
A más de una década de que inició el siglo XXI la discriminación en contra de los homosexuales sigue siendo un problema latente que le ha costado la vida a cientos de personas, que no saben soportar la presión de ser segregados y señalados.
Cuando Fernanda entró al café, las miradas de los presentes no pudieron evitar girar en torno a ella y, mientras caminaba a la mesa en que me encontraba para entrevistarla, varios jóvenes —hombres y mujeres— se detuvieron, mirándola.
A primera vista es una chica de 20 años de edad como cualquier otra; mismos intereses y mismas ocupaciones. Sin embargo, esta estudiante de diseño ha tenido que superar obstáculos que apenas comienzan a reconocerse.
“A los 12 años me di cuenta de que tenía muchas ganas de abrazar a una amiga”, dice tranquilamente, como si estuviera acostumbrada a contar esta historia, “y en secundaria, cuando comencé a tener novios, me sorprendí al darme cuenta de que no tenía ganas de llegar tan lejos como mis amigas lo habían hecho con los suyos”.
La adolescencia de Fernanda, de acuerdo a su relato, estuvo plagada de confusión y emociones encontradas, a pesar de que dice jamás haber reprimido sus sentimientos hacia las mujeres. No fue hasta los 18 años que admitió, para sí misma y sus amigos, que es homosexual, y hasta hace unos pocos meses que “salió del clóset” para su familia.
La transición fue muy difícil, más de lo que ella esperaba. “La mayor parte de mis amigos decidieron alejarse de mí, y estuve muy sola por mucho tiempo”, comenta claramente aún dolida por los recuerdos.
También cuenta que sus padres, por otro lado, entraron en una etapa de negación, en la que fue enviada a terapia para, en sus palabras, “ayudarla”.
Aislada y con muy pocas personas en quienes confiar, Fernanda decidió mudarse a Monterrey cuando salió de la preparatoria, pues pensó que encontraría un ambiente más libre y conocer gente nueva le haría bien. Sobre esta decisión, mencionó que era inevitable, que no le quedaba otra opción.
El caso de Fernanda no es poco común. El descubrimiento de los sentimientos relacionados con la homosexualidad comúnmente sucede entre los diez y los diecisiete años, aunque existen personas que afirman haberlos tenido en diferentes momentos.
Cada persona es un mundo, y justo así es cuando se trata con temas como la preferencia sexual. Sin embargo, el común denominador parece encontrarse en una dificultad para aceptarse, en una lucha contra la moralidad inculcada desde el nacimiento y un intenso miedo al rechazo de los familiares y compañeros. Desgraciadamente, este último es un recelo bien fundamentado.
“Yo creí que mis amigos se quedarían, pero no.”, reflexiona Fernanda, “y no solamente dejaron de ser mis amigos, sino que sí… fui blanco de sus burlas, hasta parecía que me tenían algo de miedo, cuando yo pensaba que si alguien debía tenerlo era yo”.
Durante el mes de octubre de este año se reportaron en distintos lugares de Estados Unidos siete suicidios de jóvenes entre las edades de 14 y 21 años, todos los cuales habían sido abusados y torturados de manera física o psicológica por sus compañeros de escuela, algunos de ellos durante años. Las estadísticas continuaron siendo poco alentadoras durante noviembre.
Los compañeros de los fallecidos admitieron que habían sido sometidos a tratos burlones y en algunos casos, como el de Terrel Williams de diecisiete años, actos violentos que les causaron heridas graves. A Terrel le rompieron dos costillas pocas horas antes de que su madre lo encontrara colgado en su clóset, el 22 de octubre.
“Escapar… sí, tal vez”, responde Fernanda a las preguntas sobre sus razones para salir de su ciudad, “no es fácil vivir en una mentira, pero tampoco lo fue vivir con la verdad. Por lo menos no en casa”.
El fenómeno mediático que fueron los suicidios de los adolescentes homosexuales comenzó el 29 de septiembre, cuando se hizo público que Tyler Clementi, quien recientemente se había quitado la vida saltando del puente George Washington lo había hecho debido a una broma perpetrada por su compañero de cuarto.
Unos días antes el estudiante de primer año en la Universidad de Rutgers había recibido la visita de otro joven, y tuvieron un encuentro sexual que fue grabado en secreto y posteriormente publicado en Internet por el compañero de cuarto de Clementi. La vergüenza fue tal que, a sus 18 años, este decidió que no podía soportarlo.
