
Fotos Andrea Jiménez / La Habana, Cuba
Alexis caza turistas afuera de un mercado de artesanías ubicado junto a la aduana portuaria de La Habana. Su amigo Jorge maneja un viejo Chevrolet 1954 y por cinco CUC -cinco dólares en la moneda para extranjeros-, lleva a los pasajeros a un hotel frente al Parque Coppelia donde se reúnen cientos de personas para conectarse por Wi-Fi, algo impensado hace tres meses bajo el sistema comunista en vías de colapsar.
De piel color chocolate, este adolescente trabaja para ayudar a la economía de su familia y apuesta a la buena voluntad de los visitantes para renovar su guardarropa. Una propina de uno a tres dólares diarios, una playera y con mejor suerte un par de tenis en sus pies, seguro significa la Navidad adelantada para Alexis cuando el verano va de salida en la Isla.
Sin prisa, chofer y copiloto, aguardan en la rampa del hotel La Habana Libre para recibir los regalos prometidos: dos camisetas, una pintura de uñas y un billete de 50 pesos mexicanos que, convertidos a pesos cubanos, serán un bálsamo para resistir a la precaria vida de los habitantes que miran cautelosos el reciente noviazgo diplomático entre La Habana y Washington.
Por las calles del viejo sector del puerto caminan los turistas que llegan en mayor número desde que el 17 de diciembre de 2014 Raúl Castro y Barack Obama aparecieron en las pantallas de los viejos televisores que hay en la mayoría de los hogares, para abonar al árido camino de una confrontación con Estados Unidos que lleva más de 55 años desde el triunfo de la Revolución encabezada por Fidel.
Fue el comandante Fidel Castro que insertó a Cuba en el bloque liderado por la desaparecida Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), la potencia que colapsó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y la aceptación del último dirigente soviético, Mijail Gorbachov, sobre el fracaso del sistema comunista.
Alexis tiene 19 años y como la mayoría de su generación no vivió los peores años de su país cuando la URSS retiró todo el apoyo a Cuba, conocido como periodo especial entre 1989 y 1994. En ese tiempo dejaron de llegar los buques con bandera soviética con toda clase de mercancías, especialmente combustibles y alimentos, que por casi 40 años violaban el embargo comercial, todavía vigente, impuesto por Estados Unidos.
Y es precisamente el levantamiento del bloqueo y el regreso del territorio de Guantánamo, donde se ubica la base militar estadounidense, las principales condiciones que puso Castro a Obama antes de que los ojos de los cubanos empiecen a ver la invasión de Starbucks, Wal Mart, McDonald’s y Subway.
“El problema de Cuba no es de seguridad, ni de educación, ni de salud, es solamente económico”, aseguran Ruperto e Ivonne que viven cerca del malecón de La Habana. El matrimonio tiene dos hijos mayores viviendo en Estados Unidos y ofrece en renta el segundo piso de su casa por 20 dólares diarios, equivalentes a 20 CUC (peso convertible cubano para extranjeros).
Un empleado de gobierno gana entre 250 y 500 pesos cubanos (10 a 20 dólares) al mes. Por lo mismo muchos profesionistas universitarios prefieren trabajar en hoteles, pizzerías, restaurantes de alta cocina conocidos como paladares, o choferes de cocotaxis, donde las propinas ayudan a tener una mejor vida.
El miedo de los cubanos a los cambios que se avecinan tiene que ver con la seguridad, porque desde la instauración del comunismo en la década de los 60 del siglo pasado, el tráfico y consumo de drogas son temas que solamente ven a través de la serie “El señor de los cielos” a la venta en DVD.
Los niños y adolescentes juegan en los deteriorados barrios de La Habana Vieja y Centro Habana hasta la madrugada, sin que un vendedor de drogas quiera hacer su negocio como en Estados Unidos y el resto de los países del Continente Americano. Ese cáncer del narcotráfico y su metástasis en toda la Isla preocupa a los habitantes.
“Si alguien quiere vender droga en Cuba corre el riesgo de pasar toda su vida en la cárcel o ser fusilado”, dicen Ruperto e Ivonne que tienen como huésped a una periodista alemana en un cómodo cuarto con un televisor de pantalla plana, aire acondicionado, cama matrimonial, sofá, cocina-comedor y terraza.
El gobierno de Raúl Castro ha tomado decisiones que su hermano Fidel no quiso hacer por décadas, como permitir a los cubanos hacer negocio con los turistas ofreciendo hospedajes a menor precio que los hoteles de cinco o cuatro estrellas como El Nacional, La Habana Libre, Meliá o Iberostar.
