El corazón de Carlitos no pudo más y se detuvo la noche del primero de noviembre de 2012 en un hospital de alta especialidad de Monterrey. Vivió solamente ocho años, los suficientes para demostrar que, desde que nació, tenía una fuerza y un carisma especial.
En julio pasado había ingresado a la lista de pacientes de la Clínica 34 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en espera de un trasplante de corazón, pero el reloj siguió su marcha y el pequeño no resistió más.
Antes de partir, Carlitos quiso ir a muchas partes: al supermercado, al parque, a visitar familiares y especialmente pidió estar cerca de las vías del ferrocarril para esperar a verlo pasar, pues le encantaban los trenes. Tenía una enorme colección de ellos.
Mantuvo su entusiasmo y felicidad hasta el final. Nueve meses antes comenzó a luchar contra la miocardiopatía dilatada, misma que fue detectada a los dos años y siete meses de edad.
Y aunque el niño de cabello alborotado y grandes ojos negros padecía esa enfermedad, más de la mitad de su vida fue prácticamente normal: jugaba como cualquier otro de la misma edad.
Carlos Francisco González Aguilar nació el 5 de mayo del 2004. Fue el primogénito del matrimonio formado por Rubí y Carlos, quienes luego procrearon a Mateo, que no entiende qué fue exactamente lo que pasó con su hermanito, pero al igual que sus papás y abuelos vivió todo el proceso que alteró la rutina de la familia.
“A los dos años siete meses Carlitos empezó con una gripa muy fuerte, y cuando checaron sus pulmones los médicos se dieron cuenta que tenía taquicardia; inmediatamente lo llevamos a que le tomaran una placa (rayos equis). En la radiografía se vio que tenía el corazón muy grande. Después nos mandaron a hacerle un eco. Fue entonces cuando nos diagnosticaron que el niño tenía una miocardiopatía dilatada”, recordó Rubí Aguilar, mamá de Carlitos.
Explicó que todo surgió a raíz de un virus que se alojó en el corazón de su primer hijo, haciendo que éste bombeara mucho, lo cual provocó que el músculo creciera. Una vez detectada la enfermedad, tuvieron que internar al pequeño por primera vez en la Clínica 34, que más que un hospital se convirtió en el segundo hogar de Carlitos.
A partir de ese momento, el menor de tres años tuvo que empezar a consumir muchos medicamentos, los cuales tenía que tomar de por vida. Esta decisión preocupó a los padres que no sabían cómo enfrentar la condición de salud de su hijo.
“A Carlitos nunca lo tratábamos como si estuviera enfermo. Los medicamentos, que en parte eran diuréticos, se los dábamos en el licuado, de esa forma él nunca supo que los tomaba. Yo creo que eso le ayudó a no sentirse enfermo, a llevar una vida normal”, relató la vecina de la colonia Villa Mitras.
Mencionó que en el hospital le advirtieron que la enfermedad era mortal, que era muy difícil que sobreviviera al año, pero en el caso de Carlitos no fue así. Durante los siguientes cuatro años jugó, brincó y no tuvo limitaciones, hasta marzo pasado.
“Carlitos llevaba su vida normal completamente y nunca volvimos a internarlo, hasta marzo de este año. Últimamente notábamos que cuando corría sudaba mucho, y cuando entró a la primaria ya empezamos a ver que tenía dificultades para desempeñarse en las actividades deportivas”, señaló.
Ese no fue el único síntoma que percibieron sus padres sobre las consecuencias que estaba provocando la enfermedad, pues aunque Carlitos no se quejaba, era evidente el desgano en la escuela, el cansancio y otras situaciones.
“Una semana antes de Semana Santa de este año, Carlitos empezó a enfermar; notamos que dejaba de comer, a vomitar y adelgazó muy rápido. Bajó cinco kilos en una semana y también empezó a dejar de orinar.