El autor de la broma fue acusado de violación a la intimidad, pero, como Fernanda afirmó al escuchar la historia, ninguna cantidad de castigos puede eliminar el sufrimiento que se causó.
“En el caso de estos chicos tal vez fue demasiado, o quizá solamente no tenían otro lugar a donde ir”, dice, “yo tuve suerte, jamás consideré el suicidio, porque pude encontrar otra forma de escape”. La joven llego a Monterrey en enero de 2009.
Los malos tratos en las etapas de primaria y secundaria son tan frecuentes que son ignoradas por padres y profesores. El hecho de que la mayor parte de los involucrados sean niños y preadolescentes solamente provoca que se invaliden sus peticiones de ayuda y se tome a estas situaciones como juegos o parte natural del proceso de maduración. Sin embargo, la discriminación debido a las preferencias sexuales está muy lejos de ser inofensiva.
Recientes estadísticas de la Safe School Coalition señalan que el 61 por ciento de los estudiantes de secundaria en Estados Unidos conocen a alguien que ha sido llamado “gay” o “lesbiana” de manera derogatoria y, aún más grave, que un cuarto de los estudiantes que han sido blanco de burlas debido a sus preferencias sexuales han intentado suicidarse —específicamente el 23.2 por ciento—, cifra más tres veces mayor que la de aquéllos que no han sido atacados (7.1 por ciento). Esto significa que los jóvenes que han sido violentados debido a su, a veces solamente sospechada, homosexualidad sufren de manera distinta y probablemente más intensa que los sometidos a burlas “normales”.
Fernanda frunce el ceño mientras se le cuentan las distintas historias de los jóvenes que perdieron la esperanza. “No es justo… murieron por ser quienes eran”, dice, luciendo exasperada.
Sin embargo, no todo ha sido malo. El negocio del espectáculo es uno de los contados escenarios en los que ser homosexual es no solamente aceptable sino incluso positivo, y fue así como figuras públicas no tardaron en intervenir ante la abrumadora situación en las escuelas primarias y secundarias de los Estados Unidos, especialmente en lo que concernía al denominado “antigay bullying”, es decir, el abuso en contra de los homosexuales.
Mario Lavandeira, mejor conocido como Perez Hilton, bloggero de celebridades y homosexual declarado, convirtió su sitio en una plataforma para campañas en contra de la homofobia, y documentó cuidadosamente cada caso de suicidio, así como también a los políticos, actores y cantantes que se unieron a la causa.
En su sitio Web, tras publicar el caso del suicidio de Zach Harrington, Lavandeira “rogó” a otros jóvenes que se sintieran perseguidos o aislados que no dejaran la esperanza y que se acercaran a alguien en quien confiaran. “Puede y VA mejorar (sic.)”, escribió.
Otras personalidades públicas –tanto homosexuales como heterosexuales, bisexuales y transexuales– se han convertido en parte de la lucha contra la homofobia, y han destacado videos motivacionales en los que se repite el mensaje de Perez Hilton: “It gets better”.
Neil Patrick Harris, Ke$ha, Sally Field, Ellen Degeneres y el vicepresidente Joe Biden fueron algunos de los personajes que ayudaron prestando sus voces para protestar, no los suicidios en sí mismos, por supuesto, sino el hecho de que se tuviera que llegar a sucesos trágicos para que la gente levantara la voz.
Daniel Radcliffe, protagonista de la saga de Harry Potter, no solamente realizó un video sino que utilizó varias entrevistas en distintos medios para atraer atención al problema. “Con mayor atención y mayor publicidad podremos hacer que más gente esté consciente…”, comentó el actor, “es una causa muy buena y algo muy importante”.
La cobertura y la indignación levantada fueron tales que en octubre se inició una campaña para una protesta pacífica. El 20 de octubre fue designado para ser el “Spirit Day”, iniciativa que invitaba a todos aquéllos que estuvieran en desacuerdo con la situación a vestirse de morado, donde quiera que estuvieran, solamente por ese día.
La propuesta, publicitada por medio de redes sociales, fue un éxito.
