Amenos de una hora de Reynosa se sitúa Villanueva, Camargo, un solitario y enigmático pueblo en el que, muy al estilo de las películas de vaqueros, se oye el zumbido del viento y donde la predominante calma conecta a los visitantes con un ambiente de antigüedad y misterio.
Las arcaicas casas, las cuales reflejan el progreso que algún día tuvo este paraje, causan por sí mismas el asombro y la interrogante de quiénes pudieron haberlas edificado y habitado.
Tanto por dentro como por fuera las viejas construcciones de Villanueva poseen un sentido arquitectónico y artístico, por los detalles: las gruesas paredes, los segundos pisos, las chimeneas, los aljibes, las molduras y las figuras talladas en piedra, algo para lo que debieron emplearse numerosas horas de trabajo, considerando la indisponibilidad de herramientas en siglos pasados.
Cuentan los pocos moradores que quedan en la parte antigua del pueblo que éstas eran las residencias de los hacendados de la época.
Se cree que para poder trabajar las tierras y levantar estas fastuosas viviendas participaron integrantes de grupos étnicos como los “comecrudos”, los “pajaritos” y los “carrizos”, algunos de ellos esclavizados por la colonia española, la cual llegó a la región a mediados del siglo XVIII, en 1748 con el movimiento de José de Escandón (conocido como el conde de Sierra Gorda).
De ésto muy poco saben Antonio Soto y su amiga, Jennifer Bautista, quienes residen en las inmediaciones, muy cerca del río San Juan, en viviendas que son mucho más nuevas.
Acerca del pasado que tuvo este tranquilo lugar mencionan haber oído que por aquí pasaron los primeros conquistadores de la región noreste de Tamaulipas, incluso antes de arribar a Reynosa.
Reconocen que estas moradas han podido resistir al tiempo, pero no al vandalismo y a la anarquía de los que alguna vez fueron jóvenes, pues muchas más fueron destruidas y solo dos siguen siendo habitadas.
Las erigieron a base de piedras, madera y ladrillos importados, ya que en siglos pasados la navegación por el San Juan era una actividad muy conocida. Inclusive había muelles, ya que por este afluente se introducía hasta Monterrey una numerosa cantidad de mercancías.
“Por lo que todos vemos la arquitectura estaba muy bien hecha. Y si comparamos las casas antiguas de aquí con las de Ciudad Mier, son muy parecidas. Es donde estuvieron los colonizadores”, comenta el joven.
UNA HISTORIA QUÉ CONTAR
Aquí en Villanueva el ruido de los perros, de los pájaros y de algunas gallinas hacen eco ante un silencio
que por momentos puede parecer perturbador, sobretodo para quienes están acostumbrados al bullicio de las zonas urbanas, pero que para otros significa uno de los lados más amables de la vida rural y un espacio ideal para salir de la rutina.
Jennifer suelta la carcajada cuando escucha que para los visitantes éste podría parecer un pueblo fantasma, pues para ella es normal mirar las ruinas de un sitio donde ha pasado la infancia y la adolescencia, mas reconoce que en los últimos años a menos gente se le ha visto de visita.
“Venían muchas personas de Estados Unidos, pero la inseguridad los fue ahuyentando, porque éste es el atractivo turístico de Camargo. De hecho una de las casas tenía construido su techo de la estructura de un barco”, menciona.
Este pequeño poblado ha visto mejoras, pues hace aproximadamente cuatro años se construyó una explanada y la escuela primaria fue renovada.
El comercio en Villanueva es escueto, pero es posible encontrar misceláneas que disponen de algunos alimentos y enseres domésticos. Otra de las ventajas es que se dispone de Internet y señal telefónica.
Afirma Antonio que la gente que radica cerca de este paraje se dedica a la agricultura, trabaja en Camargo o en las plantas maquiladoras de Miguel Alemán, a donde van y vienen todos los días.
“Nosotros sí invitaríamos a que vengan a Villanueva, por ejemplo a los habitantes de Reynosa, porque muchos desconocen que aquí en la frontera tenemos un lugar tan pintoresco como éste, donde se puede pasar un excelente día de campo, conocer de la historia de nuestros antepasados y en el que los niños pueden divertirse en una plaza muy segura para andar en bicicleta o practicar un deporte”, sugiere el joven.
Aunque no existe un lugar para hospedarse, se puede acampar, o bien, los visitantes
pueden conducir 1.5 kilómetros de regreso a Camargo para alquilar un cuarto de hotel (aproximadamente a 15 minutos de distancia en auto).
Cabe destacar que Villanueva está situado en una zona más elevada que el río Bravo, por lo que en la década de los sesentas, durante la catástrofe que provocó el huracán Beulah en Tamaulipas, algunos de los habitantes circunvecinos repoblaron esta aldea.
“Esto es lo que nos platican nuestros abuelos, y son muchas las buenas historias que pueden aprenderse de este lugar”, agrega.
Por su lado, Jennifer recuerda cuando las casas antiguas fueron aprovechadas como locaciones para firmar algunas películas, pero coincide en que después de la ola de violencia que afectó a la también conocida como “frontera chica”, los turistas se marcharon, aunque “poco a poco” comienzan a regresar.
DE LOS QUE QUEDARON
Don Valentín Estrada Monsiváis tiene 87 años. Es uno de los dos vecinos que moran en la zona vieja de Villanueva (mientras que en la nueva viven unas 30 familias).
