¿No tiene miedo de hablar? – A mi edad… ya son pocas cosas a las que le tengo miedo…
Vestido con un pantalón de mezclilla, botas de trabajador y una camisa de algodón, no cuesta mucho creer que el interlocutor fue un activista político durante sus años de juventud. Aunque han transcurrido 40 años desde el año 68, todavía mantiene el atuendo sencillo de aquella época: mezclilla, pelo largo, y el rostro con barba y bigote ahora coronados de unos anteojos necesarios por la edad.
Fausto Zacarías Cruz Cruz, de 61 años de edad –residente de esta ciudad fronteriza desde hace más de veinte años–, alguna vez fue estudiante de la Vocacional 3, bachillerato técnico del Instituto Politécnico Nacional. Acomodado en la ruidosa sala de una dependencia pública, el entrevistado accede a hablar de uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna de México, donde él y muchos estudiantes de su generación fueron los tristes protagonistas.
Como otros hijos de la posguerra, el joven se había rezagado en su educación básica. A los 21 años apenas ingresaba a la vocacional 3 que se ubicaba en el Casco de Santo Tomás. Desde su ingreso a la secundaria técnica 72, se involucró en la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), una organización oficial del Partido Revolucionario Institucional (PRI), de donde se retiró al iniciar las primeras manifestaciones. Mientras permaneció en el organismo ocupó el cargo de secretario de propaganda y más adelante de coordinador de prensa.
Su mirada se remonta cuatro décadas atrás donde sin esfuerzo evoca amargas memorias del Movimiento Estudiantil del 68, con voz pausada y evocando el ambiente revolucionario que se vivía en aquel entonces, regresa a las páginas de su vida de estudiante.
Recuerda: “La Federación era una representación oficial de la organización estudiantil, pero en realidad servía a los intereses del Estado como vigilantes. Se fue desgastando por pertenecer a una organización oficial. Unos querían la democratización y otros defendían sus intereses muy particulares. De ahí nacen los primeros movimientos porriles dirigidos por el Estado como un medio de control para las escuelas.
“Se fomentaba la oportunidad para crear equipos de béisbol, de basquetbol y sobre todo de futbol americano, quienes se involucraban recibían todo: becas, equipo, canchas, infraestructura; supuestamente estaban dedicados al deporte pero no, eran grupos de choque cuya labor era confrontar todo descontento dentro de las escuelas. Denunciaban cualquier reunión académica y extra académica. Así es como el Estado quería tener el control sobre la población estudiantil.
“Argumentaban que ‘los estudiantes a estudiar y los trabajadores a trabajar’, pero no podíamos hacer eso, tenía que ser una formación social del individuo: su participación social, laboral, política y nunca se pudo más que a escondidas. Había una situación legal donde no se podían reunir más de cinco o seis personas porque era un delito y se les acusaba de sedición social, por el artículo 145 bis”, explica.
En el contexto de la época, se vivía un descontento en el ambiente escolar luego de que el gobierno decidiera recortar el subsidio para los estudiantes foráneos, quienes llegaban al Distrito Federal con un apoyo de vivienda e internado al Politécnico. Esta situación se sumó al entorno de insatisfacción que se vivía en el país.
“La cuestión es que al crecer la población había una mayor demanda de educación media y media superior y por la crisis económica el Estado retiró una gran cantidad de subsidios a la educación. Había un descontento popular por la depresión económica, el desempleo y la falta de oportunidades de las grandes masas a la educación. Para ese entonces la gente tenía que estar dos días apostada afuera de la escuela para recibir una ficha de admisión, era mucha la demanda y poca la oferta para la educación”, asegura.
El preámbulo de la tragedia
Con voz pausada, entre silencios que le ayuda a ordenar las fechas de los acontecimientos, el estudiante evoca situaciones que precedieron al 2 de octubre y es que contrario a lo que el grueso de la población considera, la represión estudiantil no empezó, ni terminó en esa fecha.
Asegura: “La marcha no se organiza, hay otros eventos anteriores a eso. Lo que explota la revuelta es un incidente tan pueril como el que los granaderos invaden la preparatoria cinco y agreden a maestros y estudiantes; por una reyerta que se había dado entre los alumnos del Politécnico y una preparatoria que estaba incorporada a la UNAM. Estos pleitos eran muy comunes, sobre todo en eventos deportivos entre los Burros Blancos y los Pumas de la Universidad, eran las confrontaciones estudiantiles, las pasiones sobre el futbol americano, pero detrás de esto había otras cosas.
