El día había transcurrido normal en la pequeña comunidad fronteriza de Nuevo Progreso. En el centro de la ciudad, los comerciantes se disponían a cerrar sus negocios mientras que los últimos turistas americanos regresaban a su lugar de origen, luego de haber visitado la villa donde se sabe que son más que bienvenidos. Eran las seis de la tarde del 2 de octubre de 2002 y la puesta del sol ya comenzaba a lucir en el cielo tamaulipeco.
Al mismo tiempo, en la colonia Benito Candanosa, los trabajadores volvían a sus hogares luego de terminar una jornada laboral. Uno de ellos, Francisco Martínez Rodríguez, apenas terminaba con el trabajo que su patrón, Zeferino Sánchez, le había encomendado en la bodega ubicada en las calles Azucena y Lirio.
Afuera del edificio se encontraba su camioneta con su hijo de doce años esperándolo; sin querer demorarse más se despidió de su empleador pero éste ya no alcanzó a contestarle pues un estallido se tragó las últimas palabras de Sánchez.
La explosión sacudió a los habitantes de la colonia Candanosa y alarmó a propios y extraños quienes sólo vieron el resplandor del fuego que se visualizaba aún a las afueras de la villa.
En un abrir y cerrar de ojos la paz del lugar se había cambiado por el llanto de los niños aturdidos por el estruendo que se escuchó en un radio de casi tres kilómetros, y causó daños en un radio de 300 metros alrededor. El estallido fue seguido de los gritos de pánico y dolor de los vecinos de la colonia Candanosa que resultaron heridos.
Horas más tarde, bomberos de toda la región intentaban sofocar el fuego en el pequeño poblado, mientras los heridos eran canalizados a los hospitales de Reynosa y el valle de Texas.
Casi de inmediato el Ejército Mexicano acordonó el área, mientras que elementos de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) iniciaron las pesquisas, pues éste no había sido un accidente común, sino un delito federal puesto que la bodega almacenaba casi dos toneladas de pólvora y era utilizada como un taller clandestino de pirotecnia.
LAS CICATRICES DE LA EXPLOSION
Según autoridades de Protección Civil de Río Bravo, la explosión fue causada por el corto circuito de una camioneta que transportaba pólvora a la bodega de Zeferino Sánchez, quien murió instantáneamente.
Pero no fue el único afectado, cientos de personas que se encontraban alrededor del inmueble resintieron el impacto de la explosión. Entre los más graves estaban los niños Omar Hernández de un año, Jessica y Lizeth Beltrán de cuatro y siete años de edad, quienes resultaron heridos con golpes y quemaduras, así también, la abuela de las menores sufrió el desprendimiento de una de sus piernas a consecuencia del impacto.
También resultaron heridos Francisco Martínez Rodríguez y su hijo Francisco Martínez Cabrera, quienes se encontraban en las inmediaciones de la bodega.
Decenas de familias de los alrededores de la bodega de pólvora sufrieron serios daños en sus viviendas. Sin embargo, ninguna sufrió tanto como la de Francisco Martínez, quienes pasaron el trago amargo de tener a más de un miembro de su familia heridos de gravedad.
Aunque han pasado seis años de la tragedia, María de los Angeles Cabrera, esposa de Francisco Martínez, aún no puede contener el llanto al recordar el accidente que cambió la vida de todos los miembros de su familia, pues no sólo su esposo resultó herido, sino su hijo mayor de doce años y su pequeña de un año de edad.
Dándole gracias al cielo, cuenta que las lesiones de su hija que se encontraba junto con ella a varios metros del lugar no fueron de gravedad, tan sólo unos golpes de los pedazos de material que salieron volando al momento del estallido, sin embargo, su esposo e hijo que se encontraban más cercanos al lugar del accidente no corrieron con la misma suerte, pues padecieron quemaduras de tercer grado.
Mientras que su marido fue trasladado de urgencia a un hospital de San Antonio Texas, a su hijo lo canalizaron al Hospital General de Reynosa donde permaneció en recuperación por más de un mes, pues aunque su salud mejoró al paso de algunas semanas, por motivos económicos tuvo que permanecer más tiempo en el hospital.
