Aunque las posiciones políticas son limitadas, la lucha por el poder es dinámica. Entre liberales y conservadores se han tejido complicados entramados y denominaciones; se ha llegado al extremo de que a veces unos son los otros y los otros son los unos; pero, en todos los casos se trata del dominio del derecho (legítimo) y el privilegio (cuestionable). El primero es general, el segundo personal. Uno respeta los marcos normativos y el otro los evade.
Obviando, las posibilidades de que se extienda en el continente el ejemplo de Argentina, donde los liberales llevaron al poder al ultraconservador Milei, son muy grandes y por ello preocupantes. Desde antes de la segunda vuelta, ya se sabían los resultados.
Los partidos conservadores tenían mayoría desde la primera votación: Massa obtuvo el 36.68 por ciento de los sufragios y Milei el 29.98. Sí, pero la ultra Patricia Bullrich, se llevó el 23.83 por ciento, mientras los peronistas Schiaretti y Bregman apenas alcanzaron juntos el 9.48. Massa y los otros sumaban 46.16, mientras Milei y su socia llegaron a los 53.81 puntos porcentuales.
Pero, más que los números, hay que ver las circunstancias para entender por qué los gauchos parecen ir en contra de la historia.
En Argentina, como en la mayoría de los países del cono sur, hay una crisis política permanente. Más que una consciencia crítica y un sentido político, existe un sentimiento de insatisfacción que no han podido conjurar los distintos regímenes durante la mayor parte del siglo XX y lo que va del presente.
Enrique Dussel, el notable filósofo argentino avecindado en México escribió: “Son las víctimas cuando irrumpen en la historia, las que crean lo nuevo. Fue siempre así, no puede ser de otra manera”.
Fueron las víctimas del capitalismo salvaje y feroz, que no encontraron respuesta a sus demandas en el régimen tibio e indolente de Alberto Fernández, las que llevaron al poder a Milei y su proyecto demencial. En México se diría que el fregado a todo le tira.
Fernández falló en todo, a tal grado que según un estudio realizado por la Universidad de San Andrés, el 15 de octubre de 2023: “La popularidad de
Alberto Fernández descendió en caída libre durante los últimos meses. Aproximadamente cuatro quintas partes de la población desaprobaba su gestión en mayor o menor medida en mayo de 2023”. Quizá en algunos círculos intelectuales se mantenía la idea progresista; pero, ésta no permeaba a las bases sociales. La comunicación estaba rota.
Aquí, la cátedra cotidiana del presidente Andrés Manuel López Obrador ha conjurado todos los intentos de cerco mediático y manipulación subliminal.
Se ha avanzado mucho en la revolución de las conciencias, pero no todo el monte es de orégano. En vísperas del proceso electoral más importante del siglo, se empieza a desplegar una estrategia de irritación social que puede resultar inquietante, sobre todo porque no todos pueden ver las mañaneras ni comprender la Cuarta Transformación.
Las víctimas de los gobiernos locales omisos; los marginados de los programas sociales, por sus propias limitaciones o falta de compromiso de sus operarios; los desatendidos por las instituciones oficiales, ya sea por exceso de carga o por intereses oscuros; la frustración de ver a los políticos con la camiseta guinda, pero el corazón verde (color de dólar), votando en contra del interés popular.
En fin, la irresponsabilidad y el valemadrismo de los mandos medios y bajos del proyecto progresista pueden resultar muy malos.
Quizá, visto lo visto, aún sea tiempo de rectificar y apretar el cincho a las mulas para que no haya sorpresas.