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Larga incertidumbre

27 de junio de 2011 por Emanuel Suárez

Amanece en San Luis de la Paz, Guanajuato, una comunidad al norte de la entidad cuya arquitectura colonial y calles empedradas la convierten en una digna representante de la región del Bajío.
Como cada mañana, la brisa fresca de las primeras horas roza la piel de los pobladores, que todavía permanecen en la entidad y quienes desde temprana hora ya se encuentran en las plazas, mercados y comercios.
Pareciera que se trata de un lugar de ensueño, en donde la espectacularidad de las pequeñas ciudades se complementa a la perfección con la serenidad de la vida cotidiana, pero no es así.
A tan sólo kilómetros de las áreas urbanas, diferentes historias llenas de desespero y angustia se escriben en las rancherías de Maguey Blanco, Los Dolores y Toreadores, en donde se vive una preocupación colectiva desde el 21 de marzo de 2011, fecha en la que 17 de sus habitantes salieron en busca de mejores oportunidades de trabajo rumbo a Estados Unidos, pero se perdieron en el camino
Desde ese día, la incertidumbre es el principal huésped de estos poblados, en donde las interrogantes no tienen respuestas y la incertidumbre comienza a hacer estragos en las vidas de los familiares.
Cada día se convierte en 24 tortuosas horas a la espera de una llamada telefónica, un mensaje de texto o simplemente una noticia que indiquen el paradero de estos padres, hermanos e hijos que abandonaron su terruño con el único objetivo de dar una mejor vida a los suyos, pero éstas señales no han llegado.
Ya pasaron más de tres meses desde que los pobladores de estos ejidos partieron en busca del tan anhelado “sueño americano” y hasta el momento no se tiene noticias de ellos.
El reciente hallazgo de 183 cuerpos enterrados en fosas clandestinas ubicadas en San Fernando, Tamaulipas fue la peor información que esta gente pudo escuchar, pues la noticia creó confusión, dudas y acrecentó el dolor de las familias, quienes esperan que entre los cadáveres no se encuentres sus conocidos.

