• Saltar a la navegación principal
  • Saltar al contenido principal
  • Saltar a la barra lateral primaria
  • Saltar al pie de página

Edición Impresa

Hora Cero Tamaulipas

Hora Cero Tamaulipas

Periódico con las noticias mas relevantes de los sucesos en Tamaulipas

  • Local
  • Regional
  • Nacional
  • Internacional
  • Deportes
  • Espectáculos

Noche larga en Reynosa

16 de enero de 2019 por Heberardo González Garza

“¡Chingadamadre! ¡Otro pinche bache en el que caigo!”.
Pablo, un día común en Reynosa

Tengo muy poco que dejé de usar la pesera, me cuenta mi papá que en esta frontera, pero en la de antes, esa que le tocó disfrutar a él, era el medio más seguro de transportarse, no pasaba de que jugaran algunas retas los choferes para ganarle el pasaje a otra ruta, incluso iban a comprar mandado y subían las bolsas derribando gente por su estrecho pasillo. Ahora es distinto, ya no subimos acompañados de esa tranquilidad, de aquella seguridad que te garantizaba regresar ileso. Es diferente, ahora la principal utilidad del transporte colectivo es servir como kamikaze, es vehículo suicida, contención natural para las avenidas, calles, bulevares, a la hora de cualquier enfrentamiento. “Peseras primero”, fue la frase que escuché en medio del fuego cruzado, cuando un tipo de mi edad con arma en la mano tenía el control de la situación, logrando intimidarnos y haciéndonos descender como si nos hiciera un favor respetando nuestras vidas. En esta ciudad en donde la humillación es consolada por el férreo deseo de sobrevivir.
Recién compramos mi carro pensamos que las cosas iban a cambiar, y pues en cierta forma sí, pero ahora el peligro cambió de piel y corro el riesgo de que me lo quiten para alguna persecución. Después de graduarme de la UTTN ya era todo un profesional y no quería andar a pie; mis papás me apoyaron para comprarlo —¡nos salió en un ojo de la cara la regularizada!—. Nos los vendió un amigo de mi hermano que se dedica a la compra-venta de carros americanos en la subasta. Le decía a mi papá que un conocido que trabaja en el gobierno nos podría poner unas placas sobrepuestas con un diez por ciento de lo que nos costaría el trámite normal, pero bueno, mis papás se me echaron encima con la sola propuesta y me dijeron que estaba loco, que no sacrificó tanto tiempo y esfuerzo para darnos estudios, que estaba contribuyendo con la delincuencia. —¡Sepa Dios qué tantas hierbas más me dijeron!—. Sólo justifiqué mi débil argumento en la costumbre: “¡Todos hacen lo mismo y no les pasa nada!”—. Otros sólo traen un cartón de Onappafa, pagando solo dos o tres mil pesos. —¡Chingos los traen como si nada!—. Mi papá prefirió hacer las cosas “derechas”, pagando más y aquí estoy con carrito. Todavía no tengo un mes con el mugroso carro y ya le suena no sé qué cosa por el pinche bache.
A punto de salir de mi trabajo, en el Parque Industrial del Norte, recibo la notificación de Facebook: al parecer hay una situación de riesgo a unos minutos de la maquila, en Soriana Periférico. Ya les gustó agarrase a balazos en el mismo centro comercial ¿Por qué no se van a otra parte? Mi madre siempre se preocupa por mí, que tenga cuidado, que soy muy atrabancado para manejar, para hablar, en fin, para muchas cosas. Pero siempre le digo: “Sí madre, no pasa nada, tampoco soy tan wey para echar bronca por donde quiera, yo solo lo digo para mis adentros, ni loco que estaría para gritarle de carro a carro a alguien; además, tengo como mi ángel guardián a Facebook, ¡ese sí que no falla!”. Siempre la hago repelar y me encanta que me diga: ” ¡Cállate, huerco cabrón!”. No sé, me hace recordar mi infancia.
Antes de subir la lomita para incorporarme al libramiento ¡zas! Tenía razón mi ángel guardián, hay una balacera, se escucha tan feo, tan fuerte, como si estuvieran al lado mío las ráfagas, hasta parece que caen en el capacete el odio en forma de casquillos. Nuestros oídos en Reynosa se agudizan, y adoptamos“súper poderes¨”, esos que vemos en las películas, como La Mujer Maravilla o El Hombre Elástico. Aquí nuestras orejas siempre nos ponen alerta; se escuchan como si estuvieran enfrente de mí y solo logro verlos a través de mi imaginación que es recreada por mis oídios. Lo único que me queda es orillarme, cerrar mis ojos y apretar fuertemente mis manos, y de manera espontánea empiezo a recitar el padre nuestro, que ya me lo sé como si fuera la tabla del cinco. Aquí es cuando lamento no tener la costumbre de ir a la iglesia y saber qué decir en una situación como esta. ¡Qué ironía! Pareciera que el verde de mi camisa hace contraste con mis circunstancias. Entre más apretaba las manos, más lamentaba no andar en la pesera, al menos ahí compartía mi angustia con otras miradas. En este momento solo tengo mi retrovisor, sólo veo mis ojos llenos de temor. Después de momentos tensos la calma llega por mis manos, poco a poco empiezo a desatar mis dedos y mis oídos me tranquilizan al escuchar las sirenas de la Policía. Era señal de tranquilidad. Siempre llegan cuando ya se acabó todo y para mí eso representaba vivir un día más. Hablo a mi casa para decir que voy a llegar tarde. ¡Ni de chiste les digo que estuve en una balacera! Como quiera a mi papá le llegan las alertas de “Código rojo”, pero les diré que hay tráfico.
