El periodista, investigador y columnista mexicano, Fortino Cisneros, aborda uno de los temas más polémicos del país en el Siglo XX, de lo que la mayoría conoce como el ataque al movimiento estudiantil del ‘68 y en el que se denunció que hubo agentes con guante blanco (presuntamente de la CIA) disparando desde el edificio Chihuahua, que bordea la plaza de las Tres Culturas.
LOS MUERTOS
Documentos oficiales del entonces Departamento del Distrito Federal y de la Secretaría de la Defensa Nacional, publicados por la revista Proceso, señalan que: “En cuanto al número de muertos, supe que al general le correspondió ordenar y vigilar que se recogieran los restos de las personas desaparecidas en la Plaza de las Tres Culturas… Exactamente hubo treinta y ocho muertos, de ambos sexos, en la explanada de la plaza y se halló el cadáver de un niño de 12 años en un departamento del segundo piso del edificio Chihuahua. Además perecieron cuatro soldados del 44° Batallón de Infantería”.
En cambio, John Rodda, quien afirmó haber estado en Plaza de las Tres Culturas, publicó en The Guardian de Inglaterra que: “Un periodista mexicano –del que no registró su nombre- le dijo que habían sido 500 muertos”; sin embargo, nunca dio pruebas que corroboraran ese dato.
Las sucesivas comisiones de la verdad no han podido documentar fehacientemente ninguna de las cifras que la imaginación, el oportunismo, la ignorancia y la mala fe, han mencionado.
En el monumento que honra la memoria de los caídos solamente constan 20 nombres, cinco de ellos cuyas edades eran de 36, 47, 59, 60 y 63 años que, por razones obvias, no eran de estudiantes masacrados.
LITERATURA TLATELOLCA
Si hay un adjetivo apropiado para la poesía, el cuento, el ensayo y la novela que se han tejido en torno a lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 es: oportunismo ramplón. Aún escritores famosos, algunos de ellos talentosos y respetables, se han colgado del suceso para sacar raja personal y curricular. Elena Poniatowska, multipremiada y reconocida, publica en La Noche de Tlatelolco, una serie de entrevistas a los muchachos que estuvieron presos en Lecumberri; sin que nada de lo que dice le conste, porque, simplemente, ella no estuvo ahí.
Quizá el libro sea el más famoso sobre el tema; pero carece de rigor literario, de coherencia y de calidad. Finalmente, uno de los entrevistados, Luis González de Alba, representante de la Facultad de Filosofía y Letras ante el Consejo General de Huelga, acusó a Elenita de plagio; claro, sin ningún resultado.
Otro de los famosos, Fernando del Paso, presentó un larguísimo texto farragoso en el que sólo hace una escueta mención al movimiento estudiantil del ‘68 cuando narra que un mirón fue atropellado por una tanqueta, en su Palinuro de México.
Escritores de gran talento y prestigio como Martin Luis Guzmán, Juan José Arreola y Salvador Novo, desestimaron el evento por intrascendente y carente de significación histórica.
Destacadas son las obras de Gonzalo Martre (Mario González Trejo, profesor y director de la Escuela Preparatoria Uno de la UNAM, durante el bazucazo que inició el movimiento estudiantil), Los símbolos transparentes, y de Luis González de Alba, Los días y los años. De ahí en fuera todo es mito, fantasía y protagonismo enfermizo. No existe un testimonio fehaciente de “las pilas de cadáveres” o de “los ríos de sangre”. Ni siquiera Jorge Fons en su película Rojo Amanecer se atrevió a filmar un asesinato; todo se reduce a crear una intensa sicosis.
LA REALIDAD POLÍTICA
Martre dice a través de su personaje Humberto, presente en el mitin del 26 de julio del 68 en honor a la Revolución cubana:
“Reflexioné en ese momento que si bien no vivíamos en el paraíso, el mexicano no sufría persecuciones. Pensé también en la otra cara; el campesino y el obrero sometidos pacíficamente gracias a la gigantesca hábil deformación de la palabra ‘revolución’. La duda me llevó a creer que algo andaba mal, sin poderlo precisar, sólo intuyéndolo”.
Lo que andaba mal era la inducción masiva de insatisfacción. En las escuelas, en los clubes, en las logias, en los sindicatos y, quizá con mayor vehemencia en los ámbitos intelectuales se dejaba sentir una corriente crítica que ansiaba un protagonismo superior a la honrada medianía, soporte del desarrollo fundamentado en la propuesta netamente revolucionaria de justicia social.
Revolución Cubana, Fidel, el Che, los Kennedy, Martín Luther King, el movimiento hippie, las guerras de Corea, de Vietnam, los Sables de Argel, el Mayo Francés, etc., eran el marco ideal para las “ideas revolucionarias” de los jóvenes mexicanos.
