
Vi un pene por primera vez cuando tenía como 11 años y no fue porque lo quisiera.
Entonces “eran otros tiempos”.
La tienda estaba a la vuelta de la casa y era común que fuera a comprar sola de vez en cuando.
Salí de la casa y adentro de un carro estaba un tipo masturbándose, al que vi después del típico “sht, sht”.
No lo entendí, hasta muchos años después, cuando en silencio sentí pena y coraje.
Por esa misma época, recuerdo bien un leotardo color rosa pastel, hermoso, que casi siempre combinaba con shorts que mi mamá me hacía y me llegaban casi a mitad de rodilla, por eso de que me aguantaran “hasta el otro año”.
Ese era mi outfit un día al salir de la casa de una vecina, y un tipo, también en un auto, me dijo algunas cuantas leperadas sobre mis pechos que ni siquiera sobresalían, porque entre una tabla y yo no había diferencia. Pero bueno, era un pendejo más.
Cuando tenía cinco, participé en un festival del kínder en el que bailamos una canción del grupo Garibaldi y el atuendo era una blusa blanca con un chaleco negro con lentejuela blanca y una falda corta, igual negra.
¡Cómo me gustaba! y lo usaba junto con unos tenis blancos que mi mamá bordó con chaquira y lentejuela del mismo color.
Frecuentemente coincidía con un muchacho en un lugar al que yo acudía con mi familia y en una de esas yo llevaba ese traje y recuerdo que alguien me dijo: “¿viste cómo se le fueron los ojos cuando te vio las piernas?”… Sí, lo dije unos párrafos atrás: yo tenía cinco años, ¿cómo creen que se veían mis piernas?
A los veintitantos le siguieron dos nalgadas en la calle y a mis treinta y tantos unos tipos en un carro que me siguieron por varias calles y se me emparejaron cuando me estacioné afuera de mi casa.
Y te acostumbras… haces bilis, echas madres ahogadamente, temes, corres, a veces no lo entiendes hasta después, o no reaccionas, te gana la impresión, pasa y después… sucede de nuevo.
¿Cuántas con una historia similar?
EN TLÁHUAC Y REYNOSA
Tenía algunos minutos de haber llegado al trabajo cuando me enteré de que una mujer había sufrido una violación tumultuaria en Reynosa, en esta ciudad en donde, como en muchas otras, “no pasa nada”.
A través de redes sociales, una usuaria exhortaba al cuidado y a la empatía, pues denunciaba que la víctima deambulaba golpeada, con la cara casi desfigurada y semidesnuda sin que fuera auxiliada por alguien, hasta que ella y su madre lo hicieron.
Fue violada por seis hombres y mantenida tres días en cautiverio en el centro de la ciudad, donde además la torturaron.
Suele pensarse que las más jóvenes son quienes están expuestas a vilezas de este tipo, pero no, es cualquiera y somos todas, ella tiene cuarenta años.
Todavía no salía de mi asombro cuando me encontré con la noticia sobre Fátima, de siete años, cuyo cuerpo fue localizado dentro de un costal con signos de tortura, a la orilla de un camino de terracería, en Tláhuac.
En un video de una cámara de seguridad se aprecia que una mujer la lleva de la mano.
La mujer de Reynosa iba caminando a un OXXO, a Fátima se la llevaron de la escuela aprovechando que su mamá se demoró un poco en recogerla.
La reynosense tiene cuarenta años, Fátima tenía siete; inocentes las dos, víctimas de la inmundicia humana que no siente amor por sus semejantes, de la escoria de la sociedad que hacen que este mundo cada vez sea más inseguro y esté más perdido.
Me duele porque soy mujer y tengo 34 años, algunos menos que la víctima de violación; me duele porque tengo hijas, casi de la edad de Fátima; me duele porque no quiero que ningún hombre sufra por la pérdida de su esposa, su novia, su hija, su hermana o su madre.
Duele hondo… cala fuerte, te aprieta el corazón y lo peor es que, es real y pasa en México.
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