“Esa confrontación es un pretexto para que intervengan los granaderos. Resultaron lesionados maestros y estudiantes de la vocacional 5, escasos tres meses antes del 2 de octubre. Se organiza la marcha en protesta por el atropello hacia los estudiantes. Por primera ocasión se unifican los criterios de los de la UNAM y los del Politécnico. Por parte de la Universidad participan los estudiantes más politizados de la escuela y por parte del Poli, los alumnos que se habían salido de la Federación Nacional de Estudiantes que proponían una representación más democrática de las instituciones”, evoca Cruz.
Luego de la intervención del ejército y los granaderos del 22 de julio, se desata la violencia entre estudiantes y las fuerzas de orden público. El 26 de ese mismo mes una manifestación de la Federación de Estudiantes Técnicos que protestaban por el atropello del Casco de Santo Tomás, se confronta a otro contingente de jóvenes del Partido Comunista que conmemoraba la Revolución Cubana. Nuevamente se desencadena la violencia cuando los militares sofocan la manifestación de los jóvenes.
Los días siguientes, el ejército ocupa las vocacionales del IPN y las preparatorias de la UNAM en el centro de la ciudad. El 29 de julio, con un disparo de bazuca toman la Preparatoria 1 de San Ildefonso donde se suscitan cientos de heridos, muertos y detenidos. Al día siguiente, el rector Barros Sierra izó la bandera a media asta en señal de luto. Para el primero de agosto se realizó una manifestación donde el rector estuvo al frente del contingente estudiantil. El 2 de agosto se formó el Consejo Nacional de Huelga (CNH) con un pliego de seis puntos principales:
– Libertad de los presos políticos (estudiantes encarcelados).
– Derogación de los artículos 145 y 145 bis. del Código Penal Federal.
– Desaparición del Cuerpo de Granaderos.
– Destitución de los jefes policíacos.
– Indemnización para los familiares de los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.
– Deslinde de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.
A partir de entonces el ambiente de tensión se recrudece en la Ciudad de México. Los estudiantes comenzaron a sufrir el acoso y las amenazas de las autoridades. En 1968 México sería la sede de los Juegos Olímpicos irónicamente denominados “Las Olimpiadas de la Paz”. La atención internacional se centraba en la capital del país. El 27 de agosto se llama a una marcha clave para los sucesos posteriores, un contingente ya no sólo de estudiantes y maestros sino de representantes de los sectores obrero, campesino y otros sindicatos acuden en apoyo al movimiento estudiantil.
Todos aquellos que se encontraban descontentos con la situación económica de la Nación se congregan en la plaza de la Constitución. Al calor del contingente uno de los oradores propone a la multitud permanecer en un plantón para esperar el cuarto informe de gobierno y exigir un diálogo con el presidente Díaz Ordaz.
“Todos estos eventos se dan en diferentes marchas porque no hay una respuesta del Estado a las instituciones, no castigan a quienes habían agredido a los estudiantes. Julio, agosto y septiembre fueron de incertidumbre y meses donde había una gran revuelta”, conmemora.
Las facciones de Cruz se endurecen al recordar la coacción de las autoridades hacia su generación, con las manos al aire enfatiza las palabras que escuchó más de una vez de sus opresores.
“Nos decían que nos dedicáramos a estudiar y que no estuviéramos fregando, porque nos iban a meter en cintura. No había clases ni manera de estudiar, fueron días muy confusos –reflexiona Fausto– muy agitados a nivel mundial, se escuchaban de revueltas en París, en Berlín, Inglaterra y Estados Unidos.
“Los alumnos acudíamos a la escuela, pero era inevitable no hablar de política y de la situación que se estaba viviendo en el país. Se organizaban foros, había conferencias, cada quién planteaba su punto de vista en los auditorios y la pregunta era ¿qué vamos a hacer? teníamos la idea de democratizar al país, de llegar a las últimas consecuencias”, afirma el entonces estudiante.
El 28 de agosto, mientras la multitud permanecía en un plantón en las afueras del Palacio Nacional, el ejército desalojó a los manifestantes haciendo uso de la fuerza. El primero de septiembre, el presidente Gustavo Díaz Ordaz presentó su cuarto informe de gobierno donde declaró que ideas exóticas querían desestabilizar al país.
El silencio: Más estruendoso que las palabras
Durante el mes de septiembre la represión a las expresiones de los jóvenes comienzan a ser más severas. La policía transitaba las calles tomando a los jóvenes con aspecto de estudiantes, arrestan sin motivo a quienes se encuentran en las vialidades, llevar libros bajo el brazo era un riesgo para la juventud de la época. Al mismo tiempo se escuchaba de una intensa actividad estudiantil en otros Estados de la república como Nuevo León, Morelos, Baja California, Chihuahua, Tamaulipas, Oaxaca, entre otros.
