En las temporadas de conciertos que dirigía Carlos Chávez en Bellas Artes, se cerraban las puertas de la sala en punto de la hora anunciada; nadie podía entrar ni un minuto después, y la gente decía que lo único puntual en México eran las corridas de toros y los conciertos de Chávez.
Lo cual demuestra que es posible crear islotes de seriedad en medio de una falta de seriedad general, y que la gente nota la diferencia. Además, tiene efecto multiplicador. Mostrar que la puntualidad es perfectamente posible y mejor para todos favorece que se vaya extendiendo de unas zonas a otras. Aunque México oscila entra la exaltación patriotera y la depresión patriotera, y se pasan por alto los avances tranquilos, es un hecho que la puntualidad fue ganando terreno, y que en muchas zonas se ha vuelto de rigor.
Compárese, por ejemplo, con la falta de seriedad de los letreros. Un visitante es invitado a cruzar una puerta rotulada: “¡Peligro! No pasar.” Titubea, y el anfitrión le explica amablemente que no hay peligro, que el rótulo se puso cuando estaba ahí una subestación eléctrica, que ya no está. ¿Y por qué no quitan el letrero? No se les había ocurrido. En cambio, en las calles hay baches peligrosos y alcantarillas abiertas sin aviso alguno, aunque pueden provocar accidentes mortales.
Hay calles con indicaciones contrarias al tránsito autorizado (que cambió) o sin señales y hasta sin el nombre de las calles. Desde 1981, entraron en vigor los códigos postales, pero no constan en las placas. Lo que hay (cuando lo hay) son las antiguas zonas postales. También hay carreteras con las nuevas señales de “Ruta 2010” (que indican lugares de interés turístico por la Independencia o la Revolución) fuera de lugar. Hay lugares sin señales, y señales donde no existe el monumento, museo o parador que se anuncia. Lo mismo sucede con las carteleras publicadas en la prensa que anuncian actos que no habrá, lugares que no son, horarios equivocados; y, por el contrario, omiten actos que sí hay y la gente se pierde. El costo social de los avisos equivocados o faltantes es tan alto y el costo de remediarlo tan bajo que hay una sola explicación posible: la falta de seriedad.
La creación de islotes de seriedad se facilita en unidades de operación pequeñas y autónomas. Para bien y para mal, están sujetas a una personalidad dominante que puede imponer la seriedad (o la falta de seriedad) en sus dominios. Por eso llega a haber proveedores, notarías, talleres, escuelas, consultorios o contratistas que son islotes de seriedad. Algunos se han hecho ricos, porque es tan difícil encontrar empresas cumplidoras, competentes y honestas que hay clientes con dinero dispuestos a pagar la diferencia.
La gente seria en posiciones subordinadas no puede crear un islote de seriedad. La falta de seriedad de los compañeros sordos a las reconvenciones amistosas está fuera de su control y afecta su propia seriedad. Más irremediable es la falta de seriedad que viene de arriba. No deja más salida que la renuncia, la resignación o el cinismo.
Si la gente seria encabeza unidades de operación que no son autónomas está en el mismo caso, aunque sean jefes; con la complicación adicional de que pueden tener subordinados que arruinan la seriedad de toda la unidad pero están fuera de su control, porque son recomendados de arriba o sindicalizados intocables, cuando no maleantes peligrosos.
Llega a haber islotes de seriedad incrustados en una burocracia o en filiales de grandes empresas cuando el jefe de las operaciones logra cierta autonomía. Pero el avance es vulnerable a la acusación de “feudo”, a la rotación de jefes o al surgimiento de contrapoderes. Cuando Carlos Chávez, muchos años después, fue invitado a dirigir de nuevo en Bellas Artes, descubrió rápidamente que ya no podía crear un islote de seriedad, porque el sindicato no estaba de acuerdo y no había nada que hacer, por lo cual renunció.
Muchas vidas y millones de pesos se ahorrarían si en la lucha contra el crimen (corroída por la falta de seriedad) hubiera, por lo pronto, una base completamente segura, competente, transparente y cumplidora de la ley: las cárceles, cuya falta de seriedad transforma todos los esfuerzos de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial en algo poco serio. ¿Para qué sirven los muertos en la persecución del crimen si las leyes y sentencias no se cumplen en las cárceles? Las cárceles dominadas por ineptos, corruptos y maleantes son el frente de batalla más importante para ir tomando una plaza tras otra, convertidas en islotes de seriedad.