El pasado 12 de febrero Juan Carlos Passano Peña, de 27 años de edad, falleció en un extraño accidente vial en las calles del centro de Monterrey. Sin embargo, para sus familiares y amigos, lo menos sorprendente de la vida de este joven no fue la forma en la que terminó, sino cómo la vivió, gracias a su pasión por viajar por el mundo.
Por Fernanda Alvarado
Hay dos tipos de hombres en la vida: los que se arriesgan a tomar retos y los que prefieren no salir de casa por miedo a fracasar. Juan Carlos Passano Peña fue un joven que apostaba por la libertad, prefería vivir con plenitud y hacer hasta lo imposible por conocer el mundo.
Tenía 27 años y vivía en Apodaca. Era un joven de estatura mediana, piel blanca, mirada serena y barba abundante. Según su familia más cercana nunca se interesó por las cosas materiales, no tenía carro ni un teléfono de última generación. Juan Carlos prefería viajar, conocer personas, leer libros y ver futbol.
Fue por eso que hace dos meses renunció a su empleo en una empresa automotriz para poder cumplir su sueño de viajar a Europa y asistir al Mundial de Futbol en Rusia.
El viaje lo planeó desde el 2014, poco después del Mundial de Brasil. Durante cuatro años ahorró cada centavo de su salario y preparó lo necesario para la aventura; arregló su pasaporte, preparó su ropa, practicó bien su italiano e incluso se vacunó contra todas las enfermedades comunes en países europeos que supo que existían.
Todo estaba listo para partir el 26 de febrero de este año. Lo único que le faltó fue vida para poder realizar sus sueños.
La mañana del 12 de febrero, mientras caminaba por el centro de Monterrey junto a su novia Ariana, Juan Carlos fue víctima de un cruel destino cuando un automóvil del ayuntamiento de Monterrey derrapó y chocó contra un poste, derribándolo.
La pesada estructura cayó sobre la cabeza del joven, quitándole la vida casi de inmediato.
Esta inédita tragedia fue reseñada por la prensa y televisión regiomontanas, quienes dieron santo y seña de la extraña forma en la que Juan Carlos encontró la muerte.
Sin embargo, lo que los periódicos no dijeron es que ese día falleció alguien quien, aunque estaba en el arranque de su vida, coleccionaba kilómetros y experiencias, alguien que amaba tanto al futbol como a su familia y quien dejó una profunda huella en todos los lugares por los que pasó.
UN HINCHA AZUL EN TIERRAS REGIAS
Desde muy pequeño Juan Carlos mostró interés por la cultura, el arte y, especialmente, el deporte, donde demostró que nunca seguía el camino más transitado.
Aunque estaba orgulloso de su descendencia peruana, que venía de su padre, siempre se proclamó orgullosamente mexicano y regiomontano de corazón.
De niño viajó a Perú a conocer los orígenes de su apellido. Visitó Arequipa para encontrarse con sus abuelos.
Sin embargo, su lugar favorito no estaba a los pies de Los Andes, sino en la colonia Ciudad de los Deportes en la capital de México, sede del Estadio Azul.
Contrario a todos sus familiares amigos, vecinos y básicamente la enorme mayoría de los que viven en la zona metropolitana de Monterrey, Juan Carlos no apoyaba a Tigres o Rayados, sino al Cruz Azul, una onceava que seguía desde los siete años.
Nadie en su casa se explica por qué gustaba del azul de la “máquina”, sólo saben que era verdaderamente feliz cada vez que podía ver jugar al equipo, ya fuera en la Ciudad de México o en alguna de las ocasiones que visitaba a las onceavas locales.
A los 17 años Juan Carlos y su primo David armaron su propio equipo de futbol para jugar en la Liga Libre de la colonia Casa Bella, en el municipio de San Nicolás. A pesar de que era costoso entrar a la competencia, los primos siguieron adelante con su plan.
“Eran dos jóvenes jugando contra hombres de 27 años o más, era impresionante ver la calidad de futbol que mostraban, no sé porque a ninguno de los dos le dio por el camino del deporte, hubieran sido unos cracks”, comentó Jorge, primo de Juan Carlos.
