
Probablemente fuese un tópico esperado. O temido, por parte del gobierno mexicano. Y sucedió: el papa Francisco cuyo liderazgo mundial trasciende al religioso, se plantó el lunes 15 de febrero en la selva de Chiapas y pronunció un preciso y fuerte señalamiento contra “el dolor, el maltrato y la inequidad” sufrida por los pueblos indígenas, que en México suman 11 millones de personas de un total de 50 en toda América Latina.
Jorge Mario Bergoglio pidió perdón a los indígenas y animó a que los gobernantes también lo hagan por “excluirlos, menospreciarlos y expulsarlos de sus tierras”.
El viaje del papa Francisco por los problemas nuevos y viejos de México fue subiendo los decibeles conforme avanzaba la gira. Ya su presencia en el Estado de Chiapas, donde un tercio de sus cuatro millones de habitantes sufre pobreza extrema, sitúa al Gobierno frente una de las grandes asignaturas pendientes del país: la prácticamente inexistente integración de los indígenas en la vida cultural, social y política del país. Además, Bergoglio lo hizo sin medias tintas, incluyendo también al Vaticano y a la jerarquía mexicana de la Iglesia católica entre quienes se han equivocado en su relación con Chiapas y sus moradores. La visita a la tumba del obispo indigenista Samuel Ruiz (1924-2011), cercano a la teología de la liberación y a quien el Gobierno y el Vaticano hicieron la vida imposible, se convirtió en la constatación más gráfica de un cambio de ruta. El otro gesto fue autorizar de nuevo la ordenación de diáconos permanentes indígenas y la utilización en la liturgia de sus idiomas, algo que ya hacía el obispo Ruiz y por lo que recibió fuertes críticas de la Iglesia oficial.
Bergoglio ligó la protección de los inmigrantes con el cuidado a la naturaleza. Dijo que “el mundo de hoy” tiene mucho que aprender de la relación “armónica” de los indígenas con la naturaleza y animó de nuevo a los gobernantes a tomar ejemplo de una cultura que aún educa a sus jóvenes “con la sabiduría de sus ancianos”.
Tras las palabras de Bergoglio, el obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi leyó un emotivo mensaje suscrito por las comunidades indígenas: “Aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos y nos has tomado en cuenta. Llévanos en tu corazón con nuestra cultura, con las injusticias que sufrimos, con el dolor de nuestros enfermos. Gracias por haber aprobado el uso en la liturgia de nuestros idiomas. Queremos hablarle a Dios en nuestra lengua”.
Pero el momento clave de la presencia del Papa en Chiapas se produjo en San Cristóbal de las Casas, durante la misa celebrada en español y en las lenguas indígenas.
Mientras el pontífice hablaba abajo, en la explanada, destacaron los trajes multicolores y una infinidad de atuendos étnicos originarios de todas las regiones de México. Unas 100 mil personas participaron de la celebración.
El Papa empezó su discurso con la frase en tzotzil “Li smantal Kajvaltike toj lek”, que significa “la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma”. Partiendo de allí hizo una reflexión sobre el anhelo a la tierra inscrito en el corazón de los hombres y de los pueblos.
Todos, corroboró, desean una tierra donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz. Un anhelo que es compartido por Dios, apuntó.
Después de reconocer como legítimo el anhelo de los pueblos indígenas de vivir en libertad –“en una tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean la moneda corriente”–, el Papa pronunció un alegato que, por su relevancia, merece la pena reproducir en su integridad. “Muchas veces, de modo sistemático y estructural, los pueblos indígenas han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡perdón! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita”.
(Notimex/El País)