las redes sociales. Ni siquiera la programación para aplicar las vacunas en el país agradó a algunas personas.
Les han pedido una y otra vez que se queden en casa, que esa es la mejor manera de detener la cadena de contagio y no hacen caso.
Quieren seguir usando la compra de víveres para salir a pasear con toda su prole… no obstante ya les dijeron que para esta actividad sólo puede acudir un integrante de cada familia.
He seguido de cerca las reacciones de los inconformes, la lógica que utilizan para condenar la medida y pendejear a las autoridades estatales… y debo decir que los que merecen esos regaños son otros.
No existe medida que agrade a estos ciudadanos. Decretaron el uso obligatorio de mascarillas y todo mundo protestó porque traer una tela en la boca y la nariz es incómodo y no los deja respirar.
Prohibieron las fiestas y todos molestos porque consideran que el gobierno no tiene derecho de meterse con su “sagrado derecho” de hacer carne asada, cerrar la calle, poner a Maluma a todo volumen y agarrar el pedo como sólo los mexicanos saben hacerlo.
Determinaron que aquel que no usara cubre bocas en la calle podía ser detenido y arrestado por 36 horas y se acordaron de que existen los derechos constitucionales.
Flexibilizaron las medidas sanitarias por la “reactivación económica” y salieron en manada, a pasear, a hacer nada, a contagiarse a lo tonto.
En resumen: quieren vivir su vida como si no existiera un virus que ya mató a miles de ciudadanos y que, de cierta manera, ha tocado nuestras vidas de una forma a otra, porque dudo que haya un mexicano que no conozca a alguien que haya muerto por culpa del maldito bicho.
Estas personas no entienden que la realidad que vivimos ya no es la del 2019, que estamos viviendo una emergencia sanitaria que ha cubierto de luto a miles y miles de familias en este país.
Prefieren enfermarse y, posiblemente, morirse, que permanecer dentro de sus casas porque ya no aguantan a “las bendiciones” y sus “parejas tóxicas”.
Para esta gente siempre es culpa de alguien más, el gobierno es corrupto, están castigando a los pobres, no piensa en la sociedad.
Pero eso sí, de manera muy conveniente ignoran que esos miles de enfermos y muertos no fueron contagiados por López Obrador y López-Gattel, que nadie los obligó a salir a pasear, organizar una fiesta con los compadres, a viajar a Cancún como si no pasara nada.
No entienden que la vida no puede ser igual que antes.
Quieren compararnos con países como Japón sin tomar en cuenta que allá, la sociedad trabaja por el bien común, nunca por la satisfacción personal.
Quieren que “papá gobierno” les de todo en la boca, que alguien más tome responsabilidad por lo que sucede, que otros pague las culpas de los errores.
Gritan muy fuerte y al hacerlo expulsan miles de partículas de saliva que seguirán contagiando a cientos de personas.
Nada es su culpa.
Nada les gusta.