“Entonces lo llevé a la Clínica 34. La verdad tuvimos mucha suerte, porque desde que empezó el problema de la enfermedad cardiaca de Carlitos dimos con el primer cardiólogo, el jefe de Cardiopediatría del hospital, el doctor Héctor Enrique Valdéz, y cuando lo volvieron a internar tenía el pase directo que en realidad no había vuelto a usar”, destacó Rubí Aguilar.
HOSPITAL, DULCE HOSPITAL
A la mayoría de la gente no le gusta acudir al hospital, sea en calidad de paciente o visitante, pero no era el caso de Carlitos. Cuando ya estuvo consciente de su enfermedad no sólo aceptó que tenía que estar internado, incluso por varios días, sino que él mismo les decía a sus padres que lo llevaran cuando se sentía mal.
“Yo pienso que el niño sentía tranquilidad cuando estaba en el hospital. Íbamos a cada rato, íbamos, no te miento, cada tercer día a Urgencias; lo valoraban, nos decían que estaba bien y salíamos. Una cosa increíble aquí es que el niño se veía mal, lloraba y decía que estaba cansado, pero apenas llegábamos a Urgencias y despertaba, sonreía, pedía de comer, o sea, cambiaba mucho”, añadió.
Dijo que de marzo a la fecha habían internado a Carlitos unas 10 veces, siendo ya muy conocido en la Clínica 34 no sólo por las enfermeras y los médicos que lo atendían, sino por el personal de limpieza, trabajadoras sociales, nutriólogas, cocineros y hasta los guardias de seguridad.
Rubí reflexiona sobre el carisma de Carlitos. Considera que la misión de su hijo era sensibilizar a los médicos, enfermeras y demás personas con quienes tuvo contacto en el hospital, pues era muy querido por todos y dejó un vacío en el tercer piso de la Unidad de Cardiología, ubicada al poniente de Monterrey.
“Carlitos se ganó a todo el mundo. Las enfermeras le llevaban dulces porque él se los pedía; hacía pinturas que luego les vendía; pidió saludar a los guardias de la entrada a la Clínica 34, y hasta se metió literalmente a la cocina: quería conocer a quienes preparaban las entomatadas de pollo que tanto le gustaban.
“Era tanto el cariño de toda la gente que trabaja en la clínica, que incluso iban miles de personas a orar. Nos llevaban oraciones, iban sacerdotes, pastores y sanadores; de hecho los guardias subían a la gente que se ponía a rezar a cierta hora en la planta baja del hospital y nos mandaban al montón de personas para que fueran a pedir por la salud de Carlitos”, mencionó emocionada.
Entre otros pasajes también recordó que a Carlitos no le gustaba hablar del futuro, a excepción de un día que comentó que se había enamorado de una doctora de la clínica, y llegó a decirle a su mamá que si se casaba iba a ser una gran boda.
“En la primera internada se enamoró de una doctora. Cada vez que ella pasaba Carlitos suspiraba, y me dijo que de grande quería casarse con ella para invitar a su boda a todos los doctores y a los pacientes. Fue lo único que llegó a hablar sobre el futuro”, señaló.
El paciente era constantemente sometido a exámenes de laboratorio y en sus bracitos tenían las marcas de las agujas que utilizaban para sacarle sangre; nunca se quejó y hasta se familiarizó con el lenguaje de los doctores.
“Le gustaba ver cuando lo picaban; estaba muy atento e incluso decía: `mira ya tengo retorno´ o `dejaste abierta la pinza´; entendía el procedimiento y hasta asumía cierta responsabilidad con su propia enfermedad. Estaba familiarizado con el lenguaje de los cardiólogos”, abundó la joven madre.
Comentó que en enero de 2012 tuvo su visita semestral con el cardiólogo. En aquella ocasión tuvo curiosidad de saber por qué a él lo veía un doctor experto en enfermedades del corazón.
“Le dije que tenía el corazón muy grande y que lo tenían que tratar.
Después estuvo consciente que tenía que tomar medicamentos, aunque en principio no le gustaba tomarlos y se rehusaba, pero la psicóloga de la Clínica 34 le explicó que tomándolos era la única manera en que podía sentirse mejor”, expresó.