Al tiempo en el que se encontraba lavando a la antigua, tallando su ropa en una tina, se siente visiblemente emocionado de recibir visitas.
Dice ser originario de un ejido conocido como Santa Rosa en San Luis Potosí, pero que tiene más de seis décadas en la región, de los que la mitad ha vivido en este poblado de Tamaulipas, entre las paredes de una antigua casa con aroma de historia.
“Estas propiedades tienen ya varios siglos, pero a pesar de eso vemos que tienen diseños muy bonitos, con segundos pisos y suelos de madera.
“La casa a mí me la prestaron, no es mía. Los antiguos dueños ya murieron hace muchos años, y los actuales son una familia de apellido Peña. Desde entonces he vivido solo, pero muy feliz aquí, porque en temporada
de calor es fresco y cálido en el invierno”, manifiesta.
Sin embargo, don Valentín, quien dice mirar a la perfección sin lentes, señala que este patrimonio arquitectónico se ha ido perdiendo, pues cuando él llegó a Villanueva había más construcciones en mejor estado, las cuales la gente joven no ha sabido apreciar.
“Estamos ante lo que son obras de arte, porque todo esto es de pura piedra”, asegura, mientras enseña cada espacio de su casa, cuidando no pisar su pequeña milpa de maíz que tiene en el patio trasero.
“Todo así como se ve ahí yo lo he ido reparando, una barda de pura piedra. La tumbaron y ahora la voy acomodando. También tengo mi siembra, es un maicito, que si llueve para el mes de mayo me estará dando elotes”, expresa contento.
Este hombre dice no conocer mucho de leyendas, sino solamente que este es el lugar donde se siente en paz consigo mismo. De oficio albañil, el señor de aspecto amigable cuenta en su hogar con energía eléctrica y agua potable.
“Es mi divertimento a esta edad. Es vivir como rey ¿por qué no?”, refiere este anciano, quien a paso lento muestra al reportero el área de chimenea, y el segundo piso, con una vista panorámica privilegiada.
“El que quiera venir es bienvenido. Este es un México libre para conocerlo y explorarlo. Tenemos algunos tendajitos, no hay tiendas grandes. Para una necesidad mayor y surtirse bien la gente tiene que ir a Camargo”, añade.
Comenta que el nombre original del pueblo es Villanueva, como la mayoría le conoce, pero recientemente recibió el nombre de Nuevo Camargo.
EL TECHO DE SU CASA ERA DE UN BARCO
Al avanzar por una de las calles principales de Villanueva se encuentra el domicilio de la señora Norma Alicia Aldrete López, quien es la única habitante de la zona vieja del pueblo que ha vivido aquí toda su vida.
Se ríe jocosamente al reconocer que son muchas las historias que ha experimentado desde que era niña. “No acabaría, estaba yo cachorrita”, señala.
Explica que sus ancestros poblaron este paraje y que sus padres y abuelos eran gente común y corriente que se dedicaban a la agricultura.
Esta mujer, quien también vive sola, menciona que el techo de su casa fue construido por la cubierta de un barco, pero se derrumbó, porque estaba muy deteriorado.
“Allá atrás quedaron los barrotes, era de madera. Se cayó hace un año”, subraya.
Norma Alicia aún recuerda cuando este lugar se llenaba de vida con la gente que solía visitarlo. Un día de repente todo ese ambiente desapareció.
“Éste es un sitio histórico. Claro que sí invitaría a la gente a regresar. Antes llegaban buses repletos de turistas del otro lado, gringos que querían conocer nuestra arquitectura. Ellos me dejaban cualquier cosita, yo no les pedía, me daban”, evoca.
Al tiempo que permite que le tomen unas fotografías a su propiedad, pide que el municipio y el gobierno del Estado les ayuden a revivir este sitio turístico, que lo restauren y no los dejen olvidados.
Hasta hace algunas décadas, pormenoriza, una de las construcciones seguía funcionando como colegio.
“Fíjese, en esa escuela de allá abajo yo estudié. Estaba muy bonita, tenía todo completo, puertas, techo y paredes. Pero la fueron descuidando.
“Estas son las pocas construcciones que han quedado, porque muchas familias emigraron. Algunas para Camargo y otras para Estados Unidos. Mi mamá me decía que aquí fue primero Camargo, y luego se mudó la población para allá”, comenta.
Villanueva conserva el olor a antiguo, a madera. Algunas viviendas tienen aljibes (para el almacenamiento de agua); el piso adoquinado, las paredes son gruesas, de hasta 45 centímetros de ancho. Y en la zona pueden encontrarse algunos viejos objetos y piedras labradas.
La única compañía que tiene Norma Alicia es la de sus mascotas. Afirma que ocupa su tiempo cuidando de sus plantas y subsiste del dinero que le llevan sus hijos, quienes residen fuera.
Ante el brillo de sus ojos, y de las canas que irradian con la luz del día, esta mujer no esconde la añoranza de que el pueblo de sus antepasados vuelva a tener vida, y no se pierda la herencia arquitectónica en la frontera de Tamaulipas.
La forma más sencilla para acceder a Villanueva o Nuevo Camargo es circular hacia el poniente de la Ribereña, pasar una caseta de peaje que está después del puente (con un costo de 10 pesos por auto), virar hacia la derecha y dar una vuelta a la manzana para avanzar por debajo de la carretera, tomando el camino paralelo al río San Juan, para llegar en menos de dos minutos al que es uno de los pueblos más pintorescos, históricos y tranquilos de la región.