
VENCE AL CANCER… LA MATA EL FUEGO
Era una mujer optimista, sonriente, aunque a veces le costaba trabajo abrirse ante los demás. Pero era, también, una luchadora… aguerrida y brava. De hecho pudo vencer al cáncer y lo celebraba. Con lo que no pudo fue contra su destino y la tarde del 25 de agosto, Lucía Anguiano se convirtió en una de las 52 víctimas que perecieron en el Casino Royale.
Tampiqueña de nacimiento, pero regiomontana por adopción, Lucía era una mujer que sabía valorar cada segundo de su existencia. En ella no cabía el pesimismo ni sabía doblegarse ante nada. Sólo la muerte fue capaz de acabar con sus ganas y voluntad de seguir adelante.
Una muerte prematura, injusta para alguien que tenía mucho por qué y por quiénes vivir. Profesionista, culta, simpática. Adjetivos podrá haber muchos para describir a Lucía, sin embargo, ninguno será capaz de ejemplificar el poder interior de una mujer que nació para, en pocos años, hacer felices a quienes la rodeaban y para ser un ejemplo de vida.
Hoy le sobreviven su familia, su mamá y hermanos, quienes decidieron despedirla en su natal Tampico, Tamaulipas, donde descansan sus restos, mientras en Monterrey seguimos esperando ese día que podamos descansar, aún en vida, lejos del miedo que hoy parece llegar para quedarse entre nosotros.
LUPITA MONSIVAIS: UNA JOVEN EJEMPLAR
El nombre de María Guadalupe Monsiváis Estrada es uno de los 52 que quedarán tatuados en el triste recuerdo del pueblo nuevoleonés y mexicano.
Lupita, como la conocían sus amigos, era una joven de apenas 26 años de edad, llena de sueños por cumplir.
Sus vecinos y amigos de la colonia Mirador de Santa Catarina la conocían a la perfección, pues además de trabajadora, siempre tenía una sonrisa para compartir. Así es como la recuerda Perla Cecilia Aguillón Charles, una de sus mejores amigas.
Le gustaba divertirse, bailar y convivir con sus amigos.
“Le gustaba bailar, no tenía vicios, no fumaba, no tomaba, éramos pura pachanga sana y pues no tenía problemas con nadie, tenía muchos amigos”, mencionó Perla.
Pero no todo en la vida de Lupita era perfecto, pues tiempo atrás se vio en la necesidad de abandonar sus estudios para trabajar, poder ayudar en casa y ahorrar un poco para seguir estudiando.
Fue así que hace un año y medio llegó al Casino Royale, donde se desempeñaba como recepcionista.
Trabajar en la casa de apuestas le redituaba bien, aunque los horarios no eran los mejores para poder seguir frecuentando a su gran amiga Perla, pero Lupita estaba a gusto.
Apenas el domingo 21 de agosto, Lupita y Perla se toparon en un centro comercial en donde poco pudieron hablar pero determinaron un día para poder verse nuevamente. Lamentablemente esa fecha nunca llegó, ya que tan sólo cuatro días después, Lupita fue una de las víctimas mortales del ataque al casino.
En casa, su familia y amigos no daban crédito a lo que veían por televisión y sólo rogaban a Dios que la joven estuviera bien.
En la mañana del 26 de agosto la fatal noticia finalmente les fue dada: Lupita había sido rescatada, pero sin vida.
Y es que nadie esperaba que la joven, quien ya estaba a punto de reincorporarse a los estudios, dijera adiós a sus sueños de una manera tan trágica.
Las horas posteriores a la entrega del cuerpo, la tristeza, coraje, impotencia y frustración se reunieron en un mismo lugar, las capillas Protecto Deco de Villagrán, en Monterrey, donde sus padres, amigos, vecinos y conocidos bañaron de lágrimas la atmósfera durante su velorio.
Posteriormente, el último adiós se dio en el panteón municipal de Santa Catarina, en donde fueron depositados los restos de la joven, que en vida se ganó el cariño y aprecio de toda su comunidad.