En la Liga Libre el futbol es bravo y de sentimientos a flor de piel. En una ocasión el equipo Milán, donde jugaban Juan Carlos y David, derrotó tres goles por cero a la escuadra de la colonia Nuevo Amanecer.
El sabor a derrota no fue agradable para el equipo contrario y se inició una riña que terminó con la cordialidad futbolística.
David recuerda que esa tarde las cosas se pusieron “color de hormiga”.
“Nos llovieron pedradas y golpes a todos. A Juan Carlos le tocó también estar en la pelea y le dieron unos buenos trancazos. Estuvo muy feo el ambiente pero a nosotros nos gustaba andar en los torneos, aunque pasaran cosas como ésas”, explicó.
Su perseverancia llevó a Juan Carlos a ganar su primer trofeo de campeón con la escuadra Joga Bonito.
El recuerdo de este triunfo fue inmortalizado en una nota publicada en el periódico El Sol, cuyo recorte aún está en manos de su primo David.
En la foto, en blanco y negro, los campeones aparecen en la clásica pose del equipo llanero. Juan Carlos está de pie, detrás de sus compañeros lo que impide ver si también porta el uniforme con los colores del Milán que defendían los de “Joga Bonito”.
En la imagen casi todos sonríen menos Juan Carlos, quien se ve serio pero aun así muestra el afecto a sus compañeros con el abrazo que le está dando a quien está frente de él.
‘ERA UN LíDER’
El rock fue fundamental para que Juan Carlos decidiera viajar. Uno de sus pasatiempos favoritos era escuchar este género de música, especialmente la de la agrupación mexicana División Minúscula, de quien era fanático.
Su primer viaje sin sus padres fue precisamente a un concierto de esta banda en la Ciudad de México, posteriormente asistió a un festival en Guadalajara.
En el 2008 comenzó a estudiar en la Facultad de Ciencias Políticas de la UANL y terminó la licenciatura de Negocios Internacionales. En el 2011, poco antes de graduarse, hizo su servicio social en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey donde se desempeñó como guía.
Paloma García, titular del departamento de Programas Escolares, encargada de coordinar las labores de los practicantes, expresó que aunque han pasado siete años desde que Juan Carlos estuvo en el museo, su recuerdo está presente pues era “un líder nato”.
“Era impresionante porque para ser muy joven sabía mucho de historia, así que se le facilitaba aprenderse el recorrido completo. Mantenía motivada a la gente que venía en grupos a conocer las exposiciones. Era muy bueno tratando con niños, los manejaba excelente. Ojalá se hubiera quedado a trabajar aquí pero entendemos que su estancia fue temporal”, expresó.
Tal fue la huella que dejó en el equipo del museo, que Juan Carlos fue incluido en la publicidad con la que se promociona el servicio social del centro cultural entre las universidades.
La sesión de fotos utilizadas para la campaña lo muestran sonriente, con la playera gris de los practicantes del museo y sin la tupida barba que usaría hasta el final de sus días.
Juan Carlos aparece en diferentes poses junto al grupo de jóvenes quienes, igual de atractivos que él, invitan a los universitarios a unirse al equipo del museo.
SU AVENTURA SUDAMERICANA
Después de obtener su título universitario, Juan Carlos se dedicó a trabajar sólo para conseguir el dinero necesario para cumplir con su verdadera pasión: viajar.
“Llegó un punto en el que Juan Carlos se iba de ‘mochilazo’ a muchas ciudades del país. No eran viajes costosos, al contrario. Recuerdo que él tenía un amigo que se encargaba de dejar entregas en una camioneta y lo acompañaba con tal de irse a viajar”, contó su primo Jorge.
Era tal su hambre por conocer el mundo, que en menos de cuatro años este joven recorrió casi todos los estados de la República.
“Cuando iba a Ciudad de México lo primero que hacía era instalarse en un modesto hotel de la calle Reforma, se preparaba para ir a una tocada de rock a un antro y en la mañana siguiente almorzaba en una fonda antes de irse a conocer los museos de la ciudad”, recordó Juan Carlos Passano, padre del joven.