Relató que cuando internaron a Carlitos por segunda ocasión, los doctores le informaron que además de la miocardopatía dilatada, tenía insuficiencia cardiaca crónica, lo cual había afectado otros órganos como los riñones. Por ello tuvieron que darle diuréticos en cantidades de adulto.
“Luego empezaron a darle dosis muy elevadas de diuréticos porque no orinaba igual que antes; después de eso me decían que ya no había nada qué hacer. Yo me había informado años atrás que la única solución era un trasplante, y al comentárselo a los doctores me dijeron que era muy difícil porque no había órganos, y porque no se había hecho un trasplante de corazón en un paciente tan joven en esa clínica.
“Empecé a hablar con los médicos y les pedí que por favor hicieran todo lo humanamente posible, que hicieran lo que estuviera en sus manos y que el resto le dejáramos a Dios”, recordó.
EN ESPERA DE UNA SOLUCIÓN
El 4 de julio de este año fue un día importante para la familia González Aguilar: les anunciaron que Carlitos ya había ingresado a la lista de espera para un trasplante de corazón junto con otros 44 pacientes.
“Primero le hicieron muchos estudios de laboratorio, radiografías, pruebas de oxigenación, en fin, muchas cosas que se necesitaban para el protocolo del trasplante. Y el día que nos dijeron que estaba en lista oficial de trasplantes fue un 4 de julio; antes de eso no recuerdo cuántos días se tardaron en hacer los estudios y trámites”, señaló.
Resaltó que el trato que recibió Carlitos de parte de los médicos, enfermeras, técnicos radiólogos, trabajadora social y psicóloga fue muy humano y profesional. Siempre estuvo muy bien atendido, además porque la Clínica 34 cuenta con un equipo muy moderno para realizar todos los estudios que se requerían.
“Cuando el doctor Héctor Enrique Valdez, y la doctora Xochitl Le Blanc nos dijeron ese 4 de julio que Carlitos estaba oficialmente en la lista de espera para el trasplante, me puse muy feliz. Ya me lo imaginaba operado y completamente bien”, manifestó.
La esperanza de Rubí y su esposo creció al acudir a una junta con pacientes trasplantados. Ahí conocieron el caso de una joven de 20 años que, luego de unos meses de su cirugía de trasplante, llevaba una vida prácticamente normal.
“Nos motivó mucho escuchar este tipo de testimonios. Pensábamos en ese momento y creíamos que Carlitos iba a volver a tener su vida normal. De hecho sí sabíamos que tendríamos muchas limitaciones que íbamos a padecer, pero eran más las satisfacciones que nos iba a dejar volver a ver a Carlitos caminar, pues ya estaba muy débil”, mencionó.
Carlitos, dijo su mamá, no quería que lo operaran. Tenía cierto temor y le impresionaba mucho ver a otros niños con la cicatriz en medio del pecho.
“Él no se imaginaba entrando a cirugía. Le impactaba mucho ver a los niños que tenían una cicatriz por lo mismo; a veces pienso que después de todo fue lo mejor, porque mi hijo no quería entrar a una sala de operación”, añadió.
Además, indicó, por ser el primer niño que entró al protocolo para la lista de pacientes en espera de trasplante, el psiquiatra recomendó no darle mucha información al respecto.
“El psiquiatra nos recomendó que nosotros teníamos que abordar el tema de manera que él lo entendiera. Sin tantas explicaciones de dónde sacaban el corazón. No tenía caso. Entonces, como Carlitos no quería la operación, sufría mucho sólo con pensar en eso; también el cirujano nos citó un día para explicarnos el proceso de llevarse a cabo el trasplante.
“El especialista tampoco creía conveniente estar hablando de la cirugía, pues no sabía cuándo se iba a realizar. No tenía caso estarlo mortificando. Lo único que Carlitos sí sabía era que estaba esperando una `solución´. Nosotros se lo manejamos así por recomendación de la psicóloga, para que el niño no tuviera que estresarse innecesariamente”, aseveró.