El 13 de septiembre se realiza una de las manifestaciones más significativas del Movimiento del 68. Con el apoyo de maestros estudiantes del IPN y la UNAM marchan en silencio por la Avenida Reforma. Convencidos que la fuerza de sus pasos retumbaría más alto que sus palabras, el contingente conformado por más de 300 mil personas camina con cruces blancas en la boca o pañuelos utilizados como mordaza, que luego fue conocida como La Marcha Silenciosa.
Los días siguientes hubo eventos como la toma de Ciudad Universitaria por parte del ejército, la renuncia por parte del rector Barros Sierra (rechazada por la Junta de Gobierno) y la toma del 23 de septiembre de las preparatorias del IPN ubicadas en el Casco de Santo Tomás, donde nuevamente los estudiantes se enfrentan al ejército dejando como resultado muertos y heridos. El 27 de septiembre, de nueva cuenta se organiza un mitin en la Plaza de las Tres Culturas y se convoca a una nueva manifestación para el 2 de octubre.
Con la mirada llena de recuerdos y audible resentimiento en sus palabras, Fausto Cruz revive el inicio del 2 de ocubre: “El ambiente era pesado. Se respiraba tensión por todos lados, el ejército ya patrullaba las calles. Luego de la agresión a los estudiantes en el Casco de Santo Tomás, hubo muchos muertos. ¿Los medios? estaban atados, eran partícipes en callar las cosas. Jacobo Zabludosky decía que éramos una bola de revoltosos, que nos dedicáramos a estudiar porque el país nos necesitaba, que estábamos influenciados por ideas extrañas en nuestro país, repetían lo mismo que el presidente decía.
“Mi novia y yo nos juntamos con los demás compañeros en la biblioteca para ir a las gradas del estadio. Platicamos sobre todo lo que había sucedido y nos preguntábamos por los demás compañeros que habían desaparecido. Muchos de ellos se ausentaban por un largo tiempo y luego los volvíamos a ver… había una camaradería muy estrecha. Por seguridad nos reuníamos en secciones donde todos se conocían. Ver a cualquier extraño que se introducía en nuestras filas, era preguntarle qué hacía ahí o qué buscaba, había una psicosis muy fuerte por todos los eventos que habían pasado.
“Marchamos por la Avenida Reforma y llegamos al contingente que era muy grande. Los universitarios que venían de las vocacionales más lejanas subieron a los autobuses de líneas de pasajeros, la prensa decía que habíamos secuestrado autobuses pero ellos se ofrecían a transportarnos, porque creían en el movimiento.
“Casi oscureciendo llegamos a la explanada de la Plaza de las Tres Culturas, que ya estaba abarrotada, ya habían comenzado los oradores con un mensaje de unificar fuerzas, de agruparse y exigir que los puntos del pliego petitorio se cumplieran; que se capturaran y expusieran a los culpables del 28 de agosto, del 23 de septiembre, simplemente se pedía una solución.
Bengalas de muerte
Como parte de la actividad que le tocaba en el mitin, Fausto y algunos de sus compañeros se ubicaron cerca del templete. Su función era ser parte de las cadenas humanas que guardaban la seguridad de los oradores. Acompañado de su novia se colocó en una esquina de la tarima. Es entonces cuando se desencadena el episodio más sangriento del movimiento estudiantil de 1968 en México.
Reviviendo la atmósfera de aquella noche el entrevistado recuerda entre pausas el inicio del infierno que vivió el 2 de octubre.
“Se escucha el ruido de un helicóptero que sobre vuela la plaza y se alcanza a ver una luz de bengala, vemos que gente vestida de civil empieza a capturar a las personas; de los edificios Aguascalientes y Chihuahua comienzan a disparar contra todos los que estábamos ahí. Nos entra el pánico, mi novia y yo estábamos a cuarenta metros del templete donde estaban los discursos; cuando empiezan los disparos, la multitud se la lleva al otro extremo de la plaza.
“La multitud se disipó buscando la salida de Tlatelolco, para entonces el ejército ya había bloqueado las salidas, no nos dejan escapar de la explanada. Cuando estuvimos en el plantón del Zócalo ya nos había tocado ver muertos, tanques pasando encima de las tiendas de campaña; muchachos mutilados… ya sabíamos lo que nos esperaba. La gente corría sin dirección, trataba de huir, pero el cerco ya estaba hecho; no podías salir de la plaza sin previa contraseña. Todos los que estaban en la plaza fueron capturados, era un caos de gritos, llanto… muerte”, señala con los ojos humedecidos el entrevistado.
Años después se daría a conocer que los jóvenes vestidos de civil con un guante o un pañuelo blanco en la mano izquierda eran el Batallón Olimpia, un grupo paramilitar formado para contrarrestar el movimiento estudiantil. Así lo reconoce Fausto Cruz.
