
La muerte y el dolor arribaron al Servicio Médico Forense (Semefo) de Matamoros procedentes de San Fernando y sus alrededores. Después del 6 de abril, fecha en que se hizo público el hallazgo de los primeros 59 cadáveres enterrados en fosas clandestinas, este lugar se convirtió en un deambular de muertos que eran trasladados de un lugar a otro para ser examinados y de vivos, quienes buscaban identificarlos.
Fue una especie de viacrucis anticipado que desafortunadamente no terminaría en una gloriosa resurrección. A partir de eso el entorno cambio drásticamente: los forenses no se daban abasto, las autoridades confundidas se mantenían al margen y familias enteras estuvieron apostadas por días en los alrededores en espera de alguna indicación.
A raíz de lo acontecido, Matamoros se convirtió en una especie de destino turístico del horror, de la desesperación total. Personas procedentes de San Luis Potosí, Nuevo León, Coahuila, Jalisco, Distrito Federal, entre otros Estados, comenzaron a llegar a esta localidad con un mismo fin: tratar de reconocer de entre los cadáveres a sus familiares desaparecidos.
De la misma manera lo hicieron habitantes de municipios tamaulipecos como San Fernando, Reynosa y Matamoros.
Desde la noche de ese 6 de abril ya había personas preguntando sobre los 48 cuerpos que en un principio fueron encontrados y depositados en una gran caja refrigerante, que llegó a ser conocida como la “caja de la muerte”.
Conforme pasaron los días era mayor la cantidad de personas que estaban en las afueras del Servicio Forense y fue entonces cuando comenzaron a rondar las fotos, los testimonios, las lágrimas, la impotencia, el dolor en su máxima expresión.
El hedor de la muerte había impregnado el lugar. Un olor fuerte, que se penetraba por las fosas nasales y causaba una amalgama de sensaciones entre los presentes. Muchos de ellos estaban y no estaban, otros simplemente no creían que sus familiares desaparecidos estuvieran en la morgue, pero permanecían estoicos, en espera de información.
“Muchas veces he venido a buscar a mi hijo, pero no lo he encontrado y sé que esta vez no lo voy a encontrar aquí”, expresó una señora de avanzada edad, quien desde el año pasado desconoce el paradero de su hijo.
Pese a esto no se movió, permaneció con la mirada puesta sobre el edificio grisáceo durante un largo tiempo. Después fue retirada por su hija, quien le hizo entender que no encontraría información en ese momento, como si de antemano le hubieran comunicado que la desgracia apenas comenzaba.
TRAGEDIA SIN FONDO
Conforme pasaban los días la incertidumbre crecía, parecería como si nunca se llegaría al fondo de la tragedia. Mientras la delegación en Matamoros de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) informaba que dentro de poco tiempo culminaría con las necropsias, las autoridades federales seguían encontrando más cadáveres y para el 8 de abril ya sumaban72 cuerpos ubicados.
Pero esta cantidad no era tan profunda, cada día se sumaban más hallazgos y al cierre de esta edición el número había ascendido a 183 restos humanos.
Sin embargo, los números nunca fueron exactos. Por día se producía una vorágine de información oficial y extraoficial que terminó por confundir a la sociedad. Lo fehaciente de todo, es que la gente no paraba de arribar a la delegación para solicitar informes y someterse a las pruebas del ADN como método para acceder a la identificación correspondiente.
A muchos de ellos les importaba poco cruzar ese punto trágico de San Fernando donde las personas eran interceptadas, para después ser asesinadas. Menos si el traslado era en autobús de pasajeros, que ahora se han convertido en blanco para las organizaciones criminales.
“¿Qué miedo puedo tener si ya me quitaron a mis hijos?”, pronunció con total enfado una persona proveniente del Distrito Federal, quien externó que dos de sus hijos fueron secuestrados en ese punto de la carretera cuando regresaban de Brownsville, Texas, después de hacer unas compras.
Durante ese tiempo, la Unidad de Servicios Periciales albergó a cientos de personas desconocidas que convergían en una misma situación, que intercambiaban experiencias de lo acontecido con sus parientes.
“Mi hijo desapareció el 29 de marzo”, “Mi esposo, mi hijo y mi yerno ya nunca regresaron”, frases cortas, impactantes, que mantenían una charla dolorosa, pero necesaria para menguar la desesperación.
Afuera de la unidad permanecía la caja refrigerante y cada vez que los forenses abrían las puertas para bajar los cuerpos almacenados y adentrarlos en el edificio, la gente corría apresurada para tratar de observar e identificarlos como familiares.
Nada se obtenía de eso, los cadáveres estaban en vueltos en bolsas negras y etiquetados con leyendas como: “Arenal, Fosa #4”.
A cinco días de lo acontecido y ya avanzadas las labores de identidad, algunas familias empezaron a reconocer, por tatuajes o cicatrices, a sus parientes. Y aunque cumplieron con la aplicación de la prueba del ADN, los cuerpos no les fueron entregados.