Muere su amiga…
ella se salva
El destino hizo que Juany Peña no llegara al Casino Royale el pasado 25 de agosto y, de esa manera, lograra salvar su vida. Pero la que no corrió con la misma suerte fue su amiga María de los Angeles Pérez Patlán.
La maestra, de 52 años de edad, quien era docente de la Escuela Secundaria Número 5 en el municipio de Santa Catarina, murió en el interior del inmueble, lugar al que acudía diariamente desde hace tres años.
Mientras el fuego se apropiaba del centro de apuestas, Juany se encontraba en la casa de sus padres, ya que más tarde se vería con su amiga.
“Ella no tenía algún presentimiento de que fuera a morir, al contrario estaba muy feliz”, recordó.
La última vez que Juany habló con Angeles fue a las 14:00 horas del día, es decir, dos horas antes del ataque.
La docente platicó que lo más probable es que su amiga se haya asustado, ya que no le dio el tiempo para hablar por teléfono con alguien, sólo pensó en refugiarse.
“Estoy completamente segura de que mi amiga se resguardó pensando que a lo mejor era una balacera o un robo y que se iba a pasar pronto, a lo mejor pensaba que si se salía le iba a ir peor.
EL CASINO YA NO ERA SEGURO
En diferentes ocasiones el casino había sido blanco de la delincuencia, los hechos no fueron reportados a las autoridades.
“Todo mundo minimizaba todo, a una compañera le tocó una balacera… dice que todo mundo corrió, pero no le prestaron atención. .Siempre se minimizaba todo lo que sucedía”, comentó.
Angeles vivía en el municipio de Santa Catarina y sus restos reposan ahora en el Panteón de Protecto Deco, lugar al que acudieron familiares, amigos y colegas.
La Sección 50 de Maestros ayudó en los gastos funerarios, pues sus hijos de 19 y 22 años no cuentan con los recursos económicos.
Además de María de los Angeles Pérez Patlán, también fallecieron en el incendio las docentes Idalia Elizabeth Walls, maestra de la Secundaria 10 y María Guadalupe Monsiváis Estrada, maestra de una escuela primaria.
MAYRA LILIANA DEJO DOS HIJOS
A sus 25 años, Mayra Liliana González Zamarripa murió a consecuencia del ataque en el Casino Royale, del cual era cliente. Ella dejó a su niña de tres meses, a su hijo de tres años, y a su esposo.
Aunque no visitaba constantemente la casa de apuestas, la vecina de la colonia La Fama II, en Santa Catarina, acudió al establecimiento la tarde del fatal hecho.
Hace cuatro meses había corrido peligro de muerte por la complicación de su embarazo. En esa ocasión libró la batalla pero desafortunadamente no fue así el 25 de agosto, cuando los delincuentes ingresaron al negocio de la avenida San Jerónimo.
La última comunicación que sus familiares tuvieron con ella fue a través de una llamada telefónica que la joven alcanzó a realizar durante el incendio.
“Lili le habló a mi mamá gritando y diciéndole que había mucho fuego, se cortó la llamada y a los cinco minutos me marcó –porque yo trabajo en un hospital cercano al casino–, me salí corriendo, pero ya no tuve comunicación con ella”, dijo Adán González, hermano de Liliana.
LA BONDAD DE LILI
Adán aseguró que su hermana siempre fue una persona alegre y nunca se enojaba con nadie. Prueba de ello fue el desfile de personas que acudieron a las capillas Protecto Decto a darle el último adiós.
Y es que eran decenas de amigos, compañeros y familiares los que llegaron a las capillas para acompañar los restos de la siempre sonriente Lili.
Aunque Liliana no le comentó tener algún presentimiento el día de los hechos, Adán contó que meses atrás, cuando estaba embarazada, tuvo riesgo de perder la vida por una hemorragia.
Los servicios funerarios fueron cubiertos en gran parte por el DIF estatal y el resto por la familia González Zamarripa; ahora sólo esperan la pronta resignación y que su ser querido ya goce del amor de Dios.