Dijo que todos trataban de evitarle la palabra `trasplante´, porque una vez Carlitos llegó a escuchar en el hospital que estaba en lista de espera de trasplante e inmediatamente preguntó: “¿Qué es un transporte (sic)?”. Entonces le explicaron que era la manera en que le podían poner un corazón que funcionara mejor.
Por otra parte, Rubí señaló que además de la enfermedad que padecía Carlitos en su corazón, posteriormente le detectaron unas bulas en el pulmón (espacios de aire) congénitos. La salud de su hijo se complicaba todavía más.
“Una vez tuvimos que llevar a Carlitos a Urgencias porque me dijo que tenía un fuerte dolor en el pecho, y cuando lo checaron le encontraron unas bulas en el pulmón. Luego se le reventó una y le provocó un neumotórax, que hizo que el pulmón se colapsara en una parte”, explicó.
A raíz de ese evento Carlitos tuvo que empezar a usar tanques de oxígeno, a los que se acostumbró a traer siempre a su lado. No importaba si estaba en el hospital, en la casa o a cualquier lugar a donde fuera.
De marzo hasta el 1 de noviembre Carlitos resistió el malestar, a someterse a análisis de laboratorio y a otros estudios que necesitó. No se quejaba, encontró la manera de sobrellevar su enfermedad y la enfrentó con dignidad hasta el último minuto de su existencia.
Rubí Aguilar dijo estar muy agradecida con el personal médico y en general con todas los empleados de la Clínica 34 por su gran calidad humana y la óptima atención que recibió Carlitos.
Hoy ya no sufre por un corazón en mal estado y por la falta de aire en sus pulmones; en algún lugar juega y sonríe pintando mariposas, escuchando el sonido de los trenes que tanto le gustaban.
Las últimas horas de Carlitos
El 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, Carlitos no quiso estar en un mismo lugar, quería moverse, así se lo manifestó a sus papás Rubí y Carlos.
Quería salir, que lo llevaran de paseo, a ver pasar los trenes, su máxima diversión y entretenimiento. De hecho tenía una colección.
“Los últimos dos días me lo llevé al hospital porque me pedía ir, aunque lo veía bien dentro de lo que cabe. El jueves incluso anduvimos paseando en todos lados, me pidió que lo llevara a Soriana, a Waldo’s, al banco, en fin, a muchas partes.
“Pero más tarde, estando en Walmart, me dijo que le faltaba el aire, que lo llevara al hospital. En realidad no se veía mal, se veía ansioso.
Llegamos primero a la casa, a ponerle el oxígeno, pero me insistió que lo llevara al hospital. Cuando llegamos no se veía diferente a otros días, pero a los 15 minutos se empezó a poner mal”, recordó su mamá.
Posteriormente le avisaron que Carlitos tenía que ser llevado a terapia intensiva; en ese momento fue cuando ella y su esposo se despidieron de su pequeño.
“Me preguntó que cuándo lo iba a volver a ver y le dije que en las horas de visita, que no se preocupara, que le echara ganas y lo acompañamos hasta la puerta de terapia intensiva, pero todo fue muy rápido. Me dijeron que bajó su frecuencia, le dieron maniobras, pero ya no pudieron hacer nada”, compartió Rubí Aguilar.
Especialmente tiene muy presente horas antes, cuando Carlitos le preguntó después de haberse quedado dormido por un rato: “Mami, ¿me das permiso de irme a otro lugar?”. Y ella le contestó: “¿A dónde quieres ir? Bueno, si es un lugar más bonito entonces sí”. Carlos Francisco González Aguilar falleció el 1 de noviembre de 2012, esperando un corazón nuevo.
Carta de un tío a Carlitos Yeraldo del Futuro
Volaste y yo ya no sé qué escribir, a dónde mirar, qué debería pensar. Ahora, sólo doy vueltas por la cocina para llegar directo a la habitación; cocina, habitación, cocina, habitación y tu trenecito, ese del que hablamos horas atrás y te comenté que lo tendrías para Navidad.