Es más, todos los cadáveres fueron enviados hacia el Distrito Federal, ante la inconformidad de las personas.
El primer camión partió el día 13 de abril con 70 cuerpos, el segundo lo haría el 19 de ese mismo mes con 50 cadáveres. Miradas atónitas, cuestionamientos sin respuesta, confusión, fue lo que provocó este traslado que no ha sido explicado por las autoridades.
ROSTROS SIN RASTRO
Uno de los fenómenos que desató el acontecimiento, fue la exacerbada cantidad de denuncias que se interpusieron en la Agencia Quinta del Ministerio Público Investigador, habilitada para recabar querellas sobre desaparecidos.
Desde el 11 de abril y hasta el 26 de ese mes, se captaron cerca de 500 denuncias relacionadas con estos hechos. Los primeros días se llegaron a registrar hasta 100 denuncias.
Las vidrieras de todas las oficinas de la fiscalía de pronto se convirtieron en un collage de rostros sin rastro. Todavía permanecen en la Agencia, lo mismo en la Unidad de Servicios Periciales y distintas partes de ese complejo de seguridad, fotocopias de los desaparecidos, con sus respectivos nombres y algo en común: la leyenda “Se busca”.
Otras han sobrepasado el usual diseño y tienen leyendas como “Donde quiera que estés te queremos y te extrañamos”.
Y es que la gente tenía temor a denunciar, pero con lo que sucedió en San Fernando, optaron por hacerlo. Eran largas filas de personas que esperaban su turno para ser atendidas.
Algunos desesperados se deshacían en llanto, otros fijaban su mirada en algún punto para dejar pasar el tiempo. Dolor y más dolor. Sufrimiento interno, para no caer en la exhibición.
“Por favor déjenme en paz, este dolor no es exhibición, es algo que tengo aquí adentro”, espetó una señora a un reportero que pretendía conocer su historia.
Prácticamente la sociedad fue envuelta por la tragedia, los que llegaban en busca de sus desaparecidos y los que arribaban en busca de ayudarlos. Principalmente los grupos religiosos fueron los ofrecieron su apoyo, el gobierno municipal también hizo lo suyo.
Ellos, los religiosos, a veces tan distantes por sus creencias, unificados en los patios del Semefo ofreciendo pan y alimento espiritual. Conjuntos de católicos, cristianos protestantes, entre otros, viviendo una misma tragedia, bajo un mismo Dios.
Por días estuvieron presentes repartiendo alimentos a todos los congregados en ese lugar, lo mismo a personas afectadas por lo sucedido, como trabajadores del lugar y hasta elementos de las fuerzas federales.
Líderes religiosos también se hicieron presentes para otorgar apoyo a los perjudicados, uno de ellos, el Obispo de Matamoros, Faustino Armendáriz Jiménez, se presentó en 2 ocasiones en ese lugar.
Tampoco faltaron los cánticos a las afueras del Semefo, las oraciones arrebatadas, los rezos casi silenciosos. Lejos de dar un aspecto de un funeral masivo, fue reconfortante para los denunciantes.
En síntesis, los matamorenses no fueron ajenos al dolor, pues aparte de las organizaciones religiosas, también llegaron grupos de estudiantes habitantes de colonias cercanas al lugar para apoyar en las labores.
Y así, bajo el argumento de que la bondad está sobre la maldad, permanecieron un largo tiempo prestando sus servicios, sin retribución más grata que el agradecimiento de las personas con familiares desaparecidos.
SIGUE LA INCERTIDUMBRE
Para estos días ya todo volvió a la normalidad, por lo menos en el Servicio Médico Forense (Semefo). Ya son menos las personas que arriban al lugar, sólo se percibe el movimiento común en ese complejo de seguridad.
Continúa llegando gente a preguntar sobre los resultados de las pruebas de ADN, pero en la oficina de la Unidad de Servicios Periciales les indican que no han llegado, que vuelva después.
Prueba de ello es Sanjuana González, de 46 años de edad, quien arribó a la referida unidad para preguntar acerca de los resultados, pero salió del lugar sin respuesta oficial.
“Me hice la prueba el 11 de abril, ya han pasado más de 10 días y me dicen que todavía no tienen nada”, dijo la entrevistada.
Ella busca a su hijo y su nuera quienes desde hace unos meses desaparecieron en ese punto trágico del municipio donde se encontraron los cuerpos.
“Tenemos mucha incertidumbre porque no sabemos dónde están, queremos enterarnos si están entre todos esos muertos y si no, pues seguir buscándolos”, manifestó.
Indicó que lo único que le informaron en el departamento es que desde la capital de la entidad se enviarán los resultados, sin embargo, esto no ha sucedido.
Por esto, pidió a las autoridades que agilicen las labores y entreguen la información de las pruebas del ADN, ya que muchas familias están angustiadas queriendo saber si sus parientes se encuentran entre los cadáveres.