
Los programas televisivos de realidad, se convirtieron en una necesidad de las teleaudiencias actuales. El fenómeno sociológico del gran hermano que todo lo ve se impuso en el nuevo milenio como una forma original de explorar la comunicación interpersonal, en una modalidad intrusiva y emocionante.
En un futuro, observar la intimidad de los vecinos no será suficiente. Se requerirá sangre, muerte, mutilación, algo hard core, como el entretenimiento que ofrece Los Juegos del Hambre, un espectáculo abyecto de difusión internacional, ordenado por una nación totalitaria (parece ser una proyección de Estados Unidos) en el que cada distrito aporta un número de concursantes para que sean sacrificados frente a las cámaras.
El objetivo es que exista un solo vencedor. ¿La finalidad del show? Cumplir con un ritual que debe recordarle a la humanidad que todos deben vivir en armonía, después de haber sido aplastados en una rebelión pasada.
En estas guerras floridas postapocalípticas dentro de la modernidad y la tecnología que introducen en un videogame a chicos para participar en competencias letales, se cumple, paradójicamente, con un ritual bárbaro y ancestral, como si el ciclo de la historia se cerrara con un regreso al origen.
Los competidores, aquí, se llaman tributos. Ellos pagan con su vida el atrevimiento pasado, ofrecen sus vísceras a una teleudiencia ávida e intmidada.
Jennifer Lawrence es la voluntaria que va con Josh Hutcherson a la lucha por la supervivencia en el bosque, en espera de sobrevivir al despiadado ataque de otros humanos depredadores que se juntan en hordas, y confirman el modelo darwiniano de supervivencia.
Basada en la serie literaria mega seller de Suzane Collins, Los Juegos del Hambre es una apuesta muy arriesgada en una época donde el reality show parece ser una exhibición de bostezos, por su fórmula repetitiva, y en la que las sagas literarias han proliferado como esporas, sin que se les garantice el éxito.
Pero aquí hay una gran fuerza cinematográfica mezclada con soberbias actuaciones y una abundante descarga de adrenalina a lo largo de toda la película, que mantiene un tono electrizante, pese a que tiene un primer acto larguísimo, que es compensado con un ritmo imparable hasta el desenlace.
Jennifer Lawrence, nominada hace un par de años por Invierno Profundo y recordada por X Men: Primera Generación, está sobrecalificada debido a su calidad actoral. Quizás actúa demasiado formal para una película de acción, aunque cumple muy bien como chica ruda salvando al mundo, impávida frente a enemigos con mayor musculatura y habilidades.
La cinta va dirigida a los jóvenes que cumplen, junto a la heroína, una fantasía tan aterradora como emocionante: participar en un combate a muerte, como en una cacería de zorras y lebreles, mientras obtienen fama mundial.
Loa adolescentes que van a la masacre no solamente deben cumplir con el obligado deber de salvar sus vidas sino que son obligados a asesinar para mantenerse vivos. Eso los lleva a enfrentar escalofriantes dilemas morales de imposible resolución.
La fórmula dramática de Los Juegos del Hambre no es nueva, por supuesto. Ya anteriormente en los 80, Jean Claude Van Damme había intentado algo, con aceptables resultados en Operación Cacería, más atrás, el resucitado Schwarzenegger lo hizo con Running Man y hay quienes consideran que esta cinta es una copia del clásico japonés Battle Royale.
La cinta está muy por encima de las demás series de acción y entretenimiento que han surgido en un pasado reciente. Supera a Crepúsculo en todo: dramático, historia, ingenio y actuaciones y carga en un solo paquete lo que debe pedirse a una cinta dirigida a los chicos que no quieren leer, pero que ven en pantalla el contenido excelente de una exitosa novela.
Merece las secuelas que se aproximan.