El anunciado refuerzo militar en la frontera de Texas tomó por sorpresa a Edwin y Sandra, una pareja de salvadoreños que cruza México en el temido tren ‘La Bestia’ y que ahora tiene en la mira a Nuevo México, un inusual paso a Estados Unidos.
Dos pequeñas mochilas son el único equipaje con el que esta pareja, que espera un bebé de tres meses de gestación, llegó al albergue para migrantes Cristo Rey del pueblo mexicano de Apizaco, tras 18 días de viaje desde el departamento salvadoreño de Santa Ana.
Además de las dificultades y peligros de la travesía, a sus oídos llegó el martes la noticia de que Rick Perry, gobernador de Texas, planea enviar mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera con México, ya de por sí amurallada y supervigilada por la Patrulla Fronteriza.
El Estado de Texas, que afronta una emergencia por la llegada masiva de menores centroamericanos, abarca más de la mitad de los 3 mil 200 kilómetros de línea divisoria entre Estados Unidos y México.
Edwin y Sandra pensaban cruzar la frontera por el punto entre el pueblo de Eagle Pass, Texas y Piedras Negras, México pero ahora se están planteando tomar un camino todavía más inhóspito.
“Un amigo me dijo que pasó por Nuevo México. Nadie va por ahí, está muy lejos, muy arriba y hay que caminar como tres días por el desierto”, dice Edwin, de 36 años un veterano de la migración que vivió por años en Dallas, Texas.
Sandra calla y mira con atención el obstáculo más inmediato a vencer: un kilómetro de vallas de concreto de un metro de altura colocadas alrededor de las vías por las que circula ‘La Bestia’, el tren de carga al que se suben cada año decenas de miles de migrantes para su tránsito clandestino por México.
El tren se volvió “más peligroso” en Apizaco ya que desde que se instalaron estas vallas en 2012 se han registrado ocho casos en los que migrantes han perdido una o ambas extremidades, explicó Martín Morales, responsable del albergue Cristo Rey.
Además del plan de Texas, el gobierno mexicano alista medidas para impedir que los indocumentados se suban a ‘La Bestia’, aludiendo al riesgo que enfrentan de caídas de los vagones o asaltos de los grupos criminales que operan en toda su ruta mexicana.
Sin embargo, migrantes y activistas -entre ellos sacerdotes que regentan los refugios para migrantes- se oponen a esta prohibición.
“Van a tener que diversificarse los medios de transporte, llámese autobús o caminando”, con lo cual el periplo se encarecerá y será más peligroso, dice Morales mientras ordena que sirvan la comida a sus huéspedes extranjeros en una rústica tabla empotrada en la pared.
El crimen organizado también reforzará las fronteras armadas que tiene en algunos puntos del sur y este de México y elevará las “cuotas” que cobra a los indocumentados por dejarles pasar, enfatiza.
Enrique Peralta, un hondureño de 39 años, alerta de que si no pueden usar ‘La Bestia’ tampoco podrán llegar fácilmente a los albergues establecidos a lo largo de esa ruta, en los que encuentran una cama, un plato de comida y la ayuda y protección de los activistas.
“Si nos bajan del tren, todo se va a perder; los albergues, nos vamos a tener que quedar en los cerros, va a haber más muertos”, asegura Peralta, quien viaja con una venda envuelta sobre pecho y hombro izquierdo tras una fuerte caída de ‘La Bestia’.
Con todo, los peligros acechan alrededor de estos durmientes de hierro. Grupos criminales se aprovechan del imparable flujo de migrantes que transitan por las vías para financiarse, a través de secuestros, robos y extorsiones, y para reclutar personal.
Nueve migrantes que llegaron el martes al albergue de Apizaco relataban haber sufrido dos asaltos.
Frente a los propios guardias de la empresa ferroviaria, hombres armados y con tatuajes en gran parte del cuerpo los obligaron a bajar del tren exigiéndoles contratar a uno de sus “polleros (traficantes de personas) que cobra 7 mil dólares” para poder continuar el viaje a Estados Unidos.
La mayoría de las víctimas tomaron el camino de vuelta pero “nosotros decidimos rodear por el cerro. La primera noche nos tuvimos que esconder entre los matorrales” porque “nos persiguieron con lámparas por la montaña”, relata Edwin, que logró llegar a Apizaco entre este grupo de nueve migrantes.
(Agencia AFP)