
Los reyes también lloran.
Aún trepados en sus aposentos inaccesibles, los integrantes de la realeza son humanos, demasiado humanos, sin que el vulgo pueda percatarse de ello. Desde el balcón, los nobles parecen y actúan como si vinieran de otro planeta. Y parece que a los súbditos les gusta verlos así.
En El Discurso del Rey, Colin Firth es el soberano inglés Jorge VI, que inesperadamente asume el poder, aunque debe superar un nada despreciable problema: su tartamudez clínica.
La cinta es un enternecedor retrato de un hombre bueno, muy conciente de su compromiso con la historia, y la angustia que le produce la limitación que le impide ocupar con legitimidad el trono.
El rey tiene qué someterse al escarnio cada vez que es requerido para dirigirse a su pueblo, que observa con pena su urgente necesidad de viagra foniátrico para hilvanar un par de frases sin sentir el insoportable peso del desdoro.
Hasta que conoce, por casualidad, a un especialista que le enseña a expresarse con aceptable dicción, pero que, además, le muestra la vida desde otro ángulo. ¿Suena conocida la historia? Puede ser, pero la diferencia la hace la excepcional pareja de Firth con Geoffrey Rush como el médico encargado de darle consuelo y guía al monarca.
En esta excepcional interpretación basada en una historia de la vida real, Firth retrata a un tipo atormentado por un gigantesco defecto y su impotencia para remediarlo.
Pero frente al sufrimiento, el director Tom Hooper desde el principio le da esperanza a su personaje sometiéndolo a una increíble presión y enfrentándolo a un reto tan descomunal como la lectura de dos sencillas cuartillas para dar un mensaje clave a la nación en momentos críticos previos a la guerra.
Firth sigue el destino del hombre sigiloso que nace con muy mala estrella. Es un ser manchado dentro de la realeza, llena de prohombres con títulos pomposos, que se rodean de estadistas y participan en la toma de decisiones en el mundo. Oh, destino fatal: todo el mundo habla sin dificultad, excepto él, obligado a expresarse con puntual precisión para su pueblo.
Este inesperado rey a diferencia de sus predecesores tiene que inventarse y forjarse su grandeza en tiempos decisivos para la humanidad. Tiene que superar su crónica inseguridad, su contagioso nerviosismo para guiar a una nación, aún más temerosa, en la época del segundo conflicto bélico mundial.
La historia cuenta con un excelente reparto de apoyo encabezado por Geoffrey Rush que, como es su costumbre, se mete en la piel de un tipo nada convencional. Tal vez por su rostro sin simetría, sus facciones nada favorecedoras, recibe, de ordinario, roles de tipos excéntricos. En este caso es el poco ortodoxo fonetista que guía al rey en su lucha interna.
Helena Bonham Carter es la esposa del rey, una aristócrata leal y enamorada de su marido que sufre con él todas las penalidades y se esmera, como ejemplar consorte, en facilitarle la vida.
El Discurso del Rey ofrece mucho drama con algo de comedia y una lección sobre los defectos de las personas famosas, que se comportan frente al mundo como rock stars, pero que en su intimidad sufren dramas tan terrenales como la de este singular heredero de la corona que demuestra que la palabra no sólo sirve para transmitir ideas, sino también para expresar liderazgo.
Nada hay como un buen discurso para guiar a un pueblo en las horas más oscuras, dice el triunfante rey en el anticipado final.
Es una estupenda película, con grandiosas actuaciones.