
Confiados en la voluntad de Dios y con un semblante de incertidumbre, los pasajeros de la línea Transpaís abordan el autobús estacionado en los andenes de la Central Camionera de Reynosa.
La zozobra comienza a acechar no sólo a los adultos, sino también a los niños quienes conocen a detalle lo que ha sucedido en la carretera que lleva a Ciudad Victoria.
Uno a uno van subiendo al autobús, en silencio y nerviosos, buscan su asiento; algunos prefieren irse hasta el rincón de atrás como si quisieran pasar desapercibidos o para que nadie note su presencia.
Entre el grupo de viajantes se encuentra una mujer de la tercera edad acompañada de dos de sus nietos, uno aproximadamente de ocho años y el otro ya casi un adolescente.
“¿Abuela me siento contigo?”, le dice el niño a la mujer cuya humanidad se nota débil y cansada, pero para el menor quizá es la persona más fuerte y con la que se siente protegido.
Sin pensarlo dos veces, la sexagenaria abuela lo toma del brazo y lo acomoda a su lado izquierdo y le pide no estar de inquieto porque el camino es largo y cansado.
“Bienvenidos señores pasajeros que tengan buen día; como ya saben tenemos un destino hasta Ciudad Victoria con servicio intermedio y con un tiempo estimado de cuatro o cinco horas, si así nos lo permiten las condiciones en el camino”, asegura el chofer de la unidad con lo que inicia el viaje.
“VOY SALIENDO DE REYNOSA, TE MARCO MAS TARDE”
A pocos minutos de haber emprendido el viaje a la capital del Estado, comienzan a escucharse las voces de los tripulantes hablando por celular. La mayoría de ellos informan a sus familiares que ya han salido de Reynosa y les piden que estén pendientes del teléfono porque más tarde llamarían.
“Papá, voy saliendo, cualquier cosa yo te marco, por favor estáte pendiente”, dice una mujer en tono preocupado.
Otra más desenfadada da instrucciones de trabajo y recalca que todo tenía que estar terminado para antes de las cuatro de la tarde, cuando espera llegar a Ciudad Victoria. Incluso, asegura que volverá llamar para asegurarse que se cumplieron sus órdenes.
Mientras tanto la abuela va rezando, con su mano derecha tocaba un rosario que trae colgado en el cuello; tanto es su concentración que ni el sonido de la televisión hace que abra los ojos.
El resto de los pasajeros van despiertos, pendientes de las ventanas y de sus teléfonos, inquietos por cualquier parada del autobús.
INICIA LA SEGURIDAD
Ha pasado poco más de una hora y atrás quedan los ejidos Palo Blanco, Alfredo V. Bonfíl y Francisco I. Madero, todo marcha con tranquilidad hasta que a la altura del poblado La India se comenzó a visualizar el primer retén de la Marina Armada de México, algo que incomodó a los usuarios del camión quienes se tranquilizaron al ver que los hombres que portaban rifles de alto poder eran la autoridad.
Al llegar al ejido Ampliación La Loma, en el tramo conocido como la “Y” en donde se localiza la intersección de las carreteras procedentes de Matamoros y Reynosa, existe una gran comitiva de patrullas y camionetas de la Policía Federal Preventiva, que vigilan de manera minuciosa todo vehículo que por ahí pasaba, sobre todo aquellos que parecen “sospechosos”.
“UNO NO SABE A QUIEN ESTAN SUBIENDO AL AUTOBUS”
Ante estos operativos de seguridad luego del hallazgo de decenas de fosas clandestinas, los tripulantes de las líneas de autotransporte ya no se sienten seguros, asegura el conductor del autobús.
“A pesar de la seguridad que se puso en la carretera no nos sentimos tranquilos, porque en realidad no sabemos a quienes estamos subiendo el autobús”, dice.
Y agregó: “Tampoco sabemos las intensiones que traen, la gente nos hace la parada y nosotros debemos de darle el servicio, pero afortunadamente a mí no me ha tocado gente mala, aunque de que las hay, las hay y una muestra está en el autobús que secuestraron.
“He tenido compañeros que les ha tocado pasar momentos muy malos, como enfrentamientos, fuego cruzado y esas cosas; gracias a Dios no les ha pasado nada, más que el susto, pero todos estamos expuestos a que esto nos pueda suceder, mientras las cosas sigan así, Dios quiera que pronto se termine esto”.
Siempre con la vista al frente, el chofer relató las historias que ha escuchado de sus compañeros, quienes han sido testigos de la violencia que existe en las carreteras tamaulipecas.
Al pasar por el poblado La Joya, lugar donde se encontraron las primeras fosas clandestinas, se puede ver que el lugar está sin vigilancia.
La entrada a San Fernando luce apacible y tranquila, hasta da la impresión de que no ha sucedido nada; sin embargo, a la salida del municipio, a unos cuantos kilómetros, una larga fila de carros esperaban ser revisados por elementos federales.
Otro punto de revisión se localiza en el poblado de Nuevo Padilla: ahí apenas 10 integrantes de la Marina hacen su revisión a los automovilistas.
El tránsito hacia Ciudad Victoria continúa libre, sin vigilancia. Sin embargo, en el otro sentido de la vía hay otro dispositivo de seguridad encabezado por la Policía Federal que revisa a todos los que por ahí transitan.
Durante el recorrido se pudo comprobar que los puestos de control militar no son permanentes, pues se mueven de lugar.
Tal es el caso del retén ubicado en la “Y” que en la tarde había sido retirado.
Así, con el miedo como compañero de viaje, es como transcurren los trayectos de aquellos quienes tienen que utilizar estos caminos de Tamaulipas.