Tres caminos se observan al bajar el kilómetro 37 de la carretera a Matamoros, todos ellos de terracería. Aunque pareciera haber varias opciones, el viajero no se pierde al elegir entre las veredas, todos tienen el mismo destino: El Soliseño.
A primera vista, el lugar no parece ser distinto de otros ejidos de la región, únicamente la imagen de algunas casas de madera vencidas por el tiempo –que son las primeras en dar la bienvenida a los visitantes– muestran el primer síntoma de abandono en el poblado.
Enseguida, otras viviendas del mismo material pero construidas al estilo norteamericano dan un panorama más optimista del lugar.
Sin embargo, de inmediato llama la atención que al entrar al pueblo no se divisa a ningún habitante en la calle más que a dos personas haciendo sus quehaceres domésticos afuera de sus casas.
Siguiendo una de las brechas principales se llega a una vivienda que también funciona como tienda de abarrotes, donde los lugareños –curiosos por la presencia de desconocidos– salen a interrogar a los visitantes.
Una señora mayor acompañada de dos niños confirma a los reporteros que han llegado a El Soliseño y señala la ruta que lleva a las casas antiguas del lugar.
Y no se equivoca. Las viejas viviendas adornadas al estilo español son las construcciones más visitadas de El Soliseño, sin embargo, el peregrinar de los turistas interesados por la vieja arquitectura que data de hace más de dos siglos ha decrecido con los años, al igual que el número de habitantes del ejido.
Desde hace varias décadas, los nativos de este lugar se fueron a buscar mejores opciones de vida pues El Soliseño –aún con sus 234 años de historia–, no ofrece muchas opciones de desarrollo económico a sus de por sí pocos habitantes, quienes sobreviven de la agricultura y el comercio.
Sin mucho esfuerzo, cualquier viajero puede hallar las ruinas de lo que fueran las primeras casas de El Soliseño, construcciones que se mantienen en pie después de doscientos años de existencia y que han sobrevivido desde el paso de la Revolución Mexicana hasta el temido huracán Beulah, que devastó buena parte de Tamaulipas.
La mayor amenaza para estas antiguas viviendas es el olvido, pues aunque muchas de ellas siguen habitadas, las que no lo están son víctimas del tiempo y del vandalismo de quienes aprovechan el descuido de los dueños originales para robar el ladrillo de sus construcciones.
Así lo denuncia Gonzalo Rodríguez Rosas, uno de los pocos nativos del lugar que se niega a abandonar la tierra donde nació, creció y donde espera algún día descansar en paz.
Gonzalo sale de su vieja casa en ruinas ubicada en una esquina. Al observar extraños en su propiedad de manera amable sale a preguntar qué buscan y acepta contar la historia que todos saben de El Soliseño.
“Estas construcciones vienen de la familia Solís y los García que aquí vivían y por eso le pusieron al ejido El Soliseño, porque mucha gente se apellidaba Solís. Donde yo vivo la casa es de 1908 y hay otras que son más viejitas que la mía. Son patrimonio de Matamoros”, presumió.
Recordó que en años pasados las autoridades de Matamoros llegaron al ejido y colocaron una placa en cada vivienda, con los datos de cuando se construyó y quien fue su dueño original, incluso mencionó un proyecto donde las autoridades se comprometieron a mejorar las calles y restaurar las casas para promoverlas como un atractivo turístico.
“Vinieron (las autoridades) porque había un proyecto pero ya no volvieron, nada más pusieron las placas. Las casas están ya muy viejas, se gotean y se mojan por dentro, pusieron las placas y las dejaron abandonadas”, se quejó.
Según Gonzalo, el proyecto quedó olvidado luego de la muerte de Francisco Benavides, el único historiador del pueblo, quien falleció hace siete años y conocía como nadie la historia del ejido.
EL LEGADO DE
“PANCHITO” BENAVIDES
No lejos de las ruinas donde nos encontramos se ubica la casa de Francisco Benavides. De hecho es la única vivienda que salta a la vista pues está pintada de dos tonos de rosa, que le ayudan a lucir desde lejos.
Debido a que durante un tiempo fue la única cantina del pueblo, dentro de la construcción aún se pueden ver algunas botellas que están pintadas en la pared.
