Cuando iniciaba su brillante carrera como cineasta, a mediados de los 80, el director Pedro Almodóvar se quejaba de algunos actores que se ponían el traje de divos en el set. No habían completado ni tres películas en su trayectoria y querían trato de Marlene Dietrich. Lo que más lamentaba el manchego era que los histriones controlaban la producción, como lo han hecho a lo largo de la historia. Un director no puede correr a un actor a la mitad de una filmación. ¿Qué haría con la película que ya rodó? ¿Hacerla de nuevo? Son costosísimas las producciones y los actores saben que tienen que ser tolerados. Por eso se ven muchos abusos en el set de estrellas que imponen condiciones, porque sin ellos la película es nada. Eventualmente algunos directores se fajan los pantalones y la cartera y echan a patadas al actor, aunque eso les cueste millonadas. Son los menos, claro. Felipe Cazals, el franco mexicano que hizo El Apando, lo ha hecho, al no soportar desplantes de algunos actores. Y literalmente los echó de la filmación a puntapiés.
Recordé a Almodovar ahora que inició el año en Monterrey con un nuevo episodio de la novela de Humberto Suazo, el chileno que ha contribuido a darle dos campeonatos al equipo de Rayados. El goleador un día de diciembre decidió que quería irse. Tiene aún contrato pactado hasta el último día de junio del 2013, pero cansado de vivir lejos de la querencia, expresó el deseo de regresar a casa o estar cerca de ella. Y le dijo a la directiva que ya no quería jugar en México. Lo hizo en Japón, donde La Pandilla tuvo una nada vistosa participación en el Mundial de Clubes. Los jerarcas del plantel ya habían tenido una experiencia aciaga con el andino que había hecho anteriormente la misma exigencia.
Aunque tenía contrato, decidieron darle permiso para que no acudiera al Clausura 2010 y emigrara al modesto Zaragoza del futbol español. Vivió su aventura europea. Gastó euros, conoció Eurodisney, se tomó fotografías en el Mediterráneo, visitó Barcelona y vio la arquitectura de Gaudi, el Palacio Real de Madrid y regresó seis meses después a Monterrey. El periplo fue inútil. Y lo que es peor, se trajo una lesión que no lo ha soltado.
La directiva sabe que se equivocó. No debió acceder a la necedad del ariete. La película se repite en este invierno. Suazo Pontivo quiere irse y sabe como los divos de la vida real, no los de la pantalla, de las películas de Almodóvar, que el futbol sin los jugadores, no es nada.
¿Qué hizo? Se declaró en huelga deportiva. No quiero estar aquí, dijo, y comenzó a negociar con otro equipo, con Boca Juniors, del futbol argentino. Su negativa deja atrapada a la directiva. ¿Cómo hacer que un futbolista rinda en un trabajo, como este, donde está necesariamente involucrada la pasión y el entusiasmo asociados al derroche físico? Suazo tiene sometidos a los directivos de Rayados. Su mensaje es: me quiero ir, no importa lo que haya firmado antes. He decidido irme y si no me lo permiten, me quedaré a jugar bajo protesta, lo que significa que no rendiré en la cancha.
A partir de eso, qué puede hacer la directiva. No se ha inventado un mecanismo para obligar a un jugador a desenvolverse con ardor, a invertir el corazón en la cancha. Quién sabe cómo responderá la afición, tan veleidosa. El Chupete ya dijo que no quiere saber nada del equipo. El desdeño a los colores fue absoluto. Aunque se sabe que la tribuna cambia constantemente de parecer, es probable que no deje pasar la afrenta. Pero, también es sabido que con un par de goles, el chileno puede ponerlos a sus pies.
Para lo único que sirven estas telenovelas extra cancha es para vender más noticias.