
Bajo el recalcitrante calor de la frontera, una mujer de la colonia El Mezquite, en Reynosa, despacha varios helados a unos niños que, sonrientes, se marchan.
Al darse la vuelta no pasa desapercibida una enorme fotografía que cuelga del gimnasio de su vecino, que llevará el nombre de su hijo, fallecido hace casi dos años en una de las peores tragedias de las que se tenga memoria en la ciudad.
Por ser amante del boxeo Fernando Del Angel Zamora era un joven muy conocido en el barrio. A sus 19 años vivía las mieles del matrimonio; Kahely Estefanía, su única hija, acababa de nacer y cuatro meses antes había obtenido empleo en una compañía petrolera. El futuro para él era prometedor hasta que la desgracia llamó a su puerta.
La mañana del 18 de septiembre de 2012, inmediatamente después de registrarse un enorme estallido en el Centro Receptor de Gas de Petróleos Mexicanos (Pemex), situado en el kilómetro 19 de la carretera federal Reynosa-Monterrey, el obrero de Visión Global Industrial, S.A. de C.V., aturdido, salió corriendo de las instalaciones en llamas, sin fijarse que un vehículo lo atropellaría. Del accidente, Fernando fue el primero en aparecer en la lista de los 33 muertos que ocasionó este desastre.
Doña María Zamora, admite, pasaron meses sin que ella y su esposo Nicolás, pudieran caer en cuenta de su muerte, porque tenían la esperanza de que se tratara de un mal sueño, pero no fue así, paulatinamente lo fueron comprendiendo.
Hoy, a casi dos años de distancia, esta madre de familia originaria de Tampico, se toma el tiempo para hablar de esos recuerdos, los cuales se agolpan en su memoria todos los días, mas se hace fuerte y contiene las lágrimas.
SIN VUELTA DE HOJA
Al saber que el dictamen de las investigaciones (de lo que pudo haber provocado este infortunio en el complejo energético de Pemex Exploración y Producción (PEP), perteneciente al Activo Integral de Burgos, fue clasificado por la Procuraduría General de la República (PGR) como confidencial hasta el año 2025, la madre afectada se resigna. Dice que acepta los designios que Dios le ha mandado.
Reflexiona y afirma que “es triste (la partida de un ser querido), y más de esa forma, pero hay que prepararse también para eso…”, porque “si Dios así lo quiso, ni modo”…
En medio del sufrimiento de perder primero a sus padres y luego a Fernando, doña María ha sacado la energía suficiente para seguir adelante por sus demás hijos y nietos.
“Aunque me sigue doliendo no puedo continuar llorando en un rincón, porque mi familia me necesita”, agrega.
Por eso es que pasa la mayor parte del día en el puesto de golosinas y raspados que renta frente a su casa.
El propietario del local construyó en la parte de arriba un gimnasio en memoria del muchacho fallecido. No les une más que una gran amistad y los recuerdos que éste dejó entre los amigos de la colonia.
“El dueño de aquí me dijo que le pondría al lugar el nombre de mi hijo, a quien le gustaba mucho el deporte, boxear.
“Al principio pensé que cada mañana al salir de la casa lo veríamos ahí en esos pósters, pero después me di cuenta que estaba bien, porque mi niño no quedará en el olvido. Me imagino que ha de estar muy contento porque aquí en la cuadra todos lo recuerdan”, menciona orgullosa.
NUNCA LE INTERESO EL DINERO
Doña María vive al día, sin lujos ni grandes comodidades. Confiesa que jamás tuvo la intención de solicitar parte de los 600 mil pesos que la empresa le pagó a su nuera como indemnización y considera que fue lo mejor.
“Siempre me ha gustado hacer algo por cuenta propia y, aunque es poquito lo que gano, este negocito (Sic) me sirve para mantenerme entretenida, para mí es suficiente. Llegan los niños y juegan a las maquinitas”, comenta.
De su pequeña nieta Kahely Estefanía, que en diciembre cumple los tres años de edad, doña María manifiesta que la extraña en todo momento.
Debido al trabajo de Karla -quien fue esposa de su hijo Fernando hasta el día en que murió-, ambas han tenido que mudarse de colonia, pero esta abuela disfruta cuando puede convivir con ellas, porque a pesar de todo lo que han vivido y sufrido “siempre serán parte de la familia”.
Después de atender a otros clientes, la madre del difunto cierra unos momentos el negocio y cruza la calle Chopo hacia su domicilio para mostrar las fotografías que atesora. El silencio, que sólo es interrumpido por el sonido de los pasos de doña María subiendo y bajando las escaleras, rebota en la vivienda de interés social.
En sus manos sostiene los cuatro portarretratos con la imagen de su hijo, su nuera y sus nietas. De las niñas la mayor es Kahely Estefanía. Con orgullo refiere que “ya está bien grande”. Al menos su hijo Fernando dejó descendencia.
Dice que nunca olvidará cuando el joven –que de vivir tendría 21 años– descendía corriendo por los mismos escalones para irse a entrenar, después de llegar del trabajo y ducharse. La besaba a ella, a su esposa y a su hija. Los recuerdos emergen.
A unos días de conmemorarse el segundo aniversario luctuoso de la muerte de Fernando y de decenas de las víctimas de la explosión, nadie le ha llamado a su mamá para reunir a los deudos ni para meditar juntos en la tragedia.
Asegura que el año anterior tampoco los invitaron al homenaje de Pemex en la colonia Petrolera, pero se enteraron por otro lado y fueron de las pocas familias que acudieron. Los demás eran trabajadores de la paraestatal.
Al final doña María expresó su deseo de que los jóvenes y la sociedad en general sepan vivir honesta e intensamente, tal y como Fernando lo hizo hasta el último día. Las heridas se remueven, pero ella se refugia en los buenos
recuerdos.