
Deódora Méndez Velázquez es una migrante guatemalteca de 37 años. Acompañada de sus hijos salió de su país el pasado 28 de octubre para llegar, dos días después y sin peligro alguno, a esta ciudad fronteriza en busca del llamado “sueño americano”.
“Por fortuna hemos tenido un viaje tranquilo”, dijo. Ella y sus retoños Natalia, Junior y Fabiola Vázquez Méndez han tenido una travesía distinta a la de muchas otras familias.
Viajaron en camión de Guatemala a Chiapas y llegaron a San Cristóbal; de ahí tomaron el autobús que iba directo hasta Veracruz y siguieron en el mismo medio de transporte a Tampico para finalmente llegar a Reynosa.
“No nos robaron, no nos maltrataron como nos habían dicho mi madre y mis tíos, de lo sucedido a otras familias de migrantes que ya estaban por acá. No voy a decir que no teníamos miedo, pero gracias a Dios llegamos con bien”, aseguró.
Deódora dijo que abandonar su terruño y sus parientes no fue tan sencillo, pero ya no encontraba cómo mantener a sus hijos y darles un mejor futuro. No tenía un trabajo remunerado, ni estudios académicos para conseguirlo.
“La situación está bien difícil allá, no hay trabajo y no puedo con los niños. Ellos quieren seguir estudiando y pensamos que es mejor en Estados Unidos; me han pedido que viajemos hasta acá y crucemos para empezar de nuevo y vivir mejor”, expresó.
Reconoció que aunque la situación financiera en su hogar no es estable, sus familiares la apoyaron con dinero para que viajaran en autobús desde Guatemala hasta Reynosa, y acercarlos un poco más hasta Georgia,
Atlanta, donde vive una hermana.
“Venimos con dinero de mi familia, si no, no hubiera podido viajar. No fue tan fácil conseguirlo pero aquí estamos, y creo que fue la voluntad de Dios para que mis hijos y yo llegáramos con bien”, manifestó.
El jueves 30 de octubre que arribaron a la ciudad, salieron de la central camionera directo a la aduana fronteriza. Creían que sería fácil cruzar, porque al menos los tres menores traían pasaporte americano. Sin embargo no fue posible y a Deódora le negaron el acceso.
“En la aduana me dijeron que yo no puedo pasar porque no tengo visa. Mis hijos si tienen pasaporte americano. por eso no tienen problema, pero yo no sé qué haré. Me preocupan ellos, quiero mandarlos y mi hermana está viendo cómo ayudarme con los boletos”, señaló.
LA ESPERANZA MUERE AL ULTIMO
En la expectativa de que su hermana Karina le consiga el dinero para mandar a sus hijos, ella espera que en cuanto eso suceda pueda arreglar su situación para irse con ellos. No quiere abandonarlos como lo hizo el padre hace siete años.
“Tengo la esperanza de llegar con ellos, siempre y cuando mi hermana nos consiga el dinero para que se vayan. Por mientras, me quedaría aquí y vería la manera de ver cómo me voy, o qué necesito hacer para lograrlo; pero me iré”, afirmó.
Sabe que su caso es difícil pero no imposible. Piensa que si alguien le ayuda, al menos, a tramitar su visa, el panorama cambiaría un poco. Hasta ahora sólo cuenta con el pasaporte de Guatemala y no conoce que más papelería debe tener en regla.
“No entiendo bien. El caso es que no puedo irme con mis hijos”, dijo.
Ante el cuestionamiento de si cruzaría de ilegal, dijo que si no le queda de otra, lo haría, aunque lo pensaría dos veces.
“No sé, los pondría en riesgo, porque si lo hago así Migración (de Estados Unidos) me los quita. Me dejaron bien claro en la Aduana que si paso por la mala jamás los volvería a ver y me metería en líos; no quiero perderlos”, manifestó.
Ella está dispuesta a lo que sea necesario con tal de poder cruzar con ellos por la vía legal, pero el tiempo apremia. Ya tienen ocho días en la Casa del Migrante de Reynosa “Nuestra Señora de Guadalupe” donde no puede permanecer más de este lapso.
“A ver si mi hermana no tarda mucho con el dinero; luego veré si me dejan quedarme un poco más en lo que consigo trabajo y dónde vivir para tener ingresos y sacar mis papeles”, comentó.
La preocupación de Deódora no son sólo sus hijos, su hospedaje o en qué trabajar; desde hace siete años la aqueja el mal de amores.
Reveló que su marido la dejó por otra y se olvidó de sus hijos cuando parecían tener un matrimonio feliz en algún lugar de los Estados Unidos -no quiso decir dónde-.
Tras ese malestar emocional se enfermó de Diabetes. Actualmente mantiene bajo control la afección pero en cualquier momento su estado de salud puede empeorar.
Constantemente está expuesta al desgaste mental, lleva una mala alimentación y ha dejado de suministrar el tratamiento de insulina para aliviar los síntomas de la enfermedad porque no tiene dinero.
SU MAYOR ALIVIO: SUS HIJOS Y FAMILIA
Tras recaer varias veces en un hospital estadounidense porque la diabetes causó estragos en su organismo, Deódora regresó a Guatemala en el 2011 y su salud mejoró.
“Mi familia me dijo que mejor me regresara a Guatemala, y cómo son las cosas, llegué allá y desde que estuve en casa ya no me puse mal. Me daban dinero para ponerme la insulina, ya no tres veces al día como antes, sino una, y mejoré mucho”, explicó.
Conforme se recuperó retomaron su vida en casa y al lado de sus seres queridos. Intentó trabajar en una empacadora pero fue insuficiente. Sus hijos crecían y demandaban más cosas materiales para uso personal y educativo; no le quedó de otra más que salir de su país.
“Sentía una impotencia muy grande de no poder comprarles o darles lo que necesitan. Ahora sé que nuestro futuro es incierto pero estoy haciendo algo para que nos vaya mejor. Espero que todo resulte como queremos·, dijo.
Ante ese panorama desalentador que ha experimentado tanto en lo personal como familiar y laboral, expresó que ahora entiende la importancia de la formación académica.
“Yo no tengo estudios pero quiero que mis hijos lo hagan; de hecho Natalia, que es la mayor, quiere tener un título como abogada por eso me dijeron: vámonos para Estados Unidos”, comentó.
“QUIERO SER ABOGADA”
Natalia es una niña de 14 años, es muy seria, pero su mirada la delata. Quiere sonreírle a la vida aunque no sepan con certeza qué será de su futuro.
Lo que sí tiene claro es que desea prepararse para ser una experta en leyes y poder hacer algo por otros migrantes que, como ellos, están en una situación complicada.
“Me gustaría ser abogada para ayudar a más personas como nosotros que vivimos algo difícil”, expresó.
Expresó que por esa razón quiere regresar al país en donde nació y creció para seguir la secundaria y la universidad. Aunque agregó que no quiere ir sola, sino con su mamá y hermanos.
“Deseo lo mejor para mi familia y que sigamos adelante juntos, no separados, porque sería más difícil”·, dijo.
Mientras pasan un rato agradable en el patio de la Casa del Migrante, comparten su historia y lo hicieron, no para causar lástima, sino para mostrarle a la sociedad que quieren prosperar.
“Nos va a costar mucho trabajo pero nos irá bien. Creemos que sí llegaremos a Estados Unidos: porque cuando Dios quiere, las cosas pasan”, finalizó Deódora.