Por los tradicionales sectores como Habana Vieja, Centro Habana, Vedado, Nuevo Vedado y Miramar, se ven anuncios colgados con un logotipo color azul sobre fondo blanco que ubica una casa de una familia que pasó todos los filtros de las autoridades para recibir turistas. Obvio, los pocos propietarios pagan impuestos de sus ganancias.
También por 15 dólares o 15 CUC se pueden conseguir alojamientos más sencillos, con familias que buscan otras fuentes de ingresos preguntando a los extranjeros si trafican con mercancías como ropa, artículos de belleza y calzado.
En el aeropuerto “José Martí” es visible la ausencia de las siglas HSBC en el exterior de los pasillos (gusanos) por donde se desplazan los pasajeros. En cambio abundan los viejos vehículos años 50 para trasladar las maletas a las bandas.
En esa terminal aérea es como entrar al túnel del tiempo, o a un capítulo de la película Volver al Futuro. Ahí se han retenido personas provenientes de México y Cancún sospechosas de ser burreras.
El 1 de septiembre, a unos pasos del check-in de Interjet en salidas internacionales del aeropuerto “Benito Juárez” de la Ciudad de México, un hombre nos pregunta hacia dónde vamos.
— A La Habana, respondí.
— ¿Podrían llevarse esos bultos?, propone en relación a un contenido que sabrá Dios qué es pues las cajas están selladas con cinta canela.
Ante la negativa insiste. Y se dirige a dos mujeres con acento cubano que aceptan, rechazando una propina de 200 pesos mexicanos.
A unos metros platican dos agentes de la Policía Federal sin notar su presencia. Es un burrero, quizá de La Merced o Tepito, que seguramente está abriendo ruta y separando piso para cuando Cuba permita el comercio informal de fayuca.
Antes de abordar, otro hombre discutía con los empleados de Interjet que le prohibían viajar con un aparato de aire acondicionado conocido como mini-split.
Luego de dos horas y 20 minutos, el avión de la compañía mexicana aterriza en el “José Martí”; las dos mujeres esperan los bultos para cruzar la Aduana donde decenas de pasajeros hacen fila para declarar mercancías.
En La Habana los viejos aparatos electrodomésticos de origen soviético siguen funcionando con un alto consumo de luz, pero las nuevas políticas permiten reemplazarlos solamente por marcas Made in China, ninguna de Estados Unidos y países que apoyan el bloqueo.
Sin embargo no todos los habitantes de la capital tienen familiares en Miami y en otras ciudades de Florida, sobre todo, que envíen dinero para darse ese lujo que se multiplican en techos y paredes de los viejos edificios de La Habana Vieja y Centro Habana.
Son cerca de las cuatro de la tarde y la temperatura alcanza los 35 grados, con una sensación de calor mayor por la humedad. Faltan tres semanas al arribo del Papa Francisco a la capital para oficiar una misa en la Plaza de la Revolución, flanqueado por la silueta del mítico Ernesto “Ché” Guevara.
Ningún cubano, asegura Ernesto, conductor de un cocotaxi del sitio afuera del hotel Habana Libre,
pudo apostar que un día habría un presidente negro de Estados Unidos y un Papa argentino encabezando un evento católico junto a su compatriota el “Ché”, uno de los héroes de la insurgencia.
En vísperas del arribo a la Isla del Sumo Pontífice, quien tuvo un papel relevante en las nuevas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, no se hacen milagros.
Dentro de la Iglesia de El Carmen, ubicada en la calle 26, dos jóvenes dormitando se refrescan de las altas temperaturas frente a unos abanicos eléctricos, mientras en el atrio una señora reza El Rosario sin llamar su atención.
Es La Habana, donde los balcones de los edificios carcomidos por una combinación de tiempo y salitre muestran a sus moradores mirando hacia el horizonte fumando un puro; donde en los alrededores de El Capitolio se ofrecen los falsos Cohiba que supuestamente vende una cooperativa atrás de la Fábrica de Puros.
En 1959 Fidel Castro invitó al ex presidente de México, Lázaro Cárdenas, a festejar el primer aniversario de La Revolución con un desfile militar frente al Capitolio. Años atrás el general influyó para que el líder revolucionario fuera liberado de una cárcel mexicana.
Dentro del Museo de La Revolución, ubicado al lado del Memorial a la embarcación Granma, en un lugar especial junto a un espacio dedicado a Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el “Ché”, destaca el rostro en bronce de Lázaro Cárdenas.
En el Granma, que zarpó de Tuxpan, Veracruz, con Castro a bordo y desembarcó en Playa Girón para iniciar la liberación de Cuba en 1956, un joven del ejército hace guardia y casi desmaya a las turistas femeninas.