QUEDAN EN ORFANDAD DOS NIÑAS
“Quiero ver mi mami. ¿Cómo no la voy a querer ver, si es mi mamita?”, expresaba entre lágrimas Dafne Astrid, la hija mayor de Julia Yuridia Cardona Morales, una de las 52 víctimas del ataque al Casino Royale.
La niña de ocho años de edad, abrazada de su abuelito, quería ver a quien en vida le brindó todo el amor y cariño, ese día del adiós en el Parque Funeral Santa Catarina, de Protecto Deco.
Un profundo dolor se podía observar en cada rostro de los reunidos al poniente de la ciudad, donde los restos de la vecina del sector San Pedro 400 tendrán un descanso en paz.
En ese mismo panteón quedaron los cuerpos de otras empleadas y clientes del casino.
Al lugar acudieron familiares, amigos y compañeros de Yuri, como le decían, quienes no daban crédito a la muerte de su ser amado, quien tenía 26 años de edad y ocho meses de laborar como mesera en el centro de entretenimiento.
El día de los hechos, al enterarse del ataque, María y Julia Morales (tía y madre de Yuridia) acudieron al Casino Royale, ubicado en avenida San Jerónimo.
Ante la desesperación de ver que no aparecía por ningún lado, comenzaron a buscar en diferentes nosocomios del área metropolitana, pero desafortunadamente no la encontraron. A partir de ahí, el presentimiento de que algo malo le había pasado no se borró en ningún momento.
Ella era madre soltera y dejó huérfanas a sus dos niñas, Fátima Nayeli y Dafne Astrid, de dos y ocho años, respectivamente.
Para salir de las Capillas Protecto Deco, en el centro de la ciudad, las personas fueron trasladadas en camiones.
DOBLE GOLPE PARA SU MADRE
Hace tres años la mamá de Yuridia perdió a otra de sus hijas, de tan sólo 23 años de edad, en un accidente automovilístico cuando se dirigía al municipio de García.
El dolor para la madre de familia es insoportable, comento María, el perder a dos de sus niñas en tan corto tiempo.
Ahora le quedan tres hijos: la mayor de 29 años, otra de 21 -que está embarazada- y el hijo más chico, de 20.
Los deudos de Julia Yuridia Cardona Morales pidieron justicia y ayuda para las niñas que quedaron en la orfandad.
SE REENCONTRARA CON SU MADRE
Miguel Angel Loera Castro trabajaba como cocinero en una casa de apuestas, cercana al Casino Royale, a donde acudía para distraerse después de sus labores.
Miguel, de 49 años, padecía de diabetes, por lo que nunca se casó y decidió dedicar cada minuto de su vida a la protección de sus progenitores. Sin embargo, con el paso del tiempo, su padre fue perdiendo la memoria y tuvo que ser llevado a un asilo de ancianos, mientras que su madre falleció apenas en febrero.
La pérdida de esos seres que lo acompañaron durante toda su vida fue un golpe muy duro y la soledad se convritió en su única confidente, lo que lo llevó a buscar distracciones y maneras de entretenerse, mismas que encontró en las salas del Casino Royale.
Nadie imaginó que ese lugar, en el cual el vecino del sur de Monterrey canalizaba sus tristezas, se convertiría en su última morada.
Ese día por la tarde, su hermano Santiago encendió el televisor y comenzó a ver los noticieros que ya bombardeaban a la audiencia con sorprendentes imágenes y cifras que dimensionaban la magnitud de la tragedia.
De inmediato, comenzaron a cuestionar a sus conocidos acerca del paradero de su hermano.
Finalmente las hipótesis se esfumaron y la peor noticia llegó a ellos, a través de los medios de comunicación, ya que el nombre de su hermano fue expuesto en la lista de las personas que fueron rescatadas sin vida al interior del edificio.
Los 11 hermanos que conforman la familia Loera Castro llegaron al anfiteatro del Hospital Universitario para reconocer el cuerpo que les fue entregado horas más tarde, por lo que fue velado en las capillas Protecto Deco de Guadalupe.
