
El pasado 2 de julio la ciudad de Matamoros se cimbró cuando una bala perdida disparada durante un enfrentamiento entre delincuentes y fuerzas federales, había terminado con la existencia del presbítero Marco Antonio Durán Romero, titular de la Parroquia de San Roberto Belarmino.
Ese día el tableteo de las armas de fuego cedió el paso a los ecos silenciosos de lo ocurrido: el sacerdote yacía en el asfalto malherido. Rápidamente se corrió la voz en las calles, colonias aledañas y redes sociales, donde además de una plegaria, se solicitaba sangre para el religioso que era trasladado a un hospital.
Sin embargo en lugar del milagro llegó la cruenta realidad, pues a las 15:39 horas el sacerdote de 47 años edad, originario de Monterrey, Nuevo León, fue declarado oficialmente muerto.
El pueblo católico -y la sociedad en general- vieron masacrada su esperanza de una tranquilidad social. Por eso se volcaron hasta el templo donde oficiaba sus misas, regalaba su característica sonrisa y ofrecía sus consejos alentadores, para acompañar su frío féretro.
Tras el anuncio de que los restos mortales del sacerdote serían velados en su parroquia, grupos de fieles arribaron al santuario para participar en uno de los funerales más dolorosos que se recuerden en la ciudad.
Desde la noche del domingo 3 de julio, se formó afuera de la parroquia una larga fila de personas quienes querían observar por última vez el rostro de su pastor, sin importar la amalgama de emociones que les ocasionaría. Era una mezcla de impotencia, dolor y confusión.
Niños, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad quedaron en la orfandad espiritual, quebrantados, mientras los sacerdotes presentes trataban de aliviar el dolor mediante sermones que hablaban de una vida eterna, sin dolor, sin sufrimiento.
Esa noche el llanto corrió a raudales y los lamentos se quedaron impregnados en las paredes de la iglesia pues así tenía que ser.
SIN EL PADRE, EN LA ORFANDAD
“No se lo merecía, lo único que pedimos es que se haga justicia. Él siempre nos enseñó a perdonar, pero esperamos que las autoridades esclarezcan esto, así como hay una justica en el cielo, tiene que haber una justicia aquí en la tierra”, dijo sollozando María Dolores Zamorano Castillo, una de las asistentes a la Parroquia.
Esta mujer apenas y podía hablar, al igual que las dos señoras que la flanqueaban y que también habían sido testigos del extenuante funeral.
“Era la persona más linda, la más linda, sonreía demasiado. Siempre tenía palabras de consuelo, bromeaba, jugaba, siempre nos mantuvo unidos en la espiritualidad, en la conversión”, expresó una de las asistentes.
Ninguna de estas mujeres podía creer que ese pecho que profesaba amor por los seres humanos, había sido perforado por un proyectil sin dirección, disparado por una mano ignota.
El ataúd con los restos del presbítero fue colocado al centro de la iglesia. Metros atrás, sobre la pared, estaba una imagen de Cristo crucificado, observando el escenario, estoico.
“Es un dolor que no tiene comparación ¿qué le puedo decir? el padre Marcos fue para todos nosotros un ser extraordinario”, dijo otro de los asistentes.
“Para nosotros todo su amor, él para nosotros y nosotros para él”, finalizó.
La familia del sacerdote también se hizo presente en la ceremonia pues arribaron desde Monterrey la noche del sábado.
Las alabanzas no cesaron durante el velorio, el grupo de jóvenes de la parroquia no dejó de entonar cánticos, al igual que la multitud ahí reunida. Mientras las estrofas se elevaban hacia el cielo, las lágrimas caían cargadas de aflicción al suelo.
Transcurrió la noche. Por la mañana sólo quedaban restos de la multitud que horas antes arropó el féretro. Sin embargo la feligresía despertó -no de la pesadilla, sino del sueño producido por el cansancio-, y regresó al santuario para despedir a su amigo el sacerdote.
A las 11:30 horas del lunes 4 de julio se llevó a cabo una última misa en la Parroquia que estuvo a cargo del sacerdote asesinado.
“El padre Marco está muy contento desde el cielo, viendo como su comunidad, su familia, en lugar de lamentarse dicen: ‘Señor estamos todos en tus manos. Amén’”, pronunció el presbítero Javier Nolasco Ramos, quien preside la Parroquia de Santa Apolonia, en la ciudad de Río Bravo, Tamaulipas.
El dolor se desató cuando un grupo de familiares del difunto sacaron por el pasillo principal el féretro. Algunos fieles estiraban sus manos para tocarlo por última vez, otros optaron por aplaudir.
A la salida del templo una carroza esperaba el féretro para llevarlo a la Catedral de Nuestra Señora del Refugio, donde aguardaba otra multitud que alcanzó a conocer al padre Marco gracias a la televisión, pues el párroco también era conductor del programa “Bienaventurados”, que se transmitía por un canal de televisión de paga.
EL ULTIMO ADIOS
En la Catedral el escenario era el mismo, el dolor seguía siendo inocultable y el llanto incontenible. Fueron tantos los que llegaron que hubo quienes se quedaron afuera, sin poder escuchar el sermón ofrecido por el Obispo de la Diócesis de Querétaro, Faustino Armendáriz Jiménez, quien regresó a Matamoros por este triste evento.
Ahí estaban también el alcalde Alfonso Sánchez Garza, quien estaba acompañado por su esposa Silvia Guerra de Sánchez. Detrás de él, algunos otros funcionarios como el titular de la Secretaría del Trabajo de Tamaulipas, Raúl Cesar Gonzáles García.
El Obispo Armendáriz Jiménez tenía el rostro desencajado por el lamentable suceso que terminó con la vida del Padre Marco Antonio Durán.
“Nosotros vamos a proseguir con nuestro trabajo, no nos arredra nada, no nos detiene nada. Este es un trabajo de fe que hacemos en el nombre de Dios, sabemos los riesgos que corremos especialmente en situaciones de violencia como las de esta región”, expresó.
Y prosiguió: “el administrador diocesano, el padre Roberto Sifuentes Aranda, ha reiterado nuestro compromiso de seguir en los lugares, por eso mi felicitación y mi oración por todos los sacerdotes para que continúen en sus puestos, sirviendo al pueblo”, señaló.
Entre las personas que se quedaron fuera de la Iglesia, estaba el coordinador del grupo de jóvenes de la Parroquia que dirigía el sacerdote fenecido, José Guadalupe Sánchez, quien sólo atinó a decir que era irónica la forma en que el padre Marco murió.
“Él dirigía las ‘Cruzadas por la Paz’, la muerte del padre Marco es un hecho doloroso, esperamos que sea fruto para la paz. Él decía que la situación de la sociedad había sido sobrepasada y solo Dios podía sacarnos de este problema”, pronunció.
Pasadas las 13:00 horas terminó la última misa ofrecida en honor al sacerdote. El ataúd fue extraído de la Catedral y entre aplausos, porras y lágrimas, fue depositado en la carroza que lo trasladaría hasta su ciudad de origen para recibir cristiana sepultura.
Y mientras el vehículo se alejaba, un contingente de personas iba detrás, siguiéndolo, resignándose a este nuevo episodio violento que se ha vivido en la frontera de Tamaulipas.