En el mismo muro se encuentra una placa con fecha de diciembre de 1994 donde se reconoce a la propiedad de Francisco Benavides como edificio histórico de Matamoros. Sin embargo, el distintivo que más llama la atención al viajero es el triángulo amarillo que indica la fecha de construcción del inmueble: 20 de mayo de 1851.
Aquí nació, vivió y murió Francisco Benavides, el historiador de El Soliseño, quien además de ser el único habitante del poblado que resguardaba las memorias del ejido, aseguraba ser descendiente directo de los primeros pobladores, por lo que nunca quiso irse del lugar que lo vio nacer.
A diferencia de las demás viviendas -que se encuentran abandonadas- la casa de “don Panchito” (como lo llamaban) no ha sido olvidada por sus dueños, quienes contrataron a una persona que le da mantenimiento y recibe a los visitantes, tal y como lo hacía su propietario.
Al ingresar a la vivienda se ve cómo eran las cantinas de pueblo, aunque el paso del tiempo es evidente. Las mesas de billar y todos sus instrumentos lucen empolvados, mientras que en una de las vigas que sostienen al techo pueden verse varios permisos de salubridad con una antigüedad de cuarenta años.
El cuidador hace la labor que hacía su antiguo patrón, recordando los años cuando la cantina estaba abierta y recibía a todos aquellos que preguntaran por la historia de El Soliseño.
Las habitaciones han sido mejor resguardadas por el tiempo. La de “don Panchito” permanece igual de cómo era cuando él vivía, gracias a que casi nadie la ocupa.
La división de las habitaciones permite ingresar primero a los dormitorios y después a la sala que está llena de recuerdos.
Aunque el ejido carece de museo, la casa de Francisco Benavides podría serlo pues alberga una colección de fotografías –algunas de hace más de cien años–, muebles y recortes de periódicos que cuentan la historia del ejido, entre los que se encuentra uno donde se lee el siguiente poema:
“Todo tu Soliseño luces deslavado
luces desteñido
inerme y olvidado en el inexorable
como el museo que no se visita
como el libro que no se abre
como el vino que reposa
como la música en una sala vacía
como la lluvia en un frío cristal
como los labios que no se besan.
Todo tu Soliseño que tienes tantas cosas que contar a quien quiera escuchar
tanto que mostrar a quien quiera ver
tanto que enseñar a quien quisiera aprender”.
Entre los documentos que se exhiben en la pared, también se resalta la una de las frases que –dice el cuidador– “don Panchito” mencionaba frecuentemente: “Buscar el mejoramiento cultural de nuestro pueblo, es el patriotismo mejor fincado”.
EL SOLISEÑO EN LA HISTORIA
El 5 de enero de 1776 se fundó el ejido El Soliseño. Sus primeros habitantes fueron Juan José Solís y su esposa María Gertrudis quienes llegaron al lugar mucho antes de que el municipio de Matamoros –al que ahora pertenece– hubiera sido fundado.
La historia cuenta que los primeros pobladores fueron personas de posición acomodada, quienes se dedicaban a la agricultura y ganadería. Originarios de Camargo, Tamaulipas, llegaron al lugar huyendo de los ataques de apaches y de ladrones de ganado.
Juan José Solís compró a Antonio de Urizar, un comerciante español; tres mil 125 varas (2 mil 612 metros) frente al río, por seis leguas (33 mil 436 metros) de fondo, propiedad que fue repartida entre sus 10 hijos tocándole a cada uno 312 varas y media (312 metros).
Para cuando falleció el fundador del poblado, éste contaba con 950 habitantes y era conocido como El Soliseño, gentilicio de los Solís.
Se dice también, que el lugar era uno de los más prósperos de la región por estar cerca de un paso del río Bravo, condición económica que también se revela en las viejas casonas de ladrillo construidas al estilo español.
Una de las anécdotas del lugar es que las viviendas en sus primeros años, además de edificarse con ladrillo de adobe y revoque de leña, eran pegadas con leche de vaca, gracias a la prosperidad que el poblado gozaba.
Los techos, puertas y vigas fueron construidos con madera de ébano y mezquite labrado. En las casas se observa la misma hechura, techos altos, amplias habitaciones y grandes ventanas.
La historia –que se lee también en las placas de los edificios– dice que por el poblado pasaron los generales Venustiano y Jesús Carranza durante la Revolución Mexicana.
