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Un recuerdo que aún duele

31 de enero de 2015 por José Manuel Meza

Cuentan los lugareños al final de la calle Agustín Lara de la colonia Loma Alta en San Fernando, Tamaulipas, que después de la recuperación de los cuerpos y el levantamiento de las evidencias, jamás regresó ninguna autoridad al paraje –ubicado a dos kilómetros de la última casa– donde a finales de marzo de 2011 miembros del crimen organizado cometieron uno de los peores magnicidios en la historia reciente de la nación.

Sólo quedaron los recuerdos, montones de tierra removida y un silencio perturbador, haciendo de éste un sitio tenebroso, desierto e igual de inseguro que desde un principio.

Difícil resulta imaginar que un pequeño acotamiento de asfalto quebrado, al pie de un camino de terracería –dividido de un lado por extensivas tierras de cultivo y por el otro, de una enorme zanja natural con matorrales y basura esparcida– fue el escenario del horror en el que murieron decenas de seres humanos de la forma más salvaje posible, y posteriormente enterrados, como intentando borrar los rastros de tales atrocidades.

De los pocos vecinos que se quedaron a vivir en las inmediaciones nadie quiere aproximarse a la zona de las fosas. Sólo algunos rancheros con camioneta y en grupo se animan, porque tienen que ir a darle de comer a sus animales o revisar las cosechas, y declinan comentar al respecto.

Mientras tanto, de no ser necesario, no transitan por el que es uno de los dos sitios que puso a San Fernando en el epicentro mundial de las noticias; el primero con la matanza de 72 migrantes centroamericanos en agosto de 2010 y posteriormente, ocho meses después, con el descubrimiento del brutal ataque a decenas de pasajeros que fueron bajados de autobuses y llevados en contra de su voluntad al matadero.

EL SONIDO DE LA MUERTE

Una mujer, quien prefirió no mencionar su nombre, aún recuerda el vaivén de camionetas que pasaban repletas de gente a unos metros de su paupérrima vivienda, como también el sonido estridente de las armas de fuego que los delincuentes utilizaron sin remordimiento contra padres, madres de familia, ancianos y

niños inocentes.

Aquellas imágenes de tráfico de humanos y ruidos de disparos, describe, jamás podrán borrarse de su mente:

“Aún cuando pasa un vehículo que va para ese rumbo (de las fosas) se imagina uno tantas cosas y es imposible sentir tristeza… Es muy feo acordarse, porque somos humanos, sería muy cruel no conmoverse ante algo así tan espantoso”, menciona.

La entrevistada, visiblemente acongojada, señala que nada más de pensar que entre las personas ultimadas pudieron haber estado ella o sus seres queridos, la embarga un sentimiento de profundo dolor.

Agrega que nunca les tocó observar que ingresaran autobuses a la zona donde fue cometida la masacre, solamente camionetas.

“Nomás veíamos pasar los muebles, no sabíamos mucho a detalle ni queríamos asomarnos, porque eran personas que andaban mal. Nos escondíamos de ellas”, describe.

Después de casi cuatro años, esta mujer manifiesta que todo el vecindario ha vivido con temor y hermetismo, pues no han visto que ninguna autoridad los proteja, mientras del tema se habla como un secreto a voces.

“Así como se mira, ha estado desde hace mucho, abandonado. Aquí ya casi no hay gente, de esta parte de aquí casi todos se fueron por lo mismo, del miedo.

BRUTALIDAD HUMANA

Con las manos enjabonadas, después de soltar las prendas que tallaba en el lavadero, esta madre de familia, quien desde niña creció en la colonia Loma Alta de San Fernando, reconoce que jamás llegó a pensar que un palmo de terreno, situado a unos dos kilómetros de su domicilio, fuera a atraer la atención de todo el mundo.

“Porque nunca imaginamos que esta calle se convertiría en eso… Ya no es calle, es como un cementerio. De lo que nosotros supimos fueron muchas las personas que fallecieron ahí y no nomás en las fosas, sino también por el otro lado de las milpas.

“Por las noches escuchábamos los disparos, pero pues del miedo ni nos asomábamos. Nomás oíamos un ruidito y mejor nos encerrábamos, nunca hemos querido problemas con nadie y así como nos miran aquí, casi siempre estamos dentro, por lo mismo”, señala.

Agrega que poco después (en abril de 2011) empezaron a llegar comitivas de federales y gente de muchos lugares, que estuvieron trabajando en las investigaciones, pero luego se marcharon y no regresaron.

“Queremos decir que sí tenemos miedo, todavía, porque así como se mira, ya no hay ley. La lección es que todo eso (la violencia) empieza en casa con los hijos, porque la mayoría que andan en eso son niños.
Desde chicos hay que estar pegados con ellos y no darles tanta libertad”, considera la madre quien tiene dos pequeños hijos varones.

LOS ANTECEDENTES

De acuerdo con la activista social Isabel Miranda de Wallace, la cifra de muertos en las fosas de San fernando rebasó los 500, aunque el gobierno de Tamaulipas sólo reconoció los de 193.

Los primeros cuerpos sin vida fueron encontrados el 1 de abril por la Procuraduría General de Justicia del Estado. En aquel entonces el ex secretario general de gobierno, Morelos Canseco, manifestó a los medios que decenas de personas fueron presuntamente secuestradas de un autobús de pasajeros de la compañía Omnibus de México a finales de marzo. Enseguida hubo reportes de al menos otros tres camiones cuyos ocupantes también habrían corrido con la misma suerte.

A lo largo del mes de abril las víctimas fueron recuperadas de 47 fosas y finalmente la ex procuradora general de la República, Marisela Morales, dio a conocer que el número de cadáveres ascendió a 193, por lo cual se solicitó una orden de aprehensión contra 85 implicados, entre ellos Martín Omar Estrada Luna “El Kilo”, presunto autor intelectual de ésta y la primera masacre de 72 migrantes.

A la distancia, sigue siendo espeluznante y abrumador el ambiente que se respira en la zona de las fosas. De los vestigios que quedaron, hay multitud de objetos personales que pudieron haber llevado los mártires de la masacre.

Prendas de vestir, zapatos, mochilas, cepillos de cabello, medicinas, botellas de agua, almohadas, cosas que normalmente llevarían los viajeros, predominan in situ. También es posible observar rastros de arreglos florales, de cruces y coronas mortuorias.

De hecho hasta pueden encontrarse cartuchos percutidos, aunque se supone que las autoridades periciales hicieron el levantamiento de todas las evidencias.

Sin embargo, ya no se miran los huecos de donde fueron recobrados los restos humanos, más que los cerros de tierra recogida y a un lado la zanja llena de maleza casi intransitable.

Las versiones de cómo se perpetraron los asesinatos continúan siendo un enigma de sufrimientos, tortura y muerte, que siguen haciendo de este municipio uno de los más temidos del país. Entretanto en San Fernando todos quieren olvidar lo que pasó en
las fosas.

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