Al entrar en el palacio municipal de Agualeguas un mural pintado de manera ingenua ofrece al visitante una representación del encuentro entre el presidente Carlos Salinas, de México, y George Bush padre, de Estados Unidos.
El mandatario mexicano se reconoce por su calvicie y su bigote, mientras que para reconocer el retrato del antiguo presidente de Estados Unidos hay que usar más la imaginación.
Esa pintura es uno de los testimonios de la época de prosperidad de ese pequeño pueblo, que conoció una atención desproporcionada durante la presidencia de Carlos Salinas.
“Se ponía muy bonito el pueblo”, repite la gente con una nostalgia perceptible en su voz y evocando ese pasado tan diferente del presente. Sus ojos se ponen felices al acordarse de las fiestas organizadas cuando el presidente llegaba y contaban con la atención de los periodistas y visitantes que beneficiaban al pueblo entonces.
Hoy, el silencio que reina en las calles sorprende a los visitantes. Uno se siente incómodo, se da cuenta de la ausencia de actividad de Agualeguas: ¿dónde están los jóvenes? ¿Los adolescentes?
Algunos negocios, principalmente restaurantes, cerraron después del sexenio de Salinas y poco a poco se disolvió la actividad económica creada por el turismo político. ¿Quién viene a visitar Agualeguas ahora? Algunos curiosos y algunos periodistas.
El cinema México, símbolo del entretenimiento y de la apertura cultural, quebró. Sólo quedan ruinas del edificio retro, la gran entrada roja está cerrada con cadenas.
Durante el período presidencial se abrieron restaurantes, hoteles, hasta tiendas de recuerdos de Agualenguas. Después de la estimulación económica por el turismo político, la mayoría de esos negocios desapareció: el interés del público se dirigió hacia un nuevo presidente y una nueva ciudad.
¿De qué se compone el centro ahora? Un poco de agitación emana alrededor de la iglesia, algunas señoras están sentadas cerca del tradicional kiosco, regalo de la familia Salinas a su pueblo.
Los pocos visitantes atraen la atención: los habitantes miran con curiosidad, incomprensión o diversión a los extranjeros que pasean en algunas calles del municipio.
En estos pueblos tradicionales y conservadores todos se conocen y las voces murmuran en el aire. Durante el reportaje, la gente parece preocupada al contestar a las preguntas: “¿Va a salir en la televisión? No quiero salir en la televisión, imagínense, aquí la gente habla…”.
En ese paisaje bastante monótono, algunos elementos sobresalen. El lienzo charro, por ejemplo, materialización del interés local por los caballos, sólo abre sus puertas para las fiestas del pueblo, ya no hay tantos jaripeos como en los tiempos de bonanza.
¿Y qué decir del aeropuerto? Esa infraestructura parece en desfase con la realidad sencilla del pueblo. Las aeronaves presidenciales fueron sustituidas por caballos paseando tranquilamente sobre la pista. Y los cuervos que se instalaron en la torre de control rondan en el cielo, no están acostumbrados a la presencia humana.
La naturaleza volvió a tomar sus derechos.
Agualeguas tuvo una historia que duró seis años: de la dinámica económica que el presidente Salinas creó, sólo quedan algunas placas conmemorativas y la nostalgia de un pueblo.