Con boina verde y ojos claros, el soldado acepta ser objetivo de las cámaras fotográficas. Pero eso no es todo, con movimientos dignos de un modelo de pasarela gira su cintura 180 grados, como si frente a él estuviera un productor de telenovelas mexicanas listo para firmar un contrato, sacarlo de la Isla y convertirlo en actor o cantante.
Cerca del Museo, en la esquina de la calle Aguacates, el paladar de nombre Iván Chef Justo ofrece un menú gourmet a celebridades como la socialité Paris Hilton y la modelo Naomi Campbell, que en agosto pasado visitaron La Habana antes de que comience la invasión de los Burger King.
Por 36 dólares incluyendo propina, una pareja puede disfrutar de un lugar de moda cercano al malecón con especialidades de la casa: cerdo, langosta, pulpo, moros con cristianos (arroz y frijoles negros) y limonada. Semanas antes de la presencia de la Hilton y la Campbell, estuvo como cliente el actor boricua-estadounidense, Benicio del Toro, quien encarnó al “Ché”en un filme.
Caminar bajo el sol o la luna por La Habana Vieja es como desnudar la inseguridad que se vive en el mundo occidental, algo irreal para los cubanos. Hay jóvenes que salen de cualquier casona en ruinas, se te acercan y te preguntan de dónde vienes. Y si respondes: “De México”, como grabadora repiten: “México lindo y querido”.
Casi siempre andan en pareja, hombre y mujer. Son inofensivos pese a su aspecto: unos color ébano, otros pecho desnudo, algunos tatuados y usan pantalones desgastados porque los True Religion o Levi’s no están en los aparadores; las tiendas exclusivas, con acceso para isleños pagando con CUC’s, están dentro de los hoteles de un mundo que pertenece a Obama.
Frank es un taxista de 34 años. Nunca ha estado como huésped en uno de ellos y, en cambio, su realidad es manejar un taxi amarillo propiedad del Estado por un salario de 10 dólares mensuales. Cambiados a la moneda nacional, los 250 pesos cubanos le alcanzan a cubrir necesidades básicas de alimentación para él y su pareja.
No como en tiempos del periodo especial cuando los cubanos no podían rentar un cuarto de hotel, tampoco entrar a tiendas exclusivas de extranjeros que pagaban en dólares y que ya cerraron, una noche en La Habana Libre le costaría 3 mil 625 pesos cubanos (145 dólares a la cotización actual).
Frank hace cuentas en su cabeza: para alojarse en ese hotel de cuatro estrellas localizado en el sector de La Rampa por la calle 23, tendría que invertir siete meses de su sueldo. Por eso, con las propinas busca otras opciones como ahorrar para que un día pueda viajar legalmente al extranjero.
Los cubanos pueden salir del país, dice el taxista, no como antes cuando el mundo era inaccesible para los 11 millones de habitantes de la Isla. Pero siguen dependiendo de que los gobiernos extranjeros les otorguen una visa. Por eso escapan del sistema comunista hacia Florida y México en embarcaciones caseras y frágiles que naufragan antes de alcanzar su destino.
Para confirmar las carencias por el bloqueo a Cuba no es necesario ser un experto en la materia, basta hospedarse o caminar por la ciudad: no hay bolígrafos o plumas en las habitaciones; en los restaurantes las servilletas de papel están contadas; es inútil buscar revistas a colores con atracciones turísticas; la goma de mascar y el jabón de manos son escasas, y las turistas sufren para encontrar toallas femeninas.
Desde la instauración del régimen socialista, cada familia cuenta con una libreta de productos básicos que garantiza cierta cantidad de azúcar, aceite, harina, frijol, café y cinco huevos por persona, no diarios, ni por semana, sino al mes.
Hay pequeñas tiendas donde se compra pollo, carne de res y puerco, cerveza, ron, y tapas de huevos sin depender del tope de la libreta. A estos negocios acuden quienes superan los 250 o 500 pesos de salario mensual, especialmente los empleados en la ascendente industria turística.
En las calles abundan vendedores ambulantes que empujan carritos rodantes que ofertan dulces de chocolate, galletas, frituras o un aguacate del tamaño casi de un melón por tres pesos moneda nacional (dos pesos mexicanos).
Lizeth estudió el bachillerato en educación básica y dio clases a nivel primaria. Pero un día tomó una decisión que estaba entre sobrevivir y mejor vivir: dejó las aulas y ahora trabaja de mesera en una pizzería donde puede ganar hasta 60 dólares (mil 500 pesos cubanos) en vez de 10 dólares (250 pesos cubanos) mensuales, el sueldo de un empleado del gobierno.
