Jorge Pérez ya está acostumbrado a que la gente le diga que “está loco”, pues desde que era un adolescente su gusto por las motocicletas lo llevó a tomar carretera a la menor provocación. Tanto disfruta esta actividad, que a la fecha tiene “rodadas” 90 mil millas (144 mil 840 kilómetros), casi cuatro veces la vuelta al mundo.
Este gusto que sólo pueden proporcionar una motocicleta y un camino lo ha llevado a imponerse todo tipo de retos. El más reciente es el que lo hace sentirse más orgulloso: viajar de Matamoros, Tamaulipas a Hyder, Alaska cubriendo una distancia de 5 mil 163 kilómetros en 20 días.
“Desde muy joven he tenido motocicleta, cuando tenía 16 años me iba en mi moto a la playa y la gente me decía que estaba loco, lo mismo que me dicen ahora cuando ya voy a cumplir 60 años y me fui a Alaska. Pero es algo que se disfruta mucho”, expresó.
Para cumplir esta hazaña, que muchos sueñan con poder hacer un día, no contó con más compañía que su fiel “moto del perro”, una Harley Davidson Ultra Classic con motor de 1680 centímetros cúbicos, con la que atravesó las fronteras de México, Canadá y Estados Unidos.
En entrevista, el periodista y analista político aseguró que este viaje lo tiene tanto contento como sorprendido, pues nunca imaginó la cantidad de personas que lo siguieron por las redes sociales durante su ruta.
“No sé si fue por las fechas o por el destino, pero sí me impactó mucho la respuesta en redes sociales de toda la gente que se trepó a la moto para viajar conmigo”, precisó.
Pérez, indicó que el viaje lo inició el pasado 10 de junio después de muchos meses de preparación.
Recordó que inicialmente su intención no era llegar a Hyder, sino Winnipeg, Canadá, pero un día, durante uno de sus viajes, conoció a dos motociclistas que le contaron sobre un pueblo fantasma de apenas 80 habitantes que era el destino favorito de los usuarios de las motocicletas Harley Davidson.
“El pueblo tiene como 80 habitantes, solo hay unos cuantos restaurantes y cuatro hoteles sencillos, además de que cuenta con una carretera que lleva a un glaciar”, precisó.
Entusiasmado por cumplir una de las rutas favoritas de los bikers norteamericanos, se dió a la tarea de preparar este viaje, una labor que aunque puede sonar sencilla, no lo es.
“Normalmente los viajes largos los preparo con dos años de anticipación, preparo la ruta, checo las condiciones de las carreteras. El asunto es que no me gusta rodar por las autopistas.
“Los caminos secundarios son paisajes esplendorosos que garantizan recorridos muy interesantes por la cantidad de curvas y lo angosto de los caminos, pero sobre todo la soledad que te encuentras en las carreteras que atraviesan montañas, ahí no hay tantos carros, no hay tanta gente”, explicó.
Pérez indicó que todos los preparativos valieron la pena una vez que arrancó con destino a Alaska, donde tuvo la oportunidad de gozar la libertad de estar en control de una poderosa máquina que puede alcanzar una velocidad máxima de 120 millas por hora (193 kilómetros).
“Hay mucha introspección, a mi me gusta la motocicleta precisamente por eso: te da la oportunidad de pensar mucho las cosas, de analizar el comportamiento humano, visualizar cosas que el trabajo cotidiano no te permite. La motocicleta genera muchísima adrenalina”, aseguró.
UNA EXPERIENCIA DE VIDA
Para Pérez, una de las ventajas de viajar en motocicleta a diferencia de otro medio de transporte, es que brinda la oportunidad de poder detenerse casi en cualquier parte de la ruta e, incluso, pernoctar al aire libre, algo que permite la infraestructura carretera que tiene Estados Unidos.
“En algunos lugares, cuando el clima es apropiado, como me sucedió en Idaho, Wyoming y en Montana, buscas los lugares que tienen preparado para hacer camping, pues en tu equipo debes de llevar una tienda de campaña y un sleeping bag.
“Estos lugares vienen preparados con baños con agua caliente y al día siguiente emprender el viaje que tienes programado”, manifestó.
Sin embargo, hubo lugares en los que no pudo disfrutar del paisaje debido a las condiciones climatológicas. Tal fue el caso de algunas regiones de Texas, Nuevo México y Nevada, donde el calor es infernal.
“Atravesé lo que se llama el Valle de la Muerte y estaba a 110 grados Fahrenheit (43 centígrados). Lo que más te afecta es la deshidratación pues aunque tomes mucha agua, el viento caliente también te deshidrata y te quema la cara”, dijo.
A estos obstáculos hay que agregarle los efectos que tiene en el cuerpo circular por las montañas a más de 6 mil pies de altura (Mil 800 kilómetros).
Recordó que fue en el estado de Montana cuando comenzó a sentir un dolor muy fuerte en el oído provocado por la presión, esta molestia afectó su sentido del equilibrio y casi hizo que se saliera de la carretera. Afortunadamente pudo controlar la situación y no pasó de un susto.
Eso lo no exentó de que en su ruta atestiguar tres gravísimos accidentes: El primero en Texas cuando el conductor de un vehículo que viajaba con su familia se quedó dormido al volante y cuando intentó recuperar el control del auto se volcó dando varias volteretas sobre el pavimento.
El otro percance sucedió en Idaho, cuando una casa rodante se zafó de la camioneta que la transportaba destruyéndose en su totalidad.
Sin embargo, fue un accidente en una carretera de Nuevo México el que más le llamó la atención. En esa ocasión iba circulando por una carretera desértica donde los vientos pueden alcanzar niveles tan peligrosos, que volcaron a un camión de mudanza que circulaba a unos metros de él.
Fue entonces cuando, de la nada, el lugar se llenó de policías y unidades de rescate pues, no sabía, estas carreteras son vigiladas por helicópteros.
“Ahí tienen vigilancia aérea, pues cuando yo me detuve para ver si se podía ayudar en algo, inmediatamente bajó un helicóptero, detuvieron el tráfico y aparecieron como 20 patrullas que no se de dónde salieron y le dieron ayuda a esas personas”, recordó.
Otro detalle que nunca olvidará, fue la cantidad de fauna salvaje que tuvo la oportunidad de ver y fotografiar.
Así, se topó con un oso negro, una familia completa de borregos Big Horn, una cabra montés que raramente se deja ver fuera de las montañas y, lo que más le sorprendió, estar a 20 metros de una osa Grizzli y su osezno en Alaska.
“Se atravesó un osezno en el camino y obviamente nos paramos a tomarle fotos, pero luego del monte salió la mamá pero yo la tenía a 20 metros y no pude dejar de tomarle fotos. El espíritu periodístico me ganó”, precisó.
De hecho, fueron tantos los paisajes que le tocó ver, que muchos tuvo que guardarlos en su memoria pues, indicó, “si hubiera querido tomarle fotos a todo lo hermoso que vi por allá, no hubiera llegado nunca”.
Hoy que el viaje a Alaska es un hermoso recuerdo, el periodista se ha fijado un nuevo reto: viajar al estado de Maine, en Estados Unidos y de ahí cruzar a Canada, pero ahora pretende hacer enarbolando la causa de alguna organización social que ayude a personas necesitadas.
La idea es lograr que sus amigos o seguidores en redes sociales donen, por ejemplo, un dólar por cada kilómetro que recorra, dinero que después entregaría al grupo al que vaya a ayudar.