¡Chingado! Ahora sí me falló el pinche Facebook, no me avisó que dejaron poncha-llantas y ya pisé una o sepa madres cuántas. Después de cuarenta minutos que estuve estacionado por la balacera me pasó todo esto. ¡Vaya tarde! Lo bueno que es viernes y el cuerpo lo sabe, me toca salir. Esta es la ciudad de las mentadas, no hay día que no la miente, si no es una cosa es otra. Deberíamos ser patrimonio mundial de la mentada de madre, aquí siempre hay un motivo para obsequiar una. Lo bueno que por el libramiento hay varias llanteras, unas que ya estaban y otras que instaló algún visionario que le vio futuro a la inseguridad. Volveré a hablar a mi casa. Ya voy tarde, pero que empiecen la carne asada sin mí, total para cuando llegue chance y ya esté mi cena lista.
¡Por fin! Después de una hora haciendo fila me parcharon la llanta. Me da risa cuando me pregunta el de la vulcanizadora: “Jefe, ¿va a querer la estrella o la deja aquí?”. Se me hace que estos cabrones las coleccionan, pero como quiera le dije que me la llevaba, sirve que la suba a Facebook y les presuma. O tal vez no lo haga porque si me agarra un operativo militar y me ven la madre esa, seguro me detienen por traer esos clavos retorcidos en forma de estrella; regresé y se la dejé al chavo que me atendió muy amable. ¡Pues cómo no, si me cobró el doble! Igual que la regularizada. Pero bueno, la amabilidad se agradece siempre, sea cual sea el motivo y más en medio de una ciudad tan polarizada donde vivimos siempre alertas del exterior por sobrevivencia personal.
Llegué a mi casa después de todo un peregrinar. Normalmente hago treinta o cuarenta minutos máximos de la maquila a la casa, aunque hoy fue diferente. Salí a las seis de la tarde y son casi las diez de la noche, entre balaceras, tráfico, vulcanizadora, todo puede pasar en esta frontera. Mientras comía mi trozo de carne frío les platicaba a mis papás todo lo que me había sucedido; mi madre rápido se paró de su lugar cuando le estaba contando lo que me había sucedido en tan corto tiempo. Encendió una veladora. ¡Pobre mi madre! Antes las velas las utilizábamos para cuando se iba a luz, ahora forma parte de nuestros hábitos tenerle una a San Juditas Tadeo. Dicen que nunca falla, y sí le creo porque siempre nos hace llegar con bien de donde estemos. —No todo es Facebook—, pensé para mis adentros.
La verdad, creo que estoy dando el viejazo y ya me dio flojera salir. Sí, me dio flojera poner la carne otra vez en el asador para calentarla; mejor me baño y me pongo a ver la nueva serie de Diego Luna, Narcos en Netflix, dicen que está muy buena, y no sea que vaya a salir algún conocido de Reynosa. A punto de iniciar la serie escucho que tocan la puerta bruscamente. ¡Ay Dios!, ¿qué será ahora? Me levanto de la cama y estaba Juanita la vecina platicando con mis papás echa un mar de llanto la pobre mujer. Pensé en lo peor, que algo les había pasado a sus hijos, pero me puse a parar oreja y como chonito me enteré que les habían entrado a robar en su casa. Venía a preguntarle a mi madre si había escuchado algo; iba llegando de Veracruz de donde fue a ver a una tía que estaba enferma, que era su único familiar. ¡Pobre Juanita! Pidió dinero prestado para ir con su familia. Estuvo ausente sólo tres o cuatro días y dejó su casa sola, lo suficiente para que los amantes de lo ajeno la dejaran casi encuerada. Llegó y la puerta de atrás estaba abierta de par en par. Dice que lo primero que vio fue el televisor estrellado. —A estos pendejos se les ha de haber caído—, fue lo primero que pensé. No tenía grandes cosas Juanita en su casa, pero como dijo una compañera de la maquila: “No es mucho, pero es todo lo que tengo”. A esos cabrones se los deben de llevar a la NASA o alguna parte chingona, pues tienen una puntería para dar con las cosas. Uno pasa días buscando alguna medallita, reloj y esos te descubren todos los recovecos. Serían unos excelentes sabuesos. Hasta los calzones de Mario, su hijo, se habían llevado; como que estos echaron varios viajes porque el cesto de la ropa sucia tampoco estaba. Se hubieran llevado la ropa también, sirve que no lavara la pobre mujer. Se me ocurrió aventar ese chascarrillo –de mal gusto, por cierto—a ver si mi Juanita se alivianaba, y sí, de perdido esbozó una sonrisa. Lo único que pude hacer fue abrazarla antes de que mi mal comentario se hiciera grande, y ya sabrán, mi madre con una mirada fulminante me comía. Apenas abracé a Juanita soltó el llanto, como si estuviera deseando tanto un calor solidario; parecía como si realmente hubiera perdido un ser querido. Lo único que se me ocurrió decirle fue lo clásico, lo tradicional, lo que inventamos. Los reynosenses hemos formado un diccionario de frases consoladoras y solté una de ellas: “Lo bueno que fue en lo material Juanita”. Mira quién chingaos lo decía. Unas horas antes le menté la madre a todo mundo por el bache, por el ruido, por el poncha-llanta, por todo, hasta al de la vulcanizadora la llevó. No pensé que me fuera a responder y me estremeció lo que me dijo. Volví a sentir ese sudor que recorría mi cráneo, el mismo, idéntico al de la balacera: ¨Pablo, llegué a Reynosa con una mano atrás y otra adelante porque en mi pueblo no había qué comer. Aquí mi viejito, que en paz descanse, se vino a trabajar, y le habían dado esta casita de Infonavit por parte de la compañía; tus papás saben todo lo que hemos pasado. Llegamos hace 23 años, cuando tú apenas tenías un año de nacido, y me tocó cambiarte los pañales. Y que me roben lo único que tengo. Es como si me quitaran una parte de mí, como si me estuvieran cortando un brazo. ¿En qué momento nos robaron a Reynosa? ¿En qué momento perdimos la tranquilidad, la paz, Pablo?”. —Me quedé helado, no supe qué decir y solo la volví abrazar—. Mi papá fue a ver cómo había quedado la puerta de su casa, improvisando un remedio para que no pasara la noche con la puerta abierta. Me volví a acostar con una sensación de desamparo o indefensión que no está padre. Esta ciudad tiene la capacidad de amputarte el corazón y mantenerte de pie, sin rumbo, así me sentí. Apagué la televisión, apagué todo, también me daban ganas de apagarme yo mismo de una buena vez.