Golpes de cabeza, sorbos de café, del que dijiste que debía parar, que algo malo podía suceder. Parar una semana atrás cuando escribí en la libretita, esa que te gustó, una historia que jamás te conté, pero probablemente ahora la sabrás.
Mateito sigue dormido, Pá se mantiene en la sala. Todos estamos consternados, aun y cuando sabíamos que era lo mejor, algo que debía llegar. Dueles, flaco, estás en cada lugar.
Fue irremediable. Hospitales de mierda, giros innecesarios de mierda, respiración de mierda, todo a la mierda, un niño no debería sufrir jamás. Debería preocuparse por cosas estúpidas, banales, superfluas, efímeras; jamás por la falta de respiración, por el no poder dormir, por el no poder andar.
Para qué tener más corazón, si no lo soportamos, flaco, si no nos cabe.
El corazón que no llegó , carta de su ‘tercer abuelo’
Por Alejandro Díaz Salazar
EL CORAZÓN QUE NO LLEGÓ————– ¿Qué hubiera pasado mi querido Carlitos si ese corazón tan buscado y anhelado hubiera llegado?- No sé…No sé…el hecho de ser un gato viejo no me da autoridad de profecía, pero sólo sé que sería diferente- tal vez caminaríamos la senda juntos un tiempo más, ¿bajo qué condiciones?- No sé…
Tantas cosas que no sé…tantas preguntas que se quedarán sin respuestas… o tal vez el gran Dios ha hablado y yo no he sabido escuchar… Sólo sé que el corazón no llegó, y no porque no hubiera sino porque la cultura del AMOR DE LA DONACIÓN es escasa en este país, tan sin amor.
Hoy es domingo 4 de septiembre, único día que me levanto tarde, son las siete de la mañana y empiezo a escribir, ¿qué escribiré para llenar tu ausencia?, al igual que tu tío Yeri estoy con mi clásico café, en el lugar donde tengo mi base de operaciones en esa pequeña casa-bajo una alacena, engarruñado, bajo el estante de las especias y los atunes.
Sólo sé pequeño bribón que debo relatarte lo último que ha acontecido en mi vida, el final de la batalla, el término del partido, el final del camino… una noche de esta semana que se retira como cruel villana habiendo hecho su cruel jugada, sonó el teléfono rojo en mi casa, es la línea especial, no cualquiera tiene ese número, sólo tú, Batman, Superman y otros más. Yo estaba ya dormido- pero aún así desperté al oír su sonar, son casi las 11 de la noche, la Marythel contesta, en ese momento yo llego a la sala y veo que se le descompone la cara al tiempo que grita- yo intuyo una pésima noticia, ella cuelga y me la suelta -era Rubí… Carlitos ya se fue…inmediatamente nos vestimos y como rayo llegamos a la 34, son casi las 12 de la noche cuando puedo abrazar a tu madre y juntos llorar…Porque de eso se trata la vida, tienes que ir a meterte a la trinchera del que sufre y tal vez tu presencia no resuelva las cosas pero al menos puedes morir con él.
Hay algo que debes de saber, y que sucedió después de que solté a tu madre y que dejamos de llorar, ella rió y dijo -¡ay, ese Carlitos! En este momento ya debe de tener bombo a Dios por tantos dulces que le está pidiendo, nosotros también reímos en ese momento tan agridulce; inmediato a eso ella ordenó a tu papi-¡ve a la ventanilla! y OFRECE EN DONACIÓN CUALESQUIER ÓRGANO QUE PUDIERA SERVIR…¿sabes cómo se llama eso Carlitos? ¿El que una madre ofrezca que le quiten partes del cuerpo que fue su hijo para que le den vida a otra persona?- Sé que lo sabes pequeño bribón- ¡SE LLAMA AMOR!
