En las madrugadas de José Julián no hay seguridad ni descanso. Se retuerce molesto y manotea sin cesar su depauperado cuerpo, asediado por un ejército de zancudos hambrientos.
El llanto y la desesperación aumenta paralelamente con la somnolencia de este niño de cuatro años de edad, cuyo lecho de madera cruje de forma constante.
Con las recientes lluvias, habitar en la colonia 21 de marzo al borde del río Bravo se ha convertido no sólo en el mayor reto para José Julián, sino también para miles de personas asentadas irregularmente en esta zona, quienes deben soslayar los riesgos de las mordeduras de víboras, alacranes y otras alimañas.
Aquí no existen servicios primarios y mucho menos atención médica para curar las enfermedades de la pobreza: dengue, parásitos, fiebres, dolor de estómago y conjuntivitis.
En general, los patriarcas se dedican a la recolección de basura en carretón y no cuentan con seguridad social. El agua la obtienen del cauce o de una pipa que a veces les envía la Comapa. Los baños son improvisados porque no hay drenaje. Las mujeres más afortunadas cocinan en estufa, otras lo hacen con leña.
Los pobladores de este lugar no conocen lo que es dormir con ventilador, menos con aire acondicionado. La televisión es un lujo que pocos pueden darse, pero conectada al acumulador de un automóvil.
Al amanecer, las ronchas en la piel de los niños hacen aún más evidente el ataque de los insectos, pero se niegan a abandonar sus viviendas construidas con madera y láminas.
Es el único patrimonio que tienen y, aunque hoy el ambiente se torna tenso, guardan las esperanzas de que su futuro algún día cambie.
HAMBRE Y MENOSPRECIO:
LEGADO PRI-PAN
Héctor Silva, misionero evangélico originario de Puerto Escondido, Oaxaca, manifestó que una parte de las personas que radican en esta comunidad son de la tercera edad.
Señaló que no cuentan con un sustento fijo “y comen y se visten de lo que les regalan otros”.
Cuenta: “Esta es gente que no tiene absolutamente ningún apoyo y en algunos casos ni familia. Hay aquí ancianitos que desconocen qué se llevarán a la boca cada día”.
El predicador, quien dirige una casa de socorro para indigentes y migrantes, dijo que su organización se encarga de brindarles un techo y comida pero aún así la precariedad que prevalece en la ribera del río Bravo en Reynosa no tiene límites.
“Yo les pediría a las autoridades que nos echen la mano, porque principalmente los niños están sufriendo. Ojalá y nos visitaran para que vieran las ronchas con las que amanecen y que nos echaran una manita como seres humanos.
“Tenemos unas semanas que se nos vinieron encima los zancudos. Los menores aquí realmente batallan, porque no hay aire ni luz y salen a dormir a la intemperie”, relató Silva.
El activista añadió que en estas condiciones existen alrededor de 500 familias, las cuales desde hace más de siete meses no reciben ninguna clase de fumigante.
En los alrededores pueden observarse incluso viviendas cubiertas por el crecido monte, presas fáciles para incendios como el que hace unos meses acabó con una granja de cerdos.
Las sinuosas veredas hacen aún más complicada la existencia de jóvenes, ancianos y niños.
Ser pobres es su defecto.
UNA HISTORIA DE CONTRASTES
De acuerdo a la encuesta de marginación por entidad federativa que el Consejo Nacional de Población (Conapo) efectuó en 2000, Tamaulipas se encuentra dentro de los 10 Estados con menor rango de pobreza, después del Distrito Federal, Nuevo León, Baja California Norte, Coahuila, Aguascalientes, Baja California Sur, Chihuahua, Jalisco y Sonora.
Respecto a 1990 hubo un ligero repunte en los indicadores sociales; sin embargo, en las ciudades que ostentan las mejores fuentes de desarrollo tales como Reynosa, paradójicamente la brecha de la desigualdad económica sigue siendo notable en sectores que los políticos han prometido sacar del abandono.
Las modernas y eficientes fábricas no son el reflejo de la calidad de vida que tienen los habitantes de colonias populares, principalmente las situadas a un costado del río Bravo.
Aún cuando artículos y servicios de consumo están ampliamente disponibles en Reynosa, muchos de sus residentes cuentan con acceso limitado a ellos.
En resumen, para quienes permanecen a unos metros de la mayor potencia del mundo, como el caso del niño José Julian, vivir se ha convertido más que en un placer, en una
epopeya.