Dejarlo todo no es fácil, se encomiendan a Dios y con lo poco que tienen salen en busca de una mejor calidad de vida, hacia el norte del continente americano.
La mayor parte de la población migrante son mujeres, quienes huyen de los problemas económicos, sociales, y de inseguridad con el firme propósito de darle un mejor futuro a su familia.
Secuestros, abusos sexuales y discriminación, son algunas de las dificultades por las que tienen que pasar desde que salen de sus lugares de origen hacia los Estados Unidos.
“En nombre de Jesús me vine y dije: Señor guárdame a mis niñas y a mí”. Era el 15 de enero del año 2019 y así empieza la historia de Betty Xiomara, una mujer hondureña que llegó a México para después buscar la forma cruzar la frontera en busca del sueño americano.
Luego de un periodo de estar trabajando en una tienda departamental muy conocida en la ciudad de Reynosa, ahora es empleada doméstica para conseguir el pan de cada día para ella y su pequeña hija.
Con escasos 3 mil lempiras hondureñas, equivalentes a 2 mil 343 pesos mexicanos, esta madre migrante acompañada de sus dos hijas salió de su natal Honduras para escapar de la violencia intrafamiliar y los problemas de inseguridad.
“La situación en nuestro país no es muy fácil, allá está más terrible la inseguridad. A diario están matando a los jóvenes y a las mujeres las quieren inducir a esas cosas por eso opté por salir”, explicó.
Con las dificultades a cuestas avanzaron su camino, a pie, en autobús, pero siempre acompañada de la caravana migratoria y con lo que ellas consideran es la ayuda de Dios.
“Cruzamos bien Guatemala, los conflictos fueron con los papeles, pero cuando uno viene en grupo al final dejan pasar a todo mundo. A veces nos salían aventones pero no los agarramos porque nos decían que podían entregarnos a las autoridades migratorias”, dijo.
Las motivaciones de sus hijas le dieron fuerzas para seguir adelante y no dejarse vencer. Fue así que por azares del destino se encontró con un amigo y paisano suyo y juntos se fueron a tramitar el permiso de residencia en México.
QUERÍA LUCHAR POR SUS DOS PRINCESAS
“La realidad es que se viene uno sin papeles arriesgando su vida. Yo pensé que era primordial conseguir nuestros papales en Tapachula y luego ver la manera de seguir subiendo (refiriéndose al norte). Mi niña de 16 años se desesperó y se regresó, no fue fácil pero hubo personas mexicanas que me apoyaron”, contó.
Betty Xiomara continuó el camino con su otra hija, con el firme propósito de llegar a la frontera mexicana, y posteriormente a los Estados Unidos.
“Tengo aquí como ocho meses aproximadamente. Un amigo me fue a traer a la central porque nos decían que como éramos de otro país nos podían secuestrar, pero para mi sorpresa las cosas no salían como las pensaba, porque jamás pensé que una persona de mi propio país me tratara mal, yo me sentí avergonzada, le lavaba su ropa, hacia los quehaceres de la casa”, comentó.
Finalmente esta mujer migrante llegó al albergue Senda de Vida, donde ha recibido las atenciones adecuadas.
“Aquí nos han tratado muy bien, es una casa muy espiritual, estamos esperando en Dios y luego en las leyes de migración; yo quiero sacar adelante a mis hijas eso es lo único que quiero, salir adelante y darle gracias a Dios”, dijo.
Con mucha fe se encuentra Betty Xiomara en la espera de obtener el asilo por parte de los Estados Unidos.
MÁS MUJERES EXTRANJERAS SE ESTABLECEN EN TAMAULIPAS
Desde hace 10 meses la señora Zonia y su hija Linnet se encuentran en México y tienen tres días de haber llegado a Reynosa, Tamaulipas; actualmente se encuentran recibiendo atención en esta misma casa del migrante que dirige el pastor cristiano Héctor Silva.
“Aquí nos tratan de maravilla en el albergue, no me quisiera ir pero mi familia me espera, tengo una hermana que ya tiene 20 años viviendo en los Estados Unidos”, dijo Zonia.