Por las calles transitan autos antiguos Ford, Chevrolet, Buick y Pontiac, entre otros, casi todos cincuentones. Con colores vistosos y muchos en perfectas condiciones de hojalatería y mecánica -dignos de un museo o propiedad de un coleccionista-, pasean a los turistas por cada rincón de La Habana durante una hora por 20 ó 30 dólares, porque también en Cuba se regatea.
Ariel tiene 41 años y está al volante de un impecable Pontiac 1954 color rosa desde hace varios años. El auto tiene otro dueño a quien reporta las ganancias diarias y, en una buena jornada, puede obtener hasta 40 dólares, menos pago de impuestos, un carnet y permisos vehiculares.
En tres ocasiones, relata, ha solicitado permiso al gobierno de Cuba para viajar a Estados Unidos donde viven unos familiares. No ha tenido suerte y se lamenta: “Es un decir que las cosas han cambiado y que podemos viajar fuera; nos ponen mil obstáculos y mi caso no es el único”.
De su segundo matrimonio Ariel tiene dos hijas, de un año y tres meses y la mas pequeña de siete meses. Su trabajo de chofer le ayudará a solventar la compra de leche cuando, cumplidos los dos años de edad, el gobierno retira la ayuda a los niños.
Pero ser trabajador independiente conlleva a asumir sacrificios y ausencias familiares. Yuri es mesera de un restaurante de la
zona Vedado, tiene una hija y atiende a los clientes de 9 de la mañana a 12 de la medianoche por un sueldo de 60 dólares al mes, unos mil pesos mexicanos.
Hortencia es camarera de La Habana Libre, mulata y con hijos, de una bolsa de su delantal blanco saca un billete doblado y unas monedas que suman 235 pesos mexicanos que recibió como gratificación de los huéspedes.
Los isleños pueden acudir a los centros autorizados por el Estado a cambiar divisas extranjeras. Billetes sí, monedas no. Por eso aprovechan el trueque con los turistas en los cuartos o pasillos del hotel en una operación legal. En los años 90 durante el periodo especial tener y traficar con dólares era un delito grave.
Sobre el malecón un turista camina cuando apenas el sol se asoma. Días antes se reabrió la embajada de Washington en el mismo edificio donde estuvo previo al triunfo de la Revolución, rumbo al sector de Miramar, a unos 400 metros del lujoso hotel El Nacional que hospedó la delegación de Estados Unidos encabezada por el secretario de Estado, John Kerry.
Desde temprana hora llegan los pescadores, lanzan sus anzuelos y conviven con las olas que rompen en las escolleras; para unos jóvenes la fiesta todavía no termina y siguen bebiendo ron, y tres mujeres de edad madura platican con familiares que viven en Florida conectadas con Wi-Fi.
La mayor, de cabello blanco, supera los 70 años y en poco tiempo se ha convertido en una experta de la conexión por Internet. Es la zona de La Rampa donde nace la calle 23. A través de la pantalla ve y platica con su hija en una charla que termina en lágrimas. No es la única, el sector es una inundación de celulares, tabletas y computadoras portátiles.
El mundo real llegó a Cuba apenas en julio pasado, cuando en La Habana se permitió la conexión por Wi-Fi en solamente seis zonas de una metrópoli de dos millones de habitantes, a un costo de entre dos y 10 dólares la hora, según la tarifa para clientes extranjeros o nacionales.
La compañía telefónica estatal lleva un control sobre los usuarios de este novedoso servicio, pidiendo a los turistas el pasaporte, el carnet o la credencial de elector para vender una tarjeta. Datos que son archivados en un sistema como sucede en Plaza Américas de Varadero, centro turístico a 145 kilómetros de la capital.
De los años del periodo especial a la fecha es notorio que los militares están más en los cuarteles que en las calles de La Habana. Aunque Rogelio, el chofer del taxi que transita de Varadero rumbo al aeropuerto “José Martí”, no comparte esa percepción.
“Cuando los Juegos Panamericanos de 1991 no había combustible suficiente. Por eso los soldados viajaban como cualquiera en las guaguas (autobuses urbanos) y se les veía por todos lados. La presencia militar es la misma, sólo que ahora usan de nuevo sus vehículos y usted no los ve”, dice el hombre de 54 años.
Rogelio no se imagina una Cuba diferente cuando el matrimonio de La Habana y Washington sea firmado: “Porque los beneficios en salud, seguridad, educación y un país sin consumo y tráfico de drogas no se pueden negociar con Estados Unidos”.