Y aunque no puede olvidar los amargos momentos que vivió al saber a su esposo e hijo estaban hospitalizados en distintos lugares, María de los Angeles recuerda agradecida la ayuda del ex presidente municipal de Río Bravo, Juan Antonio Guajardo, quien la apoyó a saldar la cuenta pendiente en el nosocomio.
“Cuando Juan Antonio estuvo de presidente me dio toda la ayuda que mi hijo necesitó. No me puedo quejar porque ellos estuvieron muy al pendiente, mi niño estaba muy grave en Reynosa.
“Estuvo muy grave, se le desprendió la piel de su bracito y lloraba mucho por su papá, porque miraba en la televisión que su papá se había muerto y aunque yo le decía que no, el no me creía”, relató.
Aunque la madre de familia aseguraba a su pequeño que su padre todavía vivía, el niño no le creyó hasta que pudo verlo con sus propios ojos.
NO ESTABA MUERTO
Y es que cuando los medios de comunicación informaron sobre la explosión de la bodega de pólvora, detallaron la muerte del ayudante de don Zeferino, Francisco Martínez Rodríguez, quien milagrosamente salvó su vida.
Contrario a todos los pronósticos médicos, Francisco sobrevivió a las lesiones que sufrió durante la explosión y que le dejaron varias cicatrices en su espalda y en el dorso que no le permiten olvidar lo que vivió hace más de cinco años.
Con la mirada cansada (debido a que la explosión le dañó también los nervios ópticos) el hombre nativo de Nuevo Progreso hace un esfuerzo por relatar lo ocurrido en aquella fatídica tarde, pues admite que, aunque estuvo un buen lapso consciente de lo que ocurría a su alrededor, la magnitud de sus heridas y el medicamento administrado hicieron vagos los recuerdos de ese 2 de octubre.
“Cuando me aventó la explosión duré consciente como tres horas, todavía me arrastré cincuenta metros hasta que una señora me levantó para ayudarme. Yo le dije que me llevará al otro lado porque mi mamá es ciudadana americana. De lo poco que recuerdo es que le di al oficial del puente el número de mi mamá.
“Yo iba muy grave, casi perdiendo el conocimiento, me ganaba yo creo la muerte porque me salía sangre por la boca”, relata Francisco.
Con los ojos humedecidos al revivir la dura experiencia, el entrevistado los últimos recuerdos que tiene de su traslado hasta el hospital de texano a donde fue remitido para una mejor atención médica de sus quemaduras.
“Me llevaron en helicóptero, ya no recuerdo la bajada del helicóptero, hasta que desperté y para cuando pregunte cuánto tiempo había estado sin saber de mí yo ya tenía una semana ahí. Estuve más de una semana con muchos aparatos puestos, y es todo lo que me acuerdo referente a eso”, conmina Martínez Rodríguez.
“Yo ya ni quisiera acordarme, es algo que quiero olvidar”, dice el entrevistado al ser cuestionado sobre su proceso de recuperación. Pero olvidar es algo imposible y más aún cuando se lleva en el cuerpo las secuelas del estallido, pues además de las cicatrices de su cuerpo, en su tobillo izquierdo quedó incrustado un fragmento de los desechos que salieron volando en la explosión.
Además quedó una deuda de más de 188 mil 268 dólares (2 millones 600 mil pesos).
AYUDA QUE NUNCA LLEGO
Por la magnitud del accidente, las familias que vivían alrededor de la bodega perdieron todo su patrimonio. Sus frágiles casas de madera no resistieron el impacto de la explosión. Ante la desgracia, el entonces presidente municipal de Río Bravo gestionó que grupos altruistas obsequiaran viviendas prefabricadas a los afectados.
Al escuchar de la necesidad de la colonia marginada, grupos altruistas y medios de comunicación se solidarizaron con los residentes del sector afectado a quienes extendieron su mano de colaboración a través de donaciones en efectivo y ayuda material.
Incluso según comentan los entrevistados, la estación KGBT del Valle de Texas, realizó una campaña de recaudación monetaria para auxiliar a las decenas de familias damnificadas. Sin embargo, aunque la recolección se realizó y muchos de los afectados fueron beneficiados con la reconstrucción de sus viviendas la familia, Martínez Cabrera asegura que no recibió ningún tipo de apoyo económico ni de colectas ni de indemnización por parte de los dueños de la bodega.