Con información de Marilú Oviedo, Miguel Angel Arritola, Angel Vázquez y Emanuel Suárez.
‘Se están tirando de la azotea’
Por Mario Rodríguez Betancourt
Cuando recibí la llamada de mi papá para saber cómo estaba, me comentó que se incendiaba un casino, pero debido a la confusión no se sabía cuál era, hasta que por la radio escuché al comandante que dijo que era por Fleteros o San Jerónimo.
La tragedia que se asomaba por la ventana, de la cual no teníamos conocimiento en ese momento, fue cuando escuché también por la radiofrecuencia a la primera máquina que llegó al lugar del incendio y dio la voz de alarma: “central –con una voz más alterada que de costumbre, aún para una persona que está acostumbrada a ver el fuego casi como compañero de vida–, manda la escalera (máquina con escalera telescópica) en clave 3 (rápido) porque hay gente que se está tirando de la azotea, central manda la escalera en 3 porque la gente se está tirando de la azotea”.
La estación central del Departamento de Bomberos de Nuevo León está ubicada en Constitución casi esquina con Rayón, en el centro de la ciudad, ahí donde la tranquilidad de un día se rompe con el timbrar de un teléfono, ahí donde estaba la ansiada máquina escalera, pero no había quién la manejara hasta el lugar del incendio.
Decidimos ir mi papá y yo a la estación para ayudar al guardia de turno. Llegamos casi a las cinco de la tarde y nos presentamos con el bombero y este accedió a que le brindáramos ayuda, al mismo tiempo que salían de sus oficinas la gente del Patronato de Bomberos de Nuevo León, entre ellos el director, a quien saludamos mientras esperábamos instrucciones.
Un lugar donde en un día y bajo condiciones normales estaría lleno de camiones, ahora sólo se veían zapatos y algunos uniformes de bomberos que luchaban contra las llamas, mientras tanto los teléfonos no dejaban de sonar.
Entre ruidos de timbres escuché la radio y con ella la primera tarea que se nos encomendaría: los elementos no tienen equipo de respiración para entrar al humo del incendio y la compresora para llenarlos estaba a nuestra vista.
Buscamos los tanques de aire para llenarlos, pero nuestra búsqueda se vio empañada con la mala noticia de que ya no los pidieron en el lugar del siniestro.
Los minutos fueron pasando y la relativa calma se rompió cuando el familiar de un bombero llamó pidiendo información porque creyó ver a su hijo acostado en una camilla y con una máscara de oxígeno, las mismas imágenes que veía yo por la televisión.
Inmediatamente vi que el guardia trató de comunicarse con sus compañeros en el lugar de los hechos para pedir ayuda e información y saber la situación del bombero herido; la tensión aumentaba debido a que se escuchaba que la cifra de muertos aumentaba y nadie le podía proporcionar la información al guardia respecto a la salud del compañero.
Los nervios del bombero que estaba en la guardia parecían de hierro, pero ante la noticia de un compañero lastimado eran tan blandos que se podrían quebrar con una mirada. La llamada del director del patronato fue la clave para saber en realidad lo que pasaba.
Después de varios intentos de localizar al comandante por radiofrecuencia, lo logré y fue éste quien dijo que no eran lesiones de gravedad.
El número de víctimas aumentaba a ocho, después a 12, después a 22 y así subía y nadie podía pararla.
El riesgo estaba presente, pero no podían darse por vencidas esas personas que al final triunfan pero a qué costo, muchas veces se pierden vidas y en otras se pierden ellos en la infinita memoria de sus seres queridos.
Así, casi después de tres horas que estuvimos a la expectativa mi padre y yo decidimos regresar a la casa donde mi madre estaba nerviosa por saber cómo nos encontrábamos.
Nuestro regreso fue placentero después de recibir las gracias por parte del elemento que estaba en la guardia, quien nos confesó que si en determinado momento pedían apoyo sus compañeros del campo de batalla, sin nuestra ayuda él, con sus labores de estar atendiendo la radiofrecuencia y los teléfonos, no hubiera podido realizarla con efectividad.