Hace 23 años Rosalba Rodríguez tuvo un sueño: tener un restaurante. Con muchos esfuerzos fundó el restaurante Tío Lalo, ubicado en la calle Junco de la Vega 2401 casi esquina con 2 de Abril.
Y desde entonces, el negocio le daba de comer a ella y a cinco familias más que trabajaban en el lugar.
Sin embargo, la madrugada del 22 de noviembre doña Rosalba se convirtió en una víctima colateral del combate a la delincuencia.
Una persecución entre elementos del Ejército Mexicano y presuntos malhechores, terminó en las instalaciones del restaurante Tío Lalo, donde una camioneta del comando armado se estrelló contra el local explotando en su interior y destruyendo el patrimonio de la empresaria regiomontana.
Dudas, impotencia y frustración envuelven a la empresaria, que se pregunta: “¿ahora quién podrá ayudarme?”.
Esta es una historia más de las miles que se escriben a diario en esta interminable lucha que día con día se apodera de la tranquilidad de las personas que con dedicación y esfuerzo hacen grande a México.
INICIOS
Divorciada y con 55 años de edad, Rosalba ve con tristeza cómo las llamas extinguieron más de dos décadas de esfuerzo y dedicación.
“Le costó muchos sacrificios para poder tener este local”, dice su sobrina, quien decidió omitir su nombre.
“Inició con una parrilla y fue creciendo y se pasó a un local de madera, después a un local chiquito y estuvo luche y luche hasta llegar a lo que hoy es el restaurante Tío Lalo”, agrega.
Así, después de tanto trabajo, pudo comprar, en 1987, el local donde hasta el 22 de noviembre era el restaurante.
Poco a poco fue viendo premiado su esfuerzo. Con el tiempo se fue construyendo el Tío Lalo. Primero un primer piso y después una segunda planta que fungía como bodega.
“Con mucho esfuerzo fuimos levantando el negocio. Cada que sobraban centavitos los invertía en mobiliario y remodelaciones”, dice Rosalba.
Tras su divorcio salió adelante y el restaurante siguió caminando, hasta que se vino una fuerte crisis económica que sucumbió en los bolsillos de doña Rosalba.
Acondicionó la parte alta del restaurante para vivir y así salir adelante del aprieto financiero con el que se había topado.
“Desde hace dos años vivía arriba del local porque sufrió una crisis económica y tuvo que venirse a vivir para acá”, menciona su sobrina.
Dentro del restaurante estaban las escaleras para subir a su casa. Con ella vivía una hija soltera y dos nietos cuya escuela estaba cerca del negocio.
La bodega pasó a ser la casa. Los cuartos, llenos de desechables y víveres para el restaurante se volvieron las habitaciones, cocina, sala y baño.
La vida comenzaba a sonreírle nuevamente. Nunca se imaginaba que de la noche a la mañana iba a perderlo todo.
PIERDE TODO
“Comenzamos a cambiar el horario de servicio a raíz de la inseguridad que se vive en la ciudad y por todo lo que ha pasado alrededor del Tec”, dice Rosalba mientras ve con nostalgia su negocio reducido a cenizas.
El 21 de noviembre cerró a las 10 y media de la noche y subió a su casa para convivir con sus nietos… al poco tiempo se desató el infierno.
“Me encontraba con mis nietos cuando escuché un rechinido y cristales rompiéndose”, recuerda.
“Cuando bajé a ver qué pasaba, vi una camioneta dentro de mi restaurante y presentaba una pequeña llama del lado del copiloto”, continúa.
“No me dio tiempo de bajar a ayudar porque comencé a escuchar disparos y corrí a proteger a mis nietos. Nos tiramos al piso e inmediatamente le hablé a un familiar para decir lo que estaba sucediendo”, agrega.
Gracias a esa llamada los soldados que se batían a duelo con uno de los pasajeros de la camioneta se enteraron que había gente inocente en la parte alta del restaurante.
“Un soldado subió por nosotros y nos sacó de la casa. El humo estaba llegando a la habitación cuando nos rescataron. Nos sacaron de ahí y no supe nada más hasta después cuando mi negocio había quedado reducido a cenizas”, dice Rosalba.
De la noche a la mañana había perdido todo. Hogar y negocio habían quedado calcinados por la explosión de la camioneta.
El vehículo se había llevado una de las barras de contención que estaban fuera del local, la puerta de hierro forjado la tumbó y se introdujo al local donde finalmente las granadas que los pasajeros traían en su interior explotaron matando al instante al piloto y copiloto e incendiando el restaurante.
Doña Rosalba se había convertido en una víctima más de la interminable lucha contra el crimen organizado.
“Nunca me imaginé que me pasaría algo así. Siempre estaba con el temor de lo que ha estado ocurriendo en los alrededores, pero nunca a esta magnitud”, sentencia.
INCERTIDUMBRE
“Los daños se estiman alrededor de cinco millones de pesos, entre el negocio y la casa”, dice Juan Jaime Gutiérrez, sobrino de doña Rosalba.
Aunque la cifra aún no es oficial, los números son muy altos y la carencia de un seguro hacen que el futuro de la señora penda de un hilo.
“El licenciado Pedro Ibarra, que vino por parte del alcalde Larrazábal, nos dijo que mentiría si dijera que el municipio se haría cargo de todo, que el apoyo que se les brinda es psicológico, médico y jurídico”, comentó Juan Jaime.
Mientras la bolita se pasa entre el municipio y el Estado, lo cierto es que el tiempo corre y el clamor de doña Rosalba es que la ayuden.
“Yo quiero que la ayuda sea rápida. Yo quiero que todo quede como estaba para poder seguir trabajando y así poder sobrevivir”, exclama.