
“Yo siempre he pensado que no es nada fácil llegar a los 100 años y todos estamos muy contentos porque nuestra madre esté aún con vida”, expresó Juan González Narro, uno de los cuatro hijos, de cinco, que tiene “Mamá Concha”.
Con este pensamiento Juan inició -conmovido-, la charla que inició con la pregunta de cómo definiría a su madre, a lo que no tardó en decir: “Es una mujer muy bella. No porque sea mi madre, pero en verdad es guapa”.
Contó que “Mamá Concha” -como la llaman de cariño- nació el 26 de febrero de 1915 en Jiménez, Chihuahua.
Es hija de padres coahuilenses: Salvador Narro Mier, originario de Saltillo, y de María del Refugio de la Fuente Cortina, de Viesca.
De acuerdo a lo que su madre les platica “vivió hasta los cinco años en su tierra natal y salieron de ahí porque cada vez que los villistas entraban a Jiménez, arrasaban con toda la gente”.
“Las hermanas de mi mamá y ella, se escondían en los sótanos. Dicen que mi abuelo estuvo a punto de morir colgado por los villistas pero se libró de ellos y huyeron dejando todo en Jiménez”, comentó.
Señaló que ante el peligro que existía en esa época, salieron de Chihuahua rumbo a San Luis Potosí, escoltados por el general Armando Garza Perales, quien estaba casado con la hermana mayor de su madre.
“Mi mamá tiene muy presente que en el trayecto se quedó dormida en una casa donde pernoctaron”.
“Todos siguieron el camino y cuando llegaron a la estación para partir a Tampico, su hermano mayor, Jesús Narro, se dio cuenta que faltaba ‘Conchita’ por lo que regresaron por ella”, dijo.
“Qué hubiera sido sino la encuentran. Yo creo que ni yo o mis hermanos estaríamos aquí”, agregó.
TAMPIQUEÑA POR ADOPCION
Finalmente “Conchita”, sus padres y hermanos llegaron a tierras tamaulipecas y se establecieron en Tampico, en el barrio llamado “Cruz Roja”.
“Ahí llevó a cabo sus estudios de primaria, posteriormente de secundaria y para 1930 conoció a Don Juan González Perales, mi padre, oriundo de Veracruz.
“Se casó con él a los 18 años un 16 de febrero de 1933 y de esta unión nació Iliana, Dalma, Lídice, su servidor y Salvador González Narro”, especificó.
oEn los años posteriores, la familia vive una temporada complicada, no por los actos de la humanidad como la Revolución Mexicana, sino por los embates de la naturaleza, con los ciclones de 1933 y 1955.
“En el 55 fue el ciclón “Hilda” y ahí si me tocó: estuvo feo porque el Río Pánuco se desbordó debido a las lluvias, hubo inundaciones y nuestra casa se afectó”.
“Me acuerdo que mi mamá le decía a mi papá que el agua estaba subiendo y él decía que no. De no ser porque le insistió que subiera al segundo piso las cajas de cerrillos que él resguardaba, todos subimos y nos salvó”, explicó.
Al paso de los años esta experiencia quedó como un recuerdo. Pero una complicación en la salud de Don Juan cambió la vida de todos.
“Mi padre sufrió el primero de cinco infartos al corazón en 1956 cuando trabajaba como administrativo del hospital de la Sección XXI de Pemex en Arbol Grande, en Madero y quedó incapacitado, es por ello que se jubila”, pronunció.
Fue a partir de ahí y tras años de ser ama de casa, que “Conchita”, entró al mundo laboral al ocupar el lugar de su esposo.
“Mamá entró a trabajar a la edad de 42 años y estuvo 35 años en la gerencia de la Zona Norte de Pemex en Tampico; se jubiló en 1989 y qué puedo decir; fue muy trabajadora”, dijo.
“Es una mujer fuerte, alegre; pocas veces la vi enojada”
Tras toda una vida y con fortaleza en su apariencia, parece que ni el polvo de la época de la Revolución, las aguas de los ciclones y la pérdida de su esposo se ven reflejados en ella.
Claro, se asoman ya las arrugas sobre la piel, en rostro y cuerpo de “Conchita”.
Sin embargo, no alberga tristeza en su pensamiento o mirada, no está decaída como otros pudieran estarlo a su edad y goza de buena salud.
“Se caracteriza por ser una mujer muy prudente y trabajadora, ama de casa porque así fue. Nunca la he visto enojada”, reconoció.
De hecho la única vez que vió molesta a su madre fue a la edad de 6 años, cuando se peleó con un hermano.
“Ella tenía una cría de puercos en la parte posterior de nuestra casa en Tampico. Nosotros nos revolcábamos entre los animales y tengo muy grabado que mi mamá nos tomó del brazo y nos metió en agua helada”.
“Eso fue suficiente para que mi hermano y yo nos tuviéramos respeto y consolidáramos nuestra hermandad y amistad. Mi madre demostró carácter fuerte”, manifestó.
Fuera de esa primera ocasión en que la conocieron molesta, los González Narro recuerdan a su madre en otra de sus facetas, la de una mujer muy bailadora.
“Le gusta el Charleston, era muy buena. Además bailaba el Cha Cha Chá y el Mambo, ya que en los 50’s andaba de moda la Sonora Santanera”.
“Nosotros veíamos cuando se juntaban en el barrio todos los primos y bailaban. Mi padre también era bueno, yo creo que se complementaban”, comentó.
Residiendo en un Estado donde el baile principal era el Son Huasteco, “Mamá Concha”, no se quedó atrás y lo aprendió.
Además del baile en sus actividades de ama de casa, Juan no pasa desapercibido que a su madre “le fascinaba cocinar bacalao”.
“Lo hacía muy rico, a veces ni lo probaba pero le queda muy bien. Digo hacía porque ya no se pude mover mucho para estar en la estufa”.
“Hace tres años cuando uno de mis hermanos entró en estado de coma, ella flaqueó. Tuvo un accidente y se lastimó la cadera pero al cuidado de mis hermanas, está bien. Come de todo, en general y tiene buen apetito”, dijo.
“ES UNA MUJER MUY BELLA”
Retomando la frase; “era una mujer muy bella”, podemos decir que Juan acertó con la descripción de su “Mamá Concha”.
Durante su festejo, se observó a una señora fuerte, alta, delgada, de tez blanca, cabello con algunos toques blanquecinos, porque se ha cubierto con tinte castaño.
“No le da pena pero le gusta andar arreglada del pelo, mis hermanas la maquillan y le ayuna a peinarse; es coqueta” aseveró.
En cuanto a problemas de salud, añadió Juan, “está perdiendo la vista poco a poco pero aún nos reconoce y todo bien; dentro de lo que cabe está muy bien”, afirmó.
Esta situación de sanidad, ha sido fundamental para que sus 5 hijos; 16 nietos, 25 bisnietos y 4 tataranietos, la disfruten y vivan con ellas grandes momentos.
Ante tal vitalidad, no perdieron la oportunidad de festejarla con una fiesta entre familiares y amigos.
Y con esta muestra de cariño para la madre, abuela, bisabuela y tatarabuela, los González Narro, Alba González, Solares González, Castillo González, González Santos y González Paniagua, están de plácemes.