Por su parte González escribe: “Los grupos “político-culturales” demostraban su rotundo fracaso en la tarea de integrar equipos de trabajo con formación ideológica consistente; la “lumpenización” hacía estragos entre la izquierda “amplia” que había cobrado fuerza después de la huelga de 1966…”
Le preguntan periodistas de la República Democrática Alemana: “—Se nota una gran diferencia entre las demandas formuladas por los estudiantes mexicanos y las que se han enarbolado en otros países. Nosotros no alcanzamos a explicarnos la defensa de la Constitución que hacen ustedes. En Alemania no queremos defender nuestra actual Constitución, sino acabar con ella; lo mismo pasa en Francia o en Italia; los estudiantes impugnan a sus regímenes y a las leyes que los sostienen. ¿Qué me puedes decir al respecto?—”. Sólo había una respuesta que parece ironía: que eran demandas estudiantiles.
Dice luego desde Lecumberri: “Después de la primera noche me dejaron en paz hasta que un individuo pasó, al cuarto día, reconociendo a los miembros del CNH celda por celda. Me pidieron que me pusiera frente a la mirilla. Celda 13, C N H ; le escuché decir, creo que también dijo Valle.
—¿Y contra qué disparaban? —
dice De la Vega que desde hace rato
quería intervenir
—¿Cómo fue posible que durara horas? —Y que a las once volviera a empezar —añade Zama. —Disparaban contra el Chihuahua —responde Raúl—. A mí me aprehendieron cerca de la iglesia de Santiago. Ahí nos tuvieron mucho rato y luego nos llevaron al edificio de Relaciones Exteriores, lo abrieron y ahí nos concentraron a muchos. Después nos volvieron a sacar.
—Pero ¿a qué le disparaban? —insiste De la Vega—. Tú estabas junto a la iglesia y podías ver toda la plaza. —Pues al edificio, ¿no te digo?, a la fachada. Y ni siquiera a las ventanas, ¿te acuerdas que los costados son de cantera y sin ventanas?”. ¡Las víctimas de “la masacre” preguntando a quién disparaban!
DESESTABILIZAR A MÉXICO
El mito de Tlatelolco tuvo el propósito de desestabilizar al país y descarrilar el proyecto humanista de la Revolución Mexicana para preparar al acceso a las hordas neoliberales, cumpliendo el propósito de Robert Lansing en su carta dirigida a William Randolph Hearst en relación a la campaña de su cadena de periódicos para poner en la presidencia de México a un estadounidense y terminar con la Revolución Mexicana que amenazaba los intereses de las grandes corporaciones norteamericanas, principalmente petroleras:
“Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso conduciría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto del liderazgo de Estados Unidos.
México necesitará administradores competentes y con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la misma presidencia. Y sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos, y lo harán mejor y más radicalmente que lo que nosotros mismos podríamos haberlo hecho”.
Para los historiadores con agudeza y rigor, el siglo XX fue el siglo de México, no por grandes avances en los tres grandes campos de la cultura humana, arte, ciencia y moral; sino, por los logros en el proceso de humanización del acontecer cotidiano a lo largo de la centuria. Cuando un mexicano decía: “Pásele, ésta es su casa”, no estaba corriendo una cortesía insustancial; cuando nombraba a otro su hermano, era para compartir todo sin reservas. La admiración al padre, la veneración de la madre, el respeto a los ancianos, el amor a los hijos, la defensa de la mujer, la amistad incondicional, el cuidado de la tierra, eran valores inviolables que enaltecían a los autóctonos. Muy ilustrativo era el dicho: vale más tener amigos que dinero.
A México le fue otorgada la sede de los Décimo Novenos Juegos Olímpicos de la era moderna: “gracias al fenómeno denominado el Milagro Mexicano (estabilidad política, firme economía y libertades sociales y políticas)”, que lo convirtió en un candidato ideal, según expresó el presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, el 18 de octubre de 1963, en Baden-Baden, Alemania.
LA TIRRIA
Aunque la animadversión comenzó cuando la Revolución Mexicana se convirtió en una revolución social y siguió a lo largo del régimen revolucionario: La Constitución de 1917 (Carranza), la expropiación petrolera y de los ferrocarriles (Cárdenas), la creación del Seguro Social (Ávila), el proceso de industrialización y las grandes obras de irrigación (Alemán), la estabilidad financiera (Ruiz), la alianza obrero-patronal para el desarrollo económico (López), la modernización de la industria petrolera (Díaz), a este último se le cargaron todas las pulgas.