Coincide que el principal problema de su nación es económico. Y la falta de oportunidades para destacados profesionistas como un médico amigo suyo que ha dictado conferencias en el extranjero y forma parte del staff de doctores que atienden al comandante Fidel Castro.
“Es un médico que seguro puede ganar poco más de 20 dólares mensuales, pero sus pacientes son agradecidos y le regalan un pescado, un pollo o hasta un cerdito cuando los consulta o los opera”, cuenta.
Sobre las carreteras periféricas de La Habana circulan autobuses de reciente modelo Yutong, originarios de China, que remplazaron a las unidades soviéticas cuando la extinta URSS dejó en la orfandad a su hermano menor caribeño.
Del viejo aliado político y militar sólo quedan camiones de carga, maquinaria agrícola y grúas que arrastran autos cincuentones averiados que funcionan de milagro. Las refacciones ya no existen y siguen dando servicio “porque se arreglan al estilo mexicano: con un desarmador y un alambre”, dice Rogelio.
Pero de los males es el menor. Los males mayores que pueden llegar a Cuba están a solamente 180 kilómetros, la distancia que separan a la Isla del principal consumidor de drogas en el mundo: Estados Unidos.
Tips para un viaje sin hacer corajes
:: Los cocotaxis son opción para conocer La Habana, pero no se suba al primero que pase, puede regatear el costo.
:: Las tarifas de los autos clásicos varían dependiendo si es convertible o cerrado. Una hora vale de 20 a 30 dólares.
:: Tenga paciencia con las personas que le preguntan de dónde es. No son gente peligrosa, sólo quieren una propina.
:: Un dólar (1 CUC convertible) es una buena gratificación. Aunque puede ser más generoso con la camarera del hotel.
:: En La Habana puede caminar hasta la madrugada sin correr riesgos porque la inseguridad no es problema… todavía.
:: No compre puros Cohiba a personas que le ofrecen cerca del Capitolio, porque no son originales. Vaya por lo seguro.
:: En las tiendas de artesanías de La Habana Vieja y del mercado portuario todos los precios también pueden regatearse.
:: Hay paladares de cocina gourmet a precios accesibles, pero no pague por el servicio, sólo propina. Pregunte antes.
:: Sólo en hoteles de cinco y cuatro estrellas hay servicio Wi-Fi, así como en seis zonas de la capital. Cuente hasta diez.
:: Tenga mucho cuidado en comprar una tarjeta de Internet en las calles, pues corre el riesgo de que sean falsas.
:: No se tome fotos con mujeres vestidas con atuendos típicos frente al puerto, porque exigen 5 dólares de propina.
:: Sea paciente si se hospeda en La Habana Libre, sólo funcionan dos de seis elevadores, así que tome su tiempo.
:: En la Isla escasean bolígrafos, servilletas de papel y gomas de mascar, pero las mujeres sufren por las toallas íntimas.
* En los desayunos de los hoteles hay casi de todo, menos melón, uvas y palillos de dientes para sorpresa del turista.
Para la historia
:: Julio de 1953.- Fracasa el asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba y Fidel Castro es condenad a 15 años de prisión.
:: Mayo de 1955.- Por una amnistía a presos políticos, Castro y otros seguidores del movimiento se exilian en México.
:: Noviembre de 1956.- Castro y 81 personas parten de Tuxpan, Veracruz, a bordo del Granma rumbo a Cuba para iniciar la Revolución.
:: Enero de 1959.- El general Fulgencio Batista cede el poder de Cuba a una junta militar y abandona el país. Castro entra a La Habana.
:: Mayo de 1960.- Cuba y la extinta URSS restablecen relaciones diplomáticas y se nacionalizan bancos y empresas de EU.
:: Octubre de 1960.- EU decreta el embargo contra Cuba y se rompen relaciones diplomáticas entre ambos países.
:: Mayo de 1961.- Fracasa el desembarco en Bahía de Cochinos, apoyado por anticastristas radicados en Miami, entrenados por EU.
:: Abril de 1980.- Salen hacia el exilio 130 mil cubanos desde el Puerto de Mariel hacia Miami, inconformes con el régimen.
:: Octubre de 1992.- Salen de Cuba los últimos mil 500 soldados rusos y Cuba sufre el periodo especial por la extinción de la URSS.
:: Enero de 1998.- En una visita insólita por el divorcio entre el comunismo y el catolicismo, el Papa Juan Pablo II visita la Isla.
:: Mayo de 2012.- El expresidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, visita la Cuba en un acontecimiento histórico.
:: Julio de 2007.- Fidel Castro delega a su hermano Raúl la presidencia del gobierno y el régimen comunista empieza a sufrir cambios.