A los pocos minutos escucho: “Que te ruegue quien te quiera/Que yo no lo voy hacer/Y te vas a quedar queriendo chiquitita…”. ¡Ay no, ahora qué! ¿Quién cantaba? Lo que faltaba, llegó el vecino nuevo con treinta pelados, la mitad de ellos disfrazados de banda sinaloense con todo. Y cuando digo todo es todo el kit que incluye: borrachos, mujeres, whisky, gritos, cierre de calle, camionetas, luces. Debería de venir Diego Luna a Reynosa y hacer una pinche serie de lo que vivimos día con día aquí. Y le saldrían libros enteros a Alfonso Cuarón para sus películas. Hasta un comediante traían. Entre canción y canción una especie de Franco Escamilla región cuatro, contaba unos chistes tan malos. O sería que no estaba ambientado como ellos. Y a lo lejos se escuchaba una pobre inocente que gritaba: “Es viernes y el cuerpo lo sabe”. ¡Pobre ingrata, ya era sábado, son las doce de la noche mamacita! Pero el lunes a primera hora pido permiso en el trabajo para poner una queja en la presidencia municipal para que le vayan parando su borlote al nuevo vecino; me pasó lo que a la ranita: “Me acordé que estaba en Reynosa y desapareció la intención como por arte de magia”.
Como quisiera construir un muro enorme, sí, un muro y grande, con púas y botellas de vidrio quebradas en la parte de arriba para evitar que lleguen nuevos vecinos a la colonia. A media cuadra hay una secundaria; a dos, un jardín de niños, y en las casas de Infonavit todo se escucha. Todavía me retumban los quejidos de Juanita entre otras tantas mezclas que mi agudo oído detecta. Tal vez sea esta frontera la que Carlos Fuentes recreó en su novela “Gringo viejo”. Todo parece indicar que sí cuando dice: “El gringo viejo vino a México a morirse”. “El gringo viejo se murió en México. No más porque cruzó la frontera. ¿No era esa razón de sobra? “ .”Ser gringo en México. Eso es mejor que suicidarse. Eso decía el gringo viejo”. Y pensar que Fuentes estaba describiendo una frontera revolucionaria, que pareciera que las circunstancias se congelaran en el tiempo para volverlas a experimentar.
Por más que quiera comprender la vida, por más que me digan que soy joven y que tengo un futuro por delante, las ráfagas contaminadas enferman mi cuerpo, mi mente y mis sueños se nublan. ¿De qué me sirve ser joven?, si el futuro se me va en lo más ordinario. La violencia y el caos en esta ciudad inicia desde lo más pequeño; no tiene su origen en un secuestro, en alguna violación, no, eso es lo que hemos permitido por corromper a un tránsito, por engañar a un maestro, por mentirle a un compañero, por falsificar una firma a nuestros padres, es el cúmulo de detalles que se nos ha convertido en una bola de nieve. Callamos aunque podamos hablar, cerramos los ojos aunque podamos ver, nos desentendemos aunque podamos oír, preferimos callar aunque nuestras manos sientan la corrupción, pero es indefensa, argumentamos. No ocupamos matar a alguien para contribuir a la violencia. Desde el saludo, desde el estridente sonido del claxon nos manifestamos. El silencio nos ha hablado de mil maneras, y lo hemos ignorado. Me aterra el hombre, sus acciones, pero más nuestras omisiones. Mi infancia falleció, fue acribillada por mis pensamientos, por los recuerdos que ha acumulado mi mente atestiguada por mis ojos.
Ya no hay fiesta, la diversión quedó como recuerdo, como un mueble viejo, de esos que no te puedes ni sentar porque de solo mirarlo se cae. Salimos porque es nuestro estado natural. Queremos conocer. Ante la incapacidad de nuestros padres de retenernos, nunca estarán preparados para vernos enfrentar el mundo exterior; esa metamorfosis que nos obliga a convivir con lobos sanguinarios, que sin tener apetito solo asesinan por esencia, por placer, cegados por el propio instinto. Hemos atravesado horrendos momentos como los de Ramona, una amiga de mi madre que vive en el otro extremo de la ciudad, de quien luego les contaré su triste historia.
Lo que inició con una mentada de madre, pasó a un día común en esta ciudad, donde la indiferencia se ha convertido en una enfermedad contagiosa, incurable, perpetua, en donde el dolor es un hábito y nos asombra un día soleado. Llegas a una edad en la que solo aprendes a deprimirte y abrazar la ansiedad como única compañera ante la ausencia de fe terrenal.
Este es un día cualquiera en esta frontera, en donde no hay nada más elocuente que sufrir la diferencia entre violencia y justicia, sin contar los homicidios, balas perdidas que dejan jóvenes tirados y con una familia destrozada. Una frontera secuestrada por sus circunstancias, mutilada por el gobierno, pero sobre todo por nuestra indulgencia; queremos arreglar todo con el tiempo para que se nos olvide lo que no hemos, ni han arreglado. Será una noche larga en Reynosa, como muchas, como todas, que se viste de un negro plumaje llevando en su color la penitencia.

