
Recientemente el mundo fue sacudido por las revelaciones de un portal de Internet llamado WikiLeaks, que desnudó la manera en la que el gobierno de Estados Unidos –a través de sus representaciones diplomáticas–, ve a los gobiernos del planeta con los que se supone tiene buenas relaciones.
Por medio de más de 250 mil documentos filtrados a cuatro importantes medios de comunicación en el mundo, todos nos dimos cuenta del tono con el que los estadounidenses se refieren sobre los temas que, se supone, competen exclusivamente a cada nación, su gobierno y ciudadanos.
Siempre hemos sabido que los norteamericanos son metiches y que, alegando a la protección de sus intereses, siempre encuentran la manera de entrometerse en la vida interna de las naciones que se dejan.
Por supuesto, México no iba a quedar fuera de las revelaciones de WikiLeaks y lo que nos enseñaron no es nada agradable.
Con una brutal sinceridad, lo menos que podríamos esperar de un diplomático informándole a su país; nos enteramos cómo hay funcionarios de nuestro gobierno que claman la ayuda de Estados Unidos para seguir luchando contra la delincuencia pues, saben, hay territorios que ya se perdieron.
Más allá de los detalles de los documentos que hablan de México y las revelaciones que hacen, una vez más queda demostrado que para Estados Unidos nuestro país no es un socio comercial o un vecino… somos su patio trasero, sus empleados, una especie de pariente pobre al que de vez en cuando visita para aventarle un pollito con papas fritas.
Y que conste que nadie está intentando decir que hemos encontrado el hilo negro; este desprecio de Estados Unidos y su gobierno por todo lo que huela a mexicano siempre ha existido, que haya quienes en tierras aztecas no lo quieran ver así es algo completamente diferente.
Porque la verdad, ¿alguien cree que somos tan tontos para creernos esos discursos oficiales que decían que México ya es socio de Estados Unidos, que podemos estar a la par de ellos, que tenemos la autoridad para reclamarles atención a los asuntos binacionales?
Quienes compraron esa mentira lean los documentos de WikiLeaks y observen con detenimiento el tono con el que los diplomáticos de Estados Unidos hablan de México, su gobierno y su gente.
Es cierto, en el vecino país hay millones de personas que quieren a México, que lo respetan y lo admiran por todo lo que representa, sin embargo muy pocos de ellos ostentan el poder.
Quienes llevan las riendas de la Unión Americana son los que bloquean reformas migratorias, les quitan el servicio médico a quienes emigraron buscando tener una mejor vida, meten a la cárcel a los que no tienen papeles.
Es triste reconocerlo, pero eso de la buena vecindad no es más que una bonita ilusión que se recuerda en ciertas festividades, cuando es políticamente correcto voltear a ver el vecino, tomarse una margarita y ponerse un simpático sombrero de charro.
El resto del año, tal y como ha sucedido a lo largo de la tortuosa relación entre México y Estados Unidos, nos van a seguir viendo como su patio trasero y muchos mexicanos van a estar felices con ellos.
Quizá si realmente nos vieran como socios, harían cosas tan sencillas como tratar con un poco más de respeto a los miles de mexicanos que gastan millones de dólares en sus tiendas, abriendo más casetas en los puentes internacionales y facilitando el intercambio comercial.