“A mí no me interesa el dinero, yo lo que quiero es la fama, la mía y la de mis caballos”, dijo Félix Peña, minutos antes de ser arrollado por la muerte que cabalgaba sobre el lomo de su propio caballo.
Todo parecía normal la tarde del domingo 25 de diciembre de 2016. Los preparativos para los XV años de Rubí Ibarra García se llevaban a cabo en la comunidad de La Joya, en el municipio de Villa de Guadalupe San Luis Potosí. Nadie se imaginaba que lo que sería una gran fiesta para cualquier joven, se convertiría en un día de estrés y tragedia.
En cierto modo se respiraba un ambiente tranquilo, pero a la vez tenso, pues don Crescencio Ibarra tenía que dejar todo listo para el gran festejo de su hija y sólo faltaban unas cuantas horas para la ‘pachanga’.
Los vecinos de la joven ‘ricachona’ seguían con sus labores cotidianas, excepto porque eran asediados por un gran tumulto de periodistas y reporteros que querían saber más sobre la vida en ese pueblo ubicado en el altiplano potosino.
Doña Pascuala siempre había lavado su ropa en un ‘baño’ metálico y con su tallador de madera, para ella era normal, más no para la muchedumbre que acudía de otros rincones de la nación y el extranjero; se quedaban atónitos al ver como sacaba sus ‘trapos’ del baño y los tendía sobre las pencas de nopal.
Jamás se imaginó que sería conocida por gran parte del mundo, pues enfrente de ella había varias cámaras tratando de filmar
el estilo de vida de un pueblo minero y donde por las noches se puede admirar un gran paisaje en el cielo, lleno de estrellas.
La mayoría de los niños en esa región no tienen un celular o una tablet en donde perder el tiempo; ellos tienen que salir a pastorear las chivas o alimentar las gallinas de sus padres. En el mejor de los casos, se divierten con las ‘chispas’ en la tiendita de la esquina, pues tampoco tienen consolas de videojuegos en sus viviendas.
Caía la tarde y con ello la temperatura, muchos turistas llegaban en sus vehículos y se paraban a la orilla del camino que conecta el municipio de Matehuala con el de Charcas, se retrataban junto al ahora mítico letrero que lleva el nombre del pueblo.
Con una sonrisa, de oreja a oreja y temblando de frío, pero con Tecates en mano, varias parejas de jóvenes se acercaban a la casa de Rubí para tratar de obtener una foto con la celebridad del momento.
Todo parecía inútil, pues los integrantes de la familia Ibarra García ni siquiera se asomaban por los ventanales de la vivienda, ya estaban hasta el copete de las cámaras y la muchedumbre.
Y eso que la fiesta aún no empezaba…
De pronto, en una camioneta Escape, salió don Crescencio, se dirigía a una especie de taller que se encontraba a escasos 50 metros de su domicilio. En un día normal hubiese acudido caminando, pero ese domingo no se podía.
Sólo un hermano de don Crescencio se animó a dar la cara pero para pedir respeto y compostura, pues era tanta la euforia por parte de algunas personas por tocar y ver a la cumpleañera más famosa de los últimos tiempos.
Otros familiares de Rubí resguardaban el taller y la casa como si fueran guardias de seguridad, pues los pocos policías que se encontraban sólo agilizaban el tráfico e impedían que los turistas estacionaran sobre el asfalto.
Poco a poco llegaban más colados a la comunidad de la Joya, el objetivo, ser partícipes del cumpleaños más mentado a través de diversas redes sociales y que dejó en claro el poder que tienen las mismas para convocar a la multitud.
De camino al hotel, los integrantes del equipo de Hora Cero decidimos parar a comer en Charcas, pues nuestro lugar de descanso aún se encontraba a 20 minutos de distancia del pueblo minero.
Nos estacionamos a la entrada del municipio y preguntamos por los mejores tacos callejeros. Un policía, quien por cierto era de Monterrey, nos dio santo y seña sobre el lugar.
Al entrar al poblado, se podía apreciar cómo los comerciantes locales también se colgaron de la fama de la quinceañera. En todos los rincones se encontraban letreros ofertando artículos para poder asistir a la fiesta.
“Ilumina tu camino a los XV de Rubí, ya están aquí los fantásticos tenis led recargables y contra el agua”, era uno de los tantos anuncios que se encontraban en el sitio.
Ya con la panza llena y el corazón contento, nos marchamos a nuestra humilde pero cómoda morada. Había que reponer un poco las fuerzas para la jornada siguiente.
SE LLEGA EL DIA
Apenas se asomó el sol del 26 de diciembre y todo se aceleraba más y más, llegaban camiones de diversas compañías con equipos satelitales, así como varios patrocinadores que instalaban lonas con su marca para darse publicidad.
Un grupo de jóvenes que laboraban para el estudio en donde Rubí se había tomado las fotos del recuerdo, buscaron un lugar para ponerse ‘monos’, lo encontraron en una modesta tienda que apenas si tenía dos estantes con productos alimenticios y golosinas, algunos ya por caducar.
Todos aprovecharon al máximo la afluencia de personas que jamás, aseguraron, volverán a ver en lo que les queda de vida, a menos de que alguien decida hacer un festival en ese pueblo ‘abandonado’ por las grandes empresas, pues ni siquiera hay buena señal de Internet.