Según comenta Francisco, incluso los gastos de hospitalización de él y de su hijo tuvieron que ser cubiertos con los recursos económicos que la familia reunió con la venta de dos solares que eran su único patrimonio.
“Lo poquito que tenía lo había vendido, porque no hallaba con qué pagar, me faltaba para la hospitalización mía y la de mi hijo que también lo dañó la explosión. En aquel entonces Juan Antonio Guajardo me sacó a mi hijo del hospital, pero a mí nadie me dio ayuda económica. Cuando regresé del otro lado vendí lo que pude pero nadie me ayudó.
“Lo que se requirió de México lo alcance a pagar con la venta de dos solares, pero lo del otro lado no, todavía debo”, dice Martínez al momento que muestra un requerimiento del hospital Broke AMC FT SAM Houston, Texas fechado en diciembre de 2002.
Por su parte, María Cabrales dice que aunque ella escuchó de las colectas, nunca se le dio la ayuda que prometieron.
“Aquí varias personas nos dijeron que sí les habían ayudado, pero como a mi esposo se lo llevaron al otro lado, no sé qué persona iba a pedir ayuda para él. A mí me vinieron a decir, ¿A ti cuánto te entregaron? Porque a mi esposo le iban a dar una cantidad de dinero, pero nosotros nunca recibimos nada.
“La demás gente de la explosión sí la recibió porque nosotros lo estuvimos viendo, pero ayuda para mi esposo o mi hijo no hubo, solamente lo del presidente Guajardo que me ayudo con el niño, pero ya después cuando mi esposo regresó del hospital, me dijeron que no podían responder por él porque lo habían atendido en Estados Unidos, que eso corría por nuestra cuenta.
Agrega: “Tuvimos que vender los solares que teníamos con todo y casas para salir adelante con las curaciones que él necesitaba, porque eran curaciones de gravedad”.
Según relata María, el pago de la cuenta de hospitalización de su esposo no fue contemplado entre los beneficiados con las colectas de ayuda, pues hasta la fecha no les ha llegado ninguna aportación monetaria.
BODEGA ILEGAL, SECRETO A VOCES
“Yo creo que no era una bodega ilegal, porque hasta el delegado Carlos Navarro sabía que vendían cohetes. Todo mundo sabía que el señor (Zeferino Sánchez) se dedicaba a eso”, afirma Francisco Martínez.
Según el trabajador, por casi once años el lugar había fungido como taller y distribuidora de juegos pirotécnicos sin que las autoridades pusieran un pero al responsable del lugar.
Incluso, los residentes de la colonia sabían el giro del peligroso taller que además, era reconocido por tener una buena clientela y un lugar de venta en el populoso centro turístico de Nuevo Progreso. Por eso vecinos y trabajadores eventuales como Francisco Rodríguez suponían que el asunto era legal.
“Tengo entendido que el señor tenía sus clientes, su lugar donde vendía cohetes y nadie le decía nada… no estoy seguro si tendría un permiso, lo único que sé es que siempre que lo miraba tenía montones de cohetes allá afuera”, refiere.
Y es que la omisión de la falta de supervisión con la que operaba don Zeferino, hicieron que los lugareños dieran por sentada la aprobación de la pequeña factoría de explosivos, que a dos meses de las fiestas decembrinas se encontraba con casi tonelada y media de pólvora, lista para elaborar los cotizados juegos pirotécnicos.
“Yo creo que la autoridad de alguna forma lo sabía, lo único que desconozco es si tenían algún arreglo económico porque el señor Zeferino comentaba que tenía otra bodega por el campo Treviño, en un monte que tenía que estar despoblado unos kilómetros alrededor, y luego puso su negocio aquí, donde nadie le decía nada.
Y añade: “Pienso que la autoridad no le dio importancia ni pensó en la magnitud del problema que podía haber con la explosión, yo pienso que creyeron que era una cosa pequeña pero fue una cosa enorme”.
