Sus dos sombreros texanos favoritos y una fotografía con uno de sus caballos arroparon los restos del periodista Eloy O. Aguilar.
El pasado sábado 31 de enero, casi un centenar de familiares, amigos y colegas periodistas lo velaron en una agencia funeraria ubicada en la esquina de Sullivan y Rosas Moreno, en la capital del país.
Fue recordado como un hombre reservado, pero generoso, que siempre compartía sus experiencias.
Con una trayectoria en el mundo periodístico de más de 41 años, Aguilar cubrió para la agencia The Associated Press (AP) sucesos como el terremoto que casi colapsó la Ciudad de México en 1985 y conflictos armados como las guerras de El Salvador, Nicaragua y Panamá en la década de los 80.
En 1999 logró que el gobierno de Fidel Castro accediera a que se instalara una oficina de la agencia en la isla.
Durante casi un año dirigió la agencia de noticias de El Universal, hasta que el viernes su corazón se detuvo cuando se dirigía a ofrecer una charla a otros compañeros periodistas.
Nació el 5 de enero 1937 en el Valle del Río Grande, en la frontera con Texas y México. Le sobreviven su esposa Lissette Carrasco y su hijo Edwin, de un primer matrimonio.
Personalidades como Juan Francisco Ealy Jr., director general de El Universal, acudieron los primeros minutos del sábado a la ceremonia fúnebre a presentar sus condolencias.
El servicio funerario se convirtió, por momentos, en una gran charla de periodistas —la mayoría corresponsales extranjeros— que compartían sus experiencias con Eloy Aguilar.
Recordaron que fue precisamente durante la cobertura de la invasión norteamericana a Panamá cuando Aguilar conoció a la que fue su segunda esposa, Lisette Carrasco, joven periodista que trabajaba para otra agencia internacional.
Para el periodista Nelson Notario, Aguilar fue un gran periodista con el que mantuvo, además de una gran amistad de más de 20 años, discusiones de alto nivel durante el conflicto armado en Panamá con posiciones encontradas.
Durante la ceremonia religiosa, que fue oficiada por el sacerdote José Alejandro Hernández, se recordó a Eloy Aguilar como un gran ser humano, que dejó un gran legado y enseñanzas no sólo entre sus conocidos.
Sus restos fueron trasladados a McAllen, Texas, Estados Unidos, donde fue sepultado en el panteón Valley Memorial.
En la lucha
Por: Alejandro Irigoyen
Especial de El Universal
Hay personas que pisan con tal firmeza, que dejan huella aunque no se lo propongan. Eloy Aguilar era un hombre de sólidas convicciones, de esos que navegan por este mundo en línea recta, sin contradicciones, de los que resulta imposible siquiera intentar caracterizar su vida, sin primero comprender su trabajo, ya que en los hechos nunca marcó distancia entre ambos.
Don Eloy nació el 5 de enero de 1937, en Texas, en la región de El Valle, limítrofe con Tamaulipas; sin embargo, nunca tuvo dudas sobre el origen de su alma: “Mexicano hasta las cachas”.
A lo largo de 41 años forjó una carrera impecable con The Associated Press, agencia noticiosa de la que se jubiló en 2006, al obtener el premio Spirit, para luego enfocar sus esfuerzos en la gerencia de la agencia SUN, de El Universal. Ayer (viernes), con 72 años a cuestas, su corazón dejó de latir.
Sin embargo, queda lo importante: Hombre valiente –un profesional en toda la extensión de la palabra–, fue testigo en primera línea de los conflictos sociales más graves en Centroamérica. Como corresponsal de guerra, reportó desde la trinchera los enfrentamientos que convulsionaron a El Salvador, Nicaragua y Panamá en la década de los 80.
Manuel Carrillo, compañero de mil batallas, recuerda a don Eloy como a un periodista que no se arredraba ante nada; su buen humor lograba aligerar aún las situaciones más tensas. De su ocurrencia, el mundo debe agradecer esas camisetas con la leyenda “No disparen, soy periodista”, las que mandó a hacer en 1983, cuando los cuerpos de seguridad salvadoreños no distinguían entre rebeldes y comunicadores.
Experto en asuntos regionales, consideraba a México y Centroamérica como piezas de un mismo mosaico, filosofía que quedó reflejada con finura y solvencia en las excelentes notas reportadas desde Nicaragua, a propósito de la rebelión sandinista, o bien en El Salvador, con esa larga y cruenta guerra entre el gobierno y la guerrilla del FMLN y, por supuesto, los relatos que hacían énfasis en los detalles subterráneos de la invasión estadounidense a Panamá, que derivó en la captura y enjuiciamiento del general Noriega.
Sobre su figura, pueden llover anécdotas: En los años “duros”, en El Salvador, días después de que un militar ordenara su expulsión, logró convencerlo de la integridad de AP… con una botella de whisky sobre la mesa. Y ya en su etapa reposada, destaca su pasión por el dominó y los caballos. En los últimos años tuvo tres ejemplares: El Bailarín, La Morisca –que ya murieron– y La Niurka, una yegua a la que solía golpear en las ancas como muestra de cariño.
Si hay alguna frase que pudiera dibujar el trabajo de don Eloy en las zonas de conflicto, sin duda sería: “Cuando los enviados de las grandes cadenas de TV mexicanas o los enviados de medios europeos se quedaban en el bar del hotel, Eloy salía a buscar la nota en medio de las balaceras. Cuando regresaba, todo mundo tenía ya versiones de primera mano para armar sus reportes; era generoso, solidario, todo un periodista”.
Y aún más: queda también esa firme convicción en defensa del periodismo y de los hombres y mujeres que hacen de su vocación de vida la de informar a la sociedad. En octubre de 2002, como director para México y América Latina de la agencia AP y presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros, pronunció un discurso que establece con claridad su línea de pensamiento: “Una sociedad mal informada o carente de información es una sociedad que puede ser manipulada fácilmente. Una sociedad en un régimen totalitario vive en la oscuridad; una sociedad supuestamente democrática en la que los políticos usan la ley para ocultar su corrupción es también una sociedad sin poder de decisión… Por eso la información tiene tanto valor, y por eso quien la tiene no la quiere compartir”.
Don Eloy, un hombre siempre en la lucha, deja a su segunda esposa, Lisette Carrasco, a su hijo Edwin –de un primer matrimonio–, y a todos quienes lo conocieron, comprendieron y estimaron. Descanse en paz.