Busca más noticias

Síguenos en:

  • Facebook
  • Instagram
  • Pinterest
  • Twitter
  • Youtube

Cruzar por Camargo a EU, sin novedad

Héctor Hugo Jiménez

Confusión + elección = a fracaso

Neptuno

Avances en seguridad

Fortino Cisneros Calzada

Siguen los cambios en Televisa Tamaulipas

El Apuntador

Archivado bajo: Columnas Etiquetado con: En Dos Palabras

Barra lateral primaria

Footer

Sitios de Interés

  • El Universal
  • Diario Milenio
  • El Mañana de Nuevo Laredo
  • El Diario de Laredo
  • El Norte
  • La Jornada
  • En Río Bravo
  • La Prensa

Nuestros Sitios

  • Hora Cero Web
  • Hora Cero Tamaulipas
  • Hora Cero Encuestas
  • Hora Cero Nuevo León
  • Revista TOP
  • Revista Doctors

Hora Cero Tamaulipas · Derechos Reservados 2020 ©

Síguenos en:

  • Facebook
  • Instagram
  • Pinterest
  • Twitter
  • Youtube

Periódico líder en información y noticias de hoy: política, cultura, espectáculos y más del Estado de Tamaulipas

  • Local
  • Regional
  • Nacional
  • Internacional
  • Deportes
  • Espectáculos
  • Vida y Cultura