Sin embargo, ninguno de estos viajes se compara con la aventura sudamericana que compartió con tres amigos más y que los llevó a más de 8 mil 183 kilómetros de su casa.
Poco antes del arranque del Mundial de Brasil en el 2014, los jóvenes viajaron a Río de Janeiro para presenciar el inicio de la máxima competencia de futbol en el mundo.
En esa fecha, los costos de los pasajes a Brasil se habían incrementado un 200 por ciento, así que los viajeros optaron por llegar a su destino a través de medios más económicos.
Juan Carlos viajó a Perú en avión. Llegó a la ciudad de Iquitos y atravesó el Amazonas en un barco durante seis días. Arribó al puerto de Manuas en Brasil y se quedó ahí 72 horas antes de tomar un avión y finalmente llegar a Río, concluyendo una odisea de 11 mil 672 kilómetros.
Ya en Brasil conoció las playas de Florianópolis, llegó a Curitiba y viajó a la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina para conocer las Cataratas de Iguazú.
Días después llegó a la capital de Uruguay, Montevideo y entró al estadio Centenario.
Su siguiente parada fue Buenos Aires, Argentina, donde permaneció lo suficiente para ver la final del Mundial, visitar “La Bombonera”, casa del Boca Juniors, y de ahí viajar a Bolivia para conocer “Potosí”, la mina más alta del mundo, ubicada a 5 mil metros por encima nivel del mar.
Casi al término de su recorrido admiró la majestuosidad del cielo estrellado de La Paz, capital boliviana, regresó a la patria de su padre para conocer Machu Picchu y finalmente retornar a Monterrey tras un periplo de 90 días.
Gloria, amiga de la familia Passano Peña, recuerda que a su regreso Juan Carlos no podía ocultar la emoción que le generaba su viaje a través de América del Sur.
“Él parecía otro, tenía brillo en los ojos y su alma se había quedado en aquellos paraísos exóticos. Recuerdo cada una de sus palabras, me dijo: ‘Después de haber navegado por el Amazonas ya nada es igual, son hermosos los amaneceres. Pude nadar en esas aguas que pocos tienen la dicha de conocer, ya nada lo veo con los mismos ojos”, recordó.
PLANES TRUNCOS
Juan Carlos dejó a un lado los planes de comprar un carro o una casa y comenzó a ahorrar de nueva cuenta para visitar Europa.
Aprovechó el tiempo para estudiar varios idiomas y mejoró su inglés.
Antes de renunciar a su empleo, vivió en Guanajuato durante un par de meses donde obtuvo un empleo como coordinador del área de Negocios de la empresa automotriz Denso.
Gracias a su desempeño le ofrecieron un mejor sueldo y prestaciones para que se quedara en dicha ciudad a colaborar en la planta, pero rechazó la oferta debido a sus planes de conocer Europa.
Muchos de sus amigos y familiares no podían entender cómo Juan Carlos había rechazado esta oportunidad laboral, sin embargo, la respuesta la encontraron en un texto que el joven escribió en su perfil de Facebook:
“A esta edad tenemos dos opciones: dar la vuelta al mundo o madurar. Madurar en nuestra sociedad es abonarse a la cobardía de no tener más ambición que la de una vida cómoda. Significa enterrar pensamientos revolucionarios, dejar atrás locuras juveniles y aceptar la vida tal como es.
“Empezamos a ser maduros cuando el anhelo de un mundo justo desaparece y surge la imperiosa necesidad de comprarse un coche de marca alemana ó japonesa para intentar disimular una vida intrascendente.
“Quizás en un futuro daré ese lamentable paso, pero aquella tarde en esa playa colombiana a la que un titiritero argentino la nombró El Paraíso, decidí que no era el momento de madurar”.
Hoy que el dolor no se ha ido de los corazones de la familia y amigos de Juan Carlos, el recuerdo de su terquedad por vivir la vida bajo sus propias reglas prevalece y los ayuda a intentar superar la pérdida.
Después de todo, para ellos Juan Carlos sólo está en uno más de sus viajes y muy pronto se volverán a encontrar.