Velamos el cuerpo que sirvió de vehículo material para que te manifestaras en este mundo, después de eso fuimos a depositarlo en la tumba 58 del panteón San José, allá, bajo la colonia donde viviste y muy cerca de la clínica 34. Hubo algunas canciones norteñas de despedida, tu tío Yeri compartió dos cartas muy personales- llenas de profundo dolor, y…después llegó mi turno, era el tiempo de que el tercer abuelo dijera algunas palabras, el momento fue surrealista como debe de ser cuando despides a tu amor…La montaña de la Mitra presenciaba el desenlace de lo que se había vivido a lo largo de casi un año, momentos de gran tensión, enorme frustración, mucho dolor…ahí estaba yo como un autómata sacando del bolso de mi camisa la letra de una canción de despedida que no hice para ti, jamás me imaginé en el 2008 que la hice- que serviría para despedir a dos presencias muy importantes en mi vida: Fu, la de los ojos orientales, y Tú. Yo realmente no quería leerla, la llevé para compartirla con tus padres en la capilla de velación- cosa que hice; pero por orden de tu bisabuela- La Prieta, que me dijo- después de haber terminado de leer Yeri sus cartas- ¡Tú sigue, Kano!, Chin-pensé, ¿qué digo en este momento tan crucial para mí? Yo era un manojo de paja movida por los vientos del infortunio, justo hace 24 años estaba también en un panteón de Gonzalitos y Ruiz Cortines enterrando a uno de mis hijos, y eso estaba recordando cuando empecé a leer:
Hoy te digo gracias por haberme amado,
Hoy que me quedo solo…aparentemente…
Hoy que tú ya te vas- por última vez yo beso tu frente.
En estos momentos vienen a mi mente
Recuerdos que tengo vividos contigo
Vivencias que un día guardé en mi alma
En dos apartados muy bien separados:
En uno yo puse sonrisas y abrazos;
En otro quedaron miedos y amarguras que al paso del tiempo un día tiré,
Que al paso del tiempo un día tiré…
¡Y ahora sólo tengo los buenos recuerdos!
¡De cómo me amaste, de cómo te amé!
Fue un honor para mí haber compartido
El pan y la sal, la lluvia y el sol
De haber navegado juntos por la vida
Y haber caminado tan juntos los dos.
Recuerdo el camino-¡no fue nada fácil!
Tan lleno de escollos cubiertos de hiel,
Cuánto sufrimiento y cuánta amargura,
Nos daba la vida y muy poca miel.
Ahora la vida muestra la otra cara
La luz te sonríe-¡te invita a partir!
Por eso te digo con mucha ternura
¡Gracias amor mío- tu vuelo ya parte, te tienes que ir!
Te vas entre aplausos que brotan del alma
Manos que tocaron algún día tu piel
Celebran tu vida, tu misión ya cumplida,
¡De cómo me amaste, de cómo te amé!
¡De cómo me amaste, de cómo te amé!
¡De cómo me amaste, de cómo te amé!
Te puedo asegurar mi amado Carlitos que hice lo mejor que pude al leer la canción, entre chillando y llorando, y a punto de caerme en la tumba abierta que estaba a mi lado, la terminé y me fui de ahí.
Esta canción se llama MISIÓN CUMPLIDA, la incluí en mi libro EL PASTOR DE LAS OVEJAS MUERTAS, es la canción que le canta Becky a su recién muerto esposo Black, y me gustaría que la cantaran en mi funeral, algún día, no sé si alguien lo haga, no sé… no sé… hay tantas cosas que no sé…
Debo decirte que en tu funeral soltaron una parvada de globos blancos, que al unísono empezaron su volar para nunca más volver; ¡pero hubo uno que soltaron al final, casi te puedo asegurar que fue por que el niño que lo tenía lo quería para sí!- finalmente aquel globo inició su ascenso, los demás ya llevaban una ventaja como de 100 metros cuando este último globo despistado iniciaba su volar, ¡vieras cómo me identifiqué con ese globo!, me dije ¡ahí voy yo! ¡Solo con mi locura! ¡Con mis estupideces que hablan del amor!
Me despido de ti Kargoxzz, excelente soldado fuiste, siempre fuiste hacia delante sin exclamar ayes de dolor, fiel a tu estampa de convencer multitudes, y quiero pensar que tu misión en este mundo fue cumplida, y que el que no haya llegado el corazón fue lo mejor.
Cambio y fuera.