
Ala tercera fue la vencida. Así es que vale celebrar que Andrés Manuel López Obrador por fin ganó de calle la elección presidencial, cuando menos para que no hubiera necesidad de que soltara el tigre por todo México como lo había pronosticado en caso de sentirse robado por el sistema. Qué bien por su triunfo pues así nos libramos también de los grupos violentos y porriles de Morena y de que se nos apareciera el diablo, según amenaza latente de la presidenta del partido de AMLO, Yeidckol Polevnsky, en caso de que hubieran alegado un fraude contra el tabasqueño.
México se inclinó a la izquierda. Lo paradójico es que el tsunami político que recorrió todo el país el domingo 1 de julio nos hizo ver que fueron millones de jóvenes y sus “benditas” redes sociales, y otros millones adultos hartos de los partidos tradicionales, los que confiaron el futuro de México a un viejito, quien ha manifestado su legítima ambición de pasar a la historia como un “buen presidente”, y él, a su vez, ha prometido colocar en los puestos claves de su gobierno a otros muchos viejitos y viejitas. Eso habla de que la experiencia, como la de Marcelo Erbrard, Héctor Vasconcelos, Javier Jiménez Epriú, Olga Sánchez Cordero, Esteban Moctezuma, Poncho Romo, entre otros, será un baluarte en la conducción de los destinos nacionales por los próximos seis años.
Y es de esperarse que esa experiencia siembre confianza entre aquellos que le temen al de Macuspana y aún respiran el tufo del slogan que le endilgaron en 2006, “un verdadero peligro para México”. Nada está escrito como para negar que la cuarta
transformación de México, profunda y radical (de raíz) traerá beneficios a todos. Nada está escrito. Pero al menos no podemos estar peor en cuanto a corrupción, impunidad, desigualdad social, niveles de pobreza e inseguridad. Aunque hay quien, temeroso de los efectos del populismo de quien pueda sentirse un caudillo e iluminado, llora nada más de imaginarse que algún día nuestros hijos o nietos anden buscando comida en botes de basura, como ocurre actualmente en Venezuela.
Para eso están las instituciones que nos han costado sudor y lágrimas. Para eso están las organizaciones de la sociedad civil. Para eso están los contrapesos de los buenos medios de comunicación y para eso están las lecciones de la historia entre los integrantes más sensatos del futuro gobierno de López Obrador, quien ha prometido que en el próximo régimen no habrá endeudamiento público ni expropiaciones y que iniciará el 1 de diciembre con el cumplimiento de sus promesas de campaña, en especial el aumento en las pensiones de los viejitos y de las personas de capacidades diferentes, además de los apoyos económicos a los alumnos preparatorianos.
Tarde se le hace para quitarle la carga onerosa a las finanzas públicas de las pensiones de los ex presidentes de México. Y hay que estar alertas de la nueva Reforma Educativa que hará con el apoyo de los maestros y padres de familia, además de que revisará con lupa los contratos de los que se ha hecho la iniciativa privada al amparo de la Reforma Energética. Y a ver en qué para su arrebato propagandístico durante su campaña contra el nuevo aeropuerto en Texcoco, para cederlo a grupos empresariales, pero no gratis, o para detenerlo o echarlo abajo y construir el de Santa Lucía.
Yo ya quiero ver convertido en un espacio cultural todo el terreno de Los Pinos, al dejar de ser residencia presidencial y cederlo al pueblo para su solaz y esparcimiento. Igualmente ardo en deseos de ver la subasta del avión que estrenó Enrique Peña Nieto o su venta a Donald Trump, para que los viajes de López Obrador sean en líneas aéreas comerciales. Y me alegra tener un primer mandatario sin guaruras del Estado Mayor Presidencial ni aparatos excesivos de seguridad, viviendo en su actual domicilio o cuando mucho adecuando un espacio del Palacio Nacional en su habitación ordinaria, al hacer realidad su austeridad republicana y el combate al gasto superfluo.
Me ilusiona en qué momento bajará el IVA en la frontera y saber ya los sueldos raquíticos que tendrán sus colaboradores en el gobierno federal, pues nadie ganará más que el presidente, además de reconfortarme con que no habrá aumentos de impuestos “en términos reales” y que, así como terminará con la corrupción de golpe y porrazo, acabará con los gasolinazos, y su famosa amnistía traerá la paz a este lindo suelo, azotado por la violencia en forma inmisericorde. Pero, sobre todo, ya quiero comprobar la tolerancia a la crítica y la reafirmación de la libertad de prensa y expresión de parte de quien, al ser señalado como un estatista que desconfía de la sociedad civil, se atreve a someterse al escrutinio público con gran humildad. Porque un gobierno de viejitos así, bien vale la pena. Su sabiduría, diremos entonces, está fincada en su edad, porque han sabido vivir y servir verdaderamente al pueblo, el cual, por lo pronto, se ha salvado de un tigre suelto por todo México y de que se le aparezca el diablo a la vuelta de cada esquina.