Asimismo, en las memorias de Francisco Benavides se presume que en El Soliseño han nacido grandes hombres que distinguieron también a la ciudad de Matamoros, como José de Jesús Solís quien fue Justicia (juez) en 1811 y alcalde del primer voto en 1812.
En sus mejores épocas también, El Soliseño era un paso propicio para contrabando de telas, lo que dejaba también ganancias a sus habitantes que se dedicaban a la ganadería y agricultura.
CASI EN EL OLVIDO
A más de 234 años de haber sido fundado, El Soliseño dista mucho de ser la comunidad rica que era en sus primeros cien años de vida. De hecho en la actualidad ni si quiera conserva el número de habitantes de cuando se fundó (950 personas) y apenas alberga un promedio de 300 habitantes, aseguró Gonzalo Rodríguez Rosas, uno de los pocos nativos de El Soliseño que permanece allí.
Esto no quiere decir que las antiguas casonas del ejido se encuentren sin dueño, sin embargo éstos ya se han ido a las ciudades y regresan de vez en cuando.
La mayoría de la gente ha emigrado para ‘el otro lado’. Vuelven a veces para arreglar sus casitas y darles una ‘manita de gato’, pero es muy poco el tiempo que se quedan. Cada casona tiene el nombre de la casa, del dueño y la fecha de construcción, los propietarios llegan cada temporada de vacaciones, pero hace mucho que ya no viene casi nadie”, comentó Gonzalo, quien siempre ha vivido en el ejido.
De hecho, este abandono hace difícil de creer que en un tiempo este ejido llegó a albergar a más tres mil personas, dijo Andrés Cuéllar, director del Archivo Histórico de Matamoros.
“El lugar (El Soliseño) se está quedando vacío debido a la migración, eso es bastante común en todo lugar pequeño de la República. Tomando en cuenta las construcciones del ejido debió haber tenido entre mil y tres mil personas, un número que ha descendido con los años”, dijo.
El director del Archivo Histórico de Matamoros explicó que el burocratismo fue otro de los factores que provocaron la migración.
“En Matamoros estaba la Aduana, si alguien compraba algo en el lado americano si lo quería importar legalmente, tenía que pasar por Matamoros”, contó el historiador.
Poco a poco la próspera comunidad fue quedando vacía y los recursos económicos se fueron a las ciudades.
“El panteón revela que hubo dinero, porque para construir tumbas o casas tiene que haber dinero. En El Soliseño no hay piedra ni madera, tuvo que haber dinero para hacer el ladrillo que es una piedra hecha”, explicó Cuéllar.
El fin de la época de “las vacas gordas” en El Soliseño no fue por un suceso en particular, sino por varios entre los que se encuentra el fin del contrabando de telas.
“Las circunstancias fueron cambiando y el tráfico de telas pasó a la historia, ya era más barato cruzar las telas por el puente y ese dejó de ser negocio”, indicó.
A partir de la década de los sesenta, la población del ejido comenzó a disminuir principalmente después del paso del huracán Beulah, en el año 1967, cuando la creciente del río Bravo cubrió las casas.
En ese tiempo Francisco Benavides, quien era el delegado municipal, tuvo que salir en mula hacia Matamoros para pedir ayuda.
Sin embargo, ni siquiera este huracán pudo acabar con las casas, que sirvieron de refugio a sus pobladores.
Los pocos que quedan no ocultan su orgullo por ser originarios de este lugar.
“El Soliseño constituye una de las pasiones matamorenses y por alguna razón está en el corazón de la mayor parte de ellos, porque es parte de nuestro pasado”, aseguró Cuéllar.
En opinión del historiador, el descenso de su población no necesariamente indica que vaya a convertirse en un pueblo fantasma, pues hay muchas ventajas en ese lugar que todavía no se han aprovechado.
“Existen muchos factores que se pueden presentar para que en lugar de disminuir crezca el ejido, está cerca de dos carreteras, la libre y de la de cuota si un comercio se establece puede tener éxito, pero el panorama sí tiende a decrecer”, reconoció.
A pesar de que hace unos años las autoridades matamorenses consideraron restaurar las casonas y arreglar las calles para ofrecer un atractivo turístico, el proyecto se ha quedado en el olvido, igual que el ejido El Soliseño.