EL DiA A DiA DE UNA MADRE
Son las 11:30 horas del sábado 9 de abril en Maguey Blanco, una de las múltiples comunidades rurales de Guanajuato expulsoras de un gran número de migrantes. 
La humedad de la mañana ya se desvaneció por el imponente sol que ahora cobija a la comunidad. 
El calor fácilmente supera los 35 grados centígrados, pero eso no es impedimento para que dos grupos de niños disputen un partido de futbol sobre las canchas compuestas de tierra y porterías de tubos oxidados.
A tan sólo unos pasos de ahí, la alegría de los pequeños contrasta con la preocupación y tristeza de los adultos. Los sentimientos de desconcierto e incertidumbre tienen cabida en un mismo lugar: la casa de Ricardo Salazar a donde familiares, amigos y vecinos arriban con la misma pregunta: “¿ya saben algo de ‘Ricky’?”, que hasta la fecha tiene como respuesta un doloroso “no”.
“Ricky”, como lo llaman sus más allegados, es uno de los 17 pobladores que salieron el tercer lunes del mes de marzo con destino a “el norte”, como ellos se refieren a Estados Unidos.
Consigo llevaba una mochila con tan sólo un cambio de ropa, pero repleta de sueños e ilusiones. En su mente, tenía la visión de poder ahorrar algunos dólares para colocar un pequeño comercio en su natal pueblo y con él dar una mejor vida a su esposa e hija, sus dos más grandes amores.
Al interior de su antiguo hogar, una humilde propiedad en donde habitan más de una decena de personas, el silencio reclama su ausencia y ejemplifica lo que sucede en el pueblo en general: el desconsuelo
A las afueras de la casa, en lo que denominan patio, es en donde los nopales y magueyes conviven con las flacas cabras y hambrientos guajolotes. Y es justo en ese lugar en donde las copas de los pocos árboles abrigan la tristeza y soledad de una madre, a quien tan sólo el hecho de escuchar el nombre de Ricardo le provocan lágrimas en sus ojos.
Desde el 21 de marzo Antonia Salazar, madre de “Ricky”, no ha conciliado el sueño. Cada hora, minuto y segundo anhela volver a ver a su hijo, al cual la falta de empleo y salarios bien remunerados prácticamente lo orillaron a abandonar esa tierra, azotada por la sequía y el olvido.
“La necesidad lo hizo irse. Yo le daba hartos consejos, le decía: ‘mira hijo tú papá nos mantiene a todos, yo con tanto niño, tengo cinco en la escuela y ahí vamos saliendo adelante, ¿a poco tú no puedes con tu niñita, hijo? Y me decía: ‘sí mamá, yo sí saco para darles de comer a mi esposa y a la niña, pero no me queda ni un cinco. Yo voy a intentar irme”, mencionó doña Antonia.
Esta no era la primera vez que “Ricky” intentó cruzar de “mojado” el Río Bravo. De tantas veces que lo ha hecho, su madre ya perdió la cuenta. Y así como ella, el resto de las madres y esposas de la región que constantemente sufren la partida de sus hijos y esposos, ya que en esas rancherías el emigrar más que una necesidad, se ha convertido en un estilo de vida.
“Ricky” trabajaba en la recolección de zanahorias junto a su suegro en los pocos campos de sembradío que aún quedan en la región; sin embargo, su salario era insuficiente para satisfacer las necesidades básicas de su familia, ya que si bien completaba para llevar frijoles y tortillas a la casa, no alcanzaba para comprar calzado ni vestido.
“Pues yo le decía que no se fuera, que le buscara, que se fuera a la ciudad a buscar trabajo. Yo decía: ‘mira hijo échale ganas, como ‘Eddie’ (su hermano menor) en donde quiera le busca, tú también’. Y él me respondía: ‘sí mamá, sí nos mantenemos, pero no me queda para nada, si les compro algo de vestir o me compro yo algo nos quedamos sin comer esa semana’. Y sí muy cierto, yo mejor ya me quedaba callada por lo que él me decía”, mencionó.
Y es que en esas comunidades la pobreza es tal que incluso la migración es truncada por la falta de recursos económicos. 
Doña Antonia recuerda que justo el 21 de marzo su hijo “Ricky” le comentó que tal vez no se iría de ilegal a Estados Unidos, ya que no había podido conseguir el dinero necesario, lo cual la tranquilizó un poco, pero poco le duró ese sentimiento, ya que horas más tarde, si hijo se despidió de ella.
“Eran como las seis de la tarde cuando llega –mijo– y me dice: ‘mamá siempre sí me voy a ir, a ver si alcanzo, sí me voy a ir mamá y vengo a despedirme de usted’. Yo le dije: que Dios que te acompañe, que Dios los acompañe. Se fue –mijo– y desde ese día ya no supimos nada de él”, dijo la desconsolada madre.
Buscar el tan anhelado “sueño americano” es más común de lo que se piensa en estas comunidades de Guanajuato. La mayoría de los lugareños han cruzado cerca de cinco veces la frontera del norte de México.
Ricardo no era la excepción de tantas veces que lo ha hecho, ya su mamá hasta perdió la cuenta, pero no así la sensibilidad, pues para ella cada despedida lleva el dolor de la primera vez.
Acostumbrada a la espera, doña Antonia aguardó paciente los primeros días, al pendiente de recibir alguna llamada en la que Ricky le dijera la ya conocida frase “mamá estoy en el norte”, pero esa aún no ha llegado.
Los días pasaron y con ello llegaron las semanas. La falta de noticias comenzó a hacer un preocupante eco en el corazón de esta madre de 48 años. Las horas comenzaron a alargarse y eso ya no era normal. De acuerdo a su conocimiento los tiempos para cruzar pueden ser incluso de ocho, una vez que salieron de casa, pero no más.
Pero lo peor aún estaba por llegar, el 6 de abril los principales medios de comunicación en el país dieron a conocer una noticia convertiría su angustia en miedo y llanto. El hallazgo en un inicio de 59 cuerpos de en el municipio de San Fernando, golpeó a doña Antonia, así como al resto de la comunidad, pues todo apuntaba que se trataba de migrantes mexicanos.
“Yo nunca había escuchado nada de eso, hasta ese día que oí en las noticias lo de los cuerpos y yo ya me puso a llorar y triste porque nadie tiene noticias de nada”, comentó.
Desde ese momento, la impotencia, tristeza, llanto y desesperación son los huéspedes permanentes de esta comunidad y cuya única vía para mitigarlos un poco es la oración, ya que para doña Antonia las plegarias a Dios llenas de fe son su único consuelo.
Y su historia se repite por decenas en las comunidades guanajuatenses, que desde el 21 de marzo ya no son las mismas. Aquel día Ricardo partió lleno de ilusiones, partieron con un sólo objetivo: lograr el “sueño americano”, pero su rastro se perdió junto con sus sueños y la tranquilidad de su familia.
Sin embargo, para doña Antonia, la esperanza de volver a ver al mayor de sus doce hijos, está presente a cada instante. 
Y así pasan los días, en los que las horas parecen simplemente desaparecer, pero no así su anhelo de que aquel chico tranquilo, responsable, honesto y trabajador, cuyo único error ha sido el querer ofrecer un mejor futuro a su esposa e hija, no desaparecerá jamás.
“Yo espero la mejor noticia: que mi hijo esté con vida y que regrese, yo quiero verlo que regrese así como salió de aquí, como salió de su casa. Es la única esperanza que tengo porque le digo a mi esposo que si algo le pasó a mi hijo no quiero imaginar que será de mí y de toda la familia”, mencionó.