Los profesores de las escuelas fueron quienes recibieron mayor bombardeo de críticas. Ellos mismos reconocieron sus fallas al no prestar atención a las situaciones de los estudiantes, y esto se hizo evidente cuando el 9 de noviembre el mundo se dio cuenta de que las protestas no fueron suficientes: Brandon Bitner, de 14 años, saltó frente a un tractor y terminó con su vida: otra vida llena de suplicios gratuitos, solamente por ser quien era.
El director de la secundaria a la que Bitner asistía declaró que “esto no puede consentirse” y que si se ve a un joven que parece estar sintiendo dolor, se le debe separar de los demás y ayudarle. “El hecho de que no lo reporten no nos libra de responsabilidad”, dijo, refiriéndose a los profesores, “necesitamos acercarnos a los chicos”.
“Por supuesto que salir del clóset da miedo… en mi caso me llevó varios años prepararme para hacerlo”, señala Fernanda, “por eso hay tantos jóvenes que no lo hacen, porque aún existe mucha discriminación, y eso asusta… todos queremos pertenecer”.
El programa de televisión Glee, famoso por hacer de los jóvenes rechazados sus protagonistas, aprovechó su popularidad para llevar el problema a las masas, haciendo un episodio especial llamado “Never been kissed”, en el que Kurt, un personaje abiertamente homosexual interpretado por el actor Chris Colfer, es víctima de abusos a manos de sus compañeros debido a su homosexualidad.
Este actor, quien es heterosexual, realizó un video con un mensaje de esperanza para la campaña “It gets better”, de una iniciativa llamada “The Trevor Project”, que ofrece ayuda permanente a través de una línea telefónica a los jóvenes que planean suicidarse. “Si tú o alguien que conoces está pasando por una situación similar, es vital que sepas que hay gente ahí afuera a la que le interesas”, menciona, “yo sé cómo se siente ser abusado cada día, y sé que parece que no hay esperanza… pero prometo que la hay”.
Al llegar a una nueva ciudad Fernanda se encontró con un nuevo panorama y una infinidad de posibilidades: personas nuevas, lugares nuevos, un lugar en el anonimato de un sitio más grande; encontró la esperanza que Colfer promete.
“Sí, el hecho de que no conociera a nadie fue liberador, fue el momento más feliz”, rememora con una sonrisa, pero siempre algo de nostalgia, pues confiesa haberse preguntado más de una vez las razones que sus amigos y, más aún, su propia familia tuvieron para hacerla a un lado.
“Todos esperaban algo de mí, y por eso se decepcionaron y prefirieron no aceptarme, porque les cambié las estructuras, y eso es difícil de manejar”, recuerda la estudiante, al hablar sobre sus reflexiones, “aquí, con un comienzo nuevo, nadie espera nada, y si lo hacen me aseguro de que sea a partir de quien soy en realidad.”
Algunos jóvenes, como en este caso, tienen la suerte de contar con posibilidades de salida sin cometer actos radicales; lo preocupante se encuentra en el hecho de que justamente son los más jóvenes, los que dependen de los mayores, quienes no pueden encontrar apoyo ni escape.
Hace unos años quizá nos hubiese parecido increíble imaginar que un chico de catorce años pudiese tener pensamientos suicidas y, de hecho, llevarlos a término. Pero en 2010, según estadísticas del Student Support Services Departament, 34 por ciento de los niños identificados como homosexuales o bisexuales en las primarias han intentado quitarse la vida, 43 por ciento ha realizado un plan para suicidarse y el 56 por ciento lo ha considerado seriamente. Y esto son solamente los niños menores de diez años.
En Monterrey Fernanda encontró lo que buscaba, libertad y un lugar en el cual podía ser ella misma, así como los jóvenes que se suicidaron en Estados Unidos encontraron, a través de acciones radicales, una manera de dejar de ser blanco de burlas y torturas. Al parecer, como sociedad, lo que la moralidad y el apego a la tradición moderna de sexualidad y familia ha logrado solamente una cosa: la alienación y el deseo de escape.
“Es necesario que cambiemos nuestras estructuras”, dice Fernanda, “nadie está solo… pero realmente llega a sentirse así, y son pocas las personas que se acercan cuando ven a alguien que sufre”.
La pregunta es hoy, entonces, en un mundo en el que las modas pasan en semanas, en que los problemas que hoy causan pasión e indignación mañana habrán sido sustituidos por protestas distintas: ¿cuántos jóvenes tendrán que morir por una causa que ellos mismos consideran perdida?
(Ana Paulina Valencia
es alumna de LMI del ITESM).