
Las calles de Agualeguas nunca volvieron a alcanzar la fama que les dio el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el hijo pródigo que llegó a la presidencia de la República y puso el nombre del pueblo en el mapa nacional e internacional.
Todavía siguen acudiendo a la casa familiar y al rancho “El Guajolote” los integrantes de la familia Salinas, sobre todo Carlos, Raúl y Adriana Margarita, pero lo hacen dos o tres veces al año y sin el boato de su época dorada.
Lejano está 1990, cuando en el apogeo de su mandato, Carlos Salinas de Gortari –cuyos padres son oriundos de Agualeguas, aunque él nació en la Ciudad de México– convocó a su homólogo de Estados Unidos, George Bush padre, para sentar las bases del Tratado de Libre Comercio (TLC), que más tarde se firmaría en Monterrey.
La modernidad se acercaba a pasos agigantados y el pequeño municipio, ubicado al extremo norte de Nuevo León, se vio de pronto invitado a la fiesta de la fama sin estar preparado para ello.
Salinas le dio relumbrón a la tradicional carrera familiar de Semana Santa desde que era secretario de Programación y Presupuesto del entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado, y ya la horda de periodistas, políticos y curiosos iba marcando su huella en el poblado de menos de 5 mil habitantes.
Había solamente unas cuantas y modestas fondas para comer y los periodistas debieron improvisar como dormitorios sus vehículos y la misma plaza del lugar, hasta que las autoridades federales (que eran las que controlaban todo) decidieron convertir el centro cívico en albergue temporal. Para bañarse, el río se volvió una buena opción.
En la segunda mitad del mandato de Salinas (cuyo sexenio fue de 1988 a 1994) Agualeguas ya era centro noticioso. Periodistas mexicanos y extranjeros, principalmente estadounidenses, acudían a esta especie de Campo David -residencia vacacional del presidente de Estados Unidos- para darse, literalmente, un “baño de pueblo”.
Era obligado registrar hasta la mínima frivolidad concerniente a la familia Salinas: la hija del presidente salió a comprar paletas de hielo a la tienda de la esquina, el hermano del presidente salió temprano al rancho “El Guajolote”, el hijo del presidente fue a un baile y se le vio tomando cerveza, la esposa del presidente salió a darse un chapuzón en la alberca.
Maestro de las relaciones públicas, el mandatario aprovechó siempre la presencia de los medios para enviar mensajes: algunos duros, de corte político, y otros ligeros para apuntalar su buena imagen ante la opinión pública. Es decir: daba “nota” para los periodistas y, por ello, valía la pena estar ahí.
A 18 AÑOS DE ENTONCES
Las calles solitarias bostezan de aburrimiento bajo el sol del verano. En Agualeguas uno de cada tres hombres adultos trabaja en Estados Unidos y regresan por temporadas a su terruño.
Quienes laboran en Texas (San Antonio y Houston son las ciudades que más los atraen) aparecen cada mes o cada dos meses, aprovechando festividades como el 4 de julio, día de la Independencia de Estados Unidos y de asueto general.
Los que se van hasta Chicago, Nueva York y otras ciudades ubicadas también muy al norte, vuelven cada seis u ocho meses y se quedan de tres a seis semanas, a veces hasta cuatro meses, mientras pasa la parte más cruda del invierno.
Semana Santa y diciembre son las épocas en las que tradicionalmente vuelve a la vida Agualeguas y los municipios norteños de Nuevo León. Llegan los pasaporteados cargados de dólares, en vehículos con placas extranjeras y con ganas de ver a la familia y armar fiestas.
El resto del año la calma reina en el municipio, los perros no encuentran extraños a quiénes ladrarles y muchas casas permanecen cerradas porque sus habitantes suelen irse a Monterrey o migrar con el jefe de familia.
Se acabó el poder de Carlos Salinas y se acabó la fama de Agualeguas como destino de turismo político.
Doña Ema Salinas, dueña del restaurante El Taconeo, que luego se convertiría también en improvisado hotel para albergar periodistas, decidió cancelar ambos negocios ante la escasa clientela de la era post Salinas.
La casa de la familia del ex presidente permanece cerrada, ocasionalmente sirve para dar hospedaje a misioneros católicos y durante tres meses fungió como sede de una preparatoria rural que luego cerró por falta de alumnado.
Virginia Carmona trabaja frente a la casa de la familia Salinas de Gortari y explica que en los últimos tres años ha visto menos movimiento.
“Antes estaba un matrimonio de planta y ellos limpiaban todos los días, abrían puertas y ventanas y se veía un poco más de movimiento, pero ahora ya no. Ahora nada más vienen dos o tres veces por semana a limpiar y el resto del tiempo la casa se queda cerrada”, dijo la comerciante.
Otro vecino, dueño del cine ubicado justo frente a la casa de los Salinas y quien pidió el anonimato, dijo que muy seguido ve llegar a Carlos, Raúl, Adriana Margarita y también a Sergio pero solamente por unas horas.
“Aquí a la casa nada más vienen un rato, la mayor parte del tiempo se la pasan en su rancho (“El Guajolote”, distante unos 15 kilómetros de la cabecera municipal) y casi siempre vienen por separado.
“La última vez que los vi fue ahora en Semana Santa (segunda semana de marzo), estuviero dos o tres días y se regresaron. Cuando vienen se encierran y no salen, se les ve de repente en el pueblo pero no como antes, para nada”, explicó el comerciante que tiene su oficina al lado de lo que fue el único cine de Agualeguas y cerró sus puertas en 1994, justo cuando comenzó el declive de Carlos Salinas.
TURISMO POLITICO
Agustín Calderón Salinas, coordinador administrativo de Agualeguas, reconoce que el municipio ya no tiene ese turismo político que lo beneficiaba con una derrama económica que, si bien era moderada, no dejó de ser significativa.
Recuerda que hubo apoyos extraordinarios cuando Salinas era presidente, pues se remodeló el lienzo charro que lleva el nombre de Adriana Margarita –en honor de la hermana del ex mandatario–; se construyó el aeropuerto capaz de albergar aviones de gran tamaño y una subestación eléctrica que, si bien fue para darle servicio al rancho de la familia presidencial, también beneficia al resto de la población.
“Agualeguas tiene una población de casi 5 mil personas, un 30 por ciento va y viene a Estados Unidos pero cuando estaba (Salinas) de presidente vimos un incremento de visitas de lo que fue un turismo político.
“Era de los medios que cubrían la visita del señor presidente, era de la gente que cubría la logística del gobierno y era también de personas que venían por curiosidad para tratar de verlo o con alguna solicitud de apoyo”, recuerda Calderón Salinas.
Pero más allá del dinero, de los apoyos extraordinarios y de la posibilidad de codearse con funcionarios nacionales y extranjeros de primer nivel, lo que los habitantes de Agualeguas extrañan es el ambiente que se creaba con la parafernalia de la “salinas- manía”.
El pueblo vivía en una celebración constante y hoy hasta el enorme lienzo charro luce triste, porque casi no se utiliza.
Incluso, el sábado 12 del presente mes el ex presidente acudió a Monterrey a una boda y al día siguiente ofreció una comida en su rancho “El Guajolote”, la cual ni siquiera ameritó una nota informativa en los periódicos locales, apenas un pie de foto y una mención en las columnas políticas.
En televisión ni siquiera eso.
Por ello, es obvio que si bien la fiesta hace mucho que terminó para el municipio de Agualeguas, la nostalgia de sus pobladores por aquellos días todavía no se acaba.