ESPOSO Y PADRE
Hace seis años, Ricardo Salazar unió su vida a la de Minerva Hernández, mejor conocida como “Neva”, una sencilla mujer de 26 años, proveniente de Los Dolores, una comunidad vecina de Maguey Blanco.
Juntos procrearon el mayor tesoro del ser humano, una hija, a la que llamaron Karla Yamilé y quien desde hace cuatro años se convirtió en su mayor orgullo y preciado tesoro. 
Sin embargo, el rol de padre y esposo tiene su precio y eso lo conocía a la perfección Ricardo Salazar, que si bien le iba, salía todas las mañanas a trabajar en los campos de zanahoria para poder llevar comida al hogar, que en su caso, siempre se trataba de frijoles y tortillas nada más.
“Ya tenía tiempo aquí, estaba trabajando aquí pero él decía que sacaba bien poquito que nada más para estarla pasando. Yo le decía que yo no le pedía nada, yo con lo que teníamos era suficiente. Yo no le pedía nada más. Yo por eso le pedía que no se fuera, yo le rogué bien harto que no se fuera y él decía que como quiera él quería hacer algo”, dijo “Neva”.
Eso explica que la relación de “Neva” y “Ricky” siempre haya sido marcada por la migración, incluso durante el nacimiento y los primeros días de su hija.
“La primera vez se fue cuando cumplimos un mes de casados, luego luego se fue, duró tres meses allá, lo agarraron y se regresó. Duró aquí de julio y en noviembre yo ya quedé embarazada”, mencionó la afligida esposa.
A pesar de la distancia, el cariño de Ricardo cruzaba las fronteras geográficas y llegaba hasta ese rincón de Guanajuato en donde se ubica su hogar, a donde constantemente se comunicaba para tener razón de su orgullo: su hija Yamilé.
“Cuando nació la niña, ‘Ricky’ estaba bien gustoso, él me hablaba cuando estaba allá bien seguido y luego luego me preguntaba por ella. Cuando ella todavía ni hablaba, como quiera me decía que se la pusiera al teléfono, quería escucharla. Quería que yo le mandara fotos casi cada mes, que le estuviera sacando y mandando”, comentó Minerva, quien por primera vez dibujó una ligera sonrisa en su rostro.
El 21 de marzo un nuevo capítulo de migración se escribió en la vida de esta pareja, el más agobiante y el más triste de todos: “Ricky” se despidió de “Neva” y su pequeña con una mirada llena de esperanza.
“Yo le decía que no que no se fuera. Ese día que se fue en la mañana ya había dicho que no se iba a ir que porque no completaba el dinero, pero se fue con su tía y le pidió dinero prestado y le dijeron que sí le prestaban y ya de un ratito se animó y se fue”, comentó la joven madre.
“Neva” nunca imaginó que ese “hasta luego” se convertiría en un “adiós”, que sin pensarlo pronunció al despedirse de Ricardo. 
Hoy, la tristeza habita su ya quebrantada alma, que busca desesperadamente noticias de su esposo para no desvanecer. Pero antes de caer un sentimiento sostiene su mirada: es la felicidad de su hija, cuya tranquilidad le ofrece una sensación de paz y esperanza de volver a ver al hombre que un día le prometió vivir felices para siempre.
Han pasado más de tres meses desde que Ricardo Salazar Sánchez se despidió afectuosamente de su familia, cargando una mochila repleta de sueños que hasta la fecha nadie sabe si fue abierta.
Tras más de tres meses de ausencia, sus allegados esperan aún con fe buenas noticias, e incluso preparan sus brazos para tomarlos entre ellos el tan anhelado día de su llegada.
“Cuando lo vuelva a ver le voy a decir que ya no se vaya, que se quede aquí con su familia. Que le eche ganas aquí en su país; como quiera cuando se van, por mucho tiempo que duren, no es mucho el dinero que juntan y como quiera aquí aunque sea poquita pero sí sale para comer y estar contentos todos. Si lo tuviera enfrente lo abrazaría y le diría que lo quiero mucho”, indicó María Guadalupe Salazar, prima de Ricky.
La voz de Ricardo Salazar aún puede ser escuchada en los rincones de su hogar, de su comunidad y en el corazón de sus allegados, quienes a pesar de tener todo en contra, se han negado a despertar de esta pesadilla sin final feliz. 
Por el contrario, lucharán y seguirán buscando para que en algún momento el tormento se convierta en sueño y que al despertar sus seres queridos están ahí, a su lado, disfrutando de la compañía mutua y rehaciendo su vida juntos en la tierra que los vio nacer.

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