Ricardo Antonio La Volpe se presentó en público para dar su versión sobre el affaire con la podóloga de Chivas. El movimiento agresivo, al comparecer ante los periodistas, era obligado. Para sorpresa general, quien acudió fue un hombre abatido y sollozante, un desconocido. ¿Ese es La Volpe? La pregunta no era ociosa, ni ofensiva. El Bigotón era reconocido por sus arranques de ira, su mal genio, su imposibilidad de controlar los síncopes de ira que lo acometían con frecuencia. Hugo Sánchez, máximo futbolista mexicano, dijo públicamente que el argentino intentó golpearlo alguna vez.
Quienes han trabajado con él hablan que, en el vestidor, La Volpe es un energúmeno. Que en las prácticas es un sargento y que no permite distracciones ni errores. Las fallas él las cobra con moquetes o con despidos.
Pero cuando acudió a la conferencia de prensa en la capital del país, el primero de mayo pasado, a dar su versión de los hechos, a desmentir a su acusadora, la terapeuta Belén Coronado, se vio inseguro. Por primera vez en su larga trayectoria deportiva, el che titubeó. Ya no era aquella máquina de dictar órdenes, aquel gigante arrogante que todo lo sabía de futbol, que no aceptaba imprecaciones de desconocedores, que tildaba al mundo de ignorante, porque no estaba a su altura, ni competía con él en sabiduría deportiva. Habló un hombre consumido por la culpa, agónico por un error fatal.
Si tenía razón, La Vople debió ser más contundente, nítido en expresiones, prolijo en detalles. Pero no lo fue y, con ello, se condenó. No fueron creíbles sus argumentos flacos. La verdad fortalece, la justicia de una causa propia, revitaliza. Pero quien había sido hasta horas antes entrenador de Chivas y había sido deshonrosamente expulsado del club, mancillado en su imagen al recibir acusaciones de rabo verde, habló por encargo, aleccionado. Dijo que a él nadie lo manipulaba, pero, contrario a su proclama, se expresó como autómata, siguiendo los dictados de su abogado. No hay reproche en ello, pues las batallas legales son descarnadas, y cada parte utiliza todas las argucias a su alcance.
No soportó la metralla de los periodistas. Se apegó al silencio, según dijo, como estrategia jurídica, pues no estaba autorizado a dar detalles. Lo que todos vieron es que no quiso hablar porque se iba a enredar más y, mejor, lloró.
Vi en reportes de televisión a su acusadora quien, después de varios días, llevada por la inercia informativa, por la implacable mediocracia, que le da la razón a quien recibe la bendición de la TV, tuvo que hacer explícito el caso que, inicialmente, se trató con discreción. Ya ahí, ante las cámaras, dijo que La Volpe pretendió tener trato íntimo con ella. Que hizo insinuaciones para recibir favores lúbricos. Como un bellaco, intentó forzarla para someterla a sus impulsos concupiscentes.
La chica, en las imágenes que fueron transmitidas internacionalmente, reía de nervios y, según vi, por la misma causa estuvo a punto de llorar, mientras relataba esos que ella llamó los 10 segundos peores de su vida. Pero también observé que, a diferencia del Bigotón, ella habló convencida. No puedo probarlo, pero su lenguaje corporal me indicó que decía la verdad. Por lo menos dio detalles de lo que ocurrió en el infausto encuentro. Eso, aportar minucias del caso, es un buen indicativo para creerle: ya presentó una declaración ministerial, que fue públicamente exhibida y si hubiera variado la versión, hubiera sido pillada en el embuste. Pero no, ella repitió una y otra vez la misma historia, lo que me da a entender que la vivió en su terrible dimensión. Nadie la ha condenado, hasta ahora, por variar la declaración.
O tal vez sea una genial impostora, lo que hasta ahora no ha sido, tampoco, descubierto.
En lo que parece ser el inicio de la conclusión de este penoso caso, que ha destruido una reputación pétrea, La Volpe dejó el país, aprovechando que no ha sido requerido por la ley, como se supone ocurrirá. Legalmente no escapó, aunque así parece. Ya luego vendrán los desahogos de pruebas y todo lo demás. Sus defensores, como se ve, le apuestan al olvido, a que pase el tiempo y que la efervescencia mediática disminuya. Así será más fácil manejar todo en el juzgado.
Lo que sospecho es que, aunque la fama del argentino ha sido lastimada irremediablemente, pronto será contratado, de nuevo, por algún equipo de primera división del futbol mexicano. Es un tipo capaz. Importaría poco lo que de él se ha dicho.