La huída del pueblo hebreo por la opresión del faraón Ramsés, en Egipto, es una de las más antiguas leyendas de acción; paradójicamente, el relato descrito en el Antiguo Testamento, es traído ahora a la pantalla grande 3 mil años después, con los más avanzados adelantos tecnológicos visuales en la cinta Exodo, dioses y reyes.
El maestro Ridley Scott se involucra, de nueva cuenta, en una épica gigantesca, apuntalado por imaginería CGI, ubicada en un tiempo remoto, cuando las pirámides aún estaban en construcción y Dios hablaba con los mortales.
Con un sabor monumental que ya había entregado en Gladiador, con impresionantes recreaciones de época, Scott ambienta fielmente la suntuosa arquitectura de Luxor, a un lado del río Nilo, y el terrible contraste de los esclavos, viviendo para el trabajo atroz hasta la muerte, hacinados en barrios miserables.
Moisés es uno de los grandes personajes de la literatura universal y su biografía es, también, uno de los más bellos relatos jamás descritos. Las hazañas se han repetido durante centenares de generaciones a lo largo de los milenios en el libro de la Biblia conocido como Exodo, atribuido al mismo patriarca.
Scott tenía un arduo trabajo para presentar su propia versión, que rivalizara con Los Diez Mandamientos, de Cecil B. DeMille, referencia cinematográfica para establecer el parangón obligado.
Christian Bale no es Charlton Heston pero hace un excelente Moisés. El Caballero de la Noche luce impecable como el hombre barbado, dándole un giro interesante a su concepción de prócer. El joven crece con su hermano Ramsés (Joel Edgerton), en el palacio del faraón, a donde fue llevado de pequeño, después de haber sido rescatado de las aguas del Nilo.
La historia inicia con el distanciamiento de los hermanos.
Scott crea un Moisés de acción, violento, sanguinario, un asesino que no duda en hundir la daga en defensa propia. Faraón, es, también un general valeroso que al asumir el trono enloquece de soberbia y se transforma en un ser cruento, que recurre a atrocidades para mantener sometido al pueblo israelita.
La cinta de 150 minutos fluye, con una larga explicación de las tribulaciones de los hermanos cuando se unen y cuando viven en solitario, uno en el erial del destierro y el otro en el interior del palacio. Es un desgloce innecesario del pasaje ya conocido, una lectura de la Biblia para principiantes.
Sin embargo, el director no le aporta nada al relato tradicional. Además de algunos grandes momentos visuales, la cinta se convierte en una aparatosa anécdota llena de colorido, pero carente de corazón. Los mejores momentos ocurren durante el azote de las plagas monstruosas, mediante las cuales el Altísimo castiga al Faraón y su pueblo.
Pero fuera de eso, Exodo carece de grandes momentos. Las disyuntivas de los personajes son pocas y se resuelven con escasa crispación. Bale y Edgerton entregan finas actuaciones, pero sus actuaciones están muy lejos de ser épicas. Más bien parecen un chico bueno con ademanes de británico en control, y un muchacho malvado, con dejo de antagonista oriental, lleno de sevicia y traumas.
El momento mágico de Exodo es la apertura del Mar Rojo. Scott empleó todo su poder para hacer una reconfiguración de la historia, con su propia apertura de las aguas, en una escena maravillosa que, pese a todo, no compensa la innecesariamente prolongada odisea del profeta que recibió en tablillas las leyes básicas del cristianismo.
Exodo: dioses y reyes es una cinta interesante, ruidosa y gigante, con bellos acabados, pero que tiene una marcada debilidad en su centro dramático.