“Las fuerzas policiales son rasurados de pelo corto, se les ve de todas formas que son policías o militares. En aquél entonces el pelo de los estudiantes era largo y vestíamos playeras, mezclilla, huaraches algunos. Era muy fácil identificar quien era estudiante y quien se hacía pasar por uno de nosotros”, explica.
El fallido intento de huir de la plaza hizo que la multitud corriera a guarecerse en los edificios de Tlatelolco. Entretanto, los asesinos de guante blanco seguían disparando a la multitud. Con decenas de compañeros Fausto se precipitó al edificio Hidalgo, donde una compañera de la UNAM les ofreció asilo para protegerse de los francotiradores que tiraban también desde los edificios Chihuahua y Aguascalientes.
Quedaron hacinados junto con una docena de estudiantes entre hombres y mujeres, más la familia, que habitaba el departamento de una sola recámara. Los estudiantes reciben una llamada que les previene de los allanamientos que se estaban realizando en todos los edificios.
“Escuchamos gritos y hablaron por teléfono desde el edificio de enfrente donde surgieron los disparos. Avisaron que había detenciones y cateos en los departamentos. Vuelve el pánico. Tuvimos que salir por protección a la familia que nos había resguardado. Eramos unos 12 estudiantes, hombres y mujeres. Muchos nos conocimos de vista nada más, discutimos que no era conveniente involucrar a la familia en una situación donde por nuestra culpa podría sufrir consecuencias graves.
“Cada quien salió de ahí por sus propios medios. Muchos se refugiaron en los clósets, en los cubos de los elevadores, y ahí permanecieron. Escuchábamos a la gente corriendo en el edificio, y cuando salimos vimos que en los estacionamientos y en los pasillos mucha gente fue masacrada, por lo menos torturada. Les pegaron en las piernas con bats o con tubos para que declararan quienes eran los cabecillas que intentaban desestabilizar al gobierno; con palabras altisonantes e intimidatorias y con la promesa de quitarles la vida si no hablaban… fue muy traumático”, recuerda Cruz.
Fausto corrió junto a uno de sus compañeros a unos botes de basura enterrados en el piso, donde permanecieron por más de ocho horas. A través de una ranura de su refugio los estudiantes observaron la suerte de sus demás compañeros “Vimos los pies de decenas corriendo… personas heridas, quejándose, estábamos muertos de terror; pensamos que en cualquier momento nos iban a matar” evoca.
Por más de ocho horas Fausto y su compañero se escondieron entre el hedor de los desechos; sin embargo, el aroma que en realidad les aterrorizaba era la sangre de sus compañeros masacrados. Alrededor de las siete escucharon la llegada de camiones militares y de basura que llegaron retirar los cuerpos de los caídos del 2 de octubre.
¿Valió la pena?
No es el genocidio de una generación de estudiantes lo que todavía indigna al entrevistado, ni siquiera las pérdidas humanas que tuvo en el movimiento (su novia y su hijo en gestación) sino el silencio. La ausencia de veracidad que un día después se publicó en los principales medios de comunicación.
Con los ojos entristecidos por evocar las imágenes que cuarenta años atrás cambiaron su vida, Fausto recuerda triste amanecer de un día después.
“El 3 de octubre los medios dieron a conocer que un grupo de estudiantes con ideas contrarias se había dado encontronazos, provocando una serie de desmanes donde tuvieron que entrar las autoridades y las fuerzas públicas a guardar el orden. Después de esto se vivió un ambiente de tensión y terror. ¿Los medios? tenían sus intereses que cuidar y no podían dar otra opinión que la del Estado. Después del 2 de octubre perdí a mi compañera, simplemente desapareció… no la volvimos a ver. Hubo mucha represión, unos nos escondimos, otros salieron del país… otros no regresamos a la escuela, no sé si me perseguían o tenía delirio de persecución”, confiesa.
Aunque el dos de octubre se reprimió la libertad de expresión de los estudiantes, eso no acabó con el movimiento. Años posteriores serían los jóvenes estudiantes de la Normal quienes en diversos puntos del país saldrían a marchar. El 10 de junio de 1970, en una de las manifestaciones se acuñó la frase emblemática de la matanza de Tlatelolco: “2 de octubre no se olvida”.
Cuatro décadas después, el entonces estudiante evalúa el precio que les costó la manifestación de sus ideas. “El 2 de octubre se lograron libertades…¿Valió la pena?… sí valió la sangre de todos los compañeros”, concluye Fausto Cruz, quién nunca olvidará el día en que el gobierno acalló con balas la libertad de expresión de toda una generación.