SECUELAS DEL ACCIDENTE
Tras haber vendido sus propiedades, la familia de Francisco se quedó sin un techo donde vivir y sin ninguna indemnización por sus heridas. Ante la difícil situación Eleazar Ibarra, dueño del terreno donde se ubicaba la bodega, les permitió construir una vivienda en el predio donde se ubicaba el taller pirotécnico.
En este lugar Francisco vive en medio de la marginación y la pobreza, pues las secuelas físicas le dejaron imposibilitado para realizar su labor de jornalero. Aunque en otro tiempo sus gastos familiares eran cubiertos gracias al trabajo que realizaba por temporadas en el Valle de Texas, desde hace seis años que no puede cruzar a Estados Unidos, pues además de que su estado físico se lo impide, tiene la deuda pendiente.
“Yo tenía una visa en ese entonces que la visa se me venció porque ya no quedé bueno para trabajar. Ahorita ando lavando carros en el centro, pero el trabajo ya no es como antes porque ya no viene mucho turista. Me fui a trabajar en las bodegas donde producen verduras pero no aguante el dolor en la espalda y ahorita no puedo trabajar, porque después del accidente, pues ya no quedé bien”, se lamenta.
Prosigue: “Sólo porque don Eleazar Ibarra me dio un pedazo de este lugar es que tenemos donde vivir… y luego los gringos vinieron y me ayudaron al ver que no tenía nada… me dieron la casita que tengo ahorita”, comenta.
En el predio en cuestión pareciera que nunca hubiera ocurrido una tragedia de la magnitud que relatan Francisco y María. Y es que la explosión de pólvora se encargó de no dejar rastro del taller clandestino y de las casas más cercanas. Sin embargo, frente a la humilde vivienda del sobreviviente permanecen vestigios de los tubos de la malla ciclónica que el entrevistado colocó aquel día.
Aunque la suerte no ha sido favorable para esta familia, todavía se consideran afortunados al haber salido con vida con relativa salud de esa explosión que cobró la vida de dos personas.
PIROTECNIA, PELIGRO LATENTE
La temporada navideña es cuando más repunta la venta de fuegos pirotécnicos en el país. Los “cohetes”, “palomas”, hasta las luces de bengala y demás fuegos artificiales son buscados por la ciudadanía como un accesorio para las posadas y fiestas de fin de año que no dejan de ser del gusto de grandes y chicos.
Sin embargo, su fabricación conlleva un riesgo al manejar material explosivo de alta peligrosidad como lo es la pólvora. Por esta cuestión la factoría de estos elementos se lleva a cabo sólo con permiso de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) quien es la encargada de otorgar la autorización correspondiente a los artesanos nacionales.
Según datos publicados por el Instituto Mexiquense de Pirotecnia, más del 40 por ciento de los fuegos artificiales que se comercializan en el país se elaboran en el Estado de México. Son los vendedores de este lugar de la República quienes año con año deben solicitar la autorización correspondiente para la transportación de sus productos hasta lugares como esta región fronteriza.
Mario Diosdado, titular de Protección Civil de Río Bravo, indicó que en la región no existe en ninguna fábrica que cumpla con los requisitos establecidos en la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos y que esté autorizada para albergar o elaborar dichos productos.
Subrayó que a pesar de que en aquella ocasión no se puso cuidado en detectar el mencionado establecimiento, actualmente se realizan operativos de detección a fin de que tragedias como la de hace seis años no vuelvan a ocurrir.
“Ahora estamos cuidando que no haya gente que tenga depósitos de pólvora, la ley especifica los requisitos para transporte y elaboración de estos fuegos artificiales, primero para transportar la pólvora y luego para comercializarlos.
“Las personas que regularmente llegan a esta ciudad a intentar vender esos productos proceden en su mayoría del centro del país, pero deben tener un permiso especial de la Sedena y acudir a la octava zona militar para informar que van a comercializar productos con pólvora, venir con nosotros y checar donde se van a instalar y qué lugar es factible para la venta de sus artefactos.
“Para esta navidad y fin de año de 2008, quienes quieran vender estos productos ya no alcanzan a realizar los trámites que se tienen que hacer en tiempo y forma”, finalizó.