Así como estas mujeres, cientos de migrantes se desplazaron por diferentes estados de la República Mexicana, principalmente los que se encuentran en la frontera norte de México. El arribo de los indocumentados a la franja fronteriza aumentó durante las primeras semanas de agosto del año pasado. De acuerdo con la información del dirigente del albergue, Héctor Silva, explicó que la cifra era 2 mil 800 personas de diferentes nacionalidades, hasta el día 31 de julio del 2019.
Al verse saturado este refugio algunas personas montaron casas de campaña en la explanada donde familias completas pasaban la noche, mitigaban el calor y en los últimos meses el frío.
La casa del migrante estaba tan llena que llegó el momento en que, un letrero fue colocado en la entrada que decía: “No hay cupo”.
Debido a este problema algunos optaron por salir y buscar un cuarto para rentar, en aquellas casas, vecindades y hoteles que estaban abandonadas por la delincuencia, que hoy son habitadas por los migrantes.
Hasta seis personas viven en una casa cuya renta varía entre los 1,500 a 3,500 pesos mensuales, según dijeron los arrendadores.
Pará cubrir estos gastos, los extranjeros se han establecido en un comercio para trabajar y solventar sus necesidades y la compra de productos de primera necesidad.
Algunas mujeres cubanas trabajan en estéticas, restaurantes, tiendas de ropa o, en la venta de accesorios para telefonía celular.
“Aún no me han dicho nada sobre mi petición de asilo político. Tengo cita hasta el 4 de abril del 2020 y espero buenas noticias. Por lo pronto estoy trabajando aquí en la estética para sobrevivir al igual que otros compañeros que nos encontramos en la misma situación”, expresó Nerelis, una joven cubana.
De acuerdo con los datos emitidos por el dirigente del refugio Senda de Vida, aproximadamente 500 cubanos en su mayoría féminas han decidido aceptar un trabajo en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, mientras esperan respuesta del gobierno estadounidense a su petición de asilo político.
BUSCANDO PAZ Y LIBERTAD
Luego que un grupo masivo de centroamericanos quienes entre ellos eran desconocidos pero compartían el mismo sueño: escapar de la pobreza y violencia que últimamente se ha desenfrenado en los países sudamericanos.
Se concentraron y emprendieron el viaje desde Honduras y se enfilaron hacia la frontera entre México y Guatemala el 19 de octubre de 2018.
Los miles de indocumentados tenían la vista puesta en los Estados Unidos, pero el camino era largo, cansado y lleno de desafíos para llegar a su destino; así que la primera parada fue en la línea divisoria del sur de la República Mexicana.
Los migrantes, entre adultos, jóvenes y niños ingresaron por el Estado de Chiapas, donde estuvieron varios días varados en el puente internacional; algunos ingresaron a la fuerza y a otros les fue otorgado un permiso por parte del gobierno de México.
Esta movilización fue tan grande que causó impacto en el mundo entero, algunas personas viajaban con sus pertenencias en hombros y otros cargaban a sus hijos pequeños en la espalda.
A mediados del mes de enero del año 2019 una nueva caravana de aquellos desplazados avivó la impaciencia de las autoridades tanto mexicanas como estadounidenses, quienes vieron este fenómeno como una batalla, pues el gobierno de los Estados Unidos propuso frenar el movimiento migratorio exigiendo aprobar un presupuesto de 5 mil 700 millones de dólares para construir el muro fronterizo.
En cambio el pueblo mexicano se ha solidarizado para dar cobijo a los indocumentados mismos que se desplegaron en varios estados de este país, para subsistir y continuar su camino hacia el norte del continente americano.
“Salimos de Holguín, en Cuba, y tomamos un vuelo a Nicaragua el día 28 de abril 2019 y ahí contratamos un coyote para que nos trajera por 2 mil dólares; cruzamos en combi, a pie y a caballo por Honduras, Guatemala y hasta llegar a Tapachula, Chiapas aquí en México”, expresó Zonia Rodríguez Guerrero, de 53 años de edad.
Pero esta valiente cubana no viaja sola, pues viene en compañía de su hija Linnet Marrero Rodríguez, de 27 años de edad. Ambas estuvieron 40 días presas por parte del Instituto Nacional de Migración (INM) en el municipio de Comitán de Domínguez, Chiapas.
Así el destino de las migrantes en México se entremezclan, aunque cada una tiene una historia difícil que contar.