
Parece una pesadilla: Sam Worthiungton comparte escenas, como héroe de acción, con Liam Neeson y Ralph Fiennes.
Furia de Titanes 2 es el vehículo donde los tres se suben para formar parte de un espectáculo extraño, mezcla de mitología griega con efectos especiales, para darle continuación a una exitosa cinta hecha hace un par de años, basada, a su vez, en el remake de una cinta ochentena.
La exitosa franquicia que puede ser prolongada hasta el infinito, con la manipulación de la mitología al servicio de la ficción, aquí se encuentra con una variante microscópica de la primera en la que Poseidón, mitad dios y humano, tiene que combatir a las deidades griegas que se obstinan en destruir a la humanidad que ha dejado de creer en divinidades.
Ahora, en esta segunda parte, los dioses olímpicos salen otra vez del inframundo para aniquilar a los inferiores mortales, debido a una pugna entre ellos. La misma premisa y los mismos riesgos.
Se entiende que el australiano Worthington sea designado para salvar al planeta de la devastación de los iracundos seres mitológicos. El actor ha desarrollado su carrera entre los efectos especiales y alcanzó un estatus de estrella instantánea con Avatar, la cinta más taquillera de la historia.
Pero algo extraño ocurre en el ambiente cuando se juntan Neeson y Fiennes, Zeus y su hermano Hades, en medio de una extravagante atmósfera de imaginería digital para ser dos rivales 3-D que luchan por el destino de la raza humana.
Ya en la primera parte, habían dado un pobre espectáculo, con túnicas rituales muy cercanas al ridículo. Esta vez prestan su enorme talento para completar un cuadro de efectos especiales, dentro del que decididamente no se ven cómodos y sí lucen como peces fuera del agua.
El joven Poseidón comanda las acciones en la película, aunque llega un momento en el que le presta su atención a los hermanos que concilian diferencias y prestan sus legendarios e inmensos poderes para salvar a la raza humana. Son como dos viejos pistoleros que mezclan sus habilidades para contrarrestar una colosal acechanza.
“Como en los viejos tiempos”, dicen e intercambian miradas cómplices. Comienzan a patear traseros para derrotar a engendros del mal que emergen de la mismísima boca del volcán que los eructa, mientras el ejército que se creía derrotado se reagrupa y vuelve a dar batalla liderado por Poseidón y su fiel Pegaso.
Toda la cinta es un largo videogame lleno de secuencias coloridas de acción, adobadas por maravillosos lienzos del inframundo, pero con un respaldo escaso de historia.
Los protagonistas pasan de un peligro a otro hasta llegar al esperado gran encuentro contra el padre de todos los dioses, el descomunal Cronos, liberado de su refugio de llamas que se rebela para acabar con la humanidad… o con una parte de ella, conformada por decenas de guerreros a los que va aniquilando sistemáticamente, hasta que llega Poseidón y regresa la existencia de todos al orden necesario.
Worthington sigue construyendo su carrera como prohombre de acción, pero sigue luciendo todo el tiempo como un galán dormido y aburrido de su propio trabajo en pantalla.
Pese a sus rutinarios componentes climáticos, carencia de inspiración y diálogos efectivos, este regreso de los titanes enfadados entretiene y, al parecer, eso es lo que buscaba.