
En agosto de 2010, un grupo de indocumentados cruzó México buscando llegar a Estados Unidos,
al sueño americano. Sin embargo, a unos kilómetros de su destino 72 de ellos fueron masacrados.
Este crimen es uno de tantos cometidos en la llamada “Ruta de la Muerte”
Peñitas es un minúsculo caserío enclavado en el extremo Oriente de El Salvador, en la frontera con Honduras. Un poblado de hamacas en los cuartos y hormigas invadiendo los pisos durante el sopor de las tardes.
Sopor de puerto y sudor de costa que apenas se mitiga bajo la sombra de los almendros y tamarindos que resguardan, inmóviles, las 80 viviendas del lugar, en el municipio de Pasaquina.
A escasos 50 kilómetros de ahí se encuentra El Tablón, otro poblado cubierto por el mismo sol inclemente e idénticos aires de abandono. Es el departamento de La Unión.
Esta entidad está muy lejos de la vida moderna que transcurre en San Salvador.
Aquí los relojes bostezan su aburrimiento y el tiempo se escurre entre las manecillas, entre las moscas zumbando, pasa a un lado de las motonetas convertidas en taxis y se acumula en los ancianos que sobreviven como pueden.
La necesidad agobia y aunque las autoridades lo intentan, no pueden responder a la exigente demanda de trabajos bien pagado o al menos que den para comer bien.
A esto se debe que la constante entre los pobladores sea migrar. De los caseríos a las ciudades, de las ciudades a San Salvador, de Centroamérica a los Estados Unidos.
Y entre tanto olvido y tanta migración, estos lugares van avanzando a marchas forzadas entre las ausencias y las remesas. A costa de familias separadas por exilios obligados.