Causaba escozor a las grandes potencias que México fuera sede de los juegos olímpicos; pero, además que don Gustavo Díaz Ordaz hubiera tenido qué ver con la recuperación de El Chamizal; del Tratado de Tlatelolco (qué casualidad), que proscribe las armas nucleares en la América Latina y que impidiera la integración de una “fuerza multinacional” que rescatara a Cuba del comunismo, elevando a rango institucional en la Organización de las Naciones Unidas la libre autodeterminación de los pueblos.
Con el apoyo del gobierno Petróleos Mexicanos construyó en México la primera plataforma de perforación marina con tecnología netamente nacional; construyó también los dos buques cisterna más grandes del mundo, y en 1966, por primera vez en su historia, Pemex dejó de exportar petróleo. Además, al conmemorarse el XXVIII aniversario de la expropiación petrolera, el 18 de marzo de 1966, el presidente don Gustavo Díaz Ordaz inauguró en Ciudad Reynosa, Tamaulipas, la planta de polietileno y otras instalaciones más. Pocos días después, el gran presidente creó el Instituto Mexicano del Petróleo, iniciando sus actividades el 26 de marzo con el ingeniero Javier Barros Serra al frente.
Al interior, el presidente Díaz Ordaz facilitó la instalación de la planta de automóviles Volkswagen en Puebla que produjo los autos icónicos de finales del siglo XX, el Vocho y la Combi. Los industriales de Monterrey compraron una planta similar de autos de lujo para instalarla en el norte; pero, como el gobierno no les otorgó los subsidios y los apoyos que demandaban (que no dieron a la VW), simplemente la cerraron y cultivaron un odio acervo en contra de quienes se oponían a sus intereses.
Todo estuvo a punto para la tarea inicua de desestabilizar a México e imponer el modelo neoliberal.
COLOFÓN
Si alguien albergara alguna duda, están las palabras textuales del gran presidente: “Menciona centenares de muertos, desgraciadamente hubo algunos, no centenares, tengo entendido que pasaron de treinta y no llegaron a cuarenta, entre soldados, alborotadores y curiosos.
Se dirá que es muy fácil ocultar o disminuir, yo emplazo a cualquiera que tenga el valor de sus propias opiniones, y sostenga que fueron centenares, a que rinda alguna prueba, aunque no sea directa o concluyente; nos podría bastar con lo siguiente, que nos haga la lista con los nombres.
Podrán decir, como se ha dicho en otras ocasiones que se quisieron desaparecer los cadáveres, que se ocultaron, que se enterraron clandestinamente, que se incineraron, eso es fácil. No es fácil hacerlo impunemente, pero es fácil hacerlo; pero los nombres no se pueden desaparecer. Un nombre, que lo pongan ahí, ese nombre, cuando desapareció corresponde a un hombre a un ser humano, que dejó un hueco en una familia, hay una novia sin su novio, una madre sin su hijo, una hermana sin su hermano, un padre sin su hijo, hay un banco en la escuela que está vacío, hay un lugar en el taller, en la fábrica, en el campo, que quedó vacío.
¡Ah!, porque los estoy emplazando a que hagan la lista; pero, esa lista no va a ser de nombres inventados, que cojan dos tres páginas del directorio telefónico. Vamos a comprobar ese nombre a qué hombre correspondía y dónde dejó un hueco, ese hueco no se puede destruir. Cuando se trata de cubrir un hueco de esos, se agranda. Porque para que no quede el hueco en la familia, habría que acabar con la familia.
Es absurdo, y luego, recordar que el comandante de las fuerzas militares fue el primero que cayó a los primeros disparos y que no iba blandiendo su arma, que además hubiera sido lógico y natural. Iba con un megáfono en la mano, llamando a la concordia. Al orden y a la serenidad. “Venimos como amigos, no venimos a atacar, venimos para darles garantías a todos” y cayó atravesado por la espalda.
Con una trayectoria claramente vertical, tres balas recibió y una de ellas, la más grave que le atravesó los pulmones y la pleura. Vive por suerte para nosotros; le entró muy cerca del cuello y le salió hasta el final del tronco, y de los caídos, dolorosamente caídos, esa tarde, la mayor parte tenía trayectoria clara de arriba a hacia abajo. Porque los disparos fueron hechos desde la azotea del edificio Chihuahua, de allá dispararon perversamente contra los soldados, contra sus propios compañeros o por el nerviosismo del momento, y su falta de práctica en el manejo de las armas que ellos habían conseguido, que a ellos les habían dado, no pudieron controlar los disparos y no solamente hirieron y lesionaron a soldados, sino también a sus propios compañeros”.
Parodiando a don Gustavo Díaz Ordaz, habría que decir que: quien tenga una prueba contundente contraria a lo que aquí se ha asentado, que la muestre y demuestre.