En la ‘tiendita’, doña Eustaquia ofertaba unos lonches de huevo con chorizo, por cierto, muy sabrosos y baratos. Al momento de darle la primera mordida, pensamos: “Otros comerciantes en Monterrey o Reynosa hubiesen aprovechado pero doña Eustaquia no; ella nos los dio en 15 pesos”.
Ya con el tanque lleno levantamos las antenas para ver que nada extraño ocurriera, pues nuestro objetivo no era documentar la fiesta como un evento social, sino como un fenómeno de redes sociales que tuvo la fuerza para que más de 40 mil personas se dieran cita en La Joya.
Todo parecía normal, las hieleras se encontraban hasta el tope, más de 7 mil latas de cerveza para repartir entre la muchedumbre; el pastel pesaba más de 400 kilos para ser repartido entre unas 2 mil personas, seguramente los invitados de honor y uno que otro metiche.
Personal de Bomberos, Protección Civil, Cruz Roja, Policía Federal y otras corporaciones se hicieron presentes para intervenir, en caso de algún incidente.
Ya todo estaba listo, las manecillas del reloj pasaban de las 11:00 horas cuando Rubí, diminuta en estatura y con una cara de pocos amigos, llegó en compañía de sus padre a bordo de una camioneta Ford Lobo último modelo; detrás la escoltaba un vehículo parecido, en donde iban algunos tíos y primos.
Todos los medios rodearon las ‘trocas’, querían unas palabras de la festejada o al menos una fotografía, pero al ver aquel desorden, los padres se quedaron dentro por unos 15 minutos.
Fue hasta que los primos, tíos y amigos se acercaron para formar una valla, recurso que no impidió el asedio de los reporteros.
Los apretujones ocasionaron que doña Anaelda García, la mamá de Rubí, se encolerizara contra los reporteros: “Entiende más un animal que las personas de la prensa. Es más, entiende más uno de ranchero que las personas de la prensa, porque yo los traté con respeto y cordialidad”, vociferó.
Entre empujones y como pudieron, la familia Ibarra García se abrió paso para participar en la eucaristía, o como dice todo mundo, la misa.
Por fin se terminó la celebración y todo mundo empezó con la comilona; asado, chilaquiles, arroz, frijoles, mole, entre otros platillos típicos de la región, fue lo que la muchedumbre disfrutó sobre las mesas, sentados en el pasto o utilizando algunos tambos como mesas.
Pasaban de las 16:00 horas cuando todos se dirigieron de La Joya a La Laguna Seca en el municipio de Charcas, lugar donde se supone habrían de haber tocado El Gigante de América, El Komander y otras agrupaciones.
Antes del bailongo se preparaba la famosa Chiva, carrera de caballos en donde se disputaban 10 mil pesos para el ganador.
Félix Peña, líder de la cuadra Coyotes Negros, acudió a participar con su caballo Oso Dormido y otro cuaco, jamás pensó que ese sería el último de sus días, y mucho menos que el que le arrebataría la vida sería su propio caballo.
“A mí no me interesa el dinero, yo lo que quiero es la fama, la mía y la de mis caballos”, precisó tres horas antes, cuando apenas ingresaba al terreno del baile.
En cuestión de minutos la fiesta se convirtió en tragedia cuando Félix fue embestido por el animal, su propio caballo. Rodó más de 30 metros sobre la pista de tierra.
Su cuerpo estaba tendido y daba los últimos alientos. De pronto la sangre comenzó a escurrir por su boca. Ni el rápido actuar de los paramédicos de la Cruz Roja, mucho menos los 130 elementos de la Policía Federal, pudieron evitar el deceso.
Fue camino al hospital de Charcas, cuando Félix Peña se marchó para nunca volver. La fiesta siguió como si nada hubiese pasado y la gente rápidamente se olvidó de la lamentable situación. Cada quien seguía en su mundo de diversión.
A pesar del suceso la Policía no reforzó la seguridad. Miles de personas seguían llegando en estado de ebriedad, con el cuerpo expuesto al exterior de sus vehículos, ya fuera por el quemacocos o por las ventanillas; los oficiales sólo les abrían paso.
Tal vez Rubí ni se enteró de la muerte de Félix en horas de la tarde, por eso se veía tan despreocupada de la situación y bailando con un grupo de ‘ballet’ en el escenario principal que fue instalado para la familia.
Llegó la noche y la luna, con unas cuantas lámparas, alumbraban el terreno pastoso donde miles movían el esqueleto y también el bigote cada vez que les ‘calaba’ el hambre.
Ya entrada la medianoche se veían rostros aburridos, pues sólo tocaban algunos grupos musicales locales, todos los artistas que confirmaron su asistencia, brillaron pero por su ausencia, no por el show que habrían de ofrecer.
Sólo “Lady Wuuu” apareció en el escenario por cuestión de segundos y de manera repentina, desapareció entre la multitud, claro, posando para la foto del recuerdo de algunos que se acercaban a solicitarla.
En la carretera el tráfico comenzaba en los dos sentidos, pues a pesar de las decenas de tiendas de campaña que había en el lugar, muchos decidieron marcharse y dejar de formar parte de la histórica noche en la comunidad de la Joya.
El borlote siguió hasta el amanecer del 27 de diciembre, y pese a que había terminado, coches de diversas partes de la República y el extranjero seguían estacionando en las afueras de la casa de Rubí.
La familia Ibarra García estaba lista para una reunión más privada, sin embargo, en la casa de Félix Peña, se preparaban para velar al jinete que tenía más de 18 años de experiencia y que murió por querer alcanzar la fama. Claro